sábado, 5 de diciembre de 2020

Ideal educativo e instituciones en la Roma Imperial

Durante la época de transición de la República al Imperio, el poder había comenzado a desplazarse de su ubicación tradicional en el senado y en las magistraturas hacia la persona del emperador. A lo largo del siglo I d.C. fue reduciéndose progresivamente la autoridad de los magistrados, que se convirtieron en funcionarios de la administración pública; paralelamente fue erosionándose la autoridad del senado, a medida que iba creciendo y desarrollándose la burocracia imperial. Al mismo tiempo los funcionarios apoyaban el movimiento de extensión de la autoridad imperial en la media en que les proporcionaba a ellos una movilidad social ascendente.

El oficio de escribiente era tenido por respetable en tiempos de Cicerón, el cual opina que es honroso que el hombre aspire a profesiones que exigen gran inteligencia y confieren una función socialmente útil, entre las que explícitamente menciona profesiones como la medicina y la enseñanza. Durante el reinado de Augusto, este tipo de ocupaciones relacionadas con la escritura parecen haber convenido hasta a los caballeros. La posibilidad de adquirir este estatus social atrajo a las categorías inferiores de la sociedad romana, de suerte que las ocupaciones que comportaban cierto nivel educativo pasaron a ser valoradas y apreciadas como medio de ascensión social. Al mismo tiempo, las dimensiones crecientes del aparato burocrático obligaron a extender su ámbito de reclutamiento a grandes sectores sociales, hasta tal punto de permitir el acceso a cargos de la administración a muchos extranjeros y esclavos.

La administración pública romana se desarrolló según una estructura compleja, con dos subgrupos principales: un cuerpo inferior, en el que se incluían médicos, arquitectos, adivinos e intérpretes de los augurios, y el cuerpo superior de los escribas. En esta última se hallaban comprendidos los subordinados de los magistrados: procónsules, legados, cuestores, ediles y tribunos. Se les conocían con el nombre de apparitores.

Estas transformaciones sociales se vieron posibilitadas por el incremento de la población y por la práctica, muy difundida, de la manumisión. La práctica de la manumisión parece tener sus orígenes en un acto de gratitud especialmente para con los esclavos. Durante el primer siglo del imperio, la clase de los libertos creció hasta el punto de llegar a constituir un desafío para los libres de nacimiento. Los libertos que disponían de ciertos medios económicos procuraban dar a sus hijos una educación de clase alta en toda la medida de lo posible. Ya durante el reinado de Claudio, un liberto podía tener acceso a las magistraturas y revestir los distintivos del caso, la franja ancha en la toga.

Muy numerosos eran los libertos dedicados a la enseñanza; éste fue el camino que tradicionalmente habían seguido en el proceso de su ascensión social y su manumisión debió convertirse en costumbre en tales casos. Al concluir el primer siglo del imperio se había conseguido en Roma una indudable generalización de la instrucción más rudimentaria y un no menos cierto progreso del nivel de educación. Con su espontánea propensión al orden, los romanos decidieron dotar al sistema educativo de una base más elemental y sistemática que hasta entonces había prevalecido.

Julio César

Una de las características de la educación romana había sido su tradicional independencia con respecto al Estado, combinada con la inexistencia de toda clase de controles reglamentarios. La situación comenzó a modificarse durante el primer siglo del imperio. La necesidad y la demanda de una administración pública extensa y capacitada obligó a fomentar constantemente la creación de escuelas y su buen funcionamiento hasta llegar a quedar englobada en lo que podríamos denominar sistema estatal. Aunque la escolarización no era obligatoria ni gratuita, progresivamente se fue exigiendo a cada municipio que asumieran la responsabilidad de proporcionar una enseñanza elemental, a la par que el propio Estado se comprometía cada vez más en una labor de control, incluso de fomento de la educación. En tiempos del reinado del primer emperador, Julio César, tenemos ya prueba de ello. César confirió la ciudadanía a todos los maestros de las artes liberales para avivar en ellos el deseo de residir en la ciudad y para inducir a todos a trasladarse a ellas. La misma política siguió su sucesor, Augusto, quien en el momento del "gran hambre" expulsó de la ciudad de Roma a algunos esclavos domésticos y a la totalidad de los esclavos en venta, de los gladiadores y extranjeros, pero eximió explícitamente a los médicos y a los maestros. Tanto el decreto de César como el de Augusto se proponían aparentemente retener en Roma a los maestros, con la intención de coadyuvar al desarrollo del sistema escolar. Y por otra parte, el decreto de Augusto demuestra que aceptaba a los maestros griegos.

A finales de este siglo, en un decreto en Pérgamo, el emperador Vespasiano liberaba a los maestros de escuela de las obligaciones municipales y concretamente de los tributos y obligaciones de alojamiento a la tropa. Vespasiano fue el primero en fijar un salario para los maestros latinos y griegos de retórica pagados del fisco imperial.

El emperador Trajano facilitó ayudas financieras oficiales y posteriormente esta ayuda fiscal parece que se dispensó en relativa regularidad.

Las provincias no conquistadas culturalmente por el helenismo siguieron las pautas del sistema educativo romano.

Las necesidades de alfabetización de la población y la consiguiente implantación de escuelas de enseñanza elemental en toda la parte occidental del imperio originaron una gran demanda de profesores. En el siglo I d.C., la enseñanza de nivel superior constituía una ocupación respetable y los maestros disponían de una buena literatura metodológica sacada de los filósofos y retóricos. Podían existir desacuerdo sobre los métodos pero no escaseaban el pensamiento ni las disensiones sobre el tema. No puede afirmarse otro tanto, por el contrario, en lo que a la enseñanza elemental se refiere: los autores que mayormente se habían ocupado de la problemática educativa -Isócrates, Platón, Aristóteles, Catón, Cicerón- apenas habían tratado de los métodos de iniciación al proceso educativo y se habían dedicado a hablar más o menos someramente de los estudios gramaticales y a tratar muy extensamente de la enseñanza superior.

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