domingo, 16 de mayo de 2021

El concepto de los orígenes

Las reglas de conducta se conocen y son transmitidas por tradición. En nuestro concepto del cuerpo de normas, que es crucial para nuestro análisis de las instituciones, nos referimos a códigos de normas constitucionales, a las concepciones mitológicas y a los valores que estimulan e integran la conducta de un grupo organizado.

Todo esto permanece en cierto modo en el aire mientras no podamos definir, desde el punto de vista de nuestro análisis de la cultura, fenómenos tales como el lenguaje, la tradición oral o escrita, la naturaleza de ciertos conceptos dogmáticos dominantes y el modo por el cual sutiles reglas morales se incorporan a la conducta. Cualquiera sabe que todo esto está basado principalmente en la enseñanza verbal o en textos lingüísticos, vale decir, en pleno dominio del simbolismo. Éste es un integrante esencial de toda conducta organizada, que debe nacer con la más temprana aparición de la actividad cultural; y que puede ser sometido a la observación y al análisis teórico como un hecho objetivo, en la misma medida en que podemos observar objetos materiales, reacciones colectivas de los grupos o definir la forma de una costumbre. La tesis central aquí sostenido es que el simbolismo, en su naturaleza esencial, es la modificación del organismo que permite la transformación de un impulso fisiológico en un valor cultural.

Discutiendo este problema con referencia a las culturas más simples y considerando sus "orígenes", usaremos el procedimiento de examinar los fenómenos culturales, tanto simples como complejos, y trazar las permanentes e inevitables implicaciones que gobiernan todas las fases de la cultura. Así, el concepto de los orígenes significa simplemente el mínimum de condiciones necesarias y suficientes para la distinción de las actividades preculturales, en contraposición con las culturales. Si consideráramos algunas de las más esenciales adaptaciones entre el hombre y su ambiente, tales como la vivienda, el abrigo, el vestido, el alimento o las armas, comprobaríamos que ellas implican modificaciones, tanto en el individuo como en el medio.

Consideremos por un momento la situación imaginaria del nacimiento de una cultura. Partiendo de nuestro conocimiento de la psicología del estímulo y la reacción, del adiestramiento animal, de la psicología infantil tanto como de la evidencia de los hechos etnográficos, podemos reconstruir no el momento y la forma exactos en que una cultura ha nacido, pero sí las condiciones necesarias y suficientes para las transformaciones de la conducta sociológica en conducta cultural. Sabemos que no sólo los monos superiores, como los utilizados en los estudios de Köhler y Zuckermann, sino también en todo animal amaestrado, desde los elefantes hasta las pulgas, y ciertamente las ratas o los perros usados por Pavlov, por ejemplo, pueden desarrollar hábitos muy complejos. La agilidad y grado de su conocimiento es limitado, pero se puede avanzar mucho en la demostración de que los animales tienen capacidad inventiva; se les puede enseñar tretas, a manejar aparatos complicados, a apreciar el valor de las señas y satisfacer así sus necesidades primarias por medio de lo que es, en realidad, una estructura cultural muy compleja.

Sobre la base de estos hechos podemos establecer ya un cierto número de principios generales. Desde que el problema del investigador de la cultura difiere profundamente del que encara el psicólogo, nuestra exposición no resultará en un todo conforme a la teoría general de la psicología del estímulo y la reacción que se elabora gradualmente. Aquélla se interesa en primer término por el análisis prolijo de los procesos de conocimientos. Para el investigador de la cultura el valor de estas búsquedas radica principalmente en la situación total y en todos los medios de conocimiento. Así, por ejemplo, el psicólogo se interesa especialmente en su propia realización y papel y con frecuencia da por supuesto el marco general del experimento. El investigador de la cultura no procede así.

La manera en que los antropólogos reconstruyen experimentalmente la situación del animal en los comienzos de la cultura, es mediante el aislamiento de los principales factores que deben estar presentes si ha de formarse el hábito. Los antepasados de nuestra especie eran evidentemente capaces de inventar ciertos recursos para lograr hábitos individuales y usar en tal ejecución determinados instrumentos. La serie esencial de factores determinantes indispensables para cada una de estas ejecuciones, es, primero, la existencia de un fuerte impulso orgánico, como el provocado por la necesidad alimentaria, o de la reproducción o el complejo conjunto que denominamos bienestar corporal. El impulso se presentaría bajo la forma de hambre, urgencia sexual, dolor, huida de un peligro inminente y evitación de circunstancias y condiciones nocivas. El equivalente del conjunto de elementos condicionantes debe haber sido la ausencia de satisfacción directa, junto con ciertos instrumentos que permitían que el propósito fuera alcanzado. La detallada descripción de Köhler sobre cómo sus chimpancés en cautividad eran capaces de obtener alimento, compañía y otros objetivos deseables, por medio de una apreciación claramente instrumental, indica que, bajo condiciones naturales, los monos más desarrollados, o los antepasados preculturales del hombre, hubieran sido también capaces de seleccionar los objetos, inventar técnicas y así ejercer acciones instrumentales y aun preculturales. Tales hábitos pueden haber sido conservados gracias a los mecanismos de refuerzo, vale decir, a la satisfacción lograda mediante un acto instrumental. En el campo de nuestro análisis de la cultura, el refuerzo no es sino la conexión directa, en cada organismo individual, del impulso, el instrumento y la satisfacción.

Podemos imaginar que las herramientas, armas, abrigos y métodos efectivos de galanteo pudieron haber sido descubiertos, inventados y transformados en hábitos individuales. Cada una de las ejecuciones particulares implicaría, para el individuo en estado precultural, como para los animales, la apreciación de un objeto material como instrumento, de su uso como un refuerzo del hábito y de la conexión integral entre el impulso, el hábito y la satisfacción. En otras palabras, el artefacto, la norma y el valor están ya presentes en el conocimiento del animal y probablemente estuvieron presentes en la conducta precultural de los monos antropoides y del famoso "eslabón perdido". En tanto que tales hábitos fueron individualmente improvisados y no pudieran ser la base de conducta reflexiva para todos los individuos de la comunidad, no podemos hablar de cultura. La transición entre los actos preculturales, las habilidades de los animales y la organización estable y permanente de actividades que podemos denominar cultura, queda señalada por la distinción entre hábito y costumbre. Junto a esto debemos consignar la distinción entre los instrumentos improvisados y el cuerpo de artefactos manufacturados de conformidad con la tradición; entre las formas del hábito inventadas una y otra vez y las reglas tradicionalmente definidas; entre las ejecuciones esporádicas e individuales y la conducta permanentemente organizada del grupo.

Todo esto gira sobre la capacidad de éste para incorporar los principios de las realizaciones individuales a una tradición que puede ser comunicada a los otros miembros del grupo, y también, lo cual es más importante todavía, transmitida de una generación a otra. Esto que acabamos de exponer significa que, por uno u otro medio, todos los integrantes de la comunidad pueden llegar a conocer la forma, el material, la técnica y el valor de una invención, de un método de obtener alimentos, de lograr seguridad o de conseguir un compañero.


El proceso implica claramente la existencia de un grupo y también de una relación permanente entre sus miembros. Por lo tanto, cualquier discusión del simbolismo sin su contexto sociológico es fútil, como toda suposición de que la cultura podría originarse sin la aparición simultánea de utensilios, técnicas, organización y simbolismo. En otras palabras, lo que ya podemos dejar establecido es que los orígenes de la cultura pueden ser definidos como la integración concurrente de varias líneas de desarrollo: habilidad para reconocer los objetos instrumentales, apreciación de su eficacia técnica y de su valor, esto es, de su lugar en la serie de actos intencionales, en la formación de los vínculos sociales y en la aparición del simbolismo.

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