sábado, 14 de diciembre de 2013

La realidad según Platón

- Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna y unos hombres que se encuentran en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en un plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en algo, a lo largo del cual supón que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos su maravillas.
Pues bien, imagínate ahora, que del otro lado de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la pared, y estaturas de hombres o animales...; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
Iguales que nosotros -dije- porque, en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto de sí mismos o unos de los otros, sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos? ¿Y no ocurre lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
...Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
- Forzosamente.
- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veía pasar?
Examina, pues, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, piensa que cada uno de ellos fuera forzado a levantarse y a volver el cuello y marchar mirando a la luz y al hacer todo esto fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio, se encuentra más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique, ¿no piensas que se sentiría en dificultades y que consideraría que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
- Mucho más verdaderas.
- Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir por considerar que éstas son más claras que las que ahora se le muestran?
Platón, República


El Mito de la Caverna, tal y como Platón lo expuso en el libro VII de la República, constituye un claro ejemplo de su concepción de la realidad. Según éste, existen dos mundos o dos clases de realidades, a saber, el mundo sensible, que es un mundo aparente, un mundo de sombras, y el mundo inteligible o mundo de las ideas, que constituye la auténtica realidad.
Platón, al principio, gracias a su maestro Crátilo conoció la teoría de Heráclito de Éfeso, según la cual todas las cosas se encuentran sometidas a variación y cambio: todo fluye; pero, posteriormente, en un viaje a la Magna Grecia entró en contacto con las ideas de Parménides, según las cuales el ser es uno, inmutable, perfecto, eterno... de este modo, Platón parece que quería establecer un equilibrio entre ambas filosofías: la variedad y el cambio son propios del mundo sensible; la inmutabilidad, la perfección y la eternidad del mundo inteligible.
Por otra parte, Sócrates le había enseñado que en las cosas singulares y concretas sometidas a variación, existe una esencia universal, invariable y común a todos los entes de la misma especie, la cual expresa su auténtica realidad, su verdadero ser. Ahora bien, mientras que para Sócrates esta esencia es inmanente a las cosas mismas, es decir, reside en el ser mismo de las cosas, para Platón, en cambio, es trascendente, esto es, se da al margen de las cosas, en el mundo inteligible.
De acuerdo con estos principios, Platón aplicó atributos contrapuestos y contradictorios a uno y otro mundo, así el mundo inteligible (o mundo de las ideas) se halla formado por lo que siempre es y no varía, el ser inengendrado e imperecedero, las esencias inmutables, lo que en realidad es ente, es decir, por los seres verdaderos; el mundo sensible, por el contrario, se encuentra integrado por las cosas que vemos en este mundo, las cosas cambiantes, que nacen y mueren y que están sometidas a continuo devenir, esto es, que son contingentes y, por tanto, en parte son y en parte no son.
A este respecto, al mundo inteligible pertenecen las ideas y los números; mientras que del mundo sensible forman parte los objetos artísticos y los entes naturales.