domingo, 10 de diciembre de 2017

Los núcleos políticos en los siglos XIV y XV

En los últimos siglos de la Edad Media el territorio de la Península Ibérica estaba repartido entre cinco entidades políticas: por un lado el pequeño reino musulmán de Granada, por otro Portugal, Navarra, el reino de Castilla y la Corona de Aragón. Dejando al margen a Portugal, orientado con la dinastía de Avís a una proyección marinera, los núcleos básicos eran Castilla y Aragón. Los monarcas, en un proceso irreversible, fueron acumulando competencias políticas y jurisdiccionales. Ahora bien, este fortalecimiento del poder político de los reyes era perfectamente compatible con la consolidación de la alta nobleza, la clase social por excelencia sobre la que se asentaba la monarquía.

1. El reino de Granada
El reino nazarita de Granada se constituyó a mediados del siglo XIII. Comprendía aproximadamente las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería. Pronto se convirtió en vasallo del reino de Castilla, al que entregaba todos los años una crecida suma de dinero en concepto de tributo. Sus bases demográficas se fortalecieron con la llegada de musulmanes que habían participado en las revueltas de Andalucía y Murcia. Dotado de una poderosa red de fortificaciones, terrestres y marítimas, el reino granadino pudo subsistir durante más de dos siglos, hasta que fue conquistado por los Reyes Católicos.

2. El reino castellano-leonés
A fines del siglo XIII comenzaron las disensiones internas en el reino de Castilla, manifestadas en forma de conflicto entre la monarquía y la alta nobleza. Hubo difíciles minoridades con Fernando IV (1295-1312) y Alfonso XI (1312-1350), si bien durante la mayoría de edad de este último monarca el poder real salió fortalecido (Ordenamiento de Alcalá de 1348). Durante el contradictorio reinado de Pedro I (1350-1369) la alta nobleza se sublevó, dirigida por un bastardo de Alfonso XI. Después de una lucha fratricida la rebelión triunfó, iniciándose con Enrique II (1369-1379) el gobierno de la dinastía Trastámara. Juan I (1379-1390) reforzó las instituciones de gobierno, pero fue derrotado en Aljubarrota cuando defendió sus aspiraciones al trono portugués. En el siglo XV la vida política del reino de Castilla ofrece un panorama muy confuso. Durante el reinado de Juan II (1406-1454) la autoridad real fue defendida por el valido D. Álvaro de Luna. No obstante, la crisis política llegó a su culminación con Enrique IV (1454-1474).

Sepulcro de D. Álvaro de Luna en la catedral de Toledo
 
El robustecimiento de la autoridad monárquica en este período fue indiscutible. En tiempos de Juan I nació el Consejo Real. Se reforzó el papel de la Cancillería, se creó la Audiencia, se organizó la hacienda real y se pusieron los cimientos de un ejército permanente al servicio de la monarquía.
Las Cortes, aunque no tenían unas atribuciones bien definidas, desarrollaron una gran actividad en el siglo XIV. Pero en el siglo XV la institución entró en declive, acudiendo a sus sesiones sólo los procuradores de 17 ciudades.
Desde mediados del siglo XIV se impuso en los municipios el sistema de regimiento. Un número reducido de personas, los regidores, sustitutos del antiguo concejo abierto, controlaban la gestión municipal. Los cargos recaían en las familias poderosas de cada localidad. Por otra parte, en el siglo XV, surgió la figura del corregidor, representante del rey ante los municipios.
Algunas regiones, como Vizcaya, tenían instituciones originales. Desde la época de Juan I el rey de Castilla era al mismo tiempo señor de Vizcaya.

3. La Corona de Aragón
La expansión mediterránea de la Corona de Aragón continúa con Jaime II (1291-1327) y con Pedro IV (1336-1387). Este último monarca, durante su largo reinado, se enfrentó a la nobleza aragonesa y fue testigo, al final, de la crisis que se abatía sobre su reino. La dinastía se extinguió al morir Martín I (1395-1410). La crisis sucesoria se resolvió en el compromiso de Caspe (1412) con el nombramiento de Fernando I (1412-1416), de la dinastía Trastámara. Le sucedió Alfonso V (1416-1458), preocupado por los asuntos mediterráneos y el mecenazgo cultural. Pero el descontento interno estalló en tiempos de Juan II (1458-1479), surgiendo en 1462 la guerra civil en Cataluña. La burguesía se oponía al autoritarismo monárquico. La Generalitat, órgano representativo de los rebeldes, ofreció la corona a diversos candidatos. Pero en 1472 se puso fin a la contienda.
Desde el punto de vista institucional surgió el Consejo Real, derivado de la curia, y adquirió un gran desarrollo la cancillería regia. En el siglo XIV apareció, como auxiliar del monarca, el cargo de gobernador general, que designaba un lugarteniente en cada territorio. El Justicia de Aragón, dotado de amplias atribuciones, era una institución original de aquel reino.
En los siglos XIV y XV tuvieron gran vitalidad las Cortes. Funcionaban independientemente las de Aragón, Cataluña y Valencia, aunque en ocasiones se reunían conjuntamente. Todas estaban compuestas por tres brazos, excepto las de Aragón, que tenían cuatro (por la división entre alta y baja nobleza). De las Cortes surgió, como delegación permanente, la Diputación. La Diputación General de Cataluña o Generalitat adquirió un gran relieve.