domingo, 22 de abril de 2012

La península Ibérica en la órbita romana

La península Ibérica, al igual que el resto de las tierras de la cuenca del Mediterráneo, fue conquistada por los ejércitos romanos, siendo incluida en el vasto espacio territorial dominado políticamente por Roma. La ocupación de la Península fue un proceso de larga duración, iniciado a finales del siglo III a.C., cuando los romanos vinieron a la Península en función de su pugna con los cartagineses, y concluido en tiempos de Augusto, a fines del siglo I a.C. Hispania permaneció bajo el dominio romano hasta la caída del Imperio, en el siglo V d.C., si bien desde principios de este último siglo el poder efectivo había sido transferido en la práctica a los pueblos germanos que habían invadido la Península. La historia hispánica de esta etapa no es sino la historia de las provincias romanas de Hispania como parte del Imperio Romano.


1. La conquista de Hispania
Se ha dicho muchas veces que Roma tardó 200 años en someter a los diversos pueblos prerromanos asentados en la Península Ibérica. Esto es cierto pero hay que tener en cuenta que, en realidad, el proceso de conquista de la Península se efectuó a lo largo de varias etapas, interrumpidas por períodos de tregua. La presencia militar de los romanos en la Península obedeció a su conflicto con los cartagineses (las llamadas guerras púnicas). Pero los romanos no se limitaron a cortar las bases de aprovisionamiento cartaginés, sino que decidieron incorporar a su dominio unas tierras que podían suministrarles ricos productos, metales en primer lugar, pero también esclavos y productos agrícolas.
La resistencia de los pueblos prerromanos a la dominación de Roma
puede simbolizarse en los celtíberos de Numancia, en las
proximidades de la actual Soria.
La primera etapa de la ocupación militar de la Península por los romanos, sin duda la más importante, se inició hacia el año 218 a.C. y duró hasta el 133 a.C. En ella Roma conquistó inicialmente el sur y el este de la Península, las zonas más en contacto con las culturas mediterráneas y en las que le resultó más fácil su implantación. Más tarde, la actividad militar se orientó hacia el centro y el oeste de la Península. Roma tuvo muchas dificultades en su lucha contra los lusitanos, entre quienes se hizo célebre Viriato, y más tarde contra los celtíberos, cuyo espíritu independentista puede ser ejemplificado en la ciudad de Numancia, que resistió tenazmente el cerco romano hasta su caída el 133 a.C. Durante el siglo siguiente puede decirse que no hubo campañas militares romanas de expansión en la Península, aunque Hispania fue escenario de conflictos bélicos que obedecían a las guerras civiles iniciadas en Roma con motivo de la crisis de la República. La última fase de la conquista de la Península se desarrolló ya en tiempos de Augusto, entre los años 29 y 19 a.C. Fue la época de las guerras cántabro-astúricas, en las que el propio Augusto tuvo que intervenir, y que tenían como finalidad incorporar a los belicosos pueblos que habitaban en las regiones septentrionales.


2. La romanización
En un principio, los romanos buscaban en la Península la explotación de todos aquellos recursos que les interesaban. Pero Roma no se limitó a incorporar militarmente a la Península en su dominio, sino que introdujo en ella numerosos elementos de carácter económico, jurídico, administrativo, cultural, etc., que permitieran el funcionamiento de Hispania en el ámbito del Imperio. A la larga, esto produjo cambios fundamentales en las sociedades indígenas, que no pudieron resistir el choque con los elementos propios de la sociedad romana. El proceso se ha denominado romanización, término que alude a la amplia penetración de los rasgos peculiares del mundo romano en tierras peninsulares. Los vehículos para esa romanización fueron numerosos, desde la propia lengua de los conquistadores, el latín, hasta la misma presencia de las unidades militares. Roma impulsó notablemente la vida urbana (hay que tener en cuenta el papel fundamental de la ciudad en la sociedad romana), creando colonias o facilitando el desarrollo de las embrionarias ciudades de los pueblos indígenas. Sólo algunas regiones donde la romanización apenas llegó, particularmente en el norte de la Península, pudieron preservar sus viejas costumbres.
La influencia de Roma supuso, salvo las excepciones señaladas, un cambio radical en las comunidades prerromanas asentadas en la península Ibérica. He aquí algunos de los aspectos, de carácter social y económico, establecidos en tierras hispánicas a raíz de la presencia de Roma: el significado de la ciudad como eje de la vida de la comunidad, la aparición de la propiedad privada de la tierra, la introducción de la esclavitud como base de la utilización de la fuerza de trabajo, la expansión de la familia de tipo patriarcal y el desarrollo de un comercio basado en el uso de la moneda. Pero también penetraron las normas jurídicas vigentes en el mundo romano, así como la ideología propia de sus clases dirigentes, sus concepciones religiosas, su pensamiento, sus sistemas de educación, etc.