lunes, 28 de mayo de 2012

Formación de las grandes unidades estructurales

La Península Ibérica se ha formado por adición y soldadura de distintas unidades morfoestructurales a lo largo de una atormentada historia geológica.


1. La importancia de la orogénesis herciniana y alpina
A lo largo de la era Primaria se formaron más de las dos terceras partes del solar peninsular. Los relieves más antiguos, difíciles de precisar, pertenecen a la era Arcaica y a los movimientos caledonianos. Sin embargo es en la segunda mitad del Primario, con los movimientos hercinianos, cuando emergen las más robustas unidades. A fines de la era Primaria estas cadenas han sido erosionadas por distintos sistemas morfogenéticos. En superficie sólo afloran las raíces endurecidas del plegamiento constituidas por rocas cristalinas. En definitiva, las antiguas cadenas arrasadas han sido convertidas en macizos. El más extenso es el Macizo Central Ibérico basculado hacia el Este; de menor extensión, pero de naturaleza similar, el Macizo del Ebro, el Catalano-balear y el Bético-rifeño. Entre ellos existen canales, más o menos profundos, en donde se acumulan espesores variados de sedimentos continentales o marinos.
Durante el Secundario no existe orogénesis. Es una era de calmas. Tan sólo movimientos epirogénicos de gran radio afectan a los zócalos. Los bordes sufren transgresiones y regresiones marinas que son las responsables del variado espesor de los sedimentos y de los cambios de facies. La orogénesis alpina configura definitivamente la Península. Los empujes proceden del Este y afectan a los antiguos macizos paleozoicos al tiempo que son los responsables del nacimiento de nuevas unidades. El macizo del Ebro y el Bético-rifeño se hunden dando origen a la depresión del Ebro y al estrecho de Gibraltar. El Catalano-balear aflora en parte, formando las Cordilleras Catalanas. El Macizo Central se levanta en conjunto y bascula hacia el Oeste; sus bordes se fracturan con hundimiento de dovelas (valle del Guadalquivir; Beira do Mar), o con orlas marginales (Macizo Asturiano, Picos de Europa), o bien con los bordes en los que la cobertera se pliega (Sistema Ibérico; orla mesozoica portuguesa, montañas del Algarve); y en su interior se levantan unas unidades (Sistema Central), al tiempo que se hunden dos grandes cuencas, las dos Castillas.
Al tiempo que se producen estos accidentes tectónicos se rellenan dos fosos periféricos (valles del Ebro y Guadalquivir) y se levantan los robustos arcos alpinos de los Pirineos y las montañas Béticos, que experimentan los últimos empujes verticales a finales del Terciario. A partir de este período, el edificio peninsular experimenta pocas modificaciones: algunas fallas responsables de las rías gallegas y movimientos eustáticos que afectan a las costas.


2. La variedad litológica
Como consecuencia de la evolución geológica experimentada por la Península se aprecian en ella tres dominios litológicos claramente definidos:
a) La Iberia silícea corresponde a los macizos paleozoicos cuyos materiales afloran en superficie. Son rocas cristalinas de origen variado (metamórficas, plutónicas, volcánicas) y muy endurecidas; constituyen el zócalo primario. Se extienden por la mitad occidental de las Península: penillanuras de Galicia, o de Castilla la Vieja, Extremadura, parte de Portugal; montañas interiores (Sistema Central, Montes de Toledo, Montes Galaico-Leoneses); montañas circundantes (Sierra Morena, Macizo Asturiano, Sierras de Gralheira y Caramulo en Portugal); y en las zonas axiles de las cadenas alpinas (Pirineos y Penibética).
b) La Iberia caliza se extiende por el este de la Península y forma una enorme "Z" invertida. Son materiales predominantemente calcáreos (calizas, margas, yesos), de origen continental o marino, depositados en mares poco profundos, próximos a los macizos, o bien en el fondo de los geosinclinales alpinos. Predominan en los Pirineos, Montañas Vascas, sector oriental de las Cantábricas, Sistema Ibérico, Sistema Bético, Montañas del Algarve y de la Extremadura portuguesa.
c) La Iberia arcillosa corresponde a las depresiones. Las cuencas sedimentarias de las dos Castillas recibieron potentes espesores de arcillas, arenas y areniscas, yesos, margas y calizas, depositados en estratos horizontales o en disposición monoclinal, procedentes de los relieves periféricos a la cuenca o del Sistema Central y Montes de Toledo. Las depresiones subalpinas (Ebro, Guadalquivir) y la del Sado-Tajo, recibieron numerosos materiales sinorogénicos y postorogénicos de origen continental (molasas) y de origen marino (calizas).

viernes, 18 de mayo de 2012

Las primeras civilizaciones urbanas

Hace unos 6000 años a.C., algunos pueblos se asentaron a orillas de grandes ríos. Estos experimentaban cada año crecidas que inundaban los valles y depositaban luego en ellos, cuando el caudal volvía a disminuir, un limo que fertilizaba la tierra; de este modo, se obtenían grandes cosechas a ambos lados de los ríos.
Este hecho motivó el aumento de la población y una serie de cambios económicos y sociales que hicieron que, poco a poco, las pequeñas comunidades agrícolas se fueran desarrollando y dieran paso a las primeras civilizaciones urbanas.
Así surgieron dos grandes civilizaciones: la mesopotámica, en torno a los ríos Tigris y Éufrates, y la egipcia, alrededor del Nilo.


1. Cambios económicos y sociales
Los grandes excedentes agrícolas que se producían favorecieron la aparición del comercio para intercambiar los productos sobrantes por otras que escaseaban en la zona. Esto hizo necesaria la creación de un sistema de comunicaciones a través de ríos y canales y de una red de caminos.
Puesto que no todas las personas tenían que dedicarse a la producción directa de alimentos, surgieron nuevos oficios como la alfarería, la cantería y la orfebrería, entre otros, y con ellos, diversos grupos sociales, ya que, con el tiempo, cada oficio adquirió un determinado rango en la escala social.


2. Cambios políticos
Código de Hammurabi, primera
recopilación de leyes de la Antigüedad.
Hammurabi, rey de Mesopotamia,
vivió entre los años 1728 y 1630 a.C.
Los pequeños poblados agrícolas crecieron y se transformaron en ciudades. Estas estaban constituidas por diversos elementos urbanos: viviendas, palacios, templos, almacenes, tiendas, etc.
La necesidad de organizar la ciudad, de administrar y almacenar las riquezas, de construir canales, etc., provocó el nacimiento de la administración del Estado. Así, reyes y sacerdotes fijaban las normas de convivencia (leyes) y ejercían la función de gobierno.
Los gobernantes exigían el pago de impuestos a los campesinos por cultivar la tierra y a los artesanos y comerciantes por desempeñar su oficio. Estos impuestos eran, a veces, excesivos, con lo que el caudillo o rey, así como los funcionarios dirigentes, acumulaban una gran riqueza que era utilizada para asegurarse el poder. Con ella se construyeron también grandes monumentos que engrandecían las ciudades y se formaron enormes ejércitos. De este modo, algunas ciudades se hicieron muy poderosas y pudieron extender su dominio sobre otros territorios cercanos.


3. La aparición de la escritura
La escritura nació en Mesopotamia y en Egipto casi al mismo tiempo (alrededor del 3000 a.C.), debido a las necesidades de la administración y el comercio. Es este un acontecimiento de extraordinaria importancia, pues marca el comienzo de la historia.
En Mesopotamia se escribía sobre arcilla blanda y húmeda, que luego se dejaba secar al sol o se cocía en un horno. Tanto el instrumento empleado como los trazos que se grababan tenían forma de cuña; por eso, esta escritura se conoce como cuneiforme.
En Egipto, se solía escribir sobre papiros o piedra. La escritura, que recibe el nombre de jeroglífica, se plasmaba en signos que eran dibujos esquemáticos de elementos de la vida cotidiana, de la fauna y de la flora.
Con la escritura surgió también la escuela y la ciencia, pues ahora era posible la acumulación y la transmisión del saber, dependientes hasta ese momento solo de la tradición oral. Además, numerosos papiros y tablillas empezaron a guardarse en las primeras bibliotecas de la historia.

domingo, 13 de mayo de 2012

Economía y sociedad de la España romana

El establecimiento del dominio político de Roma en Hispania trajo como consecuencia la implantación de las formas económicas y sociales romanas, que se impusieron netamente sobre las propias de los indígenas. No obstante a lo largo de todo el período de dominio romano hubo importantes modificaciones. La crisis iniciada en el siglo III d.C., que precipitó la desintegración del mundo romano y la aparición de nuevas formas de organización social, tuvo también su manifestación en la península Ibérica.


1. Economía de la España romana
Hispania era, en el conjunto del mundo romano, esencialmente un país proveedor de materias primas, que en su mayor parte eran exportadas hacia Italia. La Península tenía abundantes fuentes de riqueza. En cuanto a los productos agrícolas destacaban los cereales (el trigo, importante en la Bética, aunque apenas conocido en la Meseta; la cebada, famosa en la zona de Cartagena), el olivo (básico en la Bética, región exportadora, pero también en el valle del Ebro y en general en toda la zona al sur del Guadarrama), la vid (Bética y Tarraconense), el lino (cultivado en la costa mediterránea y en el noroeste), el esparto (sureste), las bellotas, etc. Por lo que respecta a la ganadería había ovejas en la cuenca del Duero, ovejas y vacas en el valle del Guadalquivir y caballos en la Meseta y Lusitania. Del bosque se sacaba la cochinilla, esencial para el teñido de los paños.
La explotación minera tenía para Roma una importancia primordial. Se obtenía en la Península: oro (en Sierra Morena, pero sobre todo en el noroeste), plata (Cartagena), cobre (Río Tinto), plomo (Cartagena), estaño (noroeste) y cinabrio (Almadén). También suministró Hispania numerosos esclavos, especialmente a través de las guerras de conquista.


La producción de objetos manufacturados no jugó un papel muy destacado en la España romana. No obstante cabe recordar la fabricación de tejidos de lana en Levante y de armas de hierro en el Ebro y en Toledo. El comercio se basaba en la moneda (el denario de plata). El vino y el aceite se dirigían hacia el interior y el norte. Las exportaciones eran de productos agrícolas y de metales, y las importaciones de productos de lujo, para las clases dominantes, y objetos manufacturados. Roma realizó en Hispania un importante trabajo en los caminos, abriendo nuevas vías y erigiendo por doquier puentes. Así, Hispania llegó a contar con un amplio cinturón de vías, de gran importancia comercial y militar. Recordemos la vía Augusta, que recorría toda la costa mediterránea, o la de la Plata, que unía Asturica Augusta (Astorga) con Extremadura y el suroeste de Andalucía.
La economía romana tenía como rasgos básicos el papel decisivo de las ciudades y la utilización en gran escala del trabajo de los esclavos, tanto en los latifundios como en las minas. Pero a partir del siglo III d.C., las ciudades entraron en decadencia. Paralelamente retrocedía la importancia de los esclavos, que eran sustituidos por colonos. El comercio decrecía y la moneda era cada día menos utilizada. Prácticamente, todo se encaminaba hacia una economía de tipo natural.


2. La sociedad hispanorromana
Desde el punto de vista jurídico, en la sociedad hispanorromana había dos grandes grupos: los libres y los esclavos. Dentro de los libres había enormes diferencias de unos sectores a otros. En cabeza se encontraba el orden senatorial. Los hispanos que pertenecían a este sector, originarios del sur y del noreste, estaban preocupados ante todo de sus relaciones con Roma. A continuación se hallaba el orden ecuestre o de los caballeros, al cual accedieron en ocasiones miembros de las aristocracias indígenas. Los decuriones, sector integrado por descendientes de los colonos romanos o por las aristocracias de los pueblos prerromanos, eran las oligarquías municipales. En cuanto a la plebe, el sector más numeroso de los libres, podía ser urbana (en su mayoría artesanos, agrupados en "collegia") o rústica. Un grupo intermedio entre los libres y los esclavos era el de los libertos, antiguos esclavos a los que se había dado la libertad.
Durante el Alto Imperio, dejando aparte a los escasos miembros del orden senatorial, apenas interesados por las cuestiones locales, los grupos sociales dominantes en tierras hispánicas habían sido los caballeros y los decuriones. Había abundantes libres, pero sobre todo numerosos esclavos. Pero en el Bajo Imperio, la crisis de las ciudades supuso el declive de los decuriones. Hubo también una disminución del número de esclavos, cuyas condiciones de vida, por otra parte, se asemejaban cada día más a las de los libres pobres. La estratificación social se acentuó, estableciéndose una diferencia muy acusada entre los honestiores, básicamente los grandes propietarios, y los humiliores, la plebe. Esta situación creó las condiciones propicias para la aparición de revueltas campesinas, protagonizadas por esclavos y colonos (los bagaudas, por ejemplo) y que aceleraron la descomposición del mundo romano.