lunes, 9 de noviembre de 2020

La Roma Imperial

El ideal de la oratoria propuesto por Cicerón no dejaba de tener sus conexiones con la creciente inestabilidad política del Estado, y la conspiración de Catilina no era sino un síntoma de la degeneración política de la época. El principio del poder unipersonal había quedado admitido ya en el primer cuarto del siglo I a.C. como réplica a situaciones de emergencia, con los sucesivos nombramientos de Mario y Sula. Sula se adueña del poder y tras debilitar los poderes de la asamblea restaura la autoridad del senado. Con su retirada (año 79 a.C.) prosiguen la confusión y las sublevaciones; son los años en que pasan a ocupar el primer plano las figuras de Pompeyo y de Julio César, artífices de la ulterior expansión del influjo romano en el mundo mediterráneo. Nombrado comandante supremo de los ejércitos romanos del este, Pompeyo organizó y dirigió la lucha, y fue amo y señor de Oriente; por su parte, César emprendió la campaña de la Galia transalpina y conquistó el país convirtiéndolo en una nueva provincia romana.

César y Pompeyo se enfrentaron por conseguir la hegemonía; César tomó y supo mantener la iniciativa, y en la batalla de Farsalia en Grecia derrotó el ejército de Pompeyo. Muerto Pompeyo, César había establecido la autoridad romana en Oriente; con ello ambas partes (oriente y occidente) del mundo romano quedaron bajo el control de una autoridad única. Roma se convierte en un imperio, pese a que momentáneamente subsistieran aún las formas externas de republicanismo. Antes de que César pudiera elaborar su nuevo sistema de gobierno, caía asesinado. Su sobrino y heredero, Octaviano, con el auxilio de Antonio, consigue apoyo para ponerse en campaña contra los enemigos de César, Bruto y Casio. Provisionalmente se dividen el imperio entre los dos.

En el Oriente helenístico, Antonio gobierna juntamente con Cleopatra en Alejandría; como regalo le ofreció la biblioteca de Pérgamo. El regalo de Antonio simboliza de algún modo su afán de vivir la vida culta de esplendor helenístico.

Biblioteca de Pérgamo

Octaviano entabla batalla contra Antonio y Cleopatra, al año siguiente era dueño de Egipto, que quedaba en situación de dependencia con respecto a Roma. Con ello se cerraba el período de inestabilidad, y se iniciaban dos siglos de paz. En prueba de agradecimiento el senado concede a Octaviano el título de Augusto. Octaviano es el jefe de Estado; se mantiene la ficción de las formas republicanas, con una autoridad compartida entre el senado y Augusto; pero en realidad el sistema republicano desaparece, y el imperio romano es un hecho.

La existencia de un nuevo imperio dependía de la paz y de la prosperidad; los romanos erigieron en él una administración sistemática y eficaz, a la par que constituían una inmensa red de vías de comunicación. La propia Roma creció extraordinariamente, gracias en buena parte al capital que supusieron las riquezas de las provincias, tanto desde punto de vista cívico como arquitectónico. La relativa sencillez del antiguo estilo de vida republicano, sus instituciones y sus prácticas, pertenecen ya al pasado.

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