viernes, 5 de julio de 2019

La religión en Roma

De la religión romana se ha dicho que es inmoral, porque se basa en ofrendas materiales a los dioses y porque éstos no ayudaban a los hombres si no realizaban adecuadamente los ritos y las ceremonias. Pero hay que conocer el carácter de la religión romana para entenderla desde nuestra perspectiva actual.
Para los romanos, la religión era un vínculo de disciplina entre el individuo y el dios. La palabra "religión" es latina, y su significado es "obligación de cumplir con un rito". Los romanos aprendían, ya desde la infancia, a forjar su carácter mediante la disciplina, el deber y su obligación para con el Estado, y todo ello lo realizaban a través de las ceremonias religiosas, ya fuera mediante cultos familiares, sacrificios u ofrendas a sus dioses.
La religión romana, en suma, fue lo que dio ese carácter "de hierro" al ciudadano romano, que se manifiesta en su sentido del honor, de la responsabilidad y de la valentía.

1. Dioses familiares
La familia roma es una mezcla de personas, dioses y cosas. Todo está relacionado entre sí por unos ritos que constituyen el culto familiar. El niño aprende desde pequeño que hay que cuidar el fuego sagrado de Vesta, diosa que protege la continuidad familiar. Desde su infancia, ve en su casa pequeñas figuras cubiertas de flores que representan a los dioses y espíritus protectores de su familia. Éstos son:

Los lares, que protegen el hogar, los bienes, la fortuna y el destino de toda la familia.
Los penates, que procuran que nunca falte comida en la casa. Su nombre procede de penus, "despensa". Se los representa como dos jóvenes que llevan el "cuerno de la abundancia", que es un cuerno repleto de frutas.
Los manes, almas de los difuntos de la familia.
El genio, o ángel custodio del padre de familia, que pasa de padre a hijo. Se representa en forma de serpiente. El espíritu del genio no perece con la muerte del padre, sino que se regenera en la vida del hijo. Es una especie de fuerza regenerativa. Su dios simbólico es Jano, dios de dos caras, que simboliza la vigilancia de ambas entradas de la casa: la puerta de entrada y la puerta de salida. A partir de esa idea de Jano como dios custodio de la entrada y la salida, se formó la palabra "enero", mes de entrada al nuevo año. 

Dios Jano
Cada familia tiene sus propios cultos. La mujer, al casarse, deja los cultos de su familia y se incorpora a los de la familia de su marido.

La palabra inaugurar está relacionada con la actividad de los augures romanos, quienes recogían los auspicios en nombre del Estado a través del examen del vuelo de las aves. Igualmente, el acto de inaugurar un lugar o una celebración lleva implícito su bendición y el deseo de buena suerte.

2. La divinidad
En la religión griega, los dioses tenían forma humana. Los romanos, por el contrario, consideran a sus divinidades espíritus incorpóreos, y los llaman numina. Esos espíritus pueden ser incluso abstracciones; por ejemplo, la salud, la juventud, la memoria, la fortuna, la esperanza, el miedo, la castidad, la victoria, etc.
También hay divinidades de las estaciones, como Maia, el espíritu del mes de mayo; divinidades de los bosques, como Silvano; una divinidad de los partos y de la menstruación de la mujer (Lucina), etc. Ningún otro pueblo tuvo nunca tantas divinidades como el romano. En total eran unas treinta mil. Para los romanos, cada divinidad representaba algo parecido a lo que para los cristianos representan los santos. Es decir, no eran propiamente dioses, sino poderes misteriosos a los que hay que complacer para que protejan a los humanos (también en el cristianismo cada creyente pide su deseo al santo o santa de su devoción).
Además de las divinidades del hogar, del campo y de la familia, los romanos tenían una larga lista de dioses y numerosos ritos para cada uno de ellos. El principal era Júpiter. Era el dios de la luz del sol y el protector de las cosechas con su lluvia benefactora. En tiempos de sequía, las jóvenes romanas andaban descalzas, en procesión hasta el monte Capitolio, para suplicar a Júpiter que desencadenara la lluvia.
Junto a Júpiter encontramos a Marte, Saturno, Juno, Minerva, Venus, etc. Cuando los romanos entraron en contacto con los griegos, asimilaron el nombre de sus propios dioses al de los griegos, y surgió así el panteón grecorromano, es decir, el conjunto de "todos los dioses griegos y romanos".

3. Los sacerdotes   
Dentro de la familia romana, el padre actuaba de sacerdote en los cultos de los dioses familiares. Fuera de ella, toda una serie de grupos sacerdotales, especializados cada uno en un determinado rito, se encargaban de dirigir los cultos. Los sacerdotes dependían del Pontífice Máximo, que era el sacerdote superior, y pertenecían a un colegio.
Podía ser sacerdote quien quisiera, y también dejar de serlo libremente. No tenían ningún poder político, sino que era un mero instrumento del Estado. Los grupos sacerdotales más importantes fueron:

Los augures, sacerdores que interpretaban la voluntad de los dioses mediante la observación del vuelo de las aves.
Los arúspices, sacerdotes que interpretaban el futuro leyendo las líneas del hígado de un animal recién sacrificado. Esta práctica adivinatoria no es de origen romano. Nació en la antigua Babilonia, en donde los astrólogos veían el estado de las estrellas y los planetas en esta víscera. Esta práctica se llamaba hepatoscopia, "observación del hígado".
Las vestales, vírgenes que vigiliban el fuego sagrado del templo de Vesta, diosa de la castidad.

Las vestales eran jóvenes patricias, elegidas por el Pontífice Máximo, para que, durante diez años, mantuvieran su castidad y alimentaran diariamente el fuego que estaba encendido ante la estatua de la diosa. Vestían túnica gris y blanca y, sobre ella, un manto de color púrpura, exclusivo de la clase patricia. Si una vestal rompía su voto de castidad, era condenada a muerte. Ser elegida como vestal constituía un honor dentro de la tradición religiosa romana.

4. Cultos orientales
Durante el Imperio Romano, al igual que ocurriera en Grecia, la religión recibió la influencia de cultos procedentes de Oriente, sobre todo de Egipto y de Persia. Los cultos orientales que más se difundieron en Roma fueron:

Escultura de Mitra en el Museo Vaticano
Las bacanales, que eran celebraciones orgiásticas en honor del dios Baco (el Dioniso griego). Causaron tal escándalo, que fueron prohibidas por el Senado en el año 186 a.C. Pero su imagen perduró a través del tiempo, siendo recuperada durante el Renacimiento y el Barroco como símbolo de la vitalidad y el éxtasis, de la vertiente menos racional y apolínea del ser humano.
El culto a Cibeles, llamada la Gran Madre. Era una diosa de la naturaleza. Su culto llegó primero a Grecia, y más tarde se extendió por el imperio al ser adoptado por los romanos. El rito se celebraba anualmente en el mes de marzo, y culminaba con la fiesta de la sangre, en la que se sacrificaba un toro, mientras los devotos se flagelaban en medio de gritos de dolor y todo tipo de excesos.
El culto a Mitra. Procedente de Persia, se difundió rápidamente en todo el Imperio Romano. Mitra era el dios persa de la luz celestial. Combatió contra un toro, de cuya sangre nacieron los seres vivos. Los devotos era iniciados en este rito mediante un bautismo de sangre, llamado taurobolion, en el que recibían, encima de sus cabezas, la sangre de un toro recién sacrificado.
El culto a Isis y Osiris. Sus sacerdotes llevaban la cabeza rapada y vestidos blancos. Los iniciados tenían que pasar por numerosos y duros sacrificios antes de la iniciación.

5. El culto al emperador: la apoteosis
A partir de Julio César y Augusto, los romanos divinizaron al emperador después de su muerte, costumbre heredada también de Oriente. Esta práctica, llamada apoteosis, elevaba al emperador a la categoría de "divino". En su honor se levantaban templos y estatuas, y todos los habitantes del imperio tenían la obligación de celebrar su culto.
Durante mucho tiempo, la apoteosis de los emperadores sirvió para mantener unida la religión romana frente a la presencia cada vez mayor de cultos extranjeros. De alguna manera, el inicio de esta práctica hizo confluir religión y Estado en una sola figura.       

lunes, 1 de julio de 2019

Proferencia y prospectiva

Podríamos decir que se han dado dos formas científicas de abordar el estudio del porvenir: la proferencia y la prospectiva.

La técnica proferente (también conocida bajo el nombre de prognosis descriptiva), pretende ser una extrapolación del pasado y presente hacia el futuro. Es decir, empieza observando las variaciones que se han dado desde el pasado hasta el presente y, posteriormente, extrapola esas tendencias en el futuro. Se trata, pues, de una descripción del futuro basada en la categoría de causalidad. Se limita, pues, a señalar tendencias latentes en el presente que se realizarán en el porvenir sólo en el caso de que no intervengan importantes variables imprevistas sobre el sistema. Sobre la base de ese futuro, la técnica proferente elabora posteriormente ciertas variaciones canónicas posibles, modificando algún parámetro del sistema elaborado.

El gran peligro que presenta esta técnica de estudio sobre el porvenir, estriba en las limitaciones propias de todo enfoque basado sustancialmente en la visión de un "continuum progresivo" de la evolución: el futuro cambiará respecto al presente en la misma medida que el presente ha cambiado respecto al pasado. De esta forma, toda la historia pasa a ser contemplada desde una óptica estrictamente lineal: lo que ha cambiado, seguirá cambiando proporcionalmente y, a su vez, lo que no ha cambiado no cambiará tampoco en el porvenir.
Consiguientemente, el futuro -variable dependiente- es función del pasado -variable independiente o causa- en interacción concurrente con el presente -variable interviniente que canaliza factores no controlables-. Esta última interacción explica que el futuro-base sea sometido a cambios relativos o variaciones canónicas.

Pero la proferencia presenta un fallo de base susceptible de inducir a muchos errores y falsas previsiones. Parte del supuesto de que nos hallamos ante una realidad histórica relativamente estable, y entonces se puede conjeturar desde el interior del sistema como si se tratase de una esencia dotada de una naturaleza preconfigurada. Se parte, pues, del supuesto de la invariabilidad de las leyes naturales, y dicho postulado -de correcta aplicación en el campo de las ciencias de la naturaleza- no es de aplicación extensible al dominio de las ciencias humanas. La historia, a diferencia de la naturaleza, carece de configuraciones estables.
Por esta razón, los futurólogos que han apoyado sus conjeturas en la técnica de la proferencia han cometido graves errores. Las previsiones elaboradas según este sistema funcionan sólo en el caso de que las tendencias pasadas se prolonguen; pero en el caso de que intervenga un nuevo y poderoso factor imprevisto, entonces se produce una ruptura y las predicciones no se cumplen en absoluto.
Así, muchos investigadores, basándose en la falacia del pensar proferente, y dada la tendencia al aumento del nivel de vida que se había producido a lo largo de las décadas de los años cincuenta y sesenta, habían pronosticado el advenimiento de la civilización de la abundancia para los años ochenta... No había sido previsto el advenimiento de un nuevo factor: la crisis energética mundial de 1973.

 La prospectiva se opone a la proferencia  
La prospectiva es una técnica de estudio del futuro en cierto modo opuesta a la forma proferente. En efecto, así como la proferencia avanza del presente hacia el futuro, la prospectiva procede de tal modo que viene, en su movimiento esencial, del futuro hacia el presente. Y, así como la proferencia se apoya en la relación de causalidad, la prospectiva opera de acuerdo con la de finalidad.
En efecto, el prospectólogo actúa en una secuencia de acción que consta de tres momentos. En primer lugar, estudia y analiza todos los posibles futuros -o futuribles-, y elige uno de entre ellos: el que considera paradigmático o mejor. Se trata del futurable.
A continuación, el prospectólogo confronta el futurable con la situación actual, estableciendo una comparación bipolar entre ambos. De esta forma el presente se valora en función del futuro. Por último, se elaboran estrategias concretas para alcanzar el futurable a partir de la situación presente.
La proferencia, al suponer que nos dirigimos inexorablemente hacia un determinado porvenir, adopta una actitud descriptiva del mismo. Por el contrario, la prospectiva, al suponer que exite una amplia gama de futuribles posibles, adopta una postura normativa respecto al futurable que elige entre los múltiples futuribles plausibles.
Así entendida, la prospectiva no tiene por objetivo responde a la pregunta de qué va a suceder, sino que -en todo caso- plantea la cuestión a la inversa y formula la siguiente cuestión: ¿qué decisiones es necesario tomar para ir cambiando el curso de las cosas y evitar desenlaces desagradables en el futuro?
El objetivo de la prospectiva consiste, pues, en el estudio del futuro; pero en ningún caso pretende predecirlo o preverlo. No existe semejanza alguna entre la adivinación o profecía y el pensamiento prospectivo. La actividad adivinatoria -propia de astrólogos, arúspices, cartománticos, pitonisas o nigromantes- considera a la realidad como cristalizada en el tiempo, y piensa que el futuro está ya escrito en alguna parte. Su actividad se limita, por consiguiente, a desentrañarlo.
La prospectiva presupone, por el contrario, que el futuro está abierto y, por tanto, no pretende en ningún caso adivinar el porvenir y establecer pronósticos. Su actividad se limita, como hemos dicho, a concebir futuribles, elegir un futurable y elaborar estrategias concretas en el presente con vistas a la realización del mismo.
Desde esta perspectiva resulta fácil percatarse de que la prospectiva no es una técnica de adivinación del futuro, sino que, en todo caso, es un método de transformación del mismo. No pretende descubrirlo, sino construirlo, fraguarlo, engendrarlo por todos los medios disponibles a su alcance.