lunes, 12 de mayo de 2014

Los grupos políticos entre los siglos XI y XIII

En el período comprendido entre los siglos XI y XIII se observa, desde el punto de vista político, un agudo contraste entre la España musulmana y la España cristiana. Mientras Al-Andalus inicia un declive irremediable, sólo pasajeramente enderezado por los almorávides y los almohades, los núcleos políticos de la España cristiana se consolidan, fortaleciendo sus instituciones de gobierno.

1. Al-Andalus: taifas e invasiones africanas
Al desaparecer el Califato el poder político en Al-Andalus se desintegró, estableciéndose numerosos núcleos independientes. Son los reinos de taifas. Este período, de indiscutible decadencia política, fue no obstante de una gran florecimiento cultural.
A fines del siglo XI, ante el empuje arrollador de los cristianos, algunos reyes musulmanes pidieron ayuda a los almorávides, que habían establecido en el norte de África un imperio caracterizado por su ortodoxia y su intransigencia. Yusuf ben Tasufin, caudillo almorávide, desembarcó en la Península y unificó Al-Andalus. Pero después de los reveses sufridos en el valle del Ebro el imperio almorávide se desmoronó (mediados del siglo XII). Poco después llegaron a la Península los almohades, fundadores de un nuevo imperio sahariano que había sucedido al de los almorávides. En un principio, los almohades detuvieron el avance cristiano, pero la derrota de la Navas fue el anuncio de su fin.

Esculturas del claustro de la Catedral
de Burgos que representan a Fernando III
de Castilla y a su esposa Beatriz de Suabia.
Fernando III conquistó territorio a los musulmanes
y unificó de forma definitiva León y Castilla.
2. El reino castellano-leonés
En la zona occidental de la España cristiana, Castilla se convirtió en reino con Fernando I (1035-1065), el cual unificó sus dominios con el reino de León. Su hijo Alfonso VI (1072-1109) protagonizó una época de éxitos militares y de grandes innovaciones. Su entrada en Toledo le permitió proclamarse emperador de las tres religiones. Su sucesión fue difícil, aunque al final Alfonso VII (1126-1157) pudo ostentar su título imperial. A mediados del siglo XII Castilla y León se separaron. Fue el período de la ofensiva almohade, a la que hizo frente Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). En el siglo XIII Fernando III (1217-1252) fusionó de manera definitiva a Castilla y León, al tiempo que protagonizó una expansión espectacular. Alfonso X (1252-1284) completó esa labor, impulsó una espléndida obra cultural e incluso aspiró al trono imperial germánico.
El eje de la vida política era la institución monárquica. Los reyes, cuyo poder se consideraba de origen divino, tuvieron a su servicio un poderoso instrumento en la resurrección del romanismo, expresado en Castilla por medio de las Partidas. Los señores feudales, laicos y eclesiásticos, auxiliaban al rey en sus tareas de gobierno, en virtud del deber de consejo que como vasallos suyos estaban obligados a prestarle. De ellos salían los oficiales palatinos. Por otra parte, integraban la curia regia, organismo de tipo consultivo que celebraba reuniones ordinarias y extraordinarias. De las reuniones extraordinarias de la curia regia nacieron las Cortes cuando, a fines del siglo XII, se incorporaron representantes de las ciudades. Por lo que respecta a la vida local, la célula fundamental era el concejo. Organismo de carácter abierto, de él emanaban, mediante elección popular, el juez, los alcaldes y los jurados.

Miniatura del "Liber Feudorum Maior",
que representa al monarca Alfonso II de
Aragón, despachando con el compilador
Ramón de Caldes.
3. La Corona de Aragón
Durante el primer tercio del siglo XI el reino de Navarra, dirigido por Sancho III (1000-1035), había mantenido su hegemonía no sólo en la zona pirenaica sino sobre toda la España cristiana. Pero, posteriormente, el centro de gravedad de los núcleos pirenaicos se desplazó hacia el este.
El reino de Aragón surgió con un hijo de Sancho III, Ramiro I (1035-1063). El núcleo aragonés cobró fuerza gracias a su expansión hacia el sur, pero también por la incorporación a su dominio, aunque temporal, del reino de Navarra. Un hito decisivo fue el reinado de Alfonso I (1104-1134), con quien se produjo el gran avance por la cuenca del Ebro. A su muerte se planteó un problema sucesorio, resuelto finalmente al coincidir en la persona de Ramón Berenguer IV (1137-1162) el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Previamente, ésta había establecido su hegemonía sobre los restantes condados catalanes. Esa unión fue el punto de partida de la Corona de Aragón.
El expansionismo catalán al norte de los Pirineos fue frenado en tiempos de Pedro II (1196-1213), pero con su sucesor, Jaime I (1213-1276), tuvo lugar la progresión espectacular de la reconquista. Concluida ésta para los catalano-aragoneses, en tiempos de Pedro III (1276-1285) se inició la expansión mediterránea.
La Corona de Aragón estaba integrada por el reino de Aragón y el principado de Cataluña, a los que más tarde se sumarían Mallorca y Valencia. Cada entidad conservaba sus peculiaridades, así Cataluña tenía unas instituciones feudales típicas, reguladas por los Usatges, normas que databan del siglo XI. La diversidad de núcleos políticos integrantes de la confederación facilitó la aparición de delegados del poder real (procuradores generales o lugartenientes del rey). El monarca gobernaba con la curia. La presencia del tercer estado en las reuniones de la curia plena es más tardía que en el reino castellano-leonés (en 1214 en Lérida, en 1247 en Huesca, en 1283 en Valencia). En cuanto a la vida local hay que destacar el desarrollo del régimen municipal en Cataluña en el siglo XIII. En 1265 se creaba en Barcelona el Consell de cent, que asesoraba a los consellers o magistrados.