lunes, 25 de junio de 2012

La Tierra, un punto en el Universo

1. La Tierra en el Universo
Vía Láctea
La Tierra es un planeta del Sistema Solar. El Sol es una estrella de una galaxia llamada Vía Láctea que, a su vez, es una de las miles de galaxias que existen en el Universo.
Las galaxias son grupos de miles o millones de estrellas, gas y polvo que giran en el espacio. Según su forma, se clasifican en tres grupos: elípticas, espirales e irregulares.
En el Universo hay cientos de miles de millones de galaxias, que forman grupos unas con otras. La Vía Láctea pertenece a un grupo de más de veinte galaxias, que constituye el llamado Grupo Local. De este conjunto de galaxias, la más cercana a nosotros es Andrómeda, que se encuentra a 2 300 000 años luz. El año luz es la distancia que recorre la luz en un año a la velocidad de 300 000 kms por segundo.
La Vía Láctea la forman más de 100 000 millones de estrellas y tiene un diámetro aproximado de 110 000 años luz.
La Vía Láctea tiene forma de espiral. Presenta una gran concentración de estrellas en el centro o núcleo, del cual salen una especie de "brazos" a su alrededor. En uno de estos brazos se encuentra la Tierra.


2. La Tierra en el Sistema Solar
El Sistema Solar está formado por una estrella central, el Sol, y numerosos cuerpos que se encuentran a su alrededor ligados por la gravedad: planetas, planetas enanos, satélites y otros cuerpos menores (cometas y asteroides).
En el Sistema Solar se distinguen ocho planetas. Los planetas son astros que giran alrededor del Sol y no tienen luz propia. Algunos planetas cuentan con satélites: astros que giran alrededor de los planetas.
Planetas y satélites tienen dos movimientos: giran sobre sí mismos (movimiento de rotación) y también alrededor del Sol (movimiento de traslación), siguiendo trayectorias llamadas órbitas.
Los planetas giran alrededor del Sol siguiendo una órbita casi circular (elíptica). Según su distancia respecto al Sol, los planetas se dividen en dos grupos separados entre sí por un cinturón de asteroides, cuerpos rocosos de pequeño tamaño:
  • Los planetas interiores (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte) son los más cercanos al Sol, tienen una composición rocosa y poseen pocos satélites.
  • Los planetas exteriores (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) están más alejados del Sol, son gaseosos y tienen más satélites.
Los planetas enanos son una nueva categoría de planetas establecida por los astrónomos en el año 2006. Se diferencian de los planetas principales en que su órbita alrededor del Sol no es muy precisa.
En el Sistema Solar se distinguen cinco planetas enanos: Ceres, que se encuentra entre Marte y Júpiter, y Plutón, Haumea, Makemake y Eris, que están situados más allá de Neptuno y reciben el nombre de plutoides.

martes, 19 de junio de 2012

Las primeras civilizaciones urbanas: Mesopotamia

1. El medio natural
Mesopotamia (en lengua griega significa tierra entre ríos) fue una civilización agrícola que se desarrolló en una región localizada en torno a dos ríos: el Tigris y el Éufrates.
Su situación, cerrada al norte y al este por los montes Tauro y Zagros, y abierta al sur y al oeste al golfo Pérsico y al desierto de Siria, hizo de la zona un lugar de paso en el que, debido a la fertilidad de sus tierras, se asentaron numerosos pueblos y se levantaron ciudades amuralladas e independientes que a veces se integraron en distintos imperios.
La zona norte, montañosa y cuna del Tigris y el Éufrates, recibe el nombre de Alta Mesopotamia, mientras que la zona sur, formada por terrenos pantanosos, se denomina Baja Mesopotamia.
Asimismo, según los pueblos que predominaron en las distintas regiones, es posible hacer otra división de Mesopotamia:

  • Sumer: Al sur, en la confluencia de los ríos.
  • Acad: Al norte, entre los valles de los dos ríos.
  • Asiria: Más al norte, en plena montaña.
2. La historia
En la historia de Mesopotamia podemos señalar las siguientes etapas, marcadas por los pueblos que dominaron la zona:
  • Sumerios y acadios: Durante esta etapa (3500-1800 a.C.) destacaron los sumerios, pueblo pacífico y de cultura avanzada. Construyeron canales y pozos para controlar las crecidas de los ríos, se organizaron en ciudades-estado e inventaron la escritura. El predominio sumerio finalizó cuando Sargón I, rey de Acad, organizó un ejército y conquistó Sumer. Posteriormente, otro monarca, Gudea, unificó bajo su mandato a sumerios y acadios, unificación que mantuvieron sus sucesores.
  • Asirios y babilonios: Durante esta etapa (1800-600 a.C.), Hammurabi volvió a unir bajo su autoridad las tierras de Mesopotamia, estableció la capital en Babilonia y creó el Primer Imperio Babilónico, que alcanzó una gran extensión. Posteriormente, hubo un predominio asirio en el cual destacó el rey Asurnasirpal II, que fue famoso por la gran crueldad que mostraba hacia sus enemigos. Hacia el año 625 a.C., Babilonia recuperó la hegemonía e instauró el Imperio Neobabilónico, cuyo rey más destacado fue Nabuconodosor II, que derrotó a los egipcios y dominó Siria.
  • Persas y griegos: En el año 539 a.C., el rey persa Ciro II convirtió Mesopotamia en una provincia más de su imperio. En el 331 a.C., los persas fueron a su vez sometidos por los griegos bajo el mandato de Alejandro Magno.

lunes, 11 de junio de 2012

La organización de Hispania: provincias, municipios

Los romanos, desde que se instalaron en la península Ibérica, introdujeron los elementos organizativos imprescindibles para la administración de los territorios conquistados en Hispania. Para ello efectuaron una división en provincias, que con el tiempo sufriría numerosos cambios, y alentaron la vida urbana. No obstante, la incorporación plena de Hispania y de sus habitantes a las instituciones políticas y a las normas jurídicas romanas se desarrolló a lo largo de un proceso muy lento. Un importante paso adelante se produjo cuando el emperador Vespasiano (siglo I d.C.) concedió el derecho latino a todas las ciudades de Hispania. Aunque se trataba de un derecho de ciudadanía incompleto permitió que todas las ciudades peninsulares se organizaran de acuerdo con la constitución romana. Pero la definitiva equiparación de los habitantes de Hispania con los de Roma no se produjo hasta tiempos del emperador Caracalla. Éste, en el año 212 d.C., concedió la ciudadanía romana a todos los súbditos del Imperio.


1. La administración provincial
Al igual que en las restantes regiones que incorporaba a su dominio, Roma introdujo en Hispania la administración provincial. A fines del siglo II a.C., Hispania fue dividida en dos provincias, la Citerior, que correspondía la zona noreste de la Península, hasta Cartagena, y la Ulterior, con el sur de Hispania. Esas provincias se fueron extendiendo hacia el interior a medida que progresaba la conquista militar.
En tiempos de Augusto se procedió a una reforma importante. La Hispania Citerior, denominada Tarraconense, con capital en Tarraco, debido a que tenía zonas no suficientemente pacificadas, fue colocada bajo la dirección política del emperador, que la gobernaba por medio de un propretor. La antigua Hispania Ulterior fue dividida en dos provincias, Lusitania, con capital en Emerita Augusta, también regida por un propretor, y Bética, capital en Corduba, puesta bajo el mando del Senado, que la gobernaba a través de un procónsul. A su vez, las provincias estaban divididas en conventus, circunscripciones más reducidas, con funciones judiciales y administrativas. Los gobernadores de las provincias, que en tiempos de la República habían actuado sin el más mínimo control, fueron estrechamente vigilados a raíz del establecimiento del Imperio, con el fin de evitar abusos.
En el Bajo Imperio hubo nuevas modificaciones en la organización provincial de Hispania. Los conventus desaparecieron. En tiempos del emperador Caracalla se desgajó el noroeste de la provincia Tarraconense para formar una nueva provincia, Gallaecia. Más tarde, a fines del siglo III d.C., el emperador Diocleciano dividió a Hispania en seis provincias: Bética, Lusitania, Gallaecia, Cartaginense, Tarraconense y Mauritania Tingitana (el norte de África). Por último, a fines del siglo IV, las Islas Baleares pasaron a constituir una nueva provincia, Baleares Insular o Baleárica.


2. El régimen municipal
La ciudad era un elemento clave en la vida romana. Ahora bien, existía una gran diversidad de tipos de ciudades, no sólo por su origen, sino también por su condición jurídica con respecto al poder central. En principio se establecía una neta distinción entre ciudades indígenas y ciudades romanas. De acuerdo con la relación particular que mantenían con Roma se distinguían varias clases entre las ciudades indígenas: estipendiarias (sujetas al pago de un tributo), libres, federadas, etc. Por su parte, los romanos fundaron en Hispania ciudades. Eran las colonias. Una vez elegido el lugar en donde la colonia iba a establecerse, una comisión trazaba las dos calles principales (cardo maximus, de norte a sur, y decumanus maximus, de este a oeste) que se cruzaban en el foro o plaza principal, y señalaba mediante un surco el perímetro de la ciudad. Colonias célebres fueron, entre otras, Emerita Augusta (Mérida), Caesar Augusta (Zaragoza), Barcino (Barcelona) y Bracara Augusta (Braga).
El modelo específico de organización de la ciudad de Roma se fue extendiendo a todo el territorio peninsular, primero a las ciudades propiamente romanas, pero más tarde también a las indígenas. Es el denominado régimen municipal. Las instituciones de gobierno de los municipios romanos eran el consejo y los magistrados. El consejo o curia estaba integrado por los decuriones. En cuanto a los magistrados destacaban los duoviri, los ediles y otros de menor rango. Eran elegidos por los comicios, funcionaban colegiadamente (dos en cada magistratura) y desempeñaban su cargo durante un año. Los cargos de gobierno eran detentados por los grupos sociales dominantes de las ciudades, que constituían auténticas oligarquías municipales. No obstante, en el Bajo Imperio la obligatoriedad de los curiales o miembros de la curia de responder al pago de los tributos y la adscripción a sus cargos fue desastrosa para ese grupo social y paralelamente para las ciudades.

martes, 5 de junio de 2012

La piedra Rosetta

1. Un gran descubrimiento
El conocimiento de Egipto es uno de los capítulos más brillantes de la arqueología, además de uno de los más recientes. La Edad Media identificaba el país de los faraones con una colonia romana o un asentamiento cristiano. El Renacimiento pensaba que la civilización había empezado con Grecia. Incluso en el Siglo de las Luces no se conocía de Egipto nada más que las pirámides.
La egiptología (esto es, el estudio de la civilización egipcia) es fruto del imperialismo napoleónico. Cuando en 1798 Napoleón preparó una expedición a Egipto, llevó un gran número de peones e ingenieros para explorar el terreno, y de paso llevó también a algunos científicos eruditos, porque pensó que quizá le serían útiles para entender mejor la historia de aquel país. Y, en efecto, estos fueron los hombres que descubrieron al mundo los templos de Luxor y Karnak. Y estos mismos hombres, diez años después, presentaron a la Academia Francesa una Descripción de Egipto que abrió las puertas al estudio científico de una civilización antigua y olvidada.
Sin embargo, durante muchos años, los estudiosos fueron incapaces de leer las inscripciones que aparecían en los monumentos, hasta que ocurrió un hecho de especial importancia: uno de los hombres de Napoleón encontró una piedra de basalto negro cerca de Rosetta, ciudad situada a unos 50 kilómetros de Alejandría. Era una piedra rota, de forma irregular, que medía 114 cms. de alto y 72 cms. de ancho. Esta piedra pasó luego a poder de los ingleses, que la conservan y exponen actualmente en el Museo Británico de Londres.
Las inscripciones de la piedra Rosetta, grabadas por los sacerdotes escribas de Menfis, reflejaban unas concesiones hechas al pueblo por el rey Ptolomeo V Epífanes, en el siglo III a.C., para conmemorar el noveno aniversario de su ascensión al trono. La piedra reproducía el mismo texto en tres escrituras diferentes: jeroglífica egipcia, demótica (una forma de escritura derivada de la jeroglífica hierática y usada para las situaciones comunes, es decir, las no oficiales o que se referían a hechos sagrados) y griego. Gracias a esta última lengua, cuyo significado sí se conocía, fue posible descifrar en su totalidad las otras dos.


2. Thomas Young y François Champollion
El inglés Thomas Young y el francés François Champollion dedicaron muchos años a descifrar el contenido de esos jeroglíficos. Algunos de ellos estaban escritos dentro de un cartucho (conjunto de signos pictográficos reunidos en el interior de un óvalo que se empleaba para escribir los nombres de los personajes de la realeza). Fueron dos de los cartuchos utilizados en esta muestra de escritura jeroglífica los que les permitieron descifrar la totalidad del texto.
Cartucho egipcio
La escritura jeroglífica, que da la impresión de ser pictográfica, contiene en realidad tres tipos de símbolos diferentes que, combinados, representan la palabra: los símbolos ideográficos, que representan palabras o nociones del mundo real; los fonogramas, que se emplean para indicar pares consonantes o consonantes aisladas; y los símbolos determinativos, que carecen de valor fonético e indican el significado que tiene la palabra, evitando que se confunda con otro significado diferente pero que se escribe igual.
Thomas Young observó que la primera figura del primer cartucho aparecía también en el segundo. Lo mismo ocurría con la cuarta figura del primer cartucho. De este modo, y con mucha paciencia, llegó a relacionar los diferentes signos que aparecían en las letras. Y llegó a la conclusión de que un cartucho contenía el nombre del rey Ptolomeo y que el otro contenía el nombre de la reina Cleopatra. Comparando la orientación en la que estaban dibujados los caracteres de los pájaros y otros animales, descubrió también en qué dirección debían leerse los jeroglíficos.
Después de veinte años de estudio, Champollion consiguió descifrar todo el texto de la piedra Rosetta, traduciendo buena parte del sistema de escritura egipcio. Su labor amplió el conocimiento sobre el sentido y funcionamiento de la escritura, por tratarse de un tipo que incorporaba signos puramente pictográficos con otros de tipo fonético, y que parecía ocupar un lugar de transición entre los pictogramas y los sistemas silábicos posteriores.