lunes, 29 de julio de 2013

Platón

PLATÓN (427-347 a.C.)
Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles,
ejerció una profunda influencia en el
pensamiento occidental, hasta el punto de que
puede ser considerado como uno de los más
importantes filósofos de todas las épocas.
Platón nació en Atenas, en el seno de una familia perteneciente a la oligarquía. En sus comienzos fue discípulo del heracliteano Crátilo, quien le enseñó la teoría del eterno fluir de todas las cosas; pero a los 21 años entró a formar parte del círculo de Sócrates, produciéndose, en consecuencia, un profundo cambio en sus orientaciones filosóficas. En 399 murió Sócrates, y Platón, temiendo la predisposición de los atenienses contra los discípulos de aquél, se refugió en Megara durante un corto período y, probablemente, en esta ciudad comenzó a escribir sus diálogos filosóficos.
Posteriormente, durante diez años viajó por Egipto y otros lugares del norte de África e Italia; en la Magna Grecia trabó amistad con el pitagórico Arquitas de Tarento y conoció las ideas de los eléatas seguidores de Parménides; en Sicilia intentó influir en la política del tirano Dionisio I, estratega de Siracusa; pero éste, molesto por sus ingerencias y sus críticas, le hizo vender como esclavo.
De esta penosa situación, salió gracias a la intervención de un rico personaje, Aníceris de Círene, quien habiéndole reconocido, le compró y le devolvió la libertad. Se cuenta que, una vez vuelto a Atenas, Platón intentó reintegrar el dinero de su rescate; pero Aníceris rehusó aceptar el dinero y con este importe nuestro filósofo compró una finca en las afueras de Atenas, en un lugar próximo a la estatua del héroe Academos, fundando allí un centro dedicado a la actividad filosófica y cultural, la Academia, en donde impartió las enseñanzas durante el resto de su vida.
Sus discípulos y otros escritores contemporáneos recopilaron abundantes noticias y documentos sobre su vida y su obra, pero casi todos ellos se han perdido, de tal manera que, en la actualidad, sus propios escritos (diálogos y cartas) junto con algunos testimonios de Aristóteles y Diógenes Laercio son la fuente principal que poseemos para conocer sus actividades y su pensamiento.

1. La Guerra del Peloponeso
Las dos ciudades principales de la Grecia clásica fueron Atenas y Esparta. Atenas, capital del Ática, fue el principal foco de las ciencias y las artes. Esparta, por el contrario, destacó por la sobriedad de su carácter, su disciplina y su organización militar.
Como consecuencia del triunfo de los griegos en las Guerras Médicas, Atenas adquirió la hegemonía económica, cultural y política de la Hélade; las instituciones atenienses, bajo la dirección política de Pericles, fueron imitadas por el resto de las polis, el comercio marítimo floreció entre la multitud de colonias distribuidas por los diferentes lugares del Mediterráneo y una época de paz y prosperidad se extendió desde el año 446 hasta el 431 a.C.

Pero a partir del año citado, por una parte, los recelos y rivalidades surgidos entre varias ciudades asociadas con Atenas y, por otra, la pugna interna entre las tendencias democráticas y oligárquicas en muchas de ellas dieron origen a las Guerras del Peloponeso. Las distintas ciudades griegas, agrupadas en torno a Atenas y Esparta, se enfrentaron entre sí en una guerra confusa, de la que finalmente Esparta resultó vencedora tras derrotar a los atenienses en la batalla de Egospótamos (año 404 a.C.). Tras esta batalla, la hegemonía de Atenas fue sustituida por la de Esparta, que, apoyándose en su alianza con Persia, procuró anular las inclinaciones democráticas y favorecer las oligarquías, imponiendo en Atenas el régimen de los Treinta Tiranos.

La guerra del Peloponeso fue esencialmente una lucha entre Atenas y Esparta. Tucídides nos ha dejado la historia en su mayor parte y esta obra inmortal constituye la ganancia absoluta que la humanidad ha obtenido de aquella lucha. Atenas se dejó arrastrar a las descabelladas empresas de Alcibíades, y, muy debilitada por ellas, sucumbió a los espartanos... Atenas no fue vencida por la virtud de Esparta, sino porque ésta cometió una vil traición; insegura de triunfar por sí misma, provocó la intervención extranjera en el litigio griego, haciéndose apoyar por el rey de Persia. Por segunda vez Esparta obró vil y traidoramente contra Grecia aboliendo la constitución democrática en los Estados con la introducción de un poder oligárquico. También en Atenas impuso Esparta la oligarquía por algún tiempo. Las facciones que deseaban la oligarquía, y a las cuales los espartanos dieron la preponderancia, no eran en Atenas bastante fuertes para sostenerse por sí mismas y necesitaron el apoyo de Esparta. Ésta se halló, pues, a la cabeza de Grecia; pero para ella las ciudades no fueron aliadas, como para Grecia antaño, sino sometidas.
Hegel, G.W.: Lecciones sobre la Filosofía de la Historia universal

Pero esta situación no logró establecer una paz duradera, pronto surgieron nuevos conflictos y hacia el año 371 a.C. (batalla de Leuctra) el dominio de Esparta fue sustituido por el de Tebas, y éste duró hasta finales de los años sesenta de aquel siglo.
Las continuas guerras llevaron al empobrecimiento de la Hélade y particularmente de Atenas, en donde la situación interna llegó a ser muy inestable y los problemas sociales y políticos contribuyeron a la pérdida de vigor de las instituciones, al empobrecimiento del démos y al desarrollo de tendencias individualistas, que en un plazo muy breve supusieron la desaparición de la pólis y el surgimiento del Imperio de Macedonia.
Macedonia, una región al norte de Grecia, no perteneciente a la comunidad helénica y, por tanto, bárbara, fue cobrando paulatinamente pujanza, hasta que en la segunda mitad del siglo IV a.C., se convirtió en gran potencia. Su rey, Filipo II, organizó un gran ejército y, aprovechándose de la débil organización militar y de las rivalidades entre las diferentes pólis, fue dejando sentir su influencia en todo el territorio helénico, hasta que, finalmente, en el año 338 a.C., tras la batalla de Queronea, se hizo dueño de toda Grecia y, de este modo, el régimen de la ciudad-estado desapareció para siempre.

2. La muerte de Sócrates



Quizá creéis, atenienses, que yo he sido condenado por faltarme las palabras adecuadas para haberos convencido, si yo hubiera creído que era preciso hacer y decir todo, con tal de evitar la condena. Está muy lejos de ser así. Pues bien, he sido condenado, ciertamente, no por falta de palabras, sino de osadías y desvergüenza y por no querer deciros lo que os habría sido más agradable oír: lamentarme, llorar o hacer y decir otras muchas cosas indignas de mí y que vosotros tenéis costumbre de oír a otros. Pero ni antes creí que era necesario hacer nada innoble por causa del peligro, ni ahora me arrepiento de haberme defendido así, sino que prefiero con mucho morir habiéndome defendido de este modo a vivir habiéndolo hecho de ese otro modo. En efecto, ni ante la justicia ni en la guerra, ni yo ni ningún otro deben maquinar cómo evitar la muerte a cualquier precio. Por cierto que muchas veces en las batallas se hace evidente que podría uno escapar a la muerte deponiendo las armas y recurriendo a suplicar a los perseguidores, y existen otros recursos en cada clase de peligros para evitar la muerte si uno se resigna a hacer y decir lo que sea. Y mucho me temo, atenienses, que lo difícil no sea rehuir a la muerte, sino que resulta mucho más difícil escapar a la maldad, que es cosa que corre más ligera que la muerte.
Platón, Apología de Sócrates

La muerte de Sócrates influyó de modo decisivo, casi traumático, en la vida y en la obra de Platón. Sócrates, todo un dechado de virtudes, prototipo de persona justa y virtuosa, fue condenado a muerte y dicha pena se cumplió; esta condena no fue fruto del capricho de un tirano, ni de la conspiración urdida por una oligarquía enemiga, sino que el filósofo fue sometido a un juicio en el que la culpabilidad y la sentencia fueron decididas por un jurado compuesto por 500 conciudadanos suyos, elegidos de forma aleatoria. El propio Platón, presente en dicho juicio, pudo comprobar que se cumplieron todos los requisitos legales de acuerdo con las normas de Atenas, esto es, en consonancia con las leyes que tanto él mismo como el propio Sócrates consideraban justas. Y sin embargo, a sus ojos esta condena era injusta, tremendamente injusta.
¿Cómo podían acontecer tales sentencias? Parece imposible encontrar una respuesta satisfactoria.

Sócrates fue condenado por 281 votos más de los que le absolvían; y estando deliberando los jueces sobre si era más justo quitarle la vida o imponerle una multa, Platón dijo que daría 25 dracmas. Eubilides dice que prometió 100. Pero viendo desacordes y alborotadores a los jueces dijo Sócrates "yo juzgo que debo ser condenado por mis operaciones a la pena de a que se me mantenga del erario público en el Pritaneo". Oído esto, se agregaron 80 votos a los primeros y lo condenaron a muerte. Prendiéronlo luego y no muchos días después bebió la cicuta, una vez que acabó un sabio y elocuente discurso que presenta Platón en su Fedón.
...Éste fue el fin de Sócrates, pero los atenienses se arrepintieron de tal modo que cerraron las palestras y los gimnasios. Desterraron a algunos de los jueces y sentenciaron a muerte a Melito. Honraron a Sócrates con una estatua de bronce que hizo Lisipo y la colocaron en el Pompeyo. Los de Heraclea echaron de la ciudad a Anito en el mismo día que llegó.
Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos

Platón, tanto por su ascendencia familiar como por su propia vocación, estaba destinado a participar en las magistraturas públicas y en el gobierno de Atenas, pero la muerte de Sócrates le hizo cambiar el rumbo de su vida y, alejándose de toda actividad pública, se retiró a filosofar. No pretendía abandonar definitivamente la política, sino sólo provisionalmente, mientras meditaba, ponía en claro sus ideas, y averiguaba qué era el bien y qué el mal, qué era la virtud, cómo debe ser la justicia, qué organización debe adoptar la ciudad, quiénes deben dirigir los asuntos públicos, etc.
Se trataba, pues, de reflexionar sobre asuntos políticos; solamente cuando encontrase respuestas satisfactorias a estos problemas trataría de volver a la política activa, sólo cuando sus ideas políticas fueran suficientemente claras, intentaría intervenir en los asuntos públicos. Pretendía, pues, averiguar primero qué se debe hacer, para, en segundo lugar, poder llevarlo a cabo de manera correcta.
En este sentido, la obra de Platón puede ser considerada como una profunda meditación sobre cuestiones políticas, dos de sus obras más notables llevan por título La República y Leyes, y numerosos nombres de políticos y de personajes públicos aparecen en sus textos, de tal modo que podemos afirmar que las consideraciones ontológicas y epistemológicas, en último término, parecen orientadas a fundamentar las concepciones políticas, los ideales políticos, es decir, el hallazgo de una forma ideal de gobierno.

3. El diálogo como forma de filosofar

SÓCRATES. - Porque es muy impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios. Lo mismo pasa con las palabras. Podrías llegar a creer como si lo que dicen fueran pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa; pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquéllos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no...
FEDRO. -Muy exacto es todo lo que has dicho.
SÓCRATES. -Entonces ¿qué? ¿Podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso, hermano legítimo de éste y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuerte se desarrolla?
FEDRO. -¿A cuál te refieres y cómo dices que nace?
SÓCRATES. -Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma de que aprende; capaz de defenderse a sí mismo y sabiendo con quién hablar y ante quiénes callarse.
FEDRO. -¿Te refieres a ese discurso lleno de vida y de alma que tiene el que sabe y del que el escrito se podría decir que es el reflejo?
Platón, Fedro

Platón, siguiendo a su maestro Sócrates, expresó sus pensamientos mediante el diálogo, pues opinaba que mientras los escritos y los discursos no nos permiten esclarecer las dudas y las aporías (dificultades) que en ellos se contienen, el diálogo, por el contrario, es una forma viva de filosofar que reproduce el dramatismo y el vigor de la dialéctica; el diálogo, mediante preguntas y respuestas, aclaraciones y refutaciones, matizando ciertas opiniones y rechazando otras, va conduciendo la investigación hasta el descubrimiento de la verdad; el diálogo, pues, constituye una especie de certamen intelectual que por medio de la discusión en común pone de manifiesto el esfuerzo lento y fatigoso del proceso científico.
En general, la mayoría de los diálogos comienzan enfocando una cuestión, un determinado tema o asunto; a continuación, se desarrolla un proceso negativo o refutación, mediante el cual se rechazan las opiniones falsas, esto es, se eliminan los errores y, por último, tiene lugar el proceso mayéutico, que se dirige al descubrimiento de la verdad.
Casi todos los personajes que Platón hace intervenir en sus diálogos son reales, aunque frecuentemente se recurre a situaciones anacrónicas al colocar unos en relación con otros, es decir, a muchos interlocutores se les sitúa en tiempos distintos a los que en realidad existieron. El protagonista principal es Sócrates, que, mediante una ingenuidad fingida (ironía socrática), va refutando las posiciones de sus interlocutores, frecuentemente de los sofistas, los "profesionales" de la enseñanza, que, a los ojos de Platón, no hacen sino confundir a la juventud con sus sofismas.
En la actualidad, se atribuyen a Platón 42 diálogos; pero, por una parte, este número es dudoso y, por otra, resulta muy difícil establecer la secuencia cronológica correcta entre ellos; de manera general, siguiendo a los tratadistas principales, podemos diferenciar cuatro períodos, a saber:

a) Primeros diálogos o diálogos socráticos. En ellos se contienen de modo predominante preocupaciones éticas, entre éstos destacan Apología de Sócrates, Critón, Protágoras, Cármides y Eutrifón.
b) Época de transición. Primeros diálogos de la Academia; continúan las cuestiones éticas, pero cobran también intensidad los problemas políticos, así como los temas relacionados con la preexistencia e inmortalidad del alma humana. Podemos considerar como los más importantes de este período Gorgias, Menón, Crátilo, Menéxeno...
c) Época de madurez o diálogos doctrinales. En éstos formuló la doctrina de las ideas como fundamento de las teorías éticas y políticas; destacan El banquete, Fedón, La República y Fedro.
d) Diálogos de vejez o diálogos críticos. En ellos Platón sometió a revisión sus propias ideas anteriores; podemos señalar como los más importantes Teeteto, Parménides, Sofista, Político, Filebo, Timeo y Leyes.

Como antiguamente en la tragedia había sólo el coro, después Tepsis introdujo un actor; luego Esquilo la dio dos actores, Sófocles tres y de esta forma se fue perfeccionando la tragedia; así también la Filosofía versaba solamente sobre una parte, que es la física; después Sócrates añadió la moral y, últimamente, Platón inventó la Dialéctica.
Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos