sábado, 26 de octubre de 2013

El gran avance del siglo XIII

En el siglo XIII la reconquista cristiana conoció un progreso espectacular. En un período de unos 40 años fueron incorporados a los reinos cristianos alrededor de 140.000 km2. Pero antes fue preciso vencer la resistencia ofrecida por los almohades. En 1179 los reyes de Castilla y de Aragón se habían puesto de acuerdo (tratado de Cazorla) para repartirse las tierras de Al-Andalus que pensaban conquistar en los próximos años. Pero de momento estos proyectos quedaron olvidados por la llegada a la Península de los almohades, que vencieron el de forma aplastante a Alfonso VIII de Castilla en Alarcos (1195). No obstante el panorama cambió radicalmente cuando se organizó una cruzada contra los almohades. La victoria cristiana de las Navas de Tolosa (1212) no sólo significó el hundimiento del imperio almohade, sino también la apertura del portillo que cerraba el acceso a las feraces tierras de Andalucía. A mediados del siglo XIII habían pasado a manos cristianas Valencia, las Baleares, Extremadura, Murcia y Andalucía Bética, tierras extensas y ricas, densamente pobladas por musulmanes.

1. La expansión catalano-aragonesa: Valencia y las Baleares
La ofensiva catalano-aragonesa fue conducida por el monarca Jaime I. El primer paso se orientó hacia las islas Baleares. Teniendo como punto de apoyo la incipiente marina catalana, Jaime I conquistó Mallorca con relativa facilidad (1229-1230). La población musulmana, que había resistido tenazmente, prácticamente desapareció de la isla, procediéndose a repoblarla con gentes venidas de Cataluña. En general el sistema de reparto de las tierras permitió la creación de medias y pequeñas propiedades. Las restantes islas fueron incorporadas en años sucesivos a la Corona de Aragón.


Pintura mural en el Palacio Real de Barcelona que representa la conquista de Mallorca
La conquista del reino de Valencia fue muy laboriosa. La capital cayó en poder cristiano en el año 1238. El sistema de repoblación puesto en práctica varió mucho de unas zonas a otras. En el norte, en la zona montañosa de Castellón, prácticamente abandonada por los islamitas, las Órdenes militares del Temple y del Hospital recibieron extensas donaciones. Valencia y su huerta (la población musulmana había sido desalojada de la capital) fueron repartidas entre los repobladores, originarios del sur de Aragón y del sur de Cataluña. En la zona meridional del reino de Valencia, por el contrario, permaneció una abundante población musulmana, aunque después de la rebelión de 1248 muchos islamitas abandonaron el territorio, lo que obligó a intensificar la búsqueda de pobladores cristianos.


Representación del rey Fernando III de Castilla y León
2. La expansión castellano-leonesa: Extremadura, Andalucía Bética y Murcia
Los reyes de Castilla y de León, primero de forma independiente y desde 1230 definitivamente unidos, dirigieron la reconquista y la repoblación de Extremadura, Andalucía Bética y Murcia. Alfonso IX de León incorporó Cáceres (1227) y Badajoz (1230). Pero la obra más importante fue llevada a cabo por Fernando III, el monarca unificador de Castilla y León. A él se debe la conquista del valle del Guadalquivir: Córdoba cayó en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla, después de un prolongado cerco terrestre y naval, en 1248. Simultáneamente fue incorporada Murcia (1243) por su hijo el príncipe Alfonso. Éste, una vez rey (Alfonso X), completaba la conquista de Andalucía Bética con la toma de Cádiz (1262).
La actitud hacia la población musulmana dependió en buena medida de su resistencia a la expansión militar de los cristianos. En general, los islamitas fueron obligados a abandonar los núcleos urbanos, aceptándose en cambio su presencia en los campos, excepto en el reino de Jaén. Inmediatamente se procedió a efectuar un repartimiento de las tierras ganadas. La alta nobleza, las Órdenes militares y la Iglesia recibieron extensos donadíos, particularmente en Extremadura y en la región meridional de Andalucía, limítrofe con el reino granadino. Al mismo tiempo se organizaron poderosos concejos en torno a las ciudades, repartiéndose sus casas y las tierras de sus términos en función de la condición social de los repobladores, pues los caballeros recibían un heredamiento superior al de los peones. Los repobladores de Andalucía procedían esencialmente de la meseta Norte.
En el reino de Murcia permaneció después de la conquista cristiana una gran parte de sus antiguos habitantes musulmanes. Los repobladores procedían tanto del reino castellano-leonés como de la Corona de Aragón. En las ciudades surgieron fuertes concejos (Murcia constituye un buen ejemplo). En la zona sur los nobles y las Órdenes militares se instalaron sólidamente.
En 1264 la población mudéjar, tanto de los campos andaluces como de Murcia, se sublevó. Una vez sofocada la revuelta, parte de los mudéjares se vieron forzados a emigrar hacia Granada o al norte de África. Esta situación agravó las condiciones de explotación de las tierras recién incorporadas al dominio cristiano.


En el siglo XIII la reconquista cristiana prácticamente concluyó, si exceptuamos el reino nazarita de Granada. Los tres grandes protagonistas de este avance militar fueron Castilla-León, Portugal y Aragón-Cataluña. En el mapa puede observarse el territorio que reconquistó y consecuentemente repobló, cada uno de los citados reinos.


lunes, 14 de octubre de 2013

Los procesos de cambio y la antropología en la práctica

El resultado de la dominación por parte de las sociedades industriales de los pueblos sobre los que ha ido organizando y acrecentando su crecimiento y predominio ha revestido innumerables facetas y muy diversas son las consecuencias de lo que, usando la terminología específica de la Antropología, hemos denominado choque cultural. La desaparición de las culturas y hasta el aniquilamiento físico de algunas sociedades se puede considerar como “favorable” si la comparamos con algunas de las situaciones en las que han quedado los restos de algunas de estas sociedades dominadas, en las que se dan hasta manifestaciones de lo que podríamos definir como un “paulatino suicidio inconsciente colectivo.” La desesperación les ha llevado a una desgana de vivir, que se ha manifestado en un abandono total de sus labores; o sea, a prescindir de esa lucha del hombre contra la naturaleza cuya consecuencia es, como sabemos, la desaparición de la sociedad y de la cultura. No faltan tampoco ejemplos en los que, como entre algunos indios de Norteamérica o tribus del Pacífico, la extinción ha venido dada por una sensible disminución de la natalidad.
El choque con la civilización es tan fuerte entre esas sociedades, que ni el mundo de sus categorías mentales ni su repertorio cultural pueden interpretar coherentemente la llegada de los blancos con todo su bagaje material. Lo tienen que poner en la misma dimensión que muchos otros fenómenos de la naturaleza, que para ellos sólo tienen explicación si lo trasladan e interpretan como fuerzas sobrenaturales que son entroncados con su correspondiente tradición cultural. Viene a ser lo mismo que cuando los indígenas asignan a un volcán la categoría de un Dios, o a un terremoto el castigo divino o a un modo de expresar algún designio sobrenatural.

La incidencia del impacto colonial sobre un sinfín de culturas ha constituido uno de los principales campos de estudio para los antropólogos, como también para aquellos que ven este mismo fenómeno desde la perspectiva de la Sociología Política y de la Sociología del Subdesarrollo. Sin embargo, hay que reconocer que el antropólogo no sólo ha visto las consecuencias del colonialismo, sino que también ha participado mucho en los avatares sufridos por esta peculiar e importante modalidad de las relaciones intersociales.
Por su parte, las potencias colonialistas vieron la favorable importancia que podía tener el conocer la cultura y la estructura de las poblaciones por ellos administradas y la facilidad de llegar a ese conocimiento mediante las técnicas y los resortes propios de los especialistas en el estudio de las sociedades.
En cualquier caso, no hay que tomar de un modo excesivamente crítico la actitud de los antropólogos al servicio de las administraciones de colonias, ni tampoco reseñar los aspectos negativos que ellos pudieran tener. También les cabe el mérito de haber definido en numerosas ocasiones la política correcta a seguir con las sociedades aborígenes, el haber salvado culturas y sobre todo, el haber creado una cierta conciencia, hasta en el interior de las propias administraciones coloniales, de que la “supremacía del hombre blanco” dejaba bastante que desear y podían encontrarse en las culturas autóctonas rasgos complejos cuya validez, en su contexto, era muy superior a las ventajas aportadas por la “civilización”.
Hoy se llega a hablar de la existencia de una nueva rama de la Antropología: la Antropología Industrial.
Esteva Fabregat resalta también algunas de las consecuencias que se manifiestan en los individuos por el hecho de verse afectados por este nuevo tipo de relaciones sociales.
“La personalidad social que se genera es de carácter neurótico donde se contradicen los niveles de apetencia y las capacidades relativas de satisfacerlos. En su cualidad más notable, el sistema de cultura industrial consiste en haber creado módulos aparentemente abiertos, a través del concepto de oportunidad, a la movilidad social. La dinámica del sistema consiste en que permite desarrollar ideas constantes, una de las cuales se inserta en el individuo bajo la forma de una lucha por el status, lucha o deseo idealmente necesario al objetivo de una continuidad expansiva: la del mercado. Así se estimula un tipo de personalidad materialmente productiva, pero neurotizada por su misma dinámica de ambiciones personales, ambiciones amenazadas en su logro por apetencias semejantes puestas en acción por otros individuos dentro del sistema”.
Por otro lado, hoy ya se puede decir que incluso se abren nuevos cauces para la Antropología, como una perspectiva de un conjunto de disciplinas que ya no piensan que su objeto sea sólo el de interpretar la sociedad, sino también de transformarla. Las ideas ya no son pues, simples copias de las cosas, sino fuerzas que se realizan en el mundo. La intervención humana en la realidad social es acción y ciencia a la vez, ya que permite al mismo tiempo modificar el mundo y, al transformarlo, conocerlo.

lunes, 7 de octubre de 2013

La democracia

Uno de los más grandes logros políticos alcanzados en la Grecia clásica fue la democracia, un sistema original de gobierno que funcionaría en Atenas, en su época de mayor esplendor, y que elevaría la justicia y la igualdad ante la ley a la categoría de virtudes máximas.

La más famosa declaración de los ideales atenienses
Nuestro sistema político no compite con instituciones que tienen vigencia en otros lugares. Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que tratamos de ser un ejemplo. Nuestra administración favorece a la mayoría, y no a la minoría: es por ello que la llamamos democracia. Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa a todos los hombres por igual, en sus querellas privadas, pero esto no significa que sean pasados por alto los derechos del mérito. Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se le prefiere para las tareas públicas, no a manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza. La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros, y no nos entrometemos en los actos de nuestro vecino, dejándole que siga su propia senda. Pero esta libertad no significa que quedemos al margen de la leyes. A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles. Y también se nos enseña a observar aquellas leyes no escritas cuya sanción sólo reside en el sentimiento universal de lo que es justo.
Tucídides, historiador y militar griego
460-¿396? a.C.
Nuestra ciudad tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero. Somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro. Amamos la belleza sin dejarnos llevar por las fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad. Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo por evitarla. El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos para atender sus asuntos privados. No consideramos inofensivos, sino inútiles, a aquellos que no se interesan por el Estado; y si bien sólo unos pocos puedan dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla. No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente. Creemos que la felicidad es el fruto de la libertad, y la libertad, el del valor, y no nos amedrentamos ante el peligro de la guerra. Resumiendo: sostengo que Atenas es la Escuela de la Hélade y que todo individuo ateniense alcanza en su madurez una feliz versatilidad, una excelente disposición para las emergencias y una gran confianza en sí mismo.
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso (adaptado)

El alegato de los demócratas
Tal vez se afirme que una democracia no es sabia ni justa, que los que tienen dinero son los más adecuados para gobernar. Pero yo digo, en primer lugar, que el demos incluye a todo el estado; oligarquía, en cambio, sólo a una parte; que los ricos son los mejores guardianes del dinero; los sabios, los mejores consejeros; pero la multitud, una vez informada, juzga mejor; y que todas esas virtudes participan en igual medida en una democracia. Una oligarquía, en cambio, da a la multitud su parte de riesgo y toma para sí no la parte mayor, sino todos los beneficios. Esto es lo que buscan los poderosos y los jóvenes entre vosotros, pero en una gran ciudad nunca podrán obtenerlo.
TucídidesHistoria de la guerra del Peloponeso (adaptado)

Pericles y la democracia
Busto en mármol de Pericles.
Copia romana (430 d.C.)
Pericles consolidó el dominio del pueblo soberano de Atenas creando por primera vez en la historia de Occidente una democracia. Por supuesto, la democracia de Pericles no ha de equipararse a la democracia moderna, porque las diferencias, tanto internas como externas son demasiado grandes. La democracia moderna es una democracia indirecta; sin duda, el poder proviene en ella del pueblo, que manifiesta su voluntad por medio del voto, pero el gobierno lo ejerce el Consejo de Ministros bajo el control del Parlamento elegido por el pueblo. En Atenas, en cambio, lo mismo que en otros estados griegos, la soberanía se encarna en la ekklesía, la Asamblea popular. Tenían derecho a formar parte de la Asamblea todos los varones, siempre que estuvieran en posesión de los derechos ciudadanos y fueran mayores de edad. Los ciudadanos presentes eran invitados por medio de un heraldo a tomar la palabra sobre los puntos que figuraban en el orden del día. Por lo regular, sin embargo, los oradores eran los individuos que habían hecho de la política la actitud de su vida, esto es, los demagogos, como se les solía llamar con cierto sentido despectivo: para estos la asamblea constituía la arena en donde desplegaban su oratoria.
H. Bengtson, El mundo mediterráneo en la Edad Antigua (adaptado)

Pericles y la guerra del Peloponeso
Se adelantaron primero a hablar otros muchos, cuyas opiniones estaban divididas, diciendo ya que la guerra era necesaria, ya que el decreto no fuera obstáculo para la paz, sino que lo derogasen; hasta que, adelantándose Pericles les aconsejó lo que sigue: "Continúo ateniéndome siempre a la misma opinión de no ceder ante los peloponesios, ¡oh, atenienses! Hay que convencerse de que la guerra es necesaria y de que los mayores peligros resultan para las ciudades y los individuos, los mayores honores. Nuestros padres, por ejemplo, hicieron frente a los persas y llevaron nuestra prosperidad al estado presente; y no debemos quedar detrás de ellos, sino defendernos por todos los medios de nuestros enemigos y procurar entregar esta prosperidad a nuestros descendientes no disminuida."
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso (adaptado)