miércoles, 25 de mayo de 2016

Roma: De la Monarquía al Imperio

1. La Monarquía (753-509 a.C.)
Desde el momento en que los habitantes de las siete colinas romanas se organizan en una comunidad, necesitan un dirigente. Este dirigente es el rey, que organiza la vida social, política y militar. Como padre de la gran familia de ciudadanos, el rey reúne todos los poderes, con carácter vitalicio. Antes de morir, tenía que designar al sucesor que él quisiera, con tal de que el elegido fuera ciudadano romano, mayor de edad y sano de cuerpo y alma, sin tener en cuenta ni la familia ni la nobleza.
El rey era para Roma lo que Júpiter para el mundo. El rey vestía con el atuendo propio de Júpiter. Recorría la ciudad en carro, y todos los demás iban a pie. Portaba un cetro de marfil, con un águila en el extremo, y una corona de oro figurando hojas de encina. Sus mejillas estaban pintadas de encarnado, como los dioses. El rey era como el dueño de la ciudad: el primero de todos los ciudadanos y el primero de todos los soldados.
Todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y obligaciones. No había clases ni privilegios. Ricos y pobres, nobles y plebeyos, todos iban vestidos con la toga blanca símbolo de su igualdad.
Una de las obligaciones principales de los ciudadanos era el servicio militar. Todos los ciudadanos eran llamados quirites, es decir, "lanceros". El ser caballero o infante dependía de la habilidad y destreza; pero como ciudadano podía estar en cualquier grupo del ejército. Todos eran guiados por el rey, a quien debían absoluta obediencia, tanto en la paz como en la guerra.
Todos los ciudadanos, excepto las mujeres y los niños (porque no podían prestar el servicio militar), participaban del gobierno de su ciudad. Todos se reunían, invitados por el rey, en asamblea pública y votaban la proposición del monarca. Una vez aprobada, tomaba fuerza de ley, y el rey obligaba a cumplirla. Debía aplicar la ley y hacerla cumplir; pero no podía modificarla. Para intentar cambiar una ley, debía reunir al pueblo en asamblea y consultarle.

Los reyes de la monarquía romana
El primer rey fue Rómulo, fundador de Roma. Le sucedió Numa Pompilio, que organizó la vida religiosa de la ciudad y creó la institución de las vírgenes Vestales. Estableció el calendario anual con doce meses y organizó sus días hábiles y festivos.
Le siguió Tulo Hostilio, rey belicoso que luchó contra la ciudad de Alba. A continuación, el rey Anco Marcio, quien mandó construir el primer puente sobre el río Tíber. Le sucedió Tarquino el Antiguo, cuyo reinado fue el principio de un período de anarquía política. Impulsó una importante reforma urbana, con la construcción del Foro, el Circo Máximo, numerosas escuelas y la Cloaca Máxima (red de alcantarillado encargada de drenar al Tíber todas las aguas subterráneas de la ciudad).
A Tarquino le sucedió Servio Tulio. Durante su reinado, la sociedad romana evolucionó de forma progresiva hacia una mayor complejidad (el antiguo grupo de ciudadanos romanos convivía ahora con peregrinos, colonos, libertos, comerciantes y un número cada vez mayor de esclavos).
La clase social más desfavorecida aumentó en número y la desigualdad entre ricos y pobres se hizo cada vez más profunda. Los más pobres no tardaron en reivindicar sus derechos civiles y mejores condiciones de vida, apoyados por el creciente número de extranjeros. Para atajar esta situación que amenazaba el orden social, el rey estableció una constitución política, la primera de Roma. Con ella intentó eliminar el enfrentamiento social y lograr la unión de toda la sociedad, patricios y plebeyos, en favor de la patria.
Unió a toda la población y la dividió en treinta tribus según su domicilio, y no atendiendo al origen familiar. De todos los residentes, aquellos que contaban con alguna propiedad debían colaborar con un tributo a los gastos de la ciudad.
De igual forma, todos los hombres, entre dieciséis y sesenta años, domiciliados en Roma tenían la obligación de cumplir el servicio militar.
La sociedad quedó así organizada en cinco clases, según el tipo de armamento que podían permitirse, pero con igualdad de deberes ante la patria.
Servio Tulio murió trágicamente, víctima de una conspiración organizada por su propia hija y su yerno, Tarquino el Soberbio.
Y Tarquino el Soberbio fue, precisamente, el último rey que gobernó en Roma. Consiguió mantenerse en el poder a base de crímenes y violencia. Abolió la constitución de Servio Tulio, y estuvo en constante lucha contra los latinos y los pueblos vecinos. El hijo de Tarquino provocó uno de los episodios más vergonzosos de la historia de la monarquía, con el secuestro y violación de Lucrecia, hija de un patricio. Lucrecia, que no pudo soportar tal deshonor, se suicidó. El rey y su familia fueron expulsados de Roma y fue proclamada la República.

2. La República (509-27 a.C.)
Una vez fue expulsado el último rey, da comienzo una nueva etapa histórica con un sistema de gobierno diferente, que supone el intento del pueblo por controlar y limitar los poderes tradicionales de los patricios. Se trata de la República.
Se intentó crear una forma de gobierno que hiciera olvidar el terrible recuerdo de la monarquía, que repartiera todos los poderes que el rey había concentrado antes en su persona y que lograra que el ejercicio de un cargo público fuera temporal y no vitalicio. A pesar del cambio en la forma de gobierno, los patricios querían seguir conservando los poderes del rey, de tal forma que el poder religioso recayera en un solo sacerdote y los poderes legislativo, administrativo y judicial, en personas de origen noble. Estos magistrados supremos (que recibían el nombre de pretores y cónsules) concentraban el antiguo poder real. El resultado fue un triángulo político que se sostenía en tres columnas perfectamente equilibradas: magistrados, senado y pueblo.
A partir de entonces, la abreviatura SPQR sería la base de entendimiento para el nuevo sistema de gobierno. En ella se resume el poder de decisión entre el senado y el pueblo romano, y esto es lo que significa la abreviatura SPQR, Senatus Populusque Romanus.
Este triángulo político funcionaba de la siguiente manera: el senado y el pueblo dirigían el Estado. El senado era representado por los cónsules, elegidos cada año. Y el pueblo, reunidos en comicios o asambleas, era el que elegía a sus cónsules. La historia de la República es también la historia del enfrentamiento entre patricios y plebeyos por el poder político, en un intento de los primeros por conservar sus privilegios y de los segundos por alcanzar una mayor justicia y una menor opresión.

Procesión de senadores representada en el Ara Pacis Augustae
Los magistrados
Inicialmente había dos tipos de magistrados: los cónsules y los pretores. Los cónsules debían ser siempre dos (es decir, el consulado era una magistratura colegiada; el nombre mismo de cónsul viene de la palabra que significa "consultar" uno a otro). Los cónsules tenían el poder supremo, eran jefes del ejército y presidían el senado. El pretor, encargado de organizar y administrar el aparato judicial, estaba subordinado jerárquicamente a los cónsules.
Unos años más tarde, se creó una nueva figura de magistrado, el tribuno de la plebe, para defender los intereses del pueblo contra la opresión de los patricios. Los tribunos de la plebe eran asistidos por dos ediles, encargados de velar por el buen funcionamiento de la administración municipal. Controlaban los festejos, los mercados e incluso cuidaban los templos.
La plebe siguió demandando magistrados que velaran por sus intereses, y se creó una nueva magistratura: los censores, cuya actividad principal consistía en vigilar las costumbres de los ciudadanos y elaborar el censo. Cada cinco años, el censor convocaba al pueblo romano a un recuento en el que cada padre de familia debía contestar a preguntas sobre su edad, mujer, hijos, domicilio, esclavos, animales, fortuna, etc.
Otra nueva magistratura conseguida por la plebe fueron los cuestores, que eran los administradores de los cónsules. Estos cuatro magistrados tenían como función cuidar de la Hacienda pública, llevar las cuentas del Estado y recaudar los impuestos.
El gobierno de Roma residía, por tanto, en este entramado de magistrados organizados jerárquicamente. Para poder alcanzar una magistratura, se tenía que ascender desde el escalafón inmediatamente inferior. El cargo era anual, y no cabía la reelección hasta transcurridos diez años.

El pueblo
El pueblo, reunido legalmente en asamblea, era un pilar importantísimo en la República. Las asambleas se reunían y votaban por tribus para elegir a sus representantes, los tribunos de la plebe. Sólo podían actuar como electores aquellas personas que contaban con la ciudadanía romana.
Las votaciones eran en un principio a mano alzada, pero con el tiempo se hicieron por escrito, de tal forma que el voto pasó a ser secreto. Los ciudadanos elegían a sus representantes en una ceremonia que incluía el paso por una especie de puente para depositar el voto en una urna. No utilizaban papeletas como las actuales, sino tabletas de madera que llevaban inscrita la letra U o la letra A. La U significaba aceptación (U = uti rogas, como propones) y la A, el rechazo de lo propuesto (A = antiquo, prefiero lo de antes).

El senado
Era la máxima autoridad de la República, y estaba formado por trescientos miembros con escaño vitalicio. Lo realmente importante de este sistema de gobierno era que todo el mundo, incluidos los plebeyos, podía alcanzar la distinción senatorial.
Así pues, el senado era el verdadero cuerpo de gobierno de Roma. Con su carácter permanente, daba continuidad al gobierno anual de sus emisarios, los cónsules, que eran los encargados de convocar este órgano.
El senado era el que declaraba la guerra, firmaba la paz, pactaba alianzas, distribuía las tierras, señalaba qué obras públicas debían hacerse y administraba el tesoro. Dirigía la política exterior y realizaba el presupuesto militar de cada año.

3. La conquista del Mediterráneo
Después de expulsar a su último rey, los romanos adoptaron una actitud ofensiva: primero contra los pueblos del Lacio y, una vez concluido el dominio sobre esa región, contra el resto de los pueblos de Italia.
En el siglo III a.C., tuvo lugar la conquista definitiva de la Península Itálica. Se inició entonces una política encaminada a lograr el control del Mediterráneo. Los romanos intentaron conquistar el territorio circundante en las llamadas guerras púnicas. El control de la isla de Sicilia, situado en medio de las dos grandes potencias del momento, Roma y Cartago, se convirtió en el primer motivo de su enfrentamiento.

La Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.)
Para los cartagineses, Sicilia era su lugar de abastecimiento de cereales. Para los romanos, significaba una posición estratégica de suma importancia. La lucha que se sucedió por el dominio de esta isla concluyó con la victoria de Roma y la proclamación de Sicilia como "primera provincia romana".

La Segunda Guerra Púnica (219-201 a.C.)
Para compensar la pérdida de sus tres provincias insulares (Sicilia, Córcega y Cerdeña), Cartago decidió su expansión por la Península Ibérica. El general Amílcar fue enviado a esta región, acompañado de su yerno Asdrúbal, fundó la ciudad de Carthago Nova (actual Cartagena) y extendió el dominio cartaginés hasta el río Ebro, cuyo curso delimitaría los territorios de ambas provincias.

   
Muerto Amílcar, se puso al frente del ejército su hijo Aníbal, quien adoptó una política beligerante frente a Roma. La toma de la ciudad de Sagunto (219 a.C.) desencadenó la Segunda Guerra Púnica, en la que, en un intento de poner fin a la constante amenaza que suponían los romanos, Aníbal dirigió su ejército contra la mismísima ciudad de Roma, a través de los Pirineos y por los estrechos pasos de los Alpes. Más tarde, Asdrúbal parte hacia Italia en ayuda de Aníbal. Entretanto, Roma decidió su intervención en la Península Ibérica. Los generales Publio y Cornelio Escipión desembarcaron en Ampurias, pero fueron derrotados. Más tarde, el senado envió a Publio Cornelio Escipión, que derrotó a los cartagineses en España y se dirigió hacia Cartago.
Los cartagineses se sintieron inferiores ante Escipión y pidieron ayuda a Aníbal. Éste intentó llegar a una paz con Escipión; al no ser posible el acuerdo, entablaron combate, y Aníbal fue derrotado en Zama (202 a.C.).
Con la victoria sobre Cartago, Roma ve crecer su imperio con dos nuevas provincias, Hispania y el norte de África. Todo el Mediterráneo occidental es romano.

La Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.)
A pesar de la victoria romana, muchos consideraban que Cartago seguía siendo un peligro. Un ejército romano asaltó la ciudad y la destruyó, convirtiéndola en una ciudad romana. Así se realizaba el deseo de los romanos, expresado en la famosa frase del estadista romano Catón con la que concluía todos sus discursos: Carthago delenda est, Cartago debe ser destruida. 
Con el fin de las guerras púnicas, Roma tenía el camino libre para avanzar en sus conquistas en torno al Mediterráneo. Así, Julio César conquistó las Galias e invadió Inglaterra.
Otros generales continuaron la expansión hasta llegar a dominar todo el literal mediterráneo. Los romanos pudieron llamar así a este mar el Mare Nostrum, "nuestro mar".

La crisis de la República
Las victorias de Roma en la cuenca mediterránea contrastaba con los gravísimos problemas internos que amenazaban el corazón mismo de la República, y que con el paso del tiempo acabaron con esa forma de gobierno.
Por un lado, la crisis económica y la escasez de tierras para los ciudadanos libres estaban alterando el orden social, que sólo parecía posible restaurar mediante políticas regresivas. La ley agraria impulsada por varios tribunos dividió a la clase política.
Por otro lado, la alianza de Roma con el resto de los pueblos latinos empezaba a resquebrajarse, ante la demanda que éstos hacían por el pleno derecho de ciudadanía. La tensión desembocaría finalmente en la ampliación de la ciudadanía a todos los pueblos itálicos.
En tercer lugar, la creciente necesidad de un ejército numeroso abrió las puertas de la legión a los mercenarios, por lo que la tradicional relación soldado-Estado se rompió en beneficio de la relación soldado-general.
Por último, los constantes problemas con la población esclava amenazaban toda la estructura económica de Roma. La rebelión de esclavos encabezada por Espartaco supuso el momento de mayor tensión.
Estos gravísimos problemas provocaron un cambio en la forma de gobierno. El senado cedió gran parte de sus poderes a una tríada de gobernantes, que constituirán el primer triunvirato: Julio César, Pompeyo y Craso. A César le fue asignado el gobierno de la Galia por un período de cinco años. A punto de terminar su mandato, se enfrentó duramente con Pompeyo, lo que provocó la reacción del senado contra César.
Ante esta situación, César se dirigió hacia Italia. Al pasar el Rubicón, río que marcaba el límite de su provincia, y entrar en Italia, estaba cometiendo un acto que equivalía a declarar la guerra a Roma. En el momento de cruzar el puente, dudó si seguir. Entonces pronunció las famosas palabras: Alea iacta est, "la suerte está echada".
César y Pompeyo se enfrentaron en una guerra civil que duró cuatro años. Los escenarios fueron Hispania, Grecia y Egipto.
Convertido en único gobernante, César emprendió una larga serie de reformas. Su poder y protagonismo molestaba a muchos senadores, quienes veían disminuir el suyo propio, y sentían terror ante la figura dictatorial de César. Murió asesinado a las puertas del senado en el año 44 a.C.

En cuanto se sentó en el senado, le rodearon los conspiradores con el pretexto de saludarle. Entonces, Cimber Telio, que se había encargado de comenzar, se le acercó como para dirigirle un ruego, le cogió de la toga por ambos hombros, y entonces otro, que se encontraba a su espalda, lo hirió más abajo en la garganta. Recibió veintitrés heridas y sólo a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar una sola palabra. Algunos escritores cuentan que, al ver acercarse a Bruto, le dijo en lengua griega: "¡Tú también, hijo mío!". César murió a los cincuenta y seis años de edad.
Suetonio, Vida de los Doce Césares