sábado, 28 de abril de 2018

Las primeras Escuelas Nuevas

1. León Tolstoi
Lev Tolstói (1828-1910), conocido en español como León Tolstoi, natural de Iasnaia Poliana (Imperio Ruso), ya quiso restaurar la escuela de su pueblo a mediados del siglo XIX; años más tarde hizo un nuevo intento destinando la escuela para los niños, durante el día, y para los adultos, por la noche. Esta escuela de Iasnaia Poliana es probablemente la escuela más paradójica de los tiempos modernos; era la escuela de la libertad. Su creador escribió de ella lo siguiente:

Ninguno de los niños lleva a la escuela nada consigo; ni libro, ni cuaderno. Nunca se les impone deberes que cumplir en casa. Y no sólo el niño no lleva nada en las manos, sino que tampoco lleva nada en la cabeza. Nada de lección; no está obligado hoy de lo que ha hecho ayer. No se tortura el entendimiento para la lección que va a seguir. No lleva más que a sí mismo, su naturaleza impresionable, y la certeza de que la escuela le será hoy tan alegre como ayer. No piensa en la clase hasta el momento en que ésta comienza.
Nada de recriminaciones con un retraso, y todo el mundo llega a la hora, fuera de algún mayor, a quien, a veces, su padre retiene para algún quehacer, algún mayor a quien se le ve, entonces, correr a galope, desalentado.

Ni existen lecciones, ni existen deberes; cada niño se sienta donde le parece; la escuela no educa, no impone nada, sino que instruye; la educación incumbe a la familia, pero no a la escuela, porque, a juicio de Tolstói, ningún hombre tiene derecho a dirigir la educación de otro.  La libertad más absoluta de pensamiento y de acción es la que debe implantarse en la escuela; el mejor método de enseñanza es el que descubren los alumnos, no el que utiliza el maestro.
La escuela de Tolstói no era más que una sencilla casa de piedra con dos pequeñas aulas para 40 niños y un par de piezas destinadas a los maestros; el propio Tolstói hacía también de maestro. El niño era quien preguntaba lo que le apetecía y el maestro respondía secundando y favoreciendo sus intereses espontáneos.
Pedagógicamente, la escuela de Iasnaia Poliana fue un fracaso, lo que no fue óbice para que los ácratas y libertarios la hayan considerado como un modelo de lo que ha de ser la escuela.

2. Paul Robin
El creador del primer centro anarquista fue Paul Robin (1837-1912), en la temprana fecha de 1880, al ser nombrado director de la Institución Prévost, cercana a París. Durante los catorce años que desempeñó el cargo, dio un paso gigantesco en la aplicación práctica del programa educativo apenas esbozado por los socialistas utópicos y por el tándem Marx - Engels. Robin partió de los mismos principios, pero fue mucho más lejos. Pretendía también dar a sus educandos una educación intelectual, una educación física con fines militares (como propugnaba Marx), y una educación politécnica consistente en el aprendizaje de trabajos manuales productivos, que permitieran al educando familiarizarse con los sistemas y técnicas laborales y le ayudaran a encontrar trabajo en tiempos de crisis. Robin organizó una serie de talleres dirigidos por especialistas, por los que los educandos pasaban largas temporadas obligatoriamente. De esta forma era más fácil despertar las aficiones profesionales. Las clases se daban al aire libre, en el jardín, en el bosque o en el campo; había un cuidado especial por la higiene, limpieza y educación física; se trabajaba en régimen de coeducación de sexos y existía un batallón escolar (como en otras muchas escuelas de la época) que se preparaba con ejercicios de instrucción y de tiro real para una defensa hipotética de la patria. En 1894, fue destituido como director de la institución, acusado de malthusiano y de antipatriota.

3. Ellen Key
Ellen Key (1849-1926), sueca, puede encuadrarse en la misma línea libertaria de los autores anteriores. Durante su infancia y juventud había gozado de plena libertad doméstica, en el campo y en el bosque, y nunca había ido a la escuela. Arruinado el negocio familiar, Ellen Key abrió una escuela y biblioteca donde educar a los niños de su finca. Leyó por su cuenta a Darwin, Spencer, Montaigne, Rousseau y Nietzsche. Expuso sus ideas en la única obra que, por el cariz radical de sus propuestas, le dio fama mundial: El siglo de los niños, publicado en 1895, y traducido rápidamente a numerosos idiomas. 

Necesitamos un diluvio en la pedagogía, del que sólo se salvarán en el arca Montaigne, Rousseau y Spencer, y la nueva literatura sobre psicología infantil.

Esta frase, con su lema "dejemos que los niños vivan a su manera", o bien la afirmación de "ha llegado el momento de comprender que el gran misterio de la educación consiste en no educar" (que recuerda otras tesis parecidas de Rousseau), hizo que El siglo de los niños se convirtiese en un best-seller, que provocó tanto el aplauso entusiasta, como la más violenta repulsa.
Este ensayo posee aciertos que el tiempo no ha invalidado, y afirmaciones que nadie se atrevería a defender hoy día. Gran parte de la obra pertenece más propiamente al campo de la sociología que al de la pedagogía. Tampoco faltan las frases grandilocuentes y retóricas: "hay que inclinar la frente ante la altura del niño"; "éste es el porvenir, que dormita en sus brazos en forma de niño, la historia que juega a sus pies". Influida por la pedagogía spenceriana del buen animal, afirma que "la raza lo es todo" y que habría que permitir únicamente los matrimonios que apruebe la ciencia, para asegurar una procreación valiosa, y prohibirse los matrimonios entre personas con defectos físicos, intelectuales o morales; propugna que no debe importar sacrificar al individuo por el bien social. Estas tesis recuerdan la política eugenésica de La República platónica, el malthusianismo de Robin y las barbaridades nazis en pro de la pureza de la raza aria.
Junto a estas equivocaciones, Key posee otros aciertos innegables, como cuando afirma que la mejor escuela es un hogar tranquilo y soleado. Esta pensadora se indignaba con los jardines de infancia, con las escuelas párvulos y con las escuelas tradicionales; porque, en su opinión, apagaban el afán de conocer, la autoactividad, la capacidad de observación y destruían la memoria, paralizaban la mente y mataban el sentimiento. El producto de estas instituciones eran cerebros deteriorados, nervios apagados e iniciativas inhibidas. Ivan Illich, Reimer y todos los críticos radicales posteriores suscribirían con gusto estas acusaciones de Key. Los niños deben endurecerse físicamente con el juego, el deporte, la gimnasia y las excursiones; acostumbrarse a la cama dura, a la comida sencilla y al vestido ligero, en invierno y en verano. En cuanto a conocimientos, debería bastar al niño saber leer bien; el resto lo aprendería por su cuenta, si es que deseaba aprenderlo.
Ellen Key cree ciegamente que todos son capaces del autodidactismo y de la capacidad de iniciativa que ella misma tuvo. Ni se le puede negar su amor a la infancia, ni se puede justificar su desprecio por el mundo adulto; le falta sentido de la proporción y de la medida; desfigura las cosas, es parcial y rígida en sus apreciaciones. Su afán demoledor y su incapacidad para señalar caminos nuevos por los que sea posible renovar la educación, sitúan a esta escritora en las corrientes ácratas y libertarias de principios del siglo XX. Tolstoi, Robin, Ferrer y algunas escuelas alemanas anteriores a 1934 han defendido, incansablemente, filosofías de la educación y actitudes ideológicas muy parecidas a las de la gran escritora Ellen Key.


4. La Escuela de Abbotsholme
Cecil Reddie (1858-1932) creó, a juicio de muchos, la primera escuela nueva, en Abbotsholme, en 1889, de la que fue su primer director hasta 1927. Tan solo 40 alumnos de enseñanza secundaria, agrupados en ocho clases, formaban esta comunidad escolar. En la fachada había un lema que resumía la pedagogía del centro: "La libertad es la obediencia a la ley". Un alumno, con título de capitán, era el responsable de la disciplina, ayudado por otros alumnos que desempeñaban cargos inferiores.
Reddie, hombre autoritaio y, en ocasiones, excéntrico, pensaba que la escuela no debía desarrollarse en un ambiente artificial, sino formando un pequeño mundo real que pusiese al alumno en contacto con la naturaleza y con la realidad de las cosas. Cada grupito de alumnos era confiado a un profesor, que los cuidaba como hijos.

5. La Escuela de Bedales
J. H. Badley, colaborador de Reddie, abrió una nueva escuela en Bedales (Sussex), en la que aplicó algunos de los principios de Reddie (como el régimen de autogobierno), e introdujo innovaciones como la coeducación, cosa que a todos pareció un atrevimiento. Casi todos los educandos del internado desempeñaban algún cargo, desde guardián del garaje de las bicicletas hasta capitanes de clase o de dormitorio. La divisa de esta escuela era "que cada uno trabaje por la felicidad de los demás".

6. La Escuela de las Rocas
El sociólogo francés Edmond Demolins (1852-1907) visitó las escuelas de Abbotsholme y de Bedales y llegó a la conclusión de que la superioridad de los ingleses se explicaba por la mejor calidad de su enseñanza, comparada con la francesa. Escribió una obra que tuvo gran resonancia en Francia y en España, donde pronto fue traducida: À quoi tient la superiorité des Anglo-Saxons?   
Demolins siguió el ejemplo y fundó una escuela nueva, la Escuela de las Rocas, en 1889, según el modelo de Bedales, a 3 kms. de la aldea de Verneuil y a 120 kms. de París. La escuela estaba en medio de un parque que los internos habían de cuidar, junto a un río por el que se podía remar. Los niños, siguiendo el modelo inglés, vivían en grupos de 25 ó 30, en pequeños pabellones, en ambiente familiar y en clima de confianza. Los cargos se repartían entre los alumnos y se daba gran importancia a la carpintería, forja y jardinería, a la formación del carácter, al espíritu de iniciativa y al sentido de la responsabilidad.
En Alemania prendió pronto el movimiento renovador, donde Hermann Lietz (1868-1919), que fue su impulsor, creó sucesivamente escuelas en Ilsenburg (1898), Haubinda (1901) y Bieberstein (1904). Las tres escuelas impartían sus enseñanzas al aire libre y daban gran importancia a los baños, a los deportes, a los trabajos de jardinería y a las excursiones. Sus colaboradores, Gustav Wyneken y Paul Geheeb, abandonaron Haubinda, en 1906, para fundar una escuela más avanzada en Wickersdorf, a la que llamaron Freie Schulgemeinde (Comunidad escolar libre).
Wyneken fundó el Movimiento Juvenil alemán y radicalizó los principios de libertad, autogobierno y coeducación. Las Comunidades escolares libres, por él fundadas, giraban en torno a los llamados "grupos de cooperación": los jóvenes se agrupaban alrededor de sus maestros e intervenían activamente en la marcha de la escuela.

7. La Escuela de Odenwald
Paul Geheeb se separó en 1909 y fundó, al año siguiente, la Escuela de Odenwald, en la línea del doctor H. Lietz. Clases al aire libre, gran importancia de la educación física, de los trabajos manuales, del cuidado del jardín, coeducación y autogobierno eran los principios fundamentales de esta escuela.
En 1934, Geheeb se marchó a Suiza donde fundó, en 1946, L'École d'Humanité, escuela internacional que difundiera el espíritu pacifista.   


8. Arbeitschule (Escuela de Trabajo)
Georg Kerschensteiner (1854-1932), consejero y comisario de las escuelas bávaras durante 25 años, se inspiró en las aportaciones de Pestalozzi, de Dewey y de su discípulo Spranger, para crear la Escuela de Trabajo (Arbeitschule).
Kerschensteiner cree que educar es dar al ser humano una "forma de vida", conforme a su estructura personal y de acuerdo con los valores espirituales; la educación debe tender a dejar de ser heterónoma y convertirse en autónoma; para que sea eficaz ha de girar en torno a intereses infantiles, teniendo en cuenta que interés auténtico significa, como pensaba Dewey, una identificación del objeto interesante con las tendencias y fuerzas motrices del yo; el verdadero interés pedagógico ha de ser interés motor, que tiene poco que ver con los intereses atractivos, carentes de la espontaneidad y de la fuerza de los motores.
El trabajo, en Kerschensteiner, posee una clara dimensión pedagógica; no piensa que el hombre haya de ser educado para el trabajo, sino que éste ha de estar al servicio del hombre; no se trata tan sólo de introducir los trabajos manuales en la escuela (cosa que hacía tiempo que se había realizado), sino de considerar toda la tarea escolar como un auténtico taller, procurando el máximo rendimiento en cada momento.
Las líneas maestras que, en resumen, orientan el pensamiento de este gran pedagogo, son las siguientes:
  • Tender hacia la educación de la personalidad global del educando.
  • Fomentar la confianza del educando en sí mismo.
  • Actuar teniendo en cuento los valores e intereses de cada etapa del desarrollo.
  • Basar la acción educativa en la autoridad y obediencia heterónoma, mientras no sea posible la autónoma.
  • Confiar, mientar se pueda, en la capacidad de iniciativa del educando.
  • Además de la autonomía moral y personal del educando, hay que lograr también su contribución al progreso moral de la comunidad. 
9. Otras instituciones       
A estos pedagogos e instituciones, considerados precursores del movimiento de la Escuela Nueva, podrían añadirse otros muchos, como la Institución Libre de Enseñanza, creada por Francisco Giner de los Ríos, en Madrid, en 1876, y las Escuelas del Ave María de Andrés Manjón, en Granada, en 1889, centros que, en su tiempo, podían codearse con los más avanzados, pedagógicamente, de cualquier país, a pesar de que los manuales de historia de la educación señalen reiteradamente otras instituciones como pioneras de la reforma.