sábado, 19 de julio de 2014

La relación pedagógica

1. La bipolaridad del proceso educativo
El proceso educativo supone una relación entre dos polos: educando y educador. Es evidente que de la relación que se produce en este proceso bipolar surgen todas las antinomias -autonomía/heteronomía, libertad/presión sociocultural, individualidad/autoridad- que la pedagogía se preocupa por desmenuzar y demostrar la necesidad de su conciliación.
Las antinomias pedagógicas han de ser entendidas como factores opuestos que pueden y deben ser armonizados. Por ejemplo, la antinomia individuo/sociedad puede ser superada mediante la concepción de la formación de la libre personalidad autónoma, impregnada de los valores de la comunidad cultural.
En otros términos, la relación educando-educador no puede estar centrada ni en la autonomía ni en la total heteronomía. La educación es un proceso autónomo en aquello que significa la libre actividad creadora del educando. Pero es también un proceso heterónomo, porque el ser que se educa recibe la presión de los valores del mundo de la cultura, que modificarán, inevitablemente, el desarrollo puramente libre de la individualidad.

2. La relación pedagógica según la posición idealista
La posición idealista absoluta niega la antinomia educando-educador. Para Gentile, filósofo y pedagogo italiano representante del idealismo contemporáneo, en el acto educativo desaparece la bipolaridad de que hemos hablado para dar paso a la existencia de un solo espíritu, a una unidad espiritual. La dualidad educando-educador sólo existe antes del proceso educativo. Pero se resuelve en el mismo instante en que el maestro pronuncie la primera palabra que llegue al alma del discípulo.

3. La relación pedagógica como acción de conjunción
Para muchos teorizadores de la pedagogía espiritualista humanista, en la relación educativa existe la dualidad educando-educador, pero se produce una acción de coordinación que los aproxima. El espíritu del educando converge con el del educador en el proceso educativo, en la visión de un fin y en el esfuerzo común para lograrlo.

La antinomia autonomía-heteronomía adquiere diferentes matices y grados según la edad y madurez del educando. Así, en los primeros años, prevalece la función heterónoma. A medida que el educando se va acercando, en las diversas etapas de la educación, a la visión del fin de la educación, y colabora con el educador para alcanzarlo, se acrecienta el proceso de autonomía. En realidad, la verdadera educación se inicia cuando comienza ese proceso de autonomía. La acción del educador está consagrada a estimulaciones que el educando acepta o elige libremente.

4. La posición del educador en la relación pedagógica
Ante un primer análisis superficial, desde el momento en que el educador está representando el mundo objetivo supraindividual frente al discípulo, aparece en una posición de superioridad. Sin embargo, este primer análisis general debe ser considerado con mayor detenimiento.
Para Cohn, la posición interior del genuino educador frente al educando ha de alcanzar tres aspectos. Ha de sentirse al mismo tiempo superior, igual e inferior con respecto a él. La superioridad radica en el hecho de conocer y dominar aquello que el alumno ignora y debe adquirir. Dicha superioridad no es absoluta, ya que él mismo está sometido a las exigencias objetivas que requieren una continua perfección. La igualdad se limita a los derechos y deberes que cada uno, dentro de su esfera y situaciones, ha de tener. La inferioridad puede entenderse de dos maneras: en primer lugar, puede vislumbrar ocasionalmente, en algún discípulo, elementos objetivamente valiosos que él no posee o que no posee en la misma medida; en segundo lugar, porque la juventud representa el futuro de la humanidad, que según su esperanza, ha de continuar su marcha ascendente de perfección.

5. La relación pedagógica según las etapas del desarrollo humano
Debesse distingue cinco formas en la relación educando-educador, según la evolución psíquica del primero:
1º) En la edad de la nursery, o edad del bebé, la relación está basada en la protección y el afecto.
2º) En la edad del cervatillo (3 a 6 ó 7 años), esta relación se circunscribe más al plano de la acción y de la afectividad que al de la inteligencia, pues las distancias que separan al adulto del niño en esta edad son muy grandes.
3º) En la edad del escolar (6 a 13 ó 14 años), que es la edad de adquisición del saber, el educando dirige la mano de su alumno en sus primeros aprendizajes, alienta sus esfuerzos, corrige paciente y metódicamente las torpezas de esa mano que ha pasado de la manipulación al ejercicio hábil.
4º) La relación cambia en la pubertad. La mano rebelde o impaciente del adolescente se escapa. El maestro ideal es aquel que obtiene la confianza del educando y retiene su mano en la suya para confortarlo, como lo haría un buen amigo, en los momentos difíciles.
5º) La edad del entusiasmo juvenil (16 a 20 años) constituye la etapa del acercamiento a la madurez. Es en este periodo que el verdadero educador debe saber soltar para siempre la mamo del discípulo.

6. Tipos de "parejas" educativas según la caracterología de Marchand
Para Marchand, el acto educativo es un acto concreto, individual, único, siempre original. Habrá, por tanto, tantas formas de educación como relaciones concretas se produzcan entre las distintas parejas educativas. Considera Marchand que la vida de la relación educativa está siempre sometida a la influencia predominante del maestro. Para él, el educador es el animador de la pareja.
En base a los estudios que realiza sobre casos concretos, Marchand clasifica a las parejas educativas en tres grandes grupos:

 a)  Los casos amorfos: Estos tipos existenciales están caracterizados por el egoísmo del educador y la indiferencia hacia el alumno. ¿Cuáles son los educadores que integran estas parejas educativas? Los que gustan de una vida confortable en clase, sin molestias personales; los que ansían prestigio personal y, en consecuencia, sólo les interesa el resultado obtenido en el trabajo intelectual de sus alumnos; y por último, los que buscan un trabajo pedagógico fácil, sin tener conciencia de su verdadera misión. En estos casos amorfos, la relación pedagógica es casi inexistente.

 b)  Los casos de tensión: La relación educativa se caracteriza por el imperialismo del educador. Considera Marchand que el comportamiento del educador no es uniforme: pasa de la tiranía a la ternura con facilidad. Esto genera en los alumnos distintos comportamientos: sumisión, obediencia u oposición.

 c)  Los casos de armonía: La relación educativa se caracteriza por el intercambio y el renunciamiento del maestro. Se presenta en estos casos una situación de intercambio en el que cada uno da y recibe en un mutuo enriquecimiento. Van aquí incluidos los casos de camaradería, aunque Marchand aclara que la verdadera camaradería no puede existir si no va acompañada en el alumno de un cierto respeto. En estos casos, el educador debe velar para que su comportamiento responda a las siguientes condiciones: dar prueba de amor, manifestar un afecto a la vez personal e impersonal, ser la imagen misma del renunciamiento y adaptarse a la edad, a la psicología y a la evolución de cada alumno.

jueves, 17 de julio de 2014

Nuestras pertenencias

Igual que una buena preparación física permite superar una prueba deportiva,
una buena preparación moral es indispensable para vivir con altura humana.
1. Libertad
El primero de nuestros "haberes" es la libertad. Las personas no nacemos ya hechas, acabadas, sino por hacer, como el material de un escultor. Ante cualquier decisión imaginamos un mundo de posibilidades, tanto mayor cuando más profundo conocimiento de la realidad tengamos y cuanto más creativos seamos. Precisamente porque no estamos ya determinados a dar una respuesta única, ni a elegir una de esas posibilidades, podemos decir que somos libres.
La libertad de los seres humanos consiste, en principio, en que no estamos determinados a dar una respuesta única a los problemas que se nos presentan, sino abiertos a crear inteligentemente un mundo de posibilidades y a elegir de entre ellas la que consideramos mejor. Seremos más libres cuanto mejor conozcamos el mundo que nos rodea y más dispuestos estemos a idear posibilidades y a elegir sin presiones la que consideremos preferible.


2. Talante y carácter

Talante y carácter son, pues, los dos polos de la vida ética, premoral el uno, auténticamente moral el otro.
José Luis López Aranguren, Ética

El talante (páthos) es el modo de enfrentarse por naturaleza con la realidad (primera naturaleza). El carácter (éthos) es el modo de enfrentarse por hábito (segunda naturaleza).

 Talante 
Nuestra libertad no es incondicionada, sino que está condicionada por el talante con el que nacemos y por la situación social en que nos encontramos. El talante de una persona es su sentimiento fundamental de la existencia, el tono vital con el que se enfrenta por naturaleza a la realidad. Una persona no es un conjunto inconexo de sentimientos y de inteligencia, sino que en cada uno de nosotros hay una unidad emocional e inteligente última, que no hemos elegido, sino que nos viene dada por naturaleza: es el talante.

 Carácter 
Precisamente por ser libres podemos ir forjándonos un carácter (éthos), que es lo que los antiguos llamaban "segunda naturaleza": las personas nacemos con un talante o primera naturaleza y podemos ir creándonos una segunda naturaleza o carácter por repetición de actos. Como quien forja una escultura (carácter) a partir de un material dado (talante). En esta forja -decía ya Aristóteles- consiste la vida moral: en adquirir las virtudes y actitudes que van componiendo el carácter.

3. Virtudes
Cuando algo nos interesa, necesitamos ejercitarnos, no sólo para conseguirlo, sino para adquirir hábitos en ese sentido, que nos ahorren esfuerzo en el futuro. Un niño ha de esforzarse mucho para andar, pero, una vez que ha adquirido el hábito, lo hace casi automáticamente. Igual sucede con la mayoría de nuestros movimientos diarios, que nos costaron mucho aprender, pero ahora ya estamos habituados a realizarlos y casi no nos damos cuenta.
La vida moral tiene una meta -ser persona en plenitud- y para lograrla es preciso ir adquiriendo los hábitos correspondientes. A los hábitos que encamina al bien los llamaron los clásicos "virtudes", a los que alejan de él, "vicios".


Mediante el ejercicio, las personas, como los músicos
o los bailarines, se convierten en virtuosos.
En Grecia, la virtud -areté- se entendía como excelencia del carácter. En cada ámbito -deporte, sabiduría- era virtuoso el que destacaba entre los demás por ejercerlo especialmente bien. Como decimos ahora de quien es un "virtuoso" de cualquier instrumento musical. En cambio, en la Edad Media, el término latino virtus va cobrando el significado "fuerza", que es hoy el usual: la fuerza del alma para hacer el bien.
Se entiende, entonces, que virtud es una predisposición a obrar bien, adquirida mediante ejercicio.

4. Actitudes
En muchas ocasiones, la psicología tiende a sustituir la expresión "hábitos" por "actitudes". Las actitudes son aquellas predisposiciones, aprendidas y relativamente fijas, que orientan la conducta que previsiblemente se manifestará ante una situación u objeto determinados. Por ejemplo, decimos de alguien que tiene una actitud autoritaria o bien dialogante, solidaria o insolidaria.
Las actitudes, como las virtudes, son expresión del ser más profundo de las personas, compuesto a la vez por sentimientos, inteligencia y razón. No somos exclusivamente sentimentales ni exclusivamente racionales. Por eso, virtudes y actitudes contienen componentes cognitivos (convicciones y creencias), afectivos (sentimientos favorables o desfavorables en relación a la situación o el objeto) y comportamentales (tendencia a responder en un determinado sentido a un aspecto de la realidad). Son difíciles de modificar, pero es posible hacerlo: cuando una actitud ha sido modificada intencionadamente es muy semejante a la virtud.
Virtudes y actitudes son clave en la vida moral, porque las personas solemos actuar según las predisposiciones que hemos adquirido.

lunes, 14 de julio de 2014

El educador de acción personal

1. Concepto general
El concepto de educador es más amplio que el de "educador-maestro". Educador es toda persona que ejerce influencia en la formación espiritual de un ser humano. El término maestro es más limitado: designa al educador especialmente preparado que de manera voluntaria ejerce una acción directa y sistematizada sobre el educando.
El educador actúa en todos los sectores de la actividad humana; el educador-maestro, en cambio, sólo actúa en un periodo determinado y limitado de la vida del hombre. Además, en términos generales, el educador-maestro se encuentra en toda institución escolar.
Diferenciamos al educador-maestro, esto es, al educador práctico del educador teórico. Éste es el investigador, el teórico de la educación, el hombre que se dedica al estudio y profundización del problema de la educación y trata de encontrarle soluciones. El educador práctico o activo, que es el verdadero educador, es aquel que realiza de manera directa la acción educadora. Puede una misma persona reunir ambas cualidades.
Considera Kerschensteiner que los educadores prácticos pueden a su vez separarse en dos subtipos: los educadores individualistas, que tienden a la formación y elevación de individuos concretos, particulares; y los educadores sociales, en los que predomina la voluntad de salvar de sus imperfecciones al conjunto de la sociedad de la que forman parte y a la humanidad entera.

2. Misión del educador
La esencia de la educación se realiza en la intimidad del ser que educa. El educador-maestro está representando al mundo formado, al mundo de la cultura, a los valores de la familia y de la comunidad. El maestro es, en realidad, un mandatario de los grandes agentes educadores: familia, sociedad, instituciones, Estado. Su acción abarca los aspectos de la tarea educadora que los grandes agentes no pueden llevar a cabo directamente. En los tiempos actuales, su misión se extiende y complica cada vez más, pues además de la función de incorporar al espíritu del educando aquellos contenidos que la ciencia lleva a la enseñanza sistematizada y de desarrollar sus capacidades intelectuales, debe cumplir otras funciones educativas, contribuyendo así, en gran parte, a la formación de la personalidad. En sus manos está depositado en gran medida el porvenir de las nuevas generaciones y el progreso del país. Por eso, no es la suya una profesión, sino una misión.
Para cumplir esa misión, el maestro debe sentirse profundamente atraído por la labor educadora, debe poseer vocación. No puede ser un funcionario que cumple sus obligaciones como un simple medio para subsistir. La obra del maestro es obra desinteresada, de amor y de abnegación. Dice Gentile que "lo que vende el maestro es su tiempo, su presencia, el aliento de sus pulmones, su fatiga".

3. El maestro como mandatario de los agentes educadores
El maestro no realiza su función docente en forma del todo autónoma. Como mandatario de la familia, de la comunidad, de las instituciones y del Estado, debe cumplir su misión para alcanzar los objetivos que ellos le fijan.
Pero ello no significa reducir o limitar su actuación propia en lo que se refiere al tono personal de su enseñanza y a los recursos y formas de acción que utilice para llevar a cabo su tarea.

4. Condiciones del educador
Los pedagogos han tratado de caracterizar el tipo de educador ideal, y han expresado las condiciones que debe reunir.
Quintiliano, en su célebre Instituciones Oratorias, se refirió a las condiciones que debe tener el maestro y realizó un minucioso estudio de la personalidad del mismo.
Más adelante San Agustín, al considerar a Cristo como el único y verdadero Maestro, destaca la función educativa del maestro humano, del que no puede prescindirse, dado que éste se convierte en el más eficaz colaborador del discípulo en la búsqueda de la verdad interior.
De su escrito De Magistro, Santo Tomás se ocupó también de las virtudes que han de caracterizar al educador cristiano. Éste debe poseer, además de cualidades morales e intelectuales, un conocimiento profundo del alma humana.
Por su lado, Vives insiste en los valores morales y en la prudencia. El educador no sólo debe poseer conocimientos, sino también habilidad para transmitirlos. Debe ser de costumbres puras y amante de las letras. Sentirá afecto paternal hacia sus alumnos, y alejar toda intención de lucro en la enseñanza.
Dentro de la pedagogía contemporánea, fue Dilthey el primero que realizó una completa caracterización del mismo. Considera necesario el conocimiento del alma infantil. Es preciso descender de nuestra esfera emotiva hasta ese mundo ingenuo, inocente, todavía oscuro, sin formar. En el pedagogo predomina, por lo tanto, el sentimiento y la intuición. Otra característica sería la ingenuidad, que permanece fresca en el educador y le permite acercarse al alma infantil.
Por su parte,
Georg Kerschensteiner
Pedagogo alemán (1854 - 1932)
Kerschensteiner considera que el educador debe presentar los siguientes caracteres:

La primera cualidad consiste en la profunda inclinación hacia el ser inmaduro y sus posibilidades de desarrollo. Consiste en lo que se ha llamado eros pedagógico. Pero puede sentirse esta inclinación y no ser un buen educador. De ahí la segunda característica, que supone capacidad de penetración psicológica y tacto pedagógico. La tercera característica se exterioriza por la capacidad especial para vislumbrar la personalidad futura, para lo cual se requiere no sólo sensibilidad psíquica, sino también objetividad para actuar frente a los individuos más distintos. La cuarta característica supone una personalidad definida. Sólo una voluntad enérgica, una personalidad fuerte, puede ejercer una influencia constante y duradera.
A su vez, Eduard Spranger, filósofo, pedagogo y psicólogo alemán (1882-1963), es autor, entre otros títulos, de Formas de vida (1914), obra en la describió seis tipos humanos ideales en conexión con los valores a los que aspira: estético, teorético, social, económico, político y religioso. Considera que el educador constituye una variedad del tipo social, que rige su vida por el amor a los semejantes. Pero ese amor se dirige no sólo al ser inmaduro, sino también a los valores y los contenidos que trata de desarrollar y despertar en él.
También señala que, aunque existen personas con una predisposición, es decir, lo que llamamos "educadores natos", el verdadero educador siempre está en un largo proceso autoformativo. Siempre habrá en él un anhelo de perfeccionamiento.

5. La vocación pedagógica
Esta vocación pedagógica, que necesita ser perfeccionada y desarrollada, puede descomponerse en los siguientes elementos:

 1º)  Eros pedagógico: El amor generoso hacia el prójimo, la necesidad de ayudar a los seres humanos, es cualidad previa para ser un buen educador. La inclinación y amor hacia los niños supone la satisfacción de encontrarse entre ellos, de ser partícipe de su espontaneidad, de compartir sus alegrías, y el deseo de lograr el desarrollo de sus posibilidades formativas. Esta inclinación puede ser desarrollada si está latente, pero no se adquiere en forma puramente voluntaria; el hombre insensible jamás logrará ser buen educador.
Pero este amor por la infancia no implica debilidad ni indulgencia extrema. Dejar hacer, dejar que el niño haga lo que quiera y someterse a todos sus caprichos, no significa amar a los niños. El buen educador busca el bien discípulo, actual y futuro. El suyo es un amor previsor que hace que, cuando las necesidades lo exigen, actúe con severidad.
Por último, el amor hacia el educando es amor por todos los niños, al mismo tiempo que por cada uno de ellos individualmente. No se inclina exclusivamente a un ser determinado sino a todo el grupo escolar. Cada alumno ha de experimentar la sensación de sentirse protegido y amado por su maestro, pero con el sentimiento de que los demás escolares también son objeto de esa ternura.
 2º)  Aptitud de penetración psicológica: Para poseer esta condición de penetración psicológica en el alma del educando, esta aptitud para comprenderlo, para captar su manera de ser y de comportarse, necesita poseer permanentemente el educador un claro conocimiento de sí mismo y un sentido particular de autocrítica.
Sólo aquel que tiene una amplia capacidad de introspección puede comprender las reacciones espirituales de sus educandos. No se requiere para ello que el maestro sea un psicólogo. Basta con que posee esa aptitud especial para descender de nuestro círculo adulto a ese mundo inmaduro del niño para ponerse a su alcance, entender su lenguaje y captar su manera peculiar de sentir y de representarse las cosas del mundo objetivo.
 3º)  Tendencia hacia los valores que trata de realizar: El educador debe poseer una visión clara de la cultura y del momento histórico en que vive. La finalidad de la educación consiste en hacer ingresar a las jóvenes generaciones en el mundo objetivo de la cultura, en rodear al ser joven con un cúmulo de valores que constituyan el ideal de vida de la sociedad de la cual es miembro. Pero es preciso que la adhesión del maestro a tales normas y valores sea firme y absoluta. El educador ha de creer en el valor de la verdad, en la moralidad, en la justicia, en la bondad.
 4º)  Sentido de la misión: El buen educador debe ser consciente de la extraordinaria responsabilidad que recae sobre él tanto con respecto al niño que se le entrega, como con la familia y la sociedad que se lo confían, y con el Estado, cuyo progreso depende de las nuevas generaciones.

El educador debe sentir y ver con claridad estos imperativos, pero no puede exigirse de él una total perfección. Si así fuera, serían muy pocos aquellos a quienes se les podría encomendar esa misión. Basta que sea auténtico consigo mismo, que reconociendo sus errores y contradicciones, trate de subsanarlos.

6. Condiciones pedagógicas particulares
La vocación pedagógica no es suficiente para caracterizar a un buen educador. Se requieren algunas aptitudes y caracteres especiales de orden físico, moral e intelectual.
Desde el punto de vista físico, la salud, la resistencia, el vigor, el equilibrio del sistema nervioso y la integridad de los órganos sensoriales son requisitos fundamentales.
Desde el punto de vista intelectual, el buen maestro necesita poseer ciertas cualidades especiales: buen sentido, penetración psicológica, agilidad y flexibilidad mentales, orden, capacidad crítica, claridad de ideas, vivacidad de espíritu, objetividad, independencia intelectual, capacidad para la exposición didáctica. Estas aptitudes pueden adquirirse o perfeccionarse con la formación cultural y la preparación técnica.
Con respecto a las cualidades morales, la honestidad docente supone la decisión firme de mejorar continuamente su acción educativa, lo cual le llevará a perfeccionar su cultura general, a analizar constantemente sus soluciones prácticas y a estimular en sí mismo un creciente afán de mejoramiento de los recursos didácticos que pone en juego. La honestidad docente exige además un permanente autodominio. El educador debe tener la convicción de que es para el educando un ejemplo, un modelo de conducta.

7. Preparación profesional del educador
Es preciso que el educador esté en posesión de una cultura general que le permita comprender los problemas de la vida y del mundo, y adaptar su acción docente frente a ellos, alentando a sus discípulos a cooperar en la solución de los mismos.
La preparación pedagógica es la destinada a proporcionar aquellos conocimientos teóricos y normas prácticas necesarios para el ejercicio de la función docente.

8. Los tipos de educadores en la realidad
En la realidad educativa nos encontramos con determinadas estructuras especiales de maestros, las que no siempre están de acuerdo con las exigencias pedagógicas. Kerschensteiner señala cuatro tipos de maestros:
1 - Los maestros ansiosos imponen todos los pensamientos y formas de actuar, y no permiten ninguna iniciativa.
2 - Los maestros indolentes dejan al alumno en completa libertad, librado a su propio desarrollo. No aplican sanciones, ni se rigen por normas. Su influencia es negativa, porque estimula la pereza en sus alumnos. No obstante, cuando estos educadores poseen una estructura espiritual vigorosa, pueden influir favorablemente en aquellos niños, también fuertes y equilibrados, que necesitan precisamente de un método de estimulación que les deje amplia libertad para desarrollar y afirmar sus características personales.
3 - Los maestros moderados o ponderados ocupan un lugar intermedio entre los dos anteriores. Son los que saben armonizar la libertad y la autoridad, la autonomía y la heteronomía. No se apartan demasiado de las reglas pedagógicas consideradas como eficaces en su medio y, conscientes de su responsabilidad, tratan de rodear al niño con aquellos valores superiores del mundo de la cultura. A este tipo pertenecen los buenos maestros, sin dotes extraordinarias, pero conscientes, honestos y sinceros.
4 - Los maestros natos, o sea, aquellos que sintetizan en su personalidad, en forma armónica, las condiciones ideales que se han fijado para el educador. Tales maestros poseen tacto pedagógico, sensibilidad psíquica especial sobre el alma infantil, fuerza de voluntad y, sobre todo, amor hacia el niño en general y amor hacia los valores que desean ver realizados en su conciencia.
Estos diferentes tipos de educadores dan lugar, en la práctica educativa, a diferentes tipos de relaciones pedagógicas.

domingo, 13 de julio de 2014

La vida religiosa en los reinos cristianos

Menéndez Pidal calificó a España en uno de sus trabajos de "eslabón entre la Cristiandad y el Islam". Difícilmente puede encontrarse un enunciado más expresivo al analizar la vida del espíritu en la Península Ibérica entre los siglos XI y XIII. Es cierto que los reinos cristianos dominaban políticamente la escena. Pero en tierras hispánicas había una fructífera amalgama entre elementos espirituales, culturales y artísticos de la Cristiandad y del Islam, sin olvidar la aportación específica de los judíos. El Camino de Santiago unía a la Península con la cristiandad occidental, desde donde llegaban la reforma gregoriana, el románico y el gótico. Al-Andalus fue el puente por donde se introdujo en Europa el pensamiento griego y oriental.

Arquería del conjunto monumental de San Juan de Duero (Soria)
La Iglesia desempeñaba un papel fundamental en la vida de los reinos cristianos. Independientemente de sus funciones estrictamente espirituales desarrollaba otras muchas actividades, por ejemplo, el cuidado de los pobres y de los enfermos, fundando hospitales para su atención. La Iglesia dulcificó las rudas costumbres feudales, al conseguir la implantación de las treguas de Dios. Pero al mismo tiempo la Iglesia perseguía implacablemente a los herejes y lanzaba la excomunión a cuantos se salían del camino por ella trazado. En otro orden de cosas, la Iglesia, con su monopolio de la cultura, desempeñaba un importante papel ideológico, al servicio por supuesto de las estructuras sociales existentes.

1. El contacto con Europa: la reforma gregoriana y el Camino de Santiago
En tierras hispánicas persistían, desde el punto de vista religioso, muchos rasgos singulares con respecto a la cristiandad occidental, por ejemplo el rito mozárabe, o el casi total desconocimiento de la regla monástica benedictina. Pero desde el reinado de Sancho III de Navarra se intensificaron los contactos con Europa. Esto supuso, en el terreno religioso, primeramente la irrupción de la regla benedictina y más tarde, en tiempos de Alfonso VI de Castilla, la penetración del espíritu de la reforma gregoriana. Con ésta llegaron a la Península los monjes cluniacenses, pero también un elevado número de eclesiásticos de origen francés, hostiles en principio a las tradiciones de la iglesia hispana. Los reformistas lucharon tenazmente por acentuar el sentido jerárquico en el seno de la iglesia peninsular, pero también por reforzar la obediencia absoluta al papado y por eliminar el rito mozárabe, estableciendo en su lugar el rito romano, unificador de toda la Cristiandad en el aspecto litúrgico.
Uno de los elementos que más influyó en la acentuación de las relaciones con Europa fue el camino de peregrinos que terminaba en un lugar de Galicia en donde se hallaban los supuestos restos del apóstol Santiago. Gracias a las facilidades concedidas por los reyes navarros y castellano-leoneses, el Camino de Santiago estaba prácticamente organizado a finales del siglo XI.

Apóstol Santiago, en el Pórtico de la Gloria
Catedral de Santiago de Compostela
Aunque había numerosas desviaciones, la ruta principal se iniciaba en tierras hispanas en Roncesvalles, en Navarra, continuando por Pamplona, Estella, Logroño, Burgos, Sahagún, León, Astorga, Ponferrada, etc., hasta concluir en Santiago de Compostela. Gentes de toda condición social, desde reyes y grandes magnates hasta mendigos y vagabundos, acudieron a Santiago, lugar que rivalizaba con Roma como meta de peregrinación. Entre los peregrinos de la ruta jacobea se desarrolló un folklore y una simbología peculiares. Pero es evidente que el significado religioso del camino fue ampliamente desbordado, para convertirse al mismo tiempo en una importante vía de actividad económica y en ruta de penetración de los más variados elementos culturales y artísticos.

2. La renovación de los siglos XII y XIII: del Císter a las órdenes mendicantes
Los reinos cristianos de la Península no fueron ajenos a las profundas transformaciones que afectaron a la Iglesia en el siglo XII. El desarrollo del Derecho Canónico proporcionaba un instrumento jurídico de suma eficacia. Simultáneamente surgieron nuevas órdenes, que proclamaban la necesidad de abandonar la tradicional pompa benedictina y de intensificar el trabajo manual de los monjes. A tierras hispanas llegaron pronto los premostratenses y los cistercienses. Estos últimos fundaron numerosos monasterios, dependiendo de las casas madres francesas. Recordemos algunos de los más importantes monasterios del Císter: Sobrado en Galicia, Moreruela en León, Valbuena en Castilla, Fitero en Navarra, Veruela en Aragón y Poblet en Cataluña.La expansión de la Cristiandad y la ofensiva desencadenada contra el Islam a través de las Cruzadas, impulsaron el nacimiento de las órdenes militares. En ellas se conjugaba el espíritu religioso propio de una orden monástica con la específica actividad militar, orientada contra los infieles. Pronto se establecieron en tierras hispanas las órdenes surgidas en relación con los problemas de Tierra Santa. Pero a mediados del siglo XII se fundaron órdenes militares estrictamente hispánicas, que jugaron un papel trascendental en la lucha contra el Islam: Calatrava, Alcántara y Santiago.
En el siglo XIII, coincidiendo con el desarrollo de las ciudades y de la burguesía, así como con la aparición de corrientes heréticas que propugnaban la vuelta a la pobreza radical, nacieron las órdenes mendicantes. La orden de los dominicos era obra de un eclesiástico de origen castellano, Domingo de Guzmán. La presencia de los mendicantes en la Península es muy temprana. En 1223 los dominicos ya estaban establecidos en Barcelona y en Zaragoza, y antes de 1225 habían llegado los franciscanos a Barcelona y a otras ciudades de Cataluña.

domingo, 6 de julio de 2014

Acción de las comunidades educativas

1. La familia como comunidad educativa
La familia, que es el núcleo básico de la sociedad, constituye el núcleo originario y fundamental de la educación. Ella es el primer agente educador. Su importancia es decisiva, ya que el niño nace en el seno de la familia como una página en blanco desde el punto de vista sociocultural. Nunca su plasticidad volverá a ser igual.
Las formas y las características de la familia varían con los pueblos, las épocas y las culturas.
La familia constituye una comunidad duradera, pero no permanente, aunque sí mantiene una continuidad: cada nueva familia supone una fusión de herencias culturales, hábitos, actitudes, de las familias de las que proceden. Pero por otra parte, también constituye un cambio y una movilidad, muchísimo más acentuados en la época de crisis actual.



 Importancia de la familia como agente educador 
El hecho de que la familia sea el primer agente socializador y la institución más duradera, más completa e íntima con la que se relaciona el niño, explica su influencia decisiva y profunda en la formación de la personalidad, en la salud mental y en el equilibrio psicológico. Tan fuerte es la gravitación de la familia, que resulta dificilísimo a los demás agentes educadores transformar las modalidades que ella determina. Esta influencia se debe no sólo a los lazos de consanguinidad entre los hijos y sus padres, sino también a la durabilidad de la relación familiar.
En las agrupaciones humanas primitivas los niños no reciben otra educación que la de la familia, dada en forma espontánea. En los pueblos civilizados, con un sistema educativo metódico, la educación dada en la familia sigue teniendo una influencia decisiva. Los efectos de la educación familiar, tanto beneficiosos como nocivos, perduran y sobreviven a pesar de toda educación posterior. De hecho, cuando la familia no colabora con la acción de la escuela se resienta la educación del niño.
En general, la familia constituye una fuerza de conservación. Como comunidad educativa le incumbe ante todo la misión de transmitir a los jóvenes las formas de vida, los hábitos, tradiciones y normas morales de la sociedad de que forman parte, adaptarlos a esa sociedad y hacerlos partícipes de su experiencia.

 Limitaciones de la familia como agente educador 
La intervención de otros factores sociales y el reconocimiento de los derechos del niño por parte de la sociedad y del Estado, han limitado la acción familiar. Hoy la familia no cumple ya sus funciones en forma totalmente libre y autónoma. El Estado le impone ciertos deberes en relación con los cuidados físicos y la educación moral e intelectual.
El desarrollo de las funciones mentales, la adquisición de la cultura intelectual, de las aptitudes profesionales, o de las virtudes cívicas, por ejemplo, no son ya de su resorte exclusivo. La familia no puede ofrecer en la actualidad sino experiencias limitadas que no constituyen, por sí solas, una preparación adecuada para su integración verdadera en la vida social. Únicamente en los casos en que la familia se encuentre moral o materialmente incapacitada para cumplir sus deberes educativos, se justifica la intervención del Estado para restringir o eliminar sus atribuciones.

2. La comunidad como educadora
La vida contemporánea, con el extraordinario avance de la técnica y el desarrollo portentoso de los medios de comunicación, ha ido atenuando las diferencias entre las distintas comunidades que forman parte de una comunidad nacional.
No obstante, el niño que pertenece a las comunidades rurales está más en contacto con la naturaleza que el niño de ciudad, participa más en los trabajos de sus familiares; tiene menos estímulos culturales y experiencias, pero el conocimiento de su ambiente es más profundo.
La vida de las comunidades urbanas se ha desarrollado de forma extraordinaria en la época actual. Pero estas comunidades urbanas no presentan una estructura uniforme. A su vez, dentro de ellas existen diferentes barrios, zonas o distritos con peculiaridades propias.
El educador debe orientar su educación en relación con las condiciones particulares de cada comunidad. Tiene el deber de conocer el medio en que se desarrolla el alumno, de informarse acerca de los recursos, riquezas y características de la región y de las manifestaciones más importantes de la vida local: industria, comercio, servicios públicos, costumbres, folclore, tradiciones, etc.
Por encima de los límites locales surge una comunidad superior: la nación. La comunidad nacional abarca las comunidades regionales o locales que se encuentran dentro de sus límites. La nación posee un carácter espiritual formado por numerosos factores: idioma, costumbres, tradiciones, formas de vida, ideales, creencias, etc.
La comunidad nacional se presenta más alejada de la experiencia concreta del niño que la comunidad regional. Se percibe a través de sus símbolos, de sus instituciones y de sus representantes. Uno de los factores que mayor influencia ejerce en la formación del espíritu nacional es el idioma. La lengua es uno de los símbolos más representativos de la nación.
Toda comunidad puede ser considerada desde dos puntos de vista: real e ideal. Desde el punto de vista real, es la comunidad tal como los miembros que la integran la ven. Desde el punto de vista ideal, tal como aspira a que sea.
El individuo ha de ser educado para adaptarse a la comunidad real y convertirse en miembro consciente y útil de la misma; pero al mismo tiempo ha de ser educado para aspirar al progreso y perfeccionamiento de esa comunidad.
La acción educadora de la comunidad es espontánea, asistemática, pero constituye, junto con la de la familia, la base de toda la educación sistemática. La comunidad forma al individuo según sus normas y ordenaciones, de acuerdo con sus costumbres, sus ideales y sus formas de proceder y actuar.
Toda agrupación humana, para continuar existiendo y para renovarse indefinidamente, necesita transmitir su tesoro cultural a los seres jóvenes y formarlos según sus normas y costumbres.
Cuando una comunidad es incapaz de propagar su sustancia espiritual, deja de existir, desaparece.

3. Las instituciones sociales y la educación
Dentro de la sociedad encontramos diversas instituciones de carácter local, nacional e internacional (la Iglesia, asociaciones profesionales, partidos políticos, gremios, sociedades deportivas, círculos culturales) que, conjuntamente con los demás agentes educadores, influyen en el desenvolvimiento espiritual de los individuos que forman parte de ella. La acción educativa de todas estas instituciones es consciente, planeada, premeditada, con fines determinados previamente.

4. El Estado como agente educativo
El Estado es la organización política y jurídica de la sociedad. Para determinar el orden jurídico y su existencia misma, el Estado necesita la colaboración y la solidaridad de los miembros que lo componen.
La función educadora del Estado no deriva únicamente de su necesidad de autoconservación; también surge como natural consecuencia de su deber de asegurar el bienestar general de los habitantes y el engrandecimiento de la nación.
Ahora bien, ¿en qué medida debe el Estado intervenir en la educación? La acción educativa del Estado se lleva a cabo mediante una política educacional y da origen a la educación pública. Ésta no es otra cosa que la educación creada, organizada, sostenida o subvencionada por las autoridades oficiales.
Con la Revolución Francesa comenzó el proceso de nacionalización de la educación pública dirigida a todas las clases sociales y concebida como una derecho del ciudadano. El siglo XX acentuó este proceso de nacionalización de la educación pública surgiendo los grandes sistemas nacionales de educación. Así, característica de la época actual es la democratización de la educación pública, con igualdad de oportunidades para todos.
La transformación socioeconómica de nuestros tiempos ha dado lugar, en numerosos países, a un extraordinario acrecentamiento de la educación sistemática privada, que el Estado inspecciona, controla o supervisa de diversas maneras, según los principios de su política educacional.

sábado, 5 de julio de 2014

Grecia: civilización del ocio

Grecia, y en particular Atenas, representa para nosotros el mejor ejemplo de la civilización del ocio. Un ocio inteligente y creativo, en el cual el ciudadano se dedicaba a los asuntos de la ciudad, a estar con sus amigos y a fortalecer el cuerpo mediante ejercicios gimnásticos.

1. Los Juegos
Una de las manifestaciones más conocida de esa cultura del ocio fueron los Juegos, que conseguirían algo que no habían logrado ni la religión ni la política: armonía entre los ciudadanos griegos. Para poder celebrar los Juegos en Grecia, los gobernantes, si era necesario, decretaban una tregua sagrada de tres meses, que era justamente el tiempo que duraba la competición.
Los griegos iban a Olimpia, a Delfos o a Corinto, no para honrar a los dioses -porque eso podían hacerlo en cualquier otro lugar-, sino para ver los combates de los mejores atletas. Alejandro Magno decía que Olimpia era la capital del mundo griego.
Los Juegos atléticos eran, sin duda, la auténtica religión de los griegos, quienes rendían culto a la salud, a la belleza y a la fuerza. Decía el poeta Simónides: "Tener salud es lo primero para el hombre. Lo segundo, estar en buena forma física. Lo tercero, tener dinero ganado sin fraude. Y, por último, disfrutar de su juventud rodeado de amigos".
Las referencias a la fuerza física son constantes en la literatura griega. Ya Homero cantaba en la Odisea: "Nada hay más glorioso para el hombre que lo que él conquista con sus propias manos".
La causa de tal insistencia en lo corporal debemos buscarla, naturalmente, en el carácter de esa sociedad guerrera y aristocrática. El ideal del ciudadano ateniense era estar siempre preparado para enfrentarse a cualquier ataque; para ello era necesario estar en buena forma.
Los Juegos en Grecia fueron, en un principio, locales. Después se organizaron pequeñas competiciones entre distintas localidades, hasta que finalmente se celebraron los Primeros Juegos Panhelénicos (de todos los griegos), en la histórica fecha de 776 a.C., que debemos recordar como el año en que se inauguró la primera Olimpiada, y como la primera fecha cierta de la historia de Grecia.
Los Juegos en un principio no eran una competición. Su origen tiene que ver con los juegos funerarios celebrados en honor del difunto; es decir, eran ceremonias deportivas que formaban parte de unos actos ofrecidos en los funerales. La leyenda atribuye su origen al héroe mítico Heracles.

2. El ciclo de los Juegos
Aunque los más conocidos para nosotros son los Olímpicos, en Grecia hubo cuatro clases de Juegos:
- Los Ístmicos. Se celebraban en Corinto, cada cuatro años, durante el verano y en honor del dios Poseidón. Constaban de pruebas atléticas, hípicas, musicales y náuticas.
- Los Nemeos. Se celebraron por vez primera en la inauguración del templo de Zeus en Nemea. Conmemoran la victoria de Heracles sobre el león de Nemea. Los Juegos Nemeos se celebraban en verano y enfrentaban a los atletas en pruebas hípicas, atléticas y artísticas.
- Los Píticos. Se celebraban en Delfos en honor del dios Apolo, quien los había fundado para conmemorar su victoria sobre la serpiente Pitón. Al principio consistían solamente en pruebas musicales -Apolo es el dios del canto y de la música-, pero más tarde incluyeron también pruebas atléticas e hípicas.
- Los Olímpicos. Se celebraban cada cuatro años en el santuario de Olimpia, en honor a Zeus.
El conjunto de estos cuatro Juegos se llamaba "período" o "ciclo". Se llevaban a cabo cada cuatro años, y duraban cinco días. La mayor ambición de un atleta griego era ganar la corona de laurel, símbolo de la victoria, en todos ellos.
La palabra atleta es griega, y significa "luchador". Era una de las palabras más sagradas para los griegos, porque comprendía las cualidades que mayor importancia tenían para un hombre: salud, vigor y fuerza. Grecia alcanzó fama por su arte, su literatura y su filosofía, pero también por la fuerza de sus guerreros. Como ocurre hoy, sobre todo en los países ricos, el culto al cuerpo convierte el deporte en una manifestación de poder. En este tipo de países tienen la misma importancia los científicos que los deportistas, pero con una diferencia de tipo económico: los deportistas son elevados a la categoría de mitos, porque a la admiración que despiertan entre la gente se añade su altísima cotización económica. Por el contrario, el atleta griego luchaba exclusivamente por el honor y la gloria: "¡Dioses del Olimpo!, ¿qué clase de hombres son esos, que luchan unos contra otros no por dinero, sino por honor?", exclamó en una ocasión un soldado persa.
Grecia veía en los Juegos una forma de estimular las habilidades de sus ciudadanos. Las competiciones en público eran una excelente ocasión para que, por un lado, los griegos demostrasen lo que eran capaces de hacer, y, por otro, para refinar el gusto del público, que cada vez se acostumbraba a ver mejores representaciones. En este sentido, los Juegos tuvieron una enorme influencia en el arte y en la literatura. Incluso se fechaban los años por el nombre del atleta vencedor en ellas, igual que en Roma se fecharían los años por el nombre de los cónsules.
El ideal griego de perfección cultural se manifiesta también en las esculturas de la época clásica de Atenas, cuyas obras muestran un buen conocimiento de la anatomía humana.
Por último, cabe mencionar los Juegos Panatenaicos, en honor de la diosa Atenea, que da nombre a la ciudad de Atenas. Consistían en una combinación de pruebas deportivas y celebraciones religiosas.

3. Pruebas de los Juegos Olímpicos
Las cinco pruebas más importantes en los Juegos Olímpicos formaban el llamado pentathlon, palabra griega que significa "cinco luchas", que incluían: carrera, lanzamiento de disco, lanzamiento de jabalina, salto y lucha. Para pasar a la siguiente fase, era necesario ganar tres de esas cinco pruebas.
La fase siguiente era el pancracio, que significa "juego de poder". El pancracio era una combinación entre boxeo y lucha. Excepto morder y meter el dedo en el ojo del contrario, valía todo en esta prueba, incluso golpear en el estómago. De hecho, parece que los más famosos atletas ganaron a base de romperles los dedos a sus oponentes.
Otras pruebas era el estadio, o "carrera de velocidad", y el hipódromo, o "carrera de caballos".
Una vez terminadas las pruebas, un comité entregaba los premios a los ganadores: una banda y una corono de olivo ceñida alrededor de la cabeza.
Tal era el prestigio de los Juegos Olímpicos, que los atletas esperaban todo el año para conseguir la mayor distinción que podían obtener en su vida. Otra forma de premiar al vencedor era librarle de pagar impuestos.
Más adelante, el olimpismo se profesionalizó. Ya no eran ramas de laurel y honores lo que buscaban los atletas, sino dinero. Esta contaminación del espíritu original de los Juegos los llevó a su decadencia, hasta que finalmente fueron prohibidos en el siglo IV d.C., por orden del emperador cristiano Teodosio, quien los consideraba inmorales.

4. Participantes en los Juegos
Podían participar en los Juegos solamente aquellos varones que fuesen griegos, libres y nacidos de matrimonio legítimo. Un jurado los seleccionaba, tras lo que empezaban un entrenamiento de diez meses bajo la supervisión de un profesional llamado pedotriba. Cuando llegaban a Olimpia, los atletas eran examinados por los componentes del Consejo Olímpico, ante los cuales juraban cumplir todas las reglas. Faltar a ese juramente era un deshonor que se castigaba severamente.
Las mujeres no podían participar en los Juegos Olímpicos. En su lugar, celebraban los Juegos Héreos, llamados así en honor de la diosa Hera. Las atletas vestían una túnica, y obtenían como premio una corona de olivo y un trozo de la vaca sacrificada en honor a la diosa. Estos Juegos estaban organizados por un comité de dieciséis mujeres.


5. Los Juegos en la actualidad
Desde los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en 1896. Barcelona'92 ha sido la única vez que se ha celebrado este acontecimiento deportivo y cultural en España.
Debemos mencionar a su vez la importancia que actualmente tienen los Juegos Paralímpicos. Después de la Segunda Guerra Mundial, y debido al gran número de heridos y discapacitados que ocasionó el conflicto, se comenzó a utilizar el deporte como terapia y rehabilitación. La culminación de esta nueva sensibilidad tuvo su éxito en la celebración de los primeros Juegos Paralímpicos, desarrollados en Roma en 1960.