lunes, 30 de diciembre de 2013

El desarrollo del niño y del adolescente

 LA FASE PRENATAL 

El nacimiento no significa la iniciación de la vida. Antes del nacimiento se necesitaron alrededor de 40 semanas para el desarrollo del futuro ser.
Iniciada ya la etapa fetal, el sistema nervioso presenta ya signos de organización, se inician los latidos cardíacos y aparecen los primeros movimientos espontáneos y provocados.
Las investigaciones nos han permitido un conocimiento preciso de los procesos del desarrollo fisiológico embrional y fetal. Pero poco es lo que se sabe sobre las funciones psicológicas del prenato. Entramos aquí en el terreno de las hipótesis. Según algunos psicólogos no existe razón alguna para que no aceptemos como probable la existencia en el feto de un psiquismo incipiente, elemental, vago, de naturaleza inconsciente o preconsciente.
El feto no es un ser puramente vegetativo, dotado sólo de movimientos espontáneos, sino un organismo capaz de adaptarse y de adquirir reflejos que en el último período de la vida prenatal adquieren una notable precisión.
En estos elementos psíquicos incipientes del prenato juegan un importante rol no sólo el caudal genético sino también los factores derivados de los aportes nutritivos recibidos del organismo materno.

 EL NACIMIENTO 

El nacimiento representa, para el prenato, una interrupción violenta de la anterior adaptación, esto es, un profundo desequilibrio vital. Significa la primera relación del ser con el mundo exterior. Pero este primer paso hacia una existencia autónoma no se produce de manera totalmente brusca. Ante todo, los cuidados de los progenitores tienden a mantener en torno del recién nacido ciertas condiciones de vida que se acercan mucho a las de su estado anterior. El sueño continuará representando el elemento fundamental de la vida del bebé.

 LA INFANCIA 

La infancia representa el período de plasticidad durante el cual el ser joven imita, juega y experimenta, vale decir, amplía sus posibilidades de acción. El hombre cuenta con un período de infancia muy largo, superior a la duración total de la vida de muchos mamíferos. Además, el niño recién nacido tiene una incapacidad casi total: es incapaz de cambiar por sí solo de lugar en el espacio o de obtener la satisfacción de sus necesidades biológicas más elementales.

Primera infancia (0 - 3 años)
El primer año de vida está dominado por las necesidades fisiológicas de adaptación al medio. La conducta del bebé recién nacido, del neonato, es sobre todo medular. Al grito que indica la primera respiración del bebé siguen otros reflejos: de succión, de estornudo, de prensión, etc. La nutrición y el sueño representa toda la vida del niño. Desde los primeros meses aparecen los movimientos espontáneos de tipo exploratorio, que no están relacionados con estímulos precisos y que no serían sino reacciones a estímulos internos. Las cosas del medio no le interesan al niño de esta edad por sí mismas sino como objetos de ejercicio para sus órganos. La afectividad aparece asimismo vinculada por entero a sus necesidades fisiológicas. Claparède considera que ésta es una etapa de intereses perceptivos.
Toda la conducta del niño en los primeros meses está supeditada a necesidades biológicas, a intereses órgano-afectivos. Todas sus necesidades y deseos están relacionados con las funciones neurovegetativas.
Otra característica de esta etapa es la fusión con el medio, que no es sólo el medio físico sino también el medio socializado por las actividades de los seres humanos que rodean al bebé. Continúa unido al medio y en especial con la madre, con la que sigue manteniendo una unidad que podríamos denominar vital. No existe diferenciación alguna entre el yo y el no yo (sincretismo indiferenciado). Para el bebé todo está condicionado por sus necesidades inmediatas, por sus deseos. Pero no existe un "yo" consciente, diferenciado del resto del mundo. Esta manifestación típica del infante, en que el centro del universo gira alrededor de ese yo, ha sido denominado egocentrismo por Piaget. El egocentrismo no es sinónimo de egoísmo. No es tampoco una anomalía: es una necesidad psico-vital.


En el período que va de 1 a 3 años, los intereses de base biológica continúan predominando. Ya en los últimos meses del primer año de vida las actividades sensorio-motoras comienzan a sistematizarse y surge una creciente coordinación entre los datos perceptivos. Así, el niño mueve la mano para seguirla con la mirada, o arroja al suelo objetos para oír con satisfacción el ruido que producen (juegos sensoriales).
Las reacciones afectivas se van concretando paulatinamente en diferentes estados emocionales: cólera, miedo, simpatía, etc.
La marcha y el lenguaje producen modificaciones sensibles en la conducta del niño. Desde los quince meses y hasta aproximadamente los dos años y medio, el niño es prácticamente un deambulador. La marcha, que le permite ponerse en contacto con muchas cosas, le proporciona al mismo tiempo un fuerte sentimientos de autonomía.
Con respecto a los intereses glósicos, éstos alcanzan su punto culminante entre los dos y los tres años. Las primeras manifestaciones las encontramos ya en el prelenguaje del lactante, que se inicia con gritos y gorjeos para indicar necesidades o exteriorizar estados difusos de malestar o de agrado, hasta llegar al balbuceo o lalación. Es a partir del segundo año cuando comienza en realidad el lenguaje propiamente dicho. El niño repite primero incesantemente sílabas; luego forma palabras aisladas a las que asigna el valor de frases y oraciones y, por último, llega a la yuxtaposición de palabras por imitación y a la creación de palabras por analogía con aquellas que conoce. La evolución en la marcha del lenguaje depende también de las diferenciaciones individuales.
A esta edad, la acción educadora está condicionada muy estrechamente por los factores biológicos y psicológicos. Es ésta una etapa de crianza, en la cual los dos medios esenciales para favorecer los progresos naturales del niño son la protección y el estímulo.
La crianza humana implica la atención continua del educador en relación con las incipientes conquistas de la inteligencia, de la sensibilidad y de la motricidad del bebé.

Segunda infancia (3 - 6 ó 7 años) 
Ya no existe el sincretismo de la etapa anterior, en la que el niño no diferenciaba sus representaciones de sí mismo con las representaciones del mundo exterior. Pero en realidad, la diferenciación no se logra en esta etapa más que en el plano corporal. El mundo subjetivo, el mundo de las cosas y el mundo de las personas no están todavía claramente diferenciados. El niño personifica cosas y animales, dotándolos de pensamientos, deseos y emociones. Esta tendencia animista, caracterizada por la falta de discriminación entre lo físico y lo psíquico, es una consecuencia de su estructura egocéntrica. El niño es egocéntrico pero no es egorreflexivo, es incapaz de hacer introspección. Su voluntad trata tenazmente de apoderarse del mundo que le rodea, de abarcarlo todo, de comprender lo nuevo; pero no intenta saber nada de sí mismo. Según Piaget, hacia los siete u ocho años más o menos, este egocentrismo primitivo va cediendo el paso a la objetividad. La progresiva socialización de la conducta infantil hará disminuir poco a poco la mentalidad egocéntrica y el punto de vista animista, para llegar al pensamiento racional y a una interpretación realista del mundo.
Otro rasgo característico de esta etapa central de la infancia es la fantasía nacida precisamente de su subjetividad. El niño identifica fantasía con realidad, es decir, actúa como si los productos de su fantasía fuesen auténtica realidad.


La actividad lúdica es el modo de actividad natural propia de esta edad; ella constituye la vivencia específica de la infancia. Los intereses lúdicos se inician mucho antes de la segunda infancia, pero se desarrollan y se profundizan durante ella.
Acerca de la naturaleza del juego en los niños los psicólogos han formulado muchas teorías:
 1ª - Teoría del descanso : Considera al juego como un recreo, como un descanso para reparar las fuerzas físicas y mentales fatigadas por el trabajo. Sin embargo, esta teoría podría explicar los juegos de los adultos pero no los de los niños. La vida infantil es un continuo juego, juega durante todo el día hasta el agotamiento y juega aún cuando no está cansado. Lo que repara sus energías es el sueño.
 2ª - Teoría del excedente de energías : El juego se explicaría como el exceso de energía vital sobrante. Sin embargo, el niño juega lo mismo cuando está fatigado y no tiene, por lo tanto, excedente de energías.
 3ª - Teoría del atavismo : El juego es necesario para la desaparición de aquellas funciones rudimentarias que han persistido y que hoy serían inútiles para el hombre civilizado. El niño realizaría mediante el juego actos que ejecutaron nuestros antepasados (trepar a los árboles, cazar a los pájaros, etc.). Ahora bien, esta teoría puede ser fácilmente rebatida. Siendo el juego un ejercicio tan constante, no debilitaría sino antes bien fortalecería esas actividades.
 4ª - Teoría del ejercicio preparatorio : El juego es un ejercicio preparatorio para la vida seria del adulto. Los juegos son tanteos, ensayos, experimentos de las actividades reales y útiles que deberá realizar el individuo ulteriormente. Ahora bien, esta teoría tendrá valor sólo para explicar las juegos de imitación.
 5ª- Teoría catártica : El juego sirve para eliminar o canalizar las tendencias perjudiciales o impulsos nocivos del hombre. Pero es inexacto suponer que el ejercicio continuo pueda servir como medio para eliminar dichas tendencias; por el contrario, las estimularía.
 6ª - Teoría de la ficción : El juego es una libre persecución de fines ficticios.
 7ª - Teoría de la conciencia de fuerza : El juego sirve como un medio para valorizar los sentimientos de inferioridad del niño en forma de una potencia consciente intensificada.


Otra tendencia esencial de la mentalidad infantil es la imitación, uno de los elementos básicos con que cuenta el niño para introducirse en el mundo social. Las primeras imitaciones, consistentes en movimientos expresivos, aparecen en edad muy temprana. Pero la imitación propiamente dicha se inicia alrededor de los siete meses de vida y alcanza su mayor apogeo hacia los dos o tres años. En la etapa de la infancia que estamos considerando, no sólo reaparece intensificado, sino que además se diversifica contribuyendo en gran parte al proceso de formación del niño. Mediante la imitación, no sólo se adapta al medio adquiriendo bienes culturales (lenguaje, costumbres, normas, etc.), sino que además se inicia en el aprendizaje de la escritura, el dibujo, la música...
La curiosidad, otro de los rasgos típicos de la psicología infantil, hace su aparición alrededor de la segunda mitad del primer año de vida, aunque su apogeo corresponde a la segunda infancia. La edad de los tres años es la edad del preguntón. Las relaciones de origen, de utilidad y de causalidad constituyen el objeto preferente de la curiosidad infantil. Cuando esas relaciones escapan al poder de investigación del niño, éste recurre a los mayores. Con la ayuda de las respuestas que éstos le dan y con las que él mismo se da, construye un mundo especial de carácter global. Su percepción del mundo y de las cosas es sincrética. Frente a los fenómenos el niño se forma una imagen total; incapaz de análisis y de síntesis, percibe conjuntos sin diferenciarlos bien.
Otra nota distintiva de esta etapa central de la infancia está constituida por las relaciones especiales de vivencia del espacio y del tiempo, distintas de las del adulto. Para el niño, el espacio consta de dos esferas: una esfera central, bien conocida, dispuesta en torno del yo, y una esfera remota, de la que sólo tiene una vaga impresión, poblada de imágenes de su mundo interior. El mundo espacial central es limitado, pero conocido del modo más intensivo.
El mundo temporal del niño no es continuo como el del adulto. El alma pueril vive en tiempo presente. Para el niño el tiempo es una serie de movimientos desligados unos de otros, aunque cada uno de ellos es gozado de modo intenso.

Tercera infancia (6 - 12 ó 13 años)
Este período es el más equilibrado de la vida del niño. A esta edad disminuyen progresivamente el egocentrismo y la tendencia animista, mientras que al mismo tiempo se desarrolla la racionalidad. La concepción del mundo se torna realista.
El niño adquiere conciencia de sus fuerzas físicas y mentales, y logra un grado superior de adaptación a las condiciones del medio. De aquí nace un sentimiento de seguridad en sí mismo.
El interés se vuelca plenamente hacia el mundo exterior, los objetos y las actividades que le propone. Su memoria acumula datos que más adelante utilizará el razonamiento.
La imaginación detiene su vuelo y la atracción por las narraciones maravillosas es sustituida por la atracción hacia las narraciones de aventuras y las leyendas.
La curiosidad se torna selectiva y se inclina hacia actividades exploratorias.
Con respecto a la sexualidad, es éste un período de latencia o de quietud.
Hacia esta edad se desarrolla intensamente la actividad exteriorizada en múltiples formas. Esta actividad creciente es favorecida por la vida social intensa. Es ésta la "edad de las pandillas" y de la camaradería fácil, muy distinta a la amistad selectiva del adolescente. El niño busca ahora la sociedad de otros niños y los juegos cooperativos. El juego se organiza y se hace disciplinado.
Esta personalidad aparentemente sólida y equilibrada del niño pre-púber es, al mismo tiempo, simple y rudimentaria. La mentalidad infantil aún no llega a la mayor parte de las relaciones abstractas. Su escala de valores no alcanza los niveles superiores del espíritu: los valores vitales, prácticos y tecnológicos acaparan casi todo su interés.
En la vida del niño de la tercera infancia se produce un acontecimiento de importancia extraordinaria: la escolarización. El paso del estrecho círculo familiar al de la escuela significa la introducción a un mundo totalmente nuevo y ensanchado, aunque en la actualidad se produce antes de este período, debido al gran desarrollo de la educación preescolar o infantil. Pero es en realidad en la tercera infancia cuando el niño es tratado casi por completo como un escolar. La sociedad, por medio de la escuela, le ofrece al niño todos aquellos ramos instrumentales y le posibilita todas aquellas experiencias y conocimientos prácticos que le permitirán su progresivo ajuste a las diferentes funciones de la vida social.
La acción educadora ha de tener siempre presente lo importantísimo que es para el ser joven el aprovechamiento de estos años para la formación de automatismos y hábitos sociales. Hacia esta edad las adquisiciones técnicas (lectoescritura, dibujo, música, manualidades) son fáciles, dado el carácter de plasticidad de este periodo. Asimismo, asume extraordinaria importancia en la educación de esta etapa la formación social y moral del carácter, asentada en las reglas de conducta. Hay que tener en cuenta que el escolar no constituye un individuo aislado, sino un miembro integrante de un grupo.

 ADOLESCENCIA 

El periodo de la infancia que se extiende desde los seis hasta los doce o trece años es el más equilibrado de la vida del niño. Cuando irrumpe la aurora de la adolescencia este equilibrio se desmorona y toda la vida orgánica y psíquica experimenta un profundo cambio. Desaparece la seguridad, la armonía, la decisión, y aparecen la incertidumbre, la inseguridad, el desequilibrio. Es éste el "segundo nacimiento" de que habla Rousseau.



El adolescente inicia en forma activa su integración al grupo social.
No se puede fijar un límite de edad riguroso para la entrada en la pubertad. Diversas causas pueden acelerarla o retrasarla: el clima, la raza, las influencias de orden psíquico, etc.
Casi todas las transformaciones que se realizan en la vida psíquica del adolescente están directamente relacionadas con el fenómeno de la madurez sexual. Se considera a la sexualidad como la causa inmediata de la intensa crisis de la afectividad, de la inteligencia y de la voluntad que se produce en el adolescente.
Sin embargo, más acertado que considerar la adolescencia mental como consecuencia de la madurez sexual sería considerar los dos órdenes de hechos como resultado de una causa más profunda. Teniendo en cuenta las transformaciones que tienen lugar en la vida psíquica del adolescente, Spranger destaca, como característica fundamental, el descubrimiento del yo.
Con la adolescencia el ser adquiere por primera vez la conciencia de sí mismo. Es ésta la etapa de la discriminación entre el mundo interior y el mundo exterior; entre lo subjetivo y lo objetivo. El adolescente se vuelca sobre sí mismo; se vuelve autorreflexivo y concentrado. Se aísla de todos los demás para sumergirse en su individualidad.
La acentuación del propio yo, que Stern llama yoísmo, es muy diferente al egocentrismo infantil. El niño es intensamente egocéntrico, al referirlo todo a sí mismo, pero no es egorreflexivo. El niño expande su yo en la multitud de cosas que le rodean y trata de captar y de comprenderlo todo. Pero no sabe nada de sí mismo: no se descubre como un ser diferente al mundo que le rodea. Ahora bien, ese "yo" que el adolescente descubre por primera vez no es un yo armonioso y unitario, sino un yo contradictorio y oscilante. Es ésta la edad de las divergencias, de los desacuerdos, de las contradicciones y de los estados anímicos vacilantes.
El adolescente se descubre pero no se comprende. De este hecho surge una imperiosa necesidad de ser comprendido por los demás. Sin embargo, y ésta es la paradoja de esta edad, es muy difícil llegar a esta comprensión, ya que, precisamente, el rasgo más típico del adolescente es su extremada reserva. Además, el amor propio extremado, el sentimiento pronunciado de la dignidad de ese yo recién descubierto, trae como consecuencia una susceptibilidad profunda, un anhelo tenaz de ser tomado en serio por los adultos. Por eso el adolescente se rebela contra los mayores que, con absoluta falta de tacto, pretenden obtener de ellos la misma sumisión que encuentran en los niños.
Otra característica de esta edad es el impulso de independencia, los anhelos de emancipación, de autodeterminación. Esto no significa una posición de rebeldía, sino una necesidad natural. El adolescente está plasmando su personalidad.
La formación de un plan de vida es otro de los rasgos. Pero no se trata de planes que obedezcan a fines claros, sino a la dirección que toma su vida interior, a la formación espontánea de un ideal. Así como el juego es la vivencia específica de la infancia, los ideales constituyen el mundo del adolescente. En esta búsqueda anhelosa de una forma ideal, escaso lugar ocupa la realidad. El adolescente se sumerge en su fantasía creadora; se aparta del mundo circundante y se encierra en su mundo ideal, pletórico de fantasía.
Otra característica es el ingreso dentro de las distintas esferas de la vida. El adolescente se entrega menos al objeto; vive más subjetivamente la relación con los diferentes sectores del mundo de la cultura. Se inicia ya la propia valoración y, como consecuencia de ello, se produce una colaboración activa frente al mundo de la cultura.