lunes, 26 de agosto de 2013

Los Juegos Olímpicos

El Discóbolo,
 de Mirón (460 - 450 a.C.)
Los Juegos Olímpicos constituían una de las señas de identidad de los griegos, junto con la lengua y la religión. Estas competiciones permitían que se conocieran unos a otros; a través de ellas concebían su unidad. La victoria de los atletas daba gloria a las ciudades, que no dudaban en abrir incluso nuevas puertas en sus murallas para tributarles honores. De todas partes de Grecia acudían a Olimpia pensadores y literatos que querían dar a conocer su obra.
Los Juegos se celebraban cada cuatro años, en honor a Zeus, en la antigua ciudad griega de Olimpia.
En un principio sólo participaban atletas griegos; luego, en sucesivas celebraciones, se fueron incorporando atletas de toda la zona mediterránea. Únicamente competían hombres, y se disputaban pruebas de carreras, saltos, lanzamientos de disco y de jabalina, hípica y lucha, al tiempo que se celebraban ceremonias religiosas y concursos de poesía y oratoria.
Duraban cinco días: en el primero, la multitud desfilaba ante una gigantesca estatua del dios; en el último tenía lugar una solemne procesión y se celebraba un banquete. Durante los juegos se establecía una tregua sagrada en la que no había guerras, para que todos los griegos libres pudiesen participar sin problemas. Los vencedores recibían una corona de laurel, y su estatua era colocada en Olimpia.

martes, 20 de agosto de 2013

Expansión de los reinos cristianos. Siglos XI-XII

Desde principios del siglo XI, a raíz de la muerte de Almanzor (1002) y sobre todo después de la desintegración del Califato de Córdoba (1027), Al-Andalus perdió la supremacía militar que hasta entonces había detentado. La España musulmana quedó dividida en un mosaico de pequeños reinos, denominados reinos de taifas. En cambio, los núcleos cristianos, considerablemente fortalecidos, iniciaron una ofensiva militar en gran escala. A partir de esta época, las campañas de los cristianos contra los musulmanes tienen un doble sentido, de reconquista, es decir, de recuperación de un territorio al que se cree tener derecho, y de cruzada contra los infieles.


Cáliz de onix de la reina Doña Urraca,
esposa de Fernando I, con quien el antiguo
Condado de Castilla se convirtió en reino.
1. Los reinos occidentales: del Duero al Tajo
En el occidente de la Península, el protagonismo reconquistador corrió a cargo de los reyes castellano-leoneses. El antiguo Condado de Castilla se convirtió en reino con Fernando I, fusionándose poco más tarde con el viejo reino de León (1037). Durante el reinado de su hijo Alfonso VI tuvo lugar la conquista de Toledo (1085). Era la primera gran ciudad de Al-Andalus que caía en poder de los cristianos.
La conquista de Toledo permitió apuntalar la zona de retaguardia, es decir, el territorio situado entre el Duero y el Sistema Central. Esta región, prácticamente desierta, tuvo que ser repoblada, concediendo a los que acudían al llamamiento amplias libertades, recogidas en una carta o fuero (por ejemplo, el de Sepúlveda, de 1076). La repoblación de este territorio se caracterizó por la creación de poderosos concejos (Salamanca, Segovia, Ávila, Sepúlveda...), que eran cabeza de un extenso término o alfoz. Estos núcleos eran auténticas ciudades-frontera, pues su función básica era de tipo militar y desde ellos se organizaban cabalgadas contra los musulmanes.
Los problemas que planteó la conquista de Toledo fueron diferentes. Allí había una abundante población musulmana, aparte de los cristianos mozárabes y los judíos. A los musulmanes que permanecieron en Toledo se les respetaron sus casas, sus propiedades y su culto, pero los bienes de los que huyeron fueron donados a los repobladores cristianos que llegaron a la ciudad.
La expansión militar castellano-leonesa fue detenida cuando aparecieron en tierras hispánicas los almorávides, musulmanes procedentes del norte de África que vinieron en socorro de los islamitas peninsulares e infligieron una severa derrota a Alfonso VI (Uclés, 1108). Por esos mismos años adquirió gran fama El Cid, un caballero castellano que se había enfrentado con su monarca, estuvo después al servicio de diversos señores, entre ellos el reyezuelo taifa de Zaragoza, y se convirtió en un personaje de leyenda.

2. Los reinos orientales: la conquista del valle del Ebro
En la región pirenaica la hegemonía había sido detentada durante el primer tercio del siglo XI por el reino de Navarra, dirigido por Sancho III, un monarca de signo europeizador. No obstante, el avance reconquistador fue protagonizado por el reino de Aragón (surgido el año 1037, con Ramiro I, hijo de Sancho III de Navarra) y por los condados catalanes. En el momento de su nacimiento, Aragón era sólo un pequeño territorio en la montaña pirenaica, con capital en Jaca. En la segunda mitad del siglo XI los aragoneses fueron ocupando las comarcas situadas al sur de las montañas: Barbastro (1064) y Huesca (1096). Pero el gran salto adelante se produjo en los primeros años del siglo XII, con el monarca Alfonso I, quien conquistó el valle medio del Ebro, incluida Zaragoza (1118). La población musulmana, que era muy densa en la zona, permaneció en sus lugares, excepto en el centro de los núcleos urbanos, que fue repartido a repobladores cristianos.

La región meridional de Aragón, próxima al Sistema Ibérico, fue organizada a base de ciudades-frontera, con fueros y una función militar (Alcañiz, Calatayud, Daroca...). La repoblación de esta zona contó con la aportación de un amplio contingente de mozárabes, llevados de Andalucía por Alfonso I.
Paralelamente, los condes catalanes prosiguieron su avance hacia el sur. Pero el paso decisivo, la incorporación del bajo valle del Ebro, fue posterior a la fusión del reino de Aragón y de los condados catalanes en la persona de Ramón Berenguer IV, quien conquistó Tortosa (1148) y Lérida (1149).

3. La reconquista en la segunda mitad del siglo XII
La desaparición, a mediados del siglo XII, del imperio almorávide, permitió a los cristianos reanudar su expansión. En el este se consolidó el avance aragonés con la ocupación de Teruel y la zona montañosa contigua. En el oeste los portugueses, una vez convertido en reino independiente el antiguo condado de Portugal, conquistaron, entre 1139 y 1147, Lisboa, Santarem y Setúbal. Por su parte, los castellanos y los leoneses, nuevamente separados desde 1157, avanzaron por la meseta sur. Cuenca era incorporada al reino de Castilla en el año 1177. No obstante, la presencia en la Península de los almohades, fundadores de un nuevo imperio en el norte de África, y las especiales condiciones de la región manchega y de Extremadura, obligaron a poner en práctica otros métodos de lucha, que tuvieron su protagonista en las Órdenes Militares (Santiago, Alcántara, Calatrava...).

Las Órdenes Militares actuaban con notable éxito en la lucha contra el Islam. La de Calatrava
se asentó en tierras de La Mancha, estableciéndose en una fortaleza casi inexpugnable.

lunes, 12 de agosto de 2013

Problemas de la cultura en la sociedad industrial

La cultura de una sociedad no se puede entender de un modo estático. Es prácticamente imposible encontrar una sociedad en la que no existan interferencias emanantes de afuera. Pero esto que sucede hasta en las sociedades a las que se califica de más atrasadas y que viven en los lugares y situaciones más aisladas, se manifiesta en un grado insuperablemente mayor en el caso de la sociedad industrial en la que el constante cambio no sólo es una de sus características, sino también uno de los valores culturales más significativos de ese tipo de sociedad.

Por otro lado, la sociedad industrial también se caracteriza por la enorme especialización de funciones producto de la división social del trabajo, su gran complejidad, y, como consecuencia de todo ello, las grandes diferencias que se dan entre los diversos grupos sociales, a las que hay que agregar la distancia social.
Pero, como observa Linton, aún en las culturas más sencillas y en las sociedades más simples el contenido de la cultura es lo suficientemente rico para que en ningún individuo se comprendan todos los elementos. Los patrones de división y de especialización en las actividades hacen posible que el individuo funcione con éxito como miembro de su sociedad sin necesidad de ese conocimiento completo. Aprende y emplea ciertos aspectos de la cultura total y deja el conocimiento y ejecución de otros aspectos a otros individuos, aunque al mismo tiempo todo individuo está familiarizado con elementos de la cultura de su sociedad a pesar de que nunca tenga que expresarlos en términos de acción. Esta familiarización con aspectos de la cultura sólo participados por una parte de la sociedad es la que da el valor de compartido que los antropólogos establecen como uno de los requisitos y características esenciales de la cultura.
Los sociólogos, más que los antropólogos, aunque tampoco sea ajeno a estos, han acuñado el concepto de subcultura. Del mismo modo que una sociedad se divide en grupos y subgrupos se estima que pueden existir, aunque no necesariamente, subculturas propias de todos o de algunos de los grupos parciales en los que se divide la unidad total. Corresponden a las especialidades de la cultura en los diversos grupos regionales, locales, clases sociales, etc.
Sin embargo, es necesario que las diversas subculturas entre sí, y sobre todo cada una de ellas con respecto a la total, mantenga un suficiente grado de coherencia que los haga compatibles. De otro modo se trataría de culturas coexistentes en el tiempo y en el espacio pero no de subculturas. El elemento principal que se requiere para que una serie de rasgos y complejos compartidos por la totalidad de un grupo social pueda ser calificada como de subcultura, es el que esté influenciada por la situación dominante en el resto.

Oscar Lewis
(1914 - 1960)
En los últimos tiempos la Antropología Social ha buscado nuevos derroteros, y uno de los campos hacia los que ha dirigido la actuación ha sido el del estudio de las diversas subculturas urbanas y principalmente el de la pobreza, guiado principalmente por la influencia de Oscar Lewis. Como señala este autor, la pobreza viene a ser el factor dinámico que afecta la cultura nacional creando una subcultura por sí misma. Uno puede hablar de la cultura de la pobreza, ya que tiene sus propias modalidades y consecuencias distintivas, sociales y psicológicas, para sus miembros.
Oscar Lewis da una serie de rasgos como propios de los integrantes de la pobreza en México, lugar que, junto con Puerto Rico, ha constituido el centro de los estudios de este autor, pero, en su mayoría, estos rasgos pueden ser encontrados en otras partes del mundo afectadas por este mismo fenómeno social.

“Los rasgos económicos más característicos de la cultura de la pobreza incluyen la lucha constante por la vida, períodos de desocupación y de subocupación, bajos salarios, una diversidad de ocupaciones no calificadas, trabajo infantil, ausencia de reservas alimenticias en casa, el sistema de hacer compras frecuentes de pequeñas cantidades de productos alimenticios muchas veces al día a medida que se necesitan, el empeñar prendas personales, el pedir prestado a prestamistas locales a tasas usuarias de interés, servicios crediticios espontáneos e informales (tandas) organizados por vecinos, y el uso de ropas y muebles de segunda mano”.

“Algunas de las características sociales y psicológicas incluyen el vivir incómodos y apretados, falta de vida privada, sentido gregario, una alta incidencia de alcoholismo, el recurso frecuente a la violencia al zanjar dificultades, uso frecuente de la violencia física en la formación de los niños, el golpear a la esposa, temprana iniciación en la vida sexual, uniones libres o matrimonios no legalizados, una incidencia relativa alta de abandono de madres e hijos, una tendencia hacia las familias centradas en la madre y un conocimiento mucho más amplio de los parientes maternales, predominio de la familia nuclear, una fuerte predisposición al autoritarismo y una gran insistencia en la solidaridad familiar, ideal que raras veces se alcanza. Otros rasgos incluyen una fuerte orientación hacia el tiempo presente con relativamente poca capacidad de postponer sus deseos y de planear para el futuro, un sentimiento de resignación y de fatalismo basado en las realidades de la difícil situación de su vida, una creencia en la superioridad masculina que alcanza su cristalización en el machismo, o sea el culto de la masculinidad, un correspondiente complejo de mártires entre las mujeres y, finalmente, una gran tolerancia hacia la patología psicológica de todas clases”.

“Los que viven dentro de la cultura de la pobreza tiene un fuerte sentido de marginalidad, de abandono, de dependencia, de no pertenecer a nada. Son como extranjeros en su propio país, convencidos de que las instituciones existentes no sirven a sus intereses y necesidades. Al lado de este sentimiento de impotencia hay un difundido sentimiento de inferioridad, de desvalorización personal”.

“Los que viven dentro de una cultura de la pobreza tienen muy escaso sentido de la historia. Son gente marginal, que sólo conocen sus problemas, sus propias condiciones locales, su propia vecindad, su propio modo de vida. Generalmente no tienen ni el conocimiento ni la ideología para advertir las semejanzas entre sus problemas y los de sus equivalentes en otras partes del mundo. En otras palabras, no tienen conciencia de clase, aunque son muy sensibles a las distinciones de posición social. Cuando los pobres cobran conciencia de clase, se hacen miembros de organizaciones sindicales, o cuando adoptan una visión internacionalista del mundo ya no forman parte, por definición, de la cultura de la pobreza, aunque sigan siendo desesperadamente pobres”.

Otra variante de las subculturas en la sociedad industrial es la emanante de determinado tipo de vida en los llamados “bajos fondos”. La delincuencia o la conducta desviada no son en modo alguno una secuela del momento histórico por el que atraviesan las sociedades de mercado con un alto nivel de evolución tecnológica. Aparece también en los pueblos que han adoptado el socialismo como forma de organización político-económica, en las naciones del Tercer Mundo, en los países más atrasados desde el punto de vista industrial, y hasta en el polo opuesto de la sociedad postindustrial, que son las sociedades “primitivas”. Como también apareció en otros momentos de la historia, a pesar de que se pueda dar el ejemplo de varias sociedades cuyas culturas han establecido mecanismos de control social lo suficientemente fuertes como para anular, al máximo posible, estas anomalías de los patrones tradicionales colectivamente aceptados y aprobados por el grupo. Pero la particularidad del momento presente, en lo que respecta a este tipo de conductas, es que afecta a un mayor número de personas. Las sociedades son mucho más numerosas por un lado y, por otro, el proceso de urbanización, los constantes cambios y el resultado de que sea una sociedad que vaya más dirigida a crear necesidades que a solucionarlas, llevan consigo la consecuencia de la existencia de grupos no ya pobres sino marginados, en donde la delincuencia, como manifestación de la conducta desviada, hace su reino.
Estos grupos, viviendo al margen de la sociedad, crean estructuras peculiares en su organización social, con la consiguiente y peculiar asignación de roles y estatus, y sistemas de valores propios que los diferencian del resto de la sociedad. Su jerga, el internacionalmente denominado “argot”, a veces, como en el caso de los “quinquis” españoles, constituye en la práctica un idioma aparte.
Por todo esto podemos concluir que en dichos sectores sociales se da la existencia de unos comportamientos generalizados, dentro de cada grupo, institucionalizados, compartidos y transmitidos a los mismos miembros cuya incorporación se suele hacer generalmente por adscripciones que poseen las características de una subcultura.
En la actualidad, industrialización y proceso de urbanización están íntimamente ligados. La sociedad industrial es urbana, pero la evolución de la humanidad ha partido de la aparición de la agricultura, como uno de los sucesos más importantes en la lucha del hombre contra la naturaleza. Producto de esta situación ha sido la aparición de la dialéctica campo-ciudad.
Esta división en sociedad y cultura urbana y sociedad y cultura rural ha sido sustituida en la titulación de esta segunda por el nombre de tradicional y también por el de folk, más popularizado en los medios antropológicos, principalmente norteamericanos, y por otro lado menos contaminado de las restricciones que general y vulgarmente se asignan en muchos países a lo tradicional y a lo rural. Tanto la sociedad folk, como la urbana, de las que se derivan sus correspondientes culturas, las definiremos a continuación a través de sus características, según los estudios de Palerm.

Construcción de un granero por una comunidad amish
La sociedad folk tiene las siguientes cualidades:
1ª. Pequeño tamaño.
2ª. Sus miembros poseen conciencia de pertenecer a una misma comunidad. Se da la existencia de un sentimiento de pertenencia al grupo.
3ª. Es homogénea; las actividades y los estados mentales de cada individuo se repiten en los demás y se reproducen de generación en generación.
4ª. Autosuficiente en una buena parte de aspectos y principalmente en el económico. Es esta característica una de las que principalmente se altera cuando comienza a afectar el proceso de industrialización y a urbanizarse las comunidades rurales.
5ª. Las relaciones sociales son predominantemente directas y personales.
6ª. La tecnología es simple.
7ª. La división social del trabajo es escasa y frecuentemente circunscrita a algunas tareas. Sin embargo, sí suele existir una rígida división sexual del trabajo.
8ª. Es muy fundamental en la estructura y estabilidad de la sociedad folk el papel desempeñado por la familia y el parentesco.
9ª. Las sanciones que gobiernan la conducta son predominantemente de carácter sagrado y sobrenatural. El delincuente suele ser considerado un pecador y el pecado es asimilado al delito.
10ª. La estabilidad tiene un carácter predominante. Las transformaciones y los cambios se producen a un ritmo muy lento.
11ª. La conducta de los individuos está determinada por la tradición.
En líneas generales se puede afirmar que las características de la cultura y de la sociedad urbana son los polos opuestos de lo manifestado como típico en la sociedad y cultura folk. Por lo tanto, tendrá carácter de urbano lo que participe de las siguientes notas:
1ª. Gran tamaño.
Transporte metropolitano en Japón 
2ª. Los diversos grupos e individuos que los integran se encuentran ligados por una estrecha interdependencia, derivada de la gran división social del trabajo y de la especialización de las funciones.
3ª. Las relaciones entre los miembros son impersonales. Se da la existencia de numerosos instrumentos que vehiculizan las relaciones sociales, siendo el dinero y la mercancía uno de los principales.
4ª. La tecnología es diversa, compleja y en constante desarrollo. La cultura material es muy amplia.
5ª. Diversas instituciones sociales, pandillas, grupos sociales, categorías profesionales y ocupacionales, partidos políticos, clubs, etc., han reemplazado en parte a la familia y a veces ejercen el primordial papel en el proceso de socialización.
6ª. La vida social y cultural se ha secularizado, lo mismo que las sanciones y los instrumentos para solucionar los conflictos.
7ª. Está en constante cambio, y frecuentemente sus transformaciones son tan rápidas e intensas que los individuos apenas pueden ajustarse a ellas. Una buena parte de efectos patógenos, como el elevado número de neurosis, es debido a esta característica.
8ª. Los medios de comunicación social cobran una gran importancia.
Como han puesto de relieve algunos antropólogos, tanto en sociedades eminentemente urbanas podemos encontrar rasgos de cultura folk, como también sucede lo contrario. Pero, en cualquier caso, siempre habrá el predominio de uno u otro, y esta predominancia señalará un modo de vivir y comportarse diferente al que se percibirá si el predominio fuera de otro tipo.
Es innegable que el marco de determinadas culturas o subculturas no queda constreñido a las fronteras de una sola nación, pero no es menos innegable que hoy los individuos socializados dentro de una misma nación comparten una tradición específica y poseen regularidades de conducta culturalmente integradas a pesar de que mantengan disparidades lo suficientemente significativas.
Este factor de la imposición “desde arriba” de los modos de vida, valores, aspiraciones y hasta angustias, es algo que no representa una novedad del momento presente, ni es un producto de la sociedad industrial. En el transcurso de la historia la dominación de unos grupos por otros ha sido una constante, y hasta se puede afirmar que también el motor que ha generado la evolución hasta la presente “civilización técnica”. Marx puso de relieve que las ideas y creencias predominantes en una sociedad son las mismas ideas y creencias de la clase dominante; de la clase que directa o indirectamente ejerce el poder. La clase que domina materialmente, domina también “espiritualmente”, pues dispone de los medios materiales y de los medios culturales. Los valores de la clase dirigente no tiene por qué ser forzosamente los únicos que persisten en ese momento, pueden existir otros, incluso en contradicción; pero sí son los únicos que se consideran válidos y universales. Los otros son irregularidades, desviaciones, delitos o pecados, ingenuidades o productos de la ignorancia, pero nunca será la verdad, lo mejor, lo bueno o lo adecuado. El instrumento de jerarquizar lo tienen los que dominan –a través de ellos se decide lo que es bueno o malo, deseable o indeseable.
En la actualidad se considera que las sociedades son mucho más libres, que los individuos tienen autonomía para generar los cambios que marcan el ritmo dinámico de la sociedad. La novedad, como la libertad, son dos valores espoleados constantemente. La sociedad moderna urbano-industrial ya no vive sometida a las normas de sus mayores: a la tradición. Hoy las modas son una parte externamente relevante del contenido de las culturas y subculturas de la sociedad de consumo.
Pero en realidad los casos son bastante diferentes y el llamado “mundo libre” deja bastante que desear, y no digamos ya los pueblos de la naciones “no libres” de ese “mundo libre”. Como opinaba Linton “las llamadas sociedades libres no son en realidad sino aquellas sociedades que estimulan a sus miembros para que expresen su individualidad en cosas de poca importancia, aceptables desde el punto de vista social, pero que al mismo tiempo obligan a los miembros a vivir entre innumerables reglas y prescripciones, haciéndolo tan sutil y cabalmente que apenas lo notan. Pueden elegir el color de coche que deseen en su elección anual para cambiar de vehículo, que se les exige socialmente para mantener un estatus en una sociedad en la que luchar por la jerarquía es un requisito de supervivencia. Pueden votar -¡cuando pueden!- a partidos similares, y pueden llegar a escoger, entre los varios cínicos que le ofrecen los grupos de presión, un Presidente. También pueden poner 1, 2, x, en las quinielas y llegar a ser millonario; y si no lo consiguen, elegir entre la Coca-Cola y la Pepsi-Cola y seguir lavando con jabones todos ellos contaminantes y, muchas veces, fabricados por el mismo grupo económico.

Herbert Marcuse
1898 - 1979
Los hombres ya no realizan colectivamente la cultura, ésta se les da hecha y se conforman a ella; la libertad viene encajada. “El capitalismo moderno necesita de hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral” –dice Marcuse-, “dispuestos empero a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social; a los que se puede guiar sin recurrir a la fuerza, conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna…”.
Es un principio básico del marxismo que la infraestructura, o sea el modo de producción, determina la superestructura, término que en el vocabulario marxista encierra la ideología, el arte, las instituciones políticas… una serie de aspectos que bien coinciden con mucho de lo que hemos considerado cultura, o tienen relación con ella, bien influyéndola, bien determinando su curso. De acuerdo con este criterio de Marx se pueden encontrar tantas culturas cuantas hayan sido las formas o convicciones de producción que actuarán de modo preponderante, junto con otros factores como el hábitat, clima, recursos, legado histórico, etc. que en conjunto acaban dando la peculiar y específica forma final que adopta el modo de vida en una sociedad.
Consecuentemente a la teoría marxista, con cambiar el modo de producción cambiarían todo lo incluido en su terminología dentro de la superestructura, pero ya reconoció el propio Marx “que la tradición de las generaciones muertas pesa de un modo muy fuerte sobre el cerebro de los vivos”. Por otro lado, no se puede menos que reconocer que diversos factores de “mentalidad” pueden poner en peligro las realizaciones que se esperan de la infraestructura y aún la implantación de un nuevo sistema productivo.
El término contracultura es semánticamente inaceptable dentro de la perspectiva socio-antropológica, no es posible una sociedad sin cultura, ni grupo humano que no coparticipe de un conjunto de valores e instituciones comunes. Sin embargo el contenido, origen y fundamento que ha servido para acuñar este neologismo, sí está ligado con una serie de fenómenos sociológicos y antropológicos.
Por contracultura se entiende el movimiento sostenido por un conjunto de individuos, principalmente jóvenes aunque no necesariamente, que reaccionan contra el “modo de vida burgués”. Aparecido principalmente, aunque tampoco exclusivamente, en los países altamente industrializados del área capitalista, reviste una gama muy amplia de versiones y variantes de acuerdo con las circunstancias y el lugar de su aparición.
Pero en cualquier caso, y aunque éste no sea el objeto ni el momento adecuado de pasar a la crítica de estos movimientos, hay que tener en cuenta que si existe una oposición, es una oposición dentro de la sociedad a la que rechazan, y de cuya servidumbre no se liberan totalmente, al menos en sus aspectos técnicos. Puede haber rechazo de un sistema jerárquico, del trabajo organizado, del deseo de lucro o de la superación por la competencia, de la ideología imperante o de un consumo vinculante, pero al fin y al cabo no se rechaza la aspirina, el anticonceptivo e infinidad de otros elementos producto de una sociedad y una cultura a la que se manifiesta rechazar drásticamente. En cierto modo, los movimientos de contracultura, interesante fenómeno sociológico de la sociedad más evolucionada tecnológicamente pero muy estancada en muchos aspectos, no son más que una sociedad paralela permitida y fomentada por la elasticidad inherente al sistema neo-capitalista, como un modo más de evitar el conflicto y aminorar las tensiones que se manifiestan en su seno. En realidad más que el prefijo contra sería más justo usar el de aparte de o fuera de, pero siempre junto con.

lunes, 5 de agosto de 2013

El helenismo

Escultura helenística de
Alejandro Magno (III a.C.)
Tras la Guerra del Peloponeso el mundo clásico griego entra en una profunda crisis que sólo terminaría con la unificación de todo el pueblo heleno bajo el gobierno de Filipo de Macedonia. Su labor sería continuada por su hijo, Alejandro Magno (356 - 323 a.C.), que inaugura un nuevo período en la historia de Grecia conocido con el nombre de helenismo.
Este período se extiende desde las conquistas de Alejandro Magno hasta la muerte de Cleopatra.
Alejandro Magno ha sido una de las figuras más importantes de la historia. Discípulo del filósofo Aristóteles, destacó por su estrategia militar y sus continuas victorias desde que heredó el reino de su padre, a los veinte años de edad, hasta que murió a los treinta y tres.
Conquistó Persia y extendió sus victorias hasta Egipto y la India. Fundó nuevas ciudades y llevó la cultura helénica a los pueblos vencidos. La obra de Alejandro Magno fue, en realidad, la creación de un nuevo mundo, cuya base sería la civilización griega. La organización de su imperio fue un ejemplo que imitarían los romanos siglos más tarde.
El helenismo tiene unas características propias: nacen grandes ciudades, como Alejandría y Pérgamo, que compiten con la gloria de Atenas; en estas ciudades se crean grandes bibliotecas, museos y teatros.

Tras la muerte de su padre, el rey Filipo II de Macedonia, Alejandro Magno inicia su reinado (336 a.C).
Este mapa muestra el recorrido y las áreas conquistadas en sus expediciones en Europa Oriental, Egipto y Asia, hasta los márgenes del río Indo. 
Se desarrollan la filosofía y la ciencia en los nuevos territorios, mientras que la Grecia antigua se va acercando lentamente a la decadencia y el crepúsculo. También se crea un espacio unido políticamente que aglutina culturas y religiones muy diferentes, en perfecta convivencia; los matrimonios mixtos fueron impulsados desde el gobierno.
La muerte de Alejandro ocasiona la división de su vasto imperio entre sus generales (los diádocos), creándose nuevas monarquías: los Ptolomeos, en Egipto; los Seléucidas, en Persia; etc.
A partir de aquí entrará en escena Roma, que logrará conquistar Grecia al mismo tiempo que se enriquecerá de toda su cultura.