lunes, 29 de julio de 2013

Platón

PLATÓN (427-347 a.C.)
Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles,
ejerció una profunda influencia en el
pensamiento occidental, hasta el punto de que
puede ser considerado como uno de los más
importantes filósofos de todas las épocas.
Platón nació en Atenas, en el seno de una familia perteneciente a la oligarquía. En sus comienzos fue discípulo del heracliteano Crátilo, quien le enseñó la teoría del eterno fluir de todas las cosas; pero a los 21 años entró a formar parte del círculo de Sócrates, produciéndose, en consecuencia, un profundo cambio en sus orientaciones filosóficas. En 399 murió Sócrates, y Platón, temiendo la predisposición de los atenienses contra los discípulos de aquél, se refugió en Megara durante un corto período y, probablemente, en esta ciudad comenzó a escribir sus diálogos filosóficos.
Posteriormente, durante diez años viajó por Egipto y otros lugares del norte de África e Italia; en la Magna Grecia trabó amistad con el pitagórico Arquitas de Tarento y conoció las ideas de los eléatas seguidores de Parménides; en Sicilia intentó influir en la política del tirano Dionisio I, estratega de Siracusa; pero éste, molesto por sus ingerencias y sus críticas, le hizo vender como esclavo.
De esta penosa situación, salió gracias a la intervención de un rico personaje, Aníceris de Círene, quien habiéndole reconocido, le compró y le devolvió la libertad. Se cuenta que, una vez vuelto a Atenas, Platón intentó reintegrar el dinero de su rescate; pero Aníceris rehusó aceptar el dinero y con este importe nuestro filósofo compró una finca en las afueras de Atenas, en un lugar próximo a la estatua del héroe Academos, fundando allí un centro dedicado a la actividad filosófica y cultural, la Academia, en donde impartió las enseñanzas durante el resto de su vida.
Sus discípulos y otros escritores contemporáneos recopilaron abundantes noticias y documentos sobre su vida y su obra, pero casi todos ellos se han perdido, de tal manera que, en la actualidad, sus propios escritos (diálogos y cartas) junto con algunos testimonios de Aristóteles y Diógenes Laercio son la fuente principal que poseemos para conocer sus actividades y su pensamiento.

1. La Guerra del Peloponeso
Las dos ciudades principales de la Grecia clásica fueron Atenas y Esparta. Atenas, capital del Ática, fue el principal foco de las ciencias y las artes. Esparta, por el contrario, destacó por la sobriedad de su carácter, su disciplina y su organización militar.
Como consecuencia del triunfo de los griegos en las Guerras Médicas, Atenas adquirió la hegemonía económica, cultural y política de la Hélade; las instituciones atenienses, bajo la dirección política de Pericles, fueron imitadas por el resto de las polis, el comercio marítimo floreció entre la multitud de colonias distribuidas por los diferentes lugares del Mediterráneo y una época de paz y prosperidad se extendió desde el año 446 hasta el 431 a.C.

Pero a partir del año citado, por una parte, los recelos y rivalidades surgidos entre varias ciudades asociadas con Atenas y, por otra, la pugna interna entre las tendencias democráticas y oligárquicas en muchas de ellas dieron origen a las Guerras del Peloponeso. Las distintas ciudades griegas, agrupadas en torno a Atenas y Esparta, se enfrentaron entre sí en una guerra confusa, de la que finalmente Esparta resultó vencedora tras derrotar a los atenienses en la batalla de Egospótamos (año 404 a.C.). Tras esta batalla, la hegemonía de Atenas fue sustituida por la de Esparta, que, apoyándose en su alianza con Persia, procuró anular las inclinaciones democráticas y favorecer las oligarquías, imponiendo en Atenas el régimen de los Treinta Tiranos.

La guerra del Peloponeso fue esencialmente una lucha entre Atenas y Esparta. Tucídides nos ha dejado la historia en su mayor parte y esta obra inmortal constituye la ganancia absoluta que la humanidad ha obtenido de aquella lucha. Atenas se dejó arrastrar a las descabelladas empresas de Alcibíades, y, muy debilitada por ellas, sucumbió a los espartanos... Atenas no fue vencida por la virtud de Esparta, sino porque ésta cometió una vil traición; insegura de triunfar por sí misma, provocó la intervención extranjera en el litigio griego, haciéndose apoyar por el rey de Persia. Por segunda vez Esparta obró vil y traidoramente contra Grecia aboliendo la constitución democrática en los Estados con la introducción de un poder oligárquico. También en Atenas impuso Esparta la oligarquía por algún tiempo. Las facciones que deseaban la oligarquía, y a las cuales los espartanos dieron la preponderancia, no eran en Atenas bastante fuertes para sostenerse por sí mismas y necesitaron el apoyo de Esparta. Ésta se halló, pues, a la cabeza de Grecia; pero para ella las ciudades no fueron aliadas, como para Grecia antaño, sino sometidas.
Hegel, G.W.: Lecciones sobre la Filosofía de la Historia universal

Pero esta situación no logró establecer una paz duradera, pronto surgieron nuevos conflictos y hacia el año 371 a.C. (batalla de Leuctra) el dominio de Esparta fue sustituido por el de Tebas, y éste duró hasta finales de los años sesenta de aquel siglo.
Las continuas guerras llevaron al empobrecimiento de la Hélade y particularmente de Atenas, en donde la situación interna llegó a ser muy inestable y los problemas sociales y políticos contribuyeron a la pérdida de vigor de las instituciones, al empobrecimiento del démos y al desarrollo de tendencias individualistas, que en un plazo muy breve supusieron la desaparición de la pólis y el surgimiento del Imperio de Macedonia.
Macedonia, una región al norte de Grecia, no perteneciente a la comunidad helénica y, por tanto, bárbara, fue cobrando paulatinamente pujanza, hasta que en la segunda mitad del siglo IV a.C., se convirtió en gran potencia. Su rey, Filipo II, organizó un gran ejército y, aprovechándose de la débil organización militar y de las rivalidades entre las diferentes pólis, fue dejando sentir su influencia en todo el territorio helénico, hasta que, finalmente, en el año 338 a.C., tras la batalla de Queronea, se hizo dueño de toda Grecia y, de este modo, el régimen de la ciudad-estado desapareció para siempre.

2. La muerte de Sócrates



Quizá creéis, atenienses, que yo he sido condenado por faltarme las palabras adecuadas para haberos convencido, si yo hubiera creído que era preciso hacer y decir todo, con tal de evitar la condena. Está muy lejos de ser así. Pues bien, he sido condenado, ciertamente, no por falta de palabras, sino de osadías y desvergüenza y por no querer deciros lo que os habría sido más agradable oír: lamentarme, llorar o hacer y decir otras muchas cosas indignas de mí y que vosotros tenéis costumbre de oír a otros. Pero ni antes creí que era necesario hacer nada innoble por causa del peligro, ni ahora me arrepiento de haberme defendido así, sino que prefiero con mucho morir habiéndome defendido de este modo a vivir habiéndolo hecho de ese otro modo. En efecto, ni ante la justicia ni en la guerra, ni yo ni ningún otro deben maquinar cómo evitar la muerte a cualquier precio. Por cierto que muchas veces en las batallas se hace evidente que podría uno escapar a la muerte deponiendo las armas y recurriendo a suplicar a los perseguidores, y existen otros recursos en cada clase de peligros para evitar la muerte si uno se resigna a hacer y decir lo que sea. Y mucho me temo, atenienses, que lo difícil no sea rehuir a la muerte, sino que resulta mucho más difícil escapar a la maldad, que es cosa que corre más ligera que la muerte.
Platón, Apología de Sócrates

La muerte de Sócrates influyó de modo decisivo, casi traumático, en la vida y en la obra de Platón. Sócrates, todo un dechado de virtudes, prototipo de persona justa y virtuosa, fue condenado a muerte y dicha pena se cumplió; esta condena no fue fruto del capricho de un tirano, ni de la conspiración urdida por una oligarquía enemiga, sino que el filósofo fue sometido a un juicio en el que la culpabilidad y la sentencia fueron decididas por un jurado compuesto por 500 conciudadanos suyos, elegidos de forma aleatoria. El propio Platón, presente en dicho juicio, pudo comprobar que se cumplieron todos los requisitos legales de acuerdo con las normas de Atenas, esto es, en consonancia con las leyes que tanto él mismo como el propio Sócrates consideraban justas. Y sin embargo, a sus ojos esta condena era injusta, tremendamente injusta.
¿Cómo podían acontecer tales sentencias? Parece imposible encontrar una respuesta satisfactoria.

Sócrates fue condenado por 281 votos más de los que le absolvían; y estando deliberando los jueces sobre si era más justo quitarle la vida o imponerle una multa, Platón dijo que daría 25 dracmas. Eubilides dice que prometió 100. Pero viendo desacordes y alborotadores a los jueces dijo Sócrates "yo juzgo que debo ser condenado por mis operaciones a la pena de a que se me mantenga del erario público en el Pritaneo". Oído esto, se agregaron 80 votos a los primeros y lo condenaron a muerte. Prendiéronlo luego y no muchos días después bebió la cicuta, una vez que acabó un sabio y elocuente discurso que presenta Platón en su Fedón.
...Éste fue el fin de Sócrates, pero los atenienses se arrepintieron de tal modo que cerraron las palestras y los gimnasios. Desterraron a algunos de los jueces y sentenciaron a muerte a Melito. Honraron a Sócrates con una estatua de bronce que hizo Lisipo y la colocaron en el Pompeyo. Los de Heraclea echaron de la ciudad a Anito en el mismo día que llegó.
Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos

Platón, tanto por su ascendencia familiar como por su propia vocación, estaba destinado a participar en las magistraturas públicas y en el gobierno de Atenas, pero la muerte de Sócrates le hizo cambiar el rumbo de su vida y, alejándose de toda actividad pública, se retiró a filosofar. No pretendía abandonar definitivamente la política, sino sólo provisionalmente, mientras meditaba, ponía en claro sus ideas, y averiguaba qué era el bien y qué el mal, qué era la virtud, cómo debe ser la justicia, qué organización debe adoptar la ciudad, quiénes deben dirigir los asuntos públicos, etc.
Se trataba, pues, de reflexionar sobre asuntos políticos; solamente cuando encontrase respuestas satisfactorias a estos problemas trataría de volver a la política activa, sólo cuando sus ideas políticas fueran suficientemente claras, intentaría intervenir en los asuntos públicos. Pretendía, pues, averiguar primero qué se debe hacer, para, en segundo lugar, poder llevarlo a cabo de manera correcta.
En este sentido, la obra de Platón puede ser considerada como una profunda meditación sobre cuestiones políticas, dos de sus obras más notables llevan por título La República y Leyes, y numerosos nombres de políticos y de personajes públicos aparecen en sus textos, de tal modo que podemos afirmar que las consideraciones ontológicas y epistemológicas, en último término, parecen orientadas a fundamentar las concepciones políticas, los ideales políticos, es decir, el hallazgo de una forma ideal de gobierno.

3. El diálogo como forma de filosofar

SÓCRATES. - Porque es muy impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo pasa con las palabras. Podrías llegar a creer como si lo que dicen fueran pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa; pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquéllos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no...
FEDRO. -Muy exacto es todo lo que has dicho.
SÓCRATES. -Entonces ¿qué? ¿Podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso, hermano legítimo de éste y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuerte se desarrolla?
FEDRO. -¿A cuál te refieres y cómo dices que nace?
SÓCRATES. -Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma de que aprende; capaz de defenderse a sí mismo y sabiendo con quién hablar y ante quiénes callarse.
FEDRO. -¿Te refieres a ese discurso lleno de vida y de alma que tiene el que sabe y del que el escrito se podría decir que es el reflejo?
Platón, Fedro

Platón, siguiendo a su maestro Sócrates, expresó sus pensamientos mediante el diálogo, pues opinaba que mientras los escritos y los discursos no nos permiten esclarecer las dudas y las aporías (dificultades) que en ellos se contienen, el diálogo, por el contrario, es una forma viva de filosofar que reproduce el dramatismo y el vigor de la dialéctica; el diálogo, mediante preguntas y respuestas, aclaraciones y refutaciones, matizando ciertas opiniones y rechazando otras, va conduciendo la investigación hasta el descubrimiento de la verdad; el diálogo, pues, constituye una especie de certamen intelectual que por medio de la discusión en común pone de manifiesto el esfuerzo lento y fatigoso del proceso científico.
En general, la mayoría de los diálogos comienzan enfocando una cuestión, un determinado tema o asunto; a continuación, se desarrolla un proceso negativo o refutación, mediante el cual se rechazan las opiniones falsas, esto es, se eliminan los errores y, por último, tiene lugar el proceso mayéutico, que se dirige al descubrimiento de la verdad.
Casi todos los personajes que Platón hace intervenir en sus diálogos son reales, aunque frecuentemente se recurre a situaciones anacrónicas al colocar unos en relación con otros, es decir, a muchos interlocutores se les sitúa en tiempos distintos a los que en realidad existieron. El protagonista principal es Sócrates, que, mediante una ingenuidad fingida (ironía socrática), va refutando las posiciones de sus interlocutores, frecuentemente de los sofistas, los "profesionales" de la enseñanza, que, a los ojos de Platón, no hacen sino confundir a la juventud con sus sofismas.
En la actualidad, se atribuyen a Platón 42 diálogos; pero, por una parte, este número es dudoso y, por otra, resulta muy difícil establecer la secuencia cronológica correcta entre ellos; de manera general, siguiendo a los tratadistas principales, podemos diferenciar cuatro períodos, a saber:

a) Primeros diálogos o diálogos socráticos. En ellos se contienen de modo predominante preocupaciones éticas, entre éstos destacan Apología de Sócrates, Critón, Protágoras, Cármides y Eutrifón.
b) Época de transición. Primeros diálogos de la Academia; continúan las cuestiones éticas, pero cobran también intensidad los problemas políticos, así como los temas relacionados con la preexistencia e inmortalidad del alma humana. Podemos considerar como los más importantes de este período Gorgias, Menón, Crátilo, Menéxeno...
c) Época de madurez o diálogos doctrinales. En éstos formuló la doctrina de las ideas como fundamento de las teorías éticas y políticas; destacan El banquete, Fedón, La República y Fedro.
d) Diálogos de vejez o diálogos críticos. En ellos Platón sometió a revisión sus propias ideas anteriores; podemos señalar como los más importantes Teeteto, Parménides, Sofista, Político, Filebo, Timeo y Leyes.

Como antiguamente en la tragedia había sólo el coro, después Tepsis introdujo un actor; luego Esquilo la dio dos actores, Sófocles tres y de esta forma se fue perfeccionando la tragedia; así también la Filosofía versaba solamente sobre una parte, que es la física; después Sócrates añadió la moral y, últimamente, Platón inventó la Dialéctica.
Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos

lunes, 22 de julio de 2013

Los contrastes térmicos de la Península Ibérica

La Península, en un medio mediterráneo, presenta elevadas temperaturas. Tan sólo en la vertiente cantábrica y atlántica las temperaturas son suaves. El número de horas de sol es muy alto. Casi toda la Península goza de más de 2.000 horas anuales. No obstante existen bajas temperaturas en el invierno en el interior. El hecho fundamental a destacar son los fuertes contrastes térmicos anuales y de unos años a otros.


Cielos despejados y altas temperaturas en la localidad sevillana de Carmona.

1. Factores determinantes de las temperaturas
La diversidad de situaciones térmicas que se producen en el invierno y verano en la Península se explican por varios factores. La dinámica atmosférica juega un papel importante pero no es el único. Las bajas temperaturas del invierno (situaciones anticiclónicas) o las elevadas del verano (influencia de las masas tropicales) son debidas a las masas que afectan a la Península. Explica también las más elevadas temperaturas de enero en el sur, al encontrarse libre de las masas anticiclónicas, y en cierta manera los veranos más frescos del litoral cantábrico y de Castilla-León, al introducir colas de frentes fríos. Pero no explica toda la variedad de temperaturas de las estaciones.
La latitud desempeña un papel importante. Las temperaturas medias aumentan de norte a sur, de tal manera que las diferencias entre ambos litorales son de unos 4º en las medias de enero y de unos 6º en las de julio. El que la Península se encuentre entre mares de características distintas determina que a la misma latitud sean más elevadas las temperaturas levantinas que las occidentales (10º, Lisboa; 12,4º, cabo de La Nao, en Alicante); ambos mares suavizan las temperaturas del invierno, pero el Mediterráneo no refresca las del verano. La existencia de una Iberia interior alta influye decisivamente en las temperaturas: refuerza las heladas del invierno y disminuye las estivales, sobre todo en Castilla-León. E igualmente influye la continentalidad que explica las diferencias entre el litoral y el interior bajo las mismas situaciones climáticas.

Temperaturas medias de enero
Temperaturas medias de julio
2. El dominio de inviernos templados y veranos frescos
Corresponde a las costas cantábrica y atlántica. Las temperaturas medias del mes de enero oscilan entre los 8º y 10º (Gijón 9º; Vigo 9,3º; Coimbra 10,2º) y las de agosto entre 17º y 20º (Gijón 18,7º; Oporto 19,6º). Existen heladas que hacen descender el termómetro varios grados por debajo de cero, pero son poco intensas y frecuentes, y lo mismo podemos decir de las altas temperaturas de verano. La influencia dulcificadora del océano en ambas estaciones, y el paso de frentes fríos en verano, explican la moderación de las temperaturas.

3. El dominio de inviernos fríos y veranos cálidos
Se extiende por las dos Castillas y el valle del Ebro. La característica que le singulariza son los largos y fríos inviernos, sobre todo en Castilla-León. Las temperaturas medias de enero oscilan entre 2º y 6º (en Castilla, de 2º a 4º), las medias mínimas descienden a -11º ó -12º, y las absolutas a -17º y -18º. Los veranos son relativamente frescos en Castilla (20º-21º en agosto) y más calurosos en la submeseta meridional y valle del Ebro (22º-26º); las temperaturas máximas rozan los 40º. Estas condiciones se explican por la influencia de las masas frías en el invierno y por efecto del anticiclón de las Azores en verano; pero fundamentalmente por los efectos de altitud y continentalidad del dominio.

4. El dominio de inviernos templados y veranos cálidos
Comprende Andalucía, el litoral levantino y Extremadura. En este conjunto el paso del Frente Polar en invierno (borrascas suratlánticas) y la ausencia de masas frías, junto con los factores de meridionalidad e influencia dulcificadora del Mediterráneo en el Levante, explican la suavidad de los inviernos: las temperaturas medias de enero oscilan entre 8º y 11º (12º a 14º en la Costa del Sol), las heladas son casi inexistentes y poco acentuadas, las nevadas casi desconocidas. La costa mediterránea andaluza tiene siempre valores positivos que permiten el cultivo de la caña de azúcar, chirimoyas, aguacates.
Los veranos, por el contrario, son muy calurosos. Es necesario distinguir entre la Bética, más continentalizada, y el litoral andaluz y levantino. En la primera, las medias de agosto son del orden de los 26º-28º, las máximas alcanzan valores de 40º-46º y las máximas absolutas por encima de los 50º. Tales temperaturas se explican por la influencia de las masas tropicales marinas y continentales y por los efectos de latitud y continentalidad; el mar Mediterráneo, muy cálido, apenas refresca el litoral.
En conjunto, en la Península existe un dominio (costas septentrionales y atlánticas) en el que los contrastes térmicos anuales son poco acusados (menos de 10º); otro que corresponde al litoral andaluz y levantino, más acusado su contraste (10º-15º) y un conjunto continental de fuertes oscilaciones, superiores a 15º, representado por la Iberia interior y la Andalucía continentalizada.

lunes, 15 de julio de 2013

El arte griego

Las características principales del arte griego son la armonía, la proporción y la belleza.

1. La arquitectura
La arquitectura es adintelada (los arcos, en su parte interna, tienen forma de línea recta) y utiliza como elemento sustentante la columna. Los sillares (bloques de piedra empleados en la construcción) son muy homogéneos, y el material utilizado es el mármol blanco, que luego se pintaba, aunque los colores se han perdido.
Los edificios principales son los templos. El estilo de un edificio viene dado por el tipo de columnas; así, tenemos el estilo dórico, el jónico y el corintio.
Los templos más famosos están en la Acrópolis de Atenas y son el Partenón, el Erecteion y el templo de Atenea Niké (Atenea victoriosa).
Los griegos también construyeron tumbas o sepulcros lujosos (mausoleo de Halicarnaso), teatros donde se hacían representaciones, estadios donde se celebraban carreras de carros y ejercicios gimnásticos, hipódromos para las carreras de caballos, gimnasios (lugares donde se realizaban ejercicios físicos) y palestras (escuelas de lucha) con baños, calles con columnatas y soportales destinados al paseo de los ciudadanos, puertas de ciudades, etc.
Realizaron, además, importantes obras urbanísticas (barrios) y numerosas obras públicas, como canalizaciones de aguas, entre otras.


El Partenón
Esta obra maestra fue mandada construir, entre 447 y 432 a.C.,
por Pericles en honor de la diosa Atenea.
2. La escultura
La escultura griega tiene como protagonista al ser humano, representado con cierta dosis de idealismo. La belleza, la proporción y el movimiento son sus principales características.

Época arcaica
Las figuras, hechas de piedra caliza, se caracterizan por su rigidez. Todas ellas presentan unos rostros con ojos muy grandes y con una forzada expresión de la boca (sonrisa arcaica). Los peinados tenían motivos geométricos.
Los kuroi (estatuas de muchachos de la época arcaica) son bellos ejemplos de la escultura griega.


Kuros de Anavyssos o de Creso
Encontrado en Anavyssos (Ática, Grecia) sobre la tumba de un joven guerreo caído llamado Creso. Está fechada en torno al 540 - 515 a.C. No se sabe si los kuroi son una representación de la persona específica que conmemora o son representaciones arquetípicas y simbólicas del ideal guerrero masculino. Se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Época clásica
El Doríforo de Policleto

Representa el cuerpo humano con toda su belleza y perfección, por lo general desnudo (las esculturas femeninas se llaman venus); se pretende dotas a las figuras de movimiento y expresividad. Los materiales más utilizados eran el bronce y el mármol. Los principales escultores del siglo V a.C. fueron Mirón, Fidias y Policleto, y los del IV a.C., Lisipo, Escopas y Praxíteles.
El Doríforo de Policleto es una de las obras más reconocidas. Muestra a un joven en actitud de marcha llevando originalmente una lanza sobre el hombro. Tiene una leve sonrisa y la cabeza está girada levemente. Aunque está realizada para verla de frente, no tiene la simetría de las esculturas de épocas anteriores. No obstante, mantiene rasgos de la época arcaica, fundamentalmente en las líneas de la cintura  y caderas, excesivamente marcadas, y en los músculos planos del pecho. El original se realizó en bronce, entre los años 45o y 445 a.C., y se han conservado diversas copias de época romana en mármol.

Época helenística
Frente a las posturas serenas y los rostros tranquilos de la época clásica, las obras de este periodo pretenden mostrar los sentimientos, el esfuerzo, el dolor y la deformidad, así como escenas de la vida cotidiana. La representación de la figura humana en su juventud es sustituida por la de niños, viejos o animales, todos ellos en posturas forzadas, trágicas o majestuosas. Obras cumbre de esta época son, entre otras, la Victoria de Samotracia y Laocoonte y sus hijos.


Laocoonte y sus hijos (siglo II o siglo I a.C.)
Museos Vaticanos de Roma
3. Otras manifestaciones artísticas
De la pintura griega tenemos escasas muestras; en cambio, de la cerámica, que alcanzó un gran desarrollo artístico, han llegado hasta nosotros miles de piezas, decoradas con figuras negras y rojas. Gracias a las escenas dibujadas en las vasijas, hemos obtenido valiosa información para conocer la vida y costumbres de los griegos.

jueves, 11 de julio de 2013

Vida material y espiritual de los núcleos cristianos

Frente al mundo musulmán español, con una economía floreciente, ciudades prósperas y una cultura refinada, los pequeños núcleos cristianos del norte ofrecían un panorama francamente pobre. La economía era precaria, la cultura de un nivel muy bajo y las manifestaciones artísticas rústicas y elementales.

1. Economía, sociedad e instituciones políticas de la España cristiana
En la España cristiana, durante los siglos VIII al X, desde Galicia hasta Cataluña, predominó una economía de base agraria y de carácter prácticamente autárquico. El comercio se limitaba a lo indispensable, efectuándose muchas veces a base de trueque por la escasez de moneda. Ciudades apenas existían, si exceptuamos a León, Pamplona y Barcelona.
La sociedad evolucionaba hacia una estructura típicamente feudal, con dos clases bien diferenciadas, los nobles y los campesinos. No obstante, la sociedad de los núcleos cristianos del norte ofrecía algunos rasgos originales, debido por una parte a la persistencia de ciertos elementos propios de los pueblos que iniciaron la reconquista y por otra a la aparición de una capa de pequeños propietarios, consecuencia de la repoblación. La clase dominante era la nobleza, a su vez diferenciada en varios estratos: milites, infanzones o simples caballeros. Entre los nobles comenzaban a desarrollarse los lazos de dependencia personal característicos del feudalismo. Un grupo peculiar lo componían los caballeros villanos, gentes de extracción popular elevadas al rango de la caballería. En cuanto a las clases campesinas había notables diferencias entre los propietarios libres, grupo que tendía a desaparecer, los colonos, cada vez más abundantes (collazos en el reino asturleonés, payeses en Cataluña) y los siervos.
La organización política de estos núcleos era muy rudimentaria. El más avanzado era el reino asturleonés. Los monarcas, que en el siglo X emplearon el título imperial, se rodeaban de un "Palatium" integrado por sus más directos vasallos. El territorio estaba dividido en condados. Los situados al este del reino, en un proceso similar al de otros principados feudales de la época, buscaron la independencia, formando el núcleo denominado Castilla.

2. La cultura de la España cristiana
La vida del espíritu de la España cristiana fue muy pobre. Las escasas actividades culturales de la época se desarrollaron en los monasterios. La vida monacal había cobrado, a partir del siglo IX, un notable auge, especialmente debido al impulso de los mozárabes que emigraban desde Al-Andalus. Cabe citar, entre otros destacados monasterios que surgieron en la época, el de Samos en Galicia, Sahagún en León, S. Pedro de Cardeña en Castilla, S. Salvador de Leire en Navarra, S. Juan de la Peña en Aragón y Sª Mª de Ripoll en Cataluña. En ellos se conservaba la tradición visigoda, se cultivaba el latín (las masas populares, por el contrario, hablaban en una lengua romance, diferente de unas regiones a otras) y se copiaban manuscritos.
El foco más destacado de la actividad cultural en tierras cristianas fue el monasterio de Sª Mª de Ripoll. Allí existía en el siglo X un célebre escriptorio. Pero la fama de Ripoll obedecía a la recopilación que allí se había hecho de diversas obras científicas de origen árabe. Ripoll fue un eslabón fundamental entre la ciencia transmitida por los árabes y el mundo cristiano.

3. Arte asturiano y arte mozárabe
Interior de Santa María del Naranco
Mandada edificar como residencia por Ramiro I, su
construcción finaliza en el año 842 y se transformó en iglesia
en el siglo XII.
El arte de los núcleos cristianos, en comparación con la magnificencia en las edificaciones cordobesas de la época, es modesto, pero no exento de interés.
El arte asturiano, desarrollado básicamente a los largo del siglo IX, es de carácter rústico. La arquitectura tiene como notas distintivas la mampostería, las columnas de fuste estriado, los arcos de medio punto peraltrados y, rasgo fundamental, la bóveda de cañón, solución que anticipa al Románico. Sus principales identificaciones datan de mediados del siglo IX, del reinado de Ramiro I, y se localizan a pocos kilómetros de la ciudad de Oviedo: el supuesto palacio de Santa María del Naranco y las pequeñas iglesias de Santa Cristina de Lena y San Miguel de Lillo.


San Miguel de Lillo
Ramiro I mandó construir esta pequeña iglesia en el año 842, a poca distancia del palacio de Santa María del Naranco.
Cruz de los Ángeles
Catedral de Oviedo
Tuvo gran importancia en tierras astures el arte industrial, derivado del visigodo y del que son buenos ejemplos las Cruces de los Ángeles y de la Victoria.
El contacto de la tradición visigoda con la influencia musulmana dio lugar al nacimiento del llamado arte mozárabe, cuya actividad básica se desarrollo en el siglo X y que floreció tanto en Al-Andalus como en la España cristiana, aunque fundamentalmente en esta última. Típico del arte mozárabe es el arco de herradura. Tanto en el aparejo como en la cubierta de los edificios adoptaron gran variedad de soluciones. Iglesias destacadas de este estilo son las de San Miguel de Celanova (Orense), San Miguel de Escalada (León), San Cebrián de Mazote (Valladolid) y San Baudilio de Berlanga (Soria), de gran originalidad esta última por su pilar central.


En tierras mesetarias floreció en el siglo X el arte mozárabe, que recogía elementos de origen musulmán como el arco de herradura. De gran originalidad es la Iglesia de San Baudilio de Berlanga (Soria), construida a finales del siglo XI, y presenta este singular pilar central.
Cataluña vivió, en cierto modo, al margen de estas corrientes. San Miguel de Tarrasa, iglesia del siglo IX, denota la persistencia de la tradición visigoda. San Quirce de Pedret, ejemplar característico del mozárabe catalán, demuestra la importancia de los contactos con Europa. En el siglo X alcanzó un gran desarrollo en tierras hispanas la miniatura. Los textos más variados (Biblias, Comentarios al Apocalipsis...) se ilustran con unas pinturas ingenuas pero de una gran expresividad.

miércoles, 3 de julio de 2013

La cultura en sentido dinámico

Sincronía y diacronía son dos términos de frecuente utilización en el lenguaje de los antropólogos modernos, correspondiendo a un enfoque que centra su interés en el estudio de la estructura y funciones de la sociedad, para el primer caso, y los procesos de cambio para el segundo.
Todas las sociedades, incluso aquellos pueblos denominados primitivos y que falsamente se han conceptuado como estáticos y hasta sin historia, han evolucionado en algún grado por pequeño que sea e, igualmente, se han visto sometidos a alguna influencia de otras sociedades; el aislamiento total en la práctica tampoco existe.
En la historia de la antropología han aparecido diversas corrientes básicas que han intentado explicar el proceso de cambio y las causas y mecanismos por los que éstos tienen lugar. En un orden cronológico, el evolucionismo, ya en el siglo XIX, ofreció teorías al efecto muy importantes para la época, pero que a la luz de los niveles actuales de conocimiento se nos presentan como imprecisas y plagadas de inexactitud. A este respecto, uno de los conceptos más manipulados por los evolucionistas del siglo XIX ha sido el paralelismo cultural.
De acuerdo con el paralelismo cultural, sociedades distintas y hasta alejadas, pero que atraviesan por situaciones similares, tendrán producciones culturales semejantes. El fallo de esta teoría no está en que no sea cierta, sino en que fue utilizada abusivamente por los primeros antropólogos para dar una explicación automática, rígida y unilateral de la evolución de las sociedades.
Sin embargo, las diversas culturas desperdigadas a todo lo largo y ancho de la geografía mundial dan una buena cantidad de ejemplos en los que se manifiesta el paralelismo. La Antropología puede ofrecer muchos ejemplos de rasgos culturales cuya aparición es fruto indudable del paralelismo cultural.
Pero la aparición, en varios lugares o sociedades diferentes y sin conexión alguna, de un mismo fenómeno o rasgo cultural no sólo se debe al paralelismo cultural, sino que puede ser efecto de lo que los antropólogos denominan convergencia, consistente en el desarrollo de características similares en unos rasgos que los configuran externamente como iguales o muy cercanos a los aparecidos en otra sociedad, pero derivando ambos de circunstancias culturales diferentes e, incluso, teniendo una utilización marcadamente distinta.
El uso excesivo del paralelismo cultural por los evolucionistas tuvo como consecuencia el que surgiera una escuela que reaccionó radicalmente en la concepción del cambio cultural: el difusionismo.
Según esta escuela, la dinámica de la cultura provenía principalmente de préstamos y legados de rasgos o complejos culturales transmitidos por el contacto de unas sociedades con otras. El extremismo de las posiciones de los difusionistas fue aún mayor que en el caso de los evolucionistas que les antecedieron.
El error de los difusionistas es el de querer hacer del préstamo y del contacto de culturas el único instrumento del cambio cultural, lo mismo que sucedió con respecto al paralelismo cultural en el caso de los evolucionistas del siglo XIX. No obstante, es evidente que tanto el préstamo como el paralelismo son factores del metabolismo cultural, no dándose la exclusividad de ninguno de estos factores. En unas sociedades y en determinados momentos históricos predominará uno de ellos; en tanto que en otros lugares o circunstancias será el otro el principal determinante del cambio. En lo que respecta al difusionismo tampoco puede ser ni ridiculizado ni descartado, pues son variadas e importantes las aportaciones que muchos de sus representantes han hecho para el desarrollo de la Antropología, y sobre todo para ciencias tan afines como la Paleoantropología, Arqueología e Historia.
En la sociedad industrial el papel de la difusión es quizás más importante que en cualquier otra sociedad o momento histórico anterior. La influencia, ya obsesiva, de los medios de comunicación social; la constante movilidad espacial, y el peso de los intercambios, han hecho que la cultura de los países más avanzados tecnológicamente y aquellos que denominamos civilizados esté integrada por un vasto conjunto de legados de múltiples culturas.
Dentro de la secuencia de acción-reacción que se manifiesta en las diversas escuelas de la teoría socioantropológica, el funcionalismo viene a representar la reacción frente a las tesis sostenidas por no sólo los difusionistas e historicistas, sino también por los evolucionistas. Para el funcionalismo, el centro principal de su interés es el de la integración de las diversas partes que forman una sociedad o de los elementos de una cultura. Según el propio Malinowski, esta escuela pretende explicar los hechos antropológicos a todos los niveles de desarrollo, por la función que desempeñan dentro del sistema integral de la cultura; por la manera en que se relacionan recíprocamente dentro de sus respectivos sistemas y por la manera en que este sistema está relacionado con su escenario físico. Por lo tanto, para los participantes de esta orientación teórica, los estudios de difusión tienen poca o ninguna importancia. Las reconstrucciones históricas en particular, y la dimensión temporal en general, son aspectos que no entran en la perspectiva del funcionalismo.

Para los funcionalistas, el objeto científico del investigador es el de explicar el funcionamiento de la sociedad considerándola una totalidad de partes interdependientes e interrelacionadas, y analizar las relaciones existentes entre las diversas partes entre sí, lo mismo que la de cada una de las partes con el todo. El centro del interés de los funcionalistas es la contribución al orden social y las consecuencias que ello entraña para la sociedad, sus grupos y sus instituciones. Integración, ajuste, equilibrio, siempre referido a un sistema social específico, son los términos que se repiten como una constante en todas las conclusiones de los trabajos de los integrantes de las filas del funcionalismo. Incluso la supervivencia de un rasgo como legado del pasado es negada por esta escuela, que afirma que si continúa manifestándose en la actualidad es debido a que sigue cumpliendo alguna función. En las culturas todo es funcional.
Por último, y sin que se pretenda ser exhaustivo en la exposición del enfoque del proceso de cambio y de la evolución de la sociedad, es necesario mencionar a los marxistas, olvidados durante un largo paréntesis, pero cuyo enfoque va cobrando cada vez una importancia mayor en la moderna antropología. La cultura tal como se entiende en Antropología Social, y no en su concepción vulgar, se encuentra en buena parte dentro de lo que en el esquema marxista es la superestructura, y en menor medida también en la infraestructura o modo de producción imperante en una sociedad. La dependencia de la primera por la segunda hace que el cambio quede determinado por los factores económicos pero no de un modo total y absoluto sino de modo sólo predominante, pues se admite secundariamente la posibilidad de que sea afectado por un amplio haz de influencias. Pero lo que quizás es la mayor aportación del marxismo a la Antropología es el préstamo de su método de análisis de la sociedad a cualquier proceso de cambio, que nunca pierde de vista las relaciones de producción y distribución en estrecha relación con la estructura social. El esquema de análisis marxista se está aplicando actualmente hasta en el estudio de las llamadas sociedades primitivas, a las que también se las ha denominado sociedades “preclasistas”.
Otra manera de enfocar la problemática de la cultura en su sentido dinámico o del cambio socio-cultural, si es que preferimos llamarle de esa forma, es a través de la incidencia que en él tienen dos fenómenos de gran trascendencia en el metabolismo social como son el descubrimiento y la invención, a los que se debe en buena parte el contenido de cada respectiva cultura.
Por descubrimiento se entiende todo aquello que aumenta el conocimiento de nuestro bagaje cultural y la invención es un paso más en el descubrimiento; viene a suponer la aplicación de los conocimientos a los nuevos elementos activos que se desarrollan dentro del marco de una cultura y sociedad determinada. La invención implica una dosis de racionalidad, la comprensión del valor del descubrimiento y una proyección pragmática en la utilidad que de él se hace.
El surgimiento de invenciones sólo es posible dentro de ciertos límites que marcan un haz de posibilidades en la cultura de un pueblo. Dentro de un grupo social con una cultura del tipo como la compartida por los aborígenes australianos o los bosquimanos es absolutamente imposible que nadie, aunque estuviera dotado del coeficiente intelectual más alto que pueda darse en la tierra, fuera capaz de producir un tratado de lógica matemática o inventar la máquina de vapor.

El elemento que promueve el surgimiento de descubrimientos y mucho más de las invenciones, es la necesidad social. El que un grupo necesite, bien de un modo manifiesto o latente, de la aparición de un nuevo elemento dentro de su cultura facilita el que éste surja, y que cuando aparezca se incorpore rápidamente a la cultura. En la historia de la Humanidad se han dado muchas ocasiones en las que, habiéndose producido invenciones, éstas han estado relegadas durante mucho tiempo o, incluso, han desaparecido a causa de la inexistencia de una auténtica necesidad social, o porque las peculiaridades de la estructura social hicieran inaplicable la utilidad del invento.
Es interesante la teoría, sostenida por Ralph Linton, de que es frecuente que el inventor corresponda a una persona atípica dentro de su grupo social. Se da esta situación de atipicidad porque siente las insuficiencias de su cultura y él está dispuesto a alterar el modo de vida y la normativa de su grupo. Es por lo tanto una figura similar a la señalada por Malinowski, cuando resalta el papel de innovador o precursor que tiene el transgresor. Pero en cualquier caso, hay que tener en cuenta que el inventor, como en el sentido más general el transgresor, es un producto de su propia sociedad y cultura. El cambio es un valor deseado y la propia sociedad prepara a grupos selectos para que vayan creando y acelerando el proceso de cambio.
Por muy importante que sea la influencia de invención y de los inventores, ya se ha dicho que el cambio no se da solamente por un solo tipo de factores, ni de un modo definido. Junto con las modificaciones que se originan en una cultura de modo endógeno, están las que tienen lugar exógenamente; los contactos y las asimilaciones de valores ajenos son un elemento de primordial valor en la evolución de las sociedades. El éxito de muchos pueblos y la constitución de civilizaciones se ha debido en buena parte a este poder de asimilación y de apropiación de lo ajeno.
Choque cultural es el término que utilizan los antropólogos sociales para designar el proceso en el cual entran en contacto dos o más sociedades con culturas diferentes. El choque cultural, a pesar de que puede mover a resonancias violentas, no sólo se produce por guerras o conflictos, sino que puede tener lugar de un modo pacífico y continuado hasta el punto de que los propios afectados sean inconscientes de ello; tal es el caso de la influencia que en la actualidad tiene el consumo, los medios de comunicación de masas, o la acción mimética ejercida por el turismo.
Los resultados del choque cultural pueden revestir diferentes formas como consecuencia del diverso proceso histórico en el que tienen lugar los contactos, las especiales características de las estructuras de los grupos sociales y la clase e intensidad de las relaciones. En tres tipos principales se pueden agrupar estos resultados: en los fenómenos de amalgamación, acomodación y asimilación.
La amalgamación tiene lugar cuando, como resultado de la acción de los contactos, las sociedades interrelacionadas llegan a adoptar una cultura común similar, formada con rasgos y complejos de rasgos pertenecientes a las culturas particulares de cada sociedad.
En la acomodación todas las culturas forman parte de las otras con las que entran en contacto, pero conservando su fisonomía particular. Se pueden encontrar muchos ejemplos de acomodación en los pueblos sometidos a una influencia colonial que no ha sido lo suficientemente fuerte para acabar con todas las particularidades del pueblo dominado e imponer las del dominador con una transformación de ésta.
La asimilación acontece cuando una cultura se convierte en parte de otra que la absorbe paulatinamente. En el proceso histórico de la conquista y colonización se pueden apreciar numerosos casos de fenómenos de asimilación.
Dentro de los resultados del choque de culturas, y tanto en la acomodación como en la amalgamación o en la asimilación, puede aparecer el curioso y frecuente fenómeno constituido por el sincretismo. Con este término, que forma parte del vocabulario específico de los antropólogos, se designa la reinterpretación por una cultura de los rasgos o complejos legados por otra. Es la adscripción de antiguos significados a una situación diferente. En el sincretismo, del que se encuentran numerosas manifestaciones en los aspectos religiosos, una nueva forma suele servir de inconsciente camuflaje a instituciones que se antojan ya desaparecidas. También puede ocurrir que nuevos valores modifiquen el significado de instituciones anteriores.
Tomamos en cuenta la transculturación, como las consecuencias del resultado del choque cultural cuando se dan las siguientes características: 1º) afecta a grupos enteros o a su mayor parte; 2º) tiende a la formación de una nueva cultura; y 3º) esta nueva cultura que se origina aparece con una clara tendencia totalizadora sustituyendo a la que pudiera existir anteriormente. Un notable ejemplo de transculturación lo tenemos en las sociedades conquistadas por los españoles en América.

Por otro lado, la aculturación se realiza principalmente a nivel individual; puede proceder de diversas culturas, y tiene un carácter parcial. Tal es el caso de la influencia que ha ejercido el turismo masivo sobre algunos lugares de la costa española o del Norte de México. También es el caso de las modificaciones culturales creadas por la televisión u otros medios de comunicación de masas.
En cualquier caso, el resultado del choque cultural viene dado por una gran variedad de factores. Aquí, como en el caso de los cambios con origen interno, como sucede con las invenciones, las características de la estructura social de los grupos humanos que entran en contacto tiene mucha importancia, e igualmente también importa lo que más adelante denominaremos necesidad social.
Por ejemplo, es interesante resaltar el hecho de que como ningún individuo participa totalmente de todo el conjunto de aspectos de la cultura de su sociedad, los resultados del contacto entre varias culturas vendrán dado por el tipo de los sujetos a través de los cuales se llevan a efecto. Si el contacto es comercial, serán los productos comerciales y las prácticas mercantiles las que se transmitan o modifiquen; si el vehículo de transculturación son los ejércitos, sería normal que las prácticas de la soldadesca sea lo que se transmita, como serán los materiales e instituciones genéricamente consideradas masculinas, si son hombres los que entran en contacto, o femeninas si son mujeres.

En los procesos de cambios culturales no todo es acumulativo o mutante, también puede ocurrir lo contrario, o sea que se produzca un retroceso, que una cultura pierda u olvide rasgos que hasta ese momento pertenecían a su patrimonio. Cuando se produce una situación de esta índole se dice que ha acontecido una deculturación.