sábado, 29 de junio de 2013

Historia de Grecia: De la época oscura al período clásico

1. La época oscura
Está comprendida entre los siglos XI y VIII a.C. Ya al inicio de este período, el pueblo dorio estaba instalado en amplias áreas de Grecia, donde fundaron varios reinos, entre los que destaca Esparta.
Se trata de una época de enorme confusión e inestabilidad, de profundos cambios. Entre estos últimos destacan la utilización del hierro, que pone fin a la Edad del Bronce; la producción de la primera cerámica con motivos geométricos, la adopción del alfabeto fenicio y la consolidación de una novedosa estructura sociopolítica: la polis.

La polis
La polis es una ciudad-estado, es decir, se trata de un núcleo urbano con un territorio extramuros más o menos extenso. Eran entidades completamente independientes, con un sistema de gobierno monárquico dirigido por el propietario más poderoso de la ciudad.
Cada una de las polis contaba con sus leyes propias, sistemas de pesos y medidas particulares, monedas diferentes y dioses protectores propios.
Esta amalgama de tan diferentes elementos constituía la patria del hombre y la mujer griegos.

2. La época arcaica
Cerámica geométrica de época
arcaica (760 a.C.)

Museo Nacional de Atenas

Durante este período, que se extiende desde el siglo VIII al V a.C., los griegos conformaron una comunidad cultural frente a los pueblos vecinos. Compartían todos una misma lengua, una misma religión y unos juegos comunes. Todo ello los distinguía de los otros pueblos, a quienes los griegos llamaban "bárbaros", es decir, "no griegos".
En esta época arcaica, la clase social predominante era una minoría de privilegiados por nacimiento y por fortuna, que poseían las tierras y la autoridad, conformando un régimen oligárquico (del griego, oligos, "pocos"; arjé, "poder"). Esta situación política, junto con la creciente presión demográfica en los centros urbanos, forzó las numerosas colonizaciones que se produjeron en todo el Mediterráneo.
Esta colonización favoreció la economía, con lo cual los más necesitados mejoraron sus condiciones de vida. La favorable situación económica impulsó una reivindicación de derechos políticos que mejoraran también su situación social.
En esta época, un reducido grupo de grandes propietarios controlaba toda la riqueza agrícola y ganadera. Por debajo de estos propietarios estaban los artesanos, hombres libres que ejercían profesiones como carpintero, herrero, etc.
En un estrato inferior estaban los extranjeros, que trabajaban como peones a cambio de un salario mínimo. Estos últimos carecían por completo de derechos políticos.
Y por debajo de los extranjeros estaban los esclavos, que eran considerados "cosas" y no personas. Los esclavos eran simple mercancía; podían ser vendidos como un objeto.
El desarrollo de la vida urbana acentuó las divisiones entre ricos y pobres, y la sociedad se fue organizando en grupos. Surgieron las revueltas sociales, en las que los grupos más desfavorecidos exigieron derechos políticos. Si bien se trató de un fenómeno generalizado en todas las polis griegas, fue en Atenas donde estas revueltas alcanzaron un mayor desarrollo.

Atenas
Acrópolis de Atenas
Al principio de esta época, el poder estaba en manos de los magistrados y del Consejo (llamado Areópago), cuyos miembros pertenecían a las más altas clases sociales. Los cargos eran anuales.
Muy pronto, el pueblo se quejó de cómo funcionaba la justicia en manos de los nobles, ya que estos la administraban según leyes no escritas que en la mayoría de los casos resultaban injustas. Por eso pidieron un código de leyes escritas. Y esa fue la tarea de Dracón, quien elaboró un código tan severo, que se decía que estaba escrito "con sangre", pero que seguía favoreciendo a los nobles (de ahí procede la expresión "condiciones draconianas" o "contrato dacroniano"). El pueblo seguía en desventaja frente a los ciudadanos más poderosos, y eso les llevó a pedir una nueva reforma de las leyes. Solón fue el hombre encargado de modificar el código de Dracón.

La reforma de Solón
Su idea de justicia era un concepto de solidaridad entre el ciudadano y la ciudad: una justicia impuesta por medio de leyes, que combinase los derechos de todos y basada en una moderación que impidiera tanto la excesiva riqueza como la pobreza. Solón fue nombrado arconte (así se llamaba a los magistrados) para que hiciese de mediador entre los nobles y el pueblo. Su primera acción fue anular las querellas judiciales que estaban en marcha y proclamar la amnistía para los exiliados políticos. A continuación, llevó a cabo una gran reforma política y social: dividió a los ciudadanos en cuatro clases según sus riquezas; prohibió que los deudores fueran vendidos como esclavos; limitó la potestad paterna sobre los hijos, impidiendo que el padre pudiese matar a su hijo como castigo; orientó a todo el pueblo hacia el trabajo e hizo de la mendicidad un delito castigado con multa; privó de pensión alimentaria al padre que no hubiera hecho aprender un oficio a su hijo; estableció leyes para desarrollar la agricultura y favorecer la situación económica de los pequeños propietarios; creó una moneda nacional, e hizo jurar a los magistrados y a todos los ciudadanos la aceptación de las leyes. Este juramento fue también obligatorio para los atenienses que llegaban a la mayoría de edad.

Continuadores de Solón
Después de retirarse Solón, las clases sociales se organizaron en partidos políticos para poder defender mejor sus intereses.
Debemos tener en cuenta que los nobles y ricos eran todavía los que más poder tenían, ya que eran los únicos que podían acceder al cargo de magistrado. El descontento de las clases sociales más desfavorecidas crecía, lo que provocó la toma del poder de Pisístrato, quien se convirtió rápidamente en principal dirigente de los sectores populares. Favoreció a los pobres y solucionó los problemas de abuso que ejercían los nobles. Instituyó la tiranía como forma de gobierno unipersonal y, durante los diecinueve años que permaneció en el poder, continuó la obra realizada por Solón: procuró trabajo en el campo a los parados; creó magistrados para inspeccionar las explotaciones agrícolas; promovió grandes obras públicas en las ciudades; creó un banco para los campesinos, y desarrolló el comercio y la agricultura.
Durante el mandato de Pisístrato, Atenas tuvo paz y prosperidad económica, lo cual despejó el camino hacia la democracia.
Las bondades de la tiranía de Pisístrato desaparecieron con su sucesor, que cerró el ciclo de la tiranía y abrió definitivamente el camino hacia la democracia, uno de los mayores logros de la sociedad griega.
El tan deseado orden social solo pudo encontrarse por medio de la justicia, una justicia igual para todos. La justicia representaba para los griegos lo contrario del desorden y de la violencia. Lo extraordinario de ese momento es que se consiguió establecer una diferencia entre el concepto de tiranía y el concepto de justicia: la tiranía imponía obediencia mediante duras penas y castigos. En cambio, la justicia ponía orden; pero, para conseguirlo, lo importante era que cada uno fuese libre.
Y he aquí el gran paso que dio Grecia: sentir la necesidad de unos derechos iguales para todos bajo una constitución legal. Así nació el concepto de ley como "alma" de la ciudad. Una ciudad funciona si tiene sus propias leyes. Y estas leyes deben ser respetadas por todos los ciudadanos: en parte, porque en ellas se trata a todos de igual forma, no hay distinciones por nacimiento o fortuna, pero también porque las leyes no responden al capricho del legislador, ya que éste las redacta por inspiración de los dioses (la ley, por tanto, era de naturaleza divina).
La constitución legal supuso una limitación del poder de los magistrados, que permitía proteger a los ciudadanos.

3. La época clásica
Clístenes
Este período de la historia griega se confunde con la propia historia de la ciudad de Atenas, pues su preponderancia y brillo oscurecieron al resto de las polis griegas. Dos nombres sobresalen en esta época: Clístenes y Pericles.
Clístenes fue quien impulsó la verdadera democracia en Atenas. Aportó los siguientes cambios: instituyó la isonomía, según la cual todos los ciudadanos eran iguales ante la ley, no importa cuál fuera su origen; se introdujo la ley del ostracismo, por la cual el ciudadano que fuera considerado una amenaza para el Estado podía ser desterrado durante diez años. El objetivo de esta última ley era evitar un posible regreso del tirano Pisístrato. El pueblo deliberaba anualmente acerca de si era oportuno poner en práctica este procedimiento legal. En caso afirmativo, se celebraba una asamblea general, en la que cada ciudadano inscribía, en un tejo de barro (que en griego se llama óstrakon), el nombre de aquel a quien fuese preciso expulsar por el bien público. Si se conseguían reunir 6.000 votos contra un mismo ciudadano, éste debía abandonar Atenas, camino del exilio, durante diez años.
Clístenes impuso también el servicio militar obligatorio y reformó el órgano de gobierno, constituyendo un Consejo de 500 miembros (50 de cada una de las diez tribus), elegidos entre los ciudadanos de más de 30 años. El Consejo preparaba todos los asuntos, que serían aprobados por una Asamblea popular. La Asamblea, a su vez, elegía a los magistrados.

Pericles
Es el máximo representante de la consolidación de la democracia ateniense. En primer lugar, Pericles anuló el poder del Areópago, que estaba compuesto por los más poderosos ciudadanos y que representaba un reducto del poder oligárquico. También separó los poderes legislativo (Asamblea) y ejecutivo (magistrados).
Apuntaló el sistema con dos reformas esenciales. Por una parte, blindó el Código legislativo: protegió las leyes frente a posibles reformas por parte de quienes quisieran cambiarlas a la ligera. No quería que las leyes fuesen modificadas demasiado rápido. Con ello protegía la constitución democrática. Por otra, decidió que todos los que ocuparan un cargo público recibieran un pago por ello, con lo que garantizaba una participación real, al permitir a los pobres el acceso a los cargos públicos.

Primacía de Atenas
Atenas constituyó una confederación marítima con varias ciudades del mar Egeo. Su objetivo era librarse de la presión que ejercían los persas sobre los griegos, amenazados por el rey Darío, que aspiraba a dominar los territorios europeos de Grecia y extender con ellos su vasto imperio.
En su primer enfrentamiento, en la Primera Guerra Médica, el ejército persa fue derrotado por los atenienses en Maratón.
En la Segunda Guerra Médica, Jerjes, sucesor de Darío, formó un gran ejército para conquistar Grecia. Los persas derrotaron -por tierra- a las tropas espartanas en las Termópilas y se apoderaron de Atenas. Pero la batalla siguió en el mar, y la flota griega venció a los persas en la batalla de Salamina.
Los leones de la isla de Delos
simbolizan la resistencia de los
griegos frente a los persas
en las guerras médicas.
Atenas aprovechó la hegemonía alcanzada gracias a su victoria sobre los persas para imponer su poder. Utilizó la confederación marítima que había establecido con otras ciudades griegas (conocida como Liga de Delos) para imponer un verdadero control sobre ellas. La hegemonía ateniense despertó la hostilidad de Esparta, que terminaría enfrentándose junto a las otras ciudades de la Liga -que habían sido relegadas a un segundo plano- contra Atenas. Este conflicto condujo a la guerra del Peloponeso, en la que se enfrentaron los dos bloques griegos, y fue la guerra más sangrienta que padecieron los helenos.
Esparta salió victoriosa, y los griegos volvieron a tener gobiernos oligárquicos. 

viernes, 14 de junio de 2013

El método socrático

Sócrates afirmaba el carácter innato del conocimiento: según él, los seres humanos poseen ideas innatas de las que, sin embargo, no son conscientes, no se dan cuenta; por consiguiente, para investigar la verdad debemos examinar los contenidos que se encuentran en nosotros, en nuestra alma, como indicaba la inscripción de Delfos, el principio de la sabiduría radica en el conocimiento de uno mismo: "Conócete a ti mismo".
El método adecuado para llevar a cabo esta tarea consiste en un proceso inductivo que por medio del diálogo (método dialéctico), partiendo de los conocimientos aparentes, de las opiniones ingenuas y comunes, y de los prejuicios cotidianos logra descubrir la verdad. En este proceso podemos distinguir dos momentos: un primer momento negativo o refutación y otro positivo o mayéutica.

La refutación consiste en hacer ver a nuestros interlocutores que los conocimientos que creían ciertos e indudables no son tales. Sócrates salía al ágora y allí interrogaba al artista, al maestro, al general y sirviéndose de ciertas preguntas atinadas les hacía cobrar conciencia de su ignorancia. La refutación, pues, ponía de manifiesto que aquellas opiniones que parecían ciertas e indubitables eran problemáticas, falsas o carecían de fundamento. De este modo, conducía al interlocutor a una situación sin salida aparente en la que todos los conocimientos se tornaban problemáticos: "Sólo sé que no sé nada" (ironía socrática). En este punto, comenzaba el segundo momento, la mayéutica, que consistía en que, una vez eliminadas las falsas opiniones, los propios interlocutores pudieran encontrar en sí mismos la verdad.


Sócrates
(470-399 a.C.)
Sócrates, que era hijo de un escultor y de una comadrona, comparaba su oficio con el de sus progenitores: de la misma manera que su padre no "construía" estatuas, sino que ante un bloque de mármol se limitaba a eliminar las partes sobrantes hasta permitir que surgiera la figura que previamente existía en el interior, y de idéntico modo a su madre que ayudaba a dar a luz los niños concebidos con anterioridad por otras mujeres, pero ella no los concebía; así, él tampoco enseñaba nada, sino que se limitaba a orientar a sus discípulos para ellos hallaran las verdades que, con anterioridad, residían en sí mismos, en su interior, en su alma (innatismo); esto es, en opinión de este pensador el auténtico conocimiento consiste en traer a la consciencia los contenidos -las ideas- que previamente se encuentran en el alma de modo inconsciente.

1. El conocimiento universal
El método socrático, pues, consiste en un proceso inductivo en virtud del cual de la pluralidad accedemos a la unidad, de los conocimientos poco rigurosos y siempre dudosos o falsos al conocimiento intelectual, es decir, al conocimiento universal. Mediante la refutación se eliminan los prejuicios, los saberes parciales, las apariencias y gracias a la mayéutica se alcanza el concepto universal, que expresa la esencia inmanente a todas las cosas de una misma especie, lo que hace que las cosas sean lo que son. Por ejemplo, examinando muchas cosas bellas podemos llegar a determinar la esencia de la belleza; analizando varios comportamientos justos, la esencia de la justicia, etc.
Pero entre todos los conceptos universales o a través de todas las esencias, los que más interesan a Sócrates son los morales, esto es, aquéllos mediante los cuales podemos ordenar nuestra conducta y averiguar nuestras obligaciones y nuestros deberes. Se trata, pues, de conocer el bien, la virtud, la justicia, etc., para ser buenos, virtuosos y justos.

2. El intelectualismo moral socrático
Según este filósofo, desde el punto de vista moral, el bien y la virtud proporcionan la auténtica felicidad. Consecuentemente, si la virtud y el bien otorgan la auténtica felicidad nadie obrará mal intencionadamente, pues nadie querrá ser infeliz o desgraciado.
De este modo, Sócrates concluyó en un intelectualismo moral, según el cual se identifica el bien con el saber y el mal con la ignorancia: el sabio es bueno y el malo es ignorante, basta saber qué es el bien y la virtud para ser buenos y virtuosos o, expresado de otro modo, nadie se equivoca queriendo, por tanto, quien obra mal es porque no sabe.
Las consecuencias sociales de esta postura saltan a la vista: eduquemos, ilustremos a las personas y las haremos buenas; fuera las cárceles y los castigos, pues en el fondo nadie es culpable sino ignorante. Por otra parte, desde estos principios se puede entender mejor la pasión con que Sócrates se entregó a su misión de procurar educar a sus convecinos atenienses.
Desde la óptica de nuestro tiempo, no obstante, parece dudoso que se pueda mantener la ecuación: sabiduría = bondad = felicidad, pues la Historia nos ha mostrado que no siempre el saber se utilizó de manera correcta, sólo hay que recordar los horrores nazis o estalinistas para reconocer que allí no faltaba sabiduría, sino, al contrario, es evidente que una cosa es conocer lo que debemos hacer y otra, distinta, hacerlo; pues junto a las facultades intelectivas, los seres humanos poseen también determinadas pasiones, ciertos egoísmos y algunas tendencias instintivas, etc., que pueden desviarles de su camino moral. Ahora bien, a pesar de lo analizado y, aunque no sea suficiente saber para obrar bien, resulta evidente que debemos esforzarnos, de modo primario, en conocer lo que debemos hacer, pues sólo así podremos hacerlo.