viernes, 20 de marzo de 2015

La lectura rápida

El objetivo de los cursos de lectura rápida es suministrar al alumno hábitos y actitudes que le permitan obtener la información necesaria de una cantidad de material que desborda su capacidad y velocidad lectora habituales. Generalmente se centran en tres áreas bien definidas: la percepción visual, la lectura mental y la búsqueda y comprensión de lo esencial.

1. La percepción visual
La lectura no se realizando deslizando la mirada de un modo continuo sobre la línea. Se lee a saltos. Acostumbrarse a detenerse sólo lo necesario para captar todas las letras, sin reiteración ni superposición de áreas, es una de las primeras tareas que se proponen todos los cursos de entrenamiento.

2. Aparatos para agilizar la lectura
Son aparatos que obligan a llevar un ritmo más rápido (reglas programadas eléctricamente, taquitoscopio...). Sus contradictores afirman que no contribuyen más que a hacer lectores superficiales, de un ritmo monocorde. Su valor reside en colocar al sujeto en disposición activa para sacar todo el provecho a su malgastada capacidad.

3. La lectura mental
El hábito escolar de pronunciar en voz alta perdura en algunos toda la vida, frenando su capacidad lectora. Esa vocalización no suele aparecer en la lectura silenciosa, pero en cambio es frecuente que se arrastre una subvocalización que frena el ritmo lector. Cuando logramos desprendernos de los sonidos para atender al sentido, el salto es prodigioso.

4. La disposición activa en la búsqueda y comprensión de lo esencial
Se trata de buscar, seleccionar, lo esencial. Estar pendiente sólo del sentido. No todo tiene el mismo valor. Hay que adiestrar la capacidad de seleccionar los puntos clave. Hay que percibir el valor dispar de las partes e ir en búsqueda de lo fundamental sin perdernos en la maraña de detalles.

5. Leer como escuchamos
Cuando escuchamos a alguien, los sonidos, normalmente, apenas si tienen importancia. Vamos al sentido. Su mensaje es para nosotros claro, unitario, simultáneo, articulado. No recordamos las palabras, pero el sentido está patente. Más aún, mientras habla estamos en diálogo vivo interior, generalmente más activo y apasionado que cuando leemos. Le discutimos. A veces nos anticipamos a cuanto va a decir. En la conversación cotidiana es muy frecuente.

6. Errores de la lectura lenta
Leer lentamente no significa leer mejor. La causa de nuestra lentitud está en nuestra inseguridad. Muchas veces se debe a que no entendemos el texto. Y esto, a su vez, porque no comprendemos algunas palabras clave. El vocabulario ha de ser dominado o no hay modo de leer con rapidez inteligentemente. El segundo riesgo es querer recordarlo todo. El miedo al olvido hace volver atrás, con una angustia mental que frena todo avance. Para recordar no hay más remedio que acotar lo esencial -es imposible recordarlo todo, ni la mayor parte-, repetir de un modo espaciado -la repetición espaciada puede duplicar el efecto en el mismo tiempo- y asociar. Sólo asociando lo desconocido a lo conocido salvaremos del olvido lo importante.         

viernes, 13 de marzo de 2015

La cultura como objeto de la investigación científica

La denominación "estudio del hombre" es ciertamente algo presuntuosa, por no decir descabellada, cuando se aplica a la antropología académica. Diversas disciplinas, antiguas y recientes, venerables y nuevas, se ocupan también de investigar la naturaleza del hombre, sus obras manuales y las relaciones entre los seres humanos. Todas y cada una de ellas pueden reclamar el derecho de ser consideradas como ramas del legítimo "estudio del hombre". Las más antiguas, desde luego, son las contribuciones de la filosofía moral, de la teología, de la historia más o menos legendaria y de las interpretaciones del viejo derecho y la costumbre. Tales aportaciones pueden ser rastreadas hasta las culturas que todavía perpetúan la edad de piedra; han florecido por cierto en las viejas civilizaciones de China y de la India, de Asia occidental y de Egipto. Economía y derecho, ciencia política y estética, lingüística, arqueología y el estudio comparado de las religiones, constituyen las más recientes contibuciones al humanismo. Hace unos dos siglos, la psicología llamada del alma y más tarde la sociología, es decir, la investigación de las relaciones humanas, se agregaron a la lista de estudios académicos oficiales.
La antropología, como ciencia del hombre, en sentido amplio, como la más comprensiva disciplina en el humanismo, fue la última en llegar. Ella debió limitar sus alcances y su campo, su contenido y su método lo mejor que pudo. Asimiló lo que había dejado de lado y aun tuvo que usurpar antiguos materiales que otras ciencias conservaban. La constituyen ahora disciplinas tales como la prehistoria, el folklore, la antropología física y cultural. Éstas se aproximan peligrosamente a otros legítimos campos de ciencias sociales y naturales: psicología, historia, arqueología, sociología y anatomía.

La nueva ciencia nació bajo el signo del evolucionismo entusiasta, de los métodos antropométricos y de los reveladores descubrimientos prehistóricos. No debe asombrar que su interés originario se haya concentrado alrededor de la reconstrucción de los orígenes humanos, de la búsqueda del "eslabón perdido", investigando paralelamente en los campos prehistóricos y en los datos etnográficos. Considerando retrospectivamente las conquistas del último siglo, podríamos ver en ellas no sólo un conjunto de disputas e intentos de los anticuarios, que abarcaban la erudición etnográfica, mediciones y recuentos de cráneos y huesos, y una colección de datos sensacionales acerca de nuestros antepasados semi-humanos. Esta estimación, sin embargo, dejaría de lado ciertamente las mejores contribuciones de precursores en el estudio comparativo de las culturas, como Herbert SpencerAdolf Bastian y E. Durkheim. Estos pensadores, junto con algunos otros y sus discípulos, han elaborado gradualmente una teoría científica de la conducta, y han trabajado por una comprensión mejor de la naturaleza, de la sociedad y de la cultura humana.
Así, cuando trata acerca de la manera científica de encarar el "estudio del hombre", el antropólogo afronta una tarea nada fácil, que resulta de apreciable importancia. Debe definir en qué relación recíproca se encuentran las varias ramas de la antropología. Tiene que determinar la posición que éste debe ocupar en la amplia fraternidad de los estudios humanísticos. Está forzado a reabrir también la vieja cuestión: en qué sentido el humanismo puede ser científico.
El verdadero campo de reunión de todas las ramas de la antropología es el estudio científico de la cultura. Tan pronto como el antropólogo físico reconozca que "la raza es lo que la raza hace", admitirá también que las medidas, tablas clasificatorias o descripciones de índole física no tiene aplicabilidad alguna, excepto cuando podamos correlacionar el tipo físico con la facultad creadora de la cultura de una raza.
La tarea del prehistoriador y del arqueólogo es reconstruir la plena realidad viviente de una cultura extinguida con sólo el testimonio parcial de los restos materiales. Por su parte el etnólogo, que se basa en la evidencia de las actuales culturas primitivas o evolucionadas, con el objeto de reconstruir la historia humana desde el punto de vista ya de la evolución, ya de la difusión, puede basar sus argumentos sobre datos científicos seguros, sólo en el caso de que interprete realmente lo que es la cultura. Por fin, el etnógrafo no puede hacer observaciones sobre el terreno a menos que distinga qué es importante y esencial, y sea así capaz de descartar los hechos adventicios y fortuitos. Por lo tanto, el aspecto científico de todo trabajo antropológico reside en la teoría de la cultura, con referencia al método de observación de campo y al significado de la cultura como proceso y como resultado.
La antropología puede contribuir a una perspectiva más científica de su asunto legítimo, es decir, la cultura, y prestará un servicio indispensable a las otras disciplinas humanísticas. La cultura, por ser el contenido más amplio de la conducta humana, es tan importante para el psicólogo como para el investigador de lo social, para el historiador, el economista o el lingüista. Así, no sólo la antropología, sino el estudio del hombre en general, comprendiendo todas las ciencias sociales, todas las nuevas disciplinas, psicológica o sociológicamente orientadas, pueden y deben cooperar en la construcción de una base científica común, que deberá ser por fuerza idéntica para los diversos estudios humanísticos.