martes, 11 de diciembre de 2018

La conciencia moral

1. La voz de la conciencia
Con el término conciencia moral designamos la capacidad que tienen las personas para conocer y juzgar la bondad o maldad de las acciones, tanto propias como ajenas. La conciencia moral, además, mueve y orienta la conducta en la dirección que la persona considera correcta. Expresiones tales como "tengo la conciencia tranquila", "me remuerde la conciencia", "allá cada cual con su conciencia" o "he obrado según me dictaba la conciencia" reflejan claramente el significado moral y la importancia que concedemos a esta capacidad para orientanos en nuestra vida cotidiana.
En todos estos ejemplos el lenguaje popular habla de una especie de voz interior que inspira, obliga y sanciona la moralidad de nuestras acciones. Sin embargo, en su formulación habitual, esta voz aparece como algo demasiado misterioso; por eso la ética intenta aclarar qué es y cómo se desarrolla la conciencia en la vida de los individuos y las sociedades.

2. Heteronomía y autonomía
Para juzgar sobre la bondad o maldad de las acciones o de las normas, la conciencia se sirve de principios en virtud de los cuales la persona rige su vida. En ocasiones no nos percatamos muy bien de cuáles son nuestros principios, pero lo cierto es que cualquier persona se atiene a algunos, se dé cuenta o no de ello.
Estos principios pueden venirle impuestos o dárselos ella a sí misma, racional y libremente. En el primer caso hablamos de heteronomía y en el segundo, de autonomía:

- Una conciencia es heterónoma cuando se guía por:
  • Los dictados del instinto o las apetencias
  • Por la tradición
  • Por la autoridad de otros, sean personas concretas, sea una mayoría
- Una conciencia es autónoma, por el contrario, cuando es ella la que propone las normas morales que deben regir su acción, habiendo reflexionado y decidido sin coacciones.

Sin duda, las personas empezamos por aprender las normas en la sociedad en la que vivimos: en la familia, en la escuela, en el grupo de amigos de distintas edades. Es decir, que en principio nos vienen de "fuera". Pero eso no significa que seamos heterónomos.

La familia constituye un medio de aprendizaje de normas sociales muy importante. Pero sólo en la medida en que reflexionamos sobre ellas y las aceptamos si creemos que son válidas para hacernos mejores personas, nos convertiremos en seres autónomos.
Actuamos de forma autónoma si somos nosotros los que decidimos reflexivamente qué normas consideramos buenas y si somos capaces además de crear otras nuevas. Obramos de forma heterónoma, por el contrario, si nos guiamos por las apetencias o por lo que otros nos dictan, sin haber considerado por nuestra parte qué es lo propio de personas verdaderamente humanas.

La sociedad es el conjunto de las relaciones sociales. Pero, entre éstas, pueden distinguirse dos extremos: las relaciones de presión, en que lo propio es imponer al individuo, desde el exterior, un sistema de reglas de contenido obligatorio, y las relaciones de cooperación, cuya esencia es hacer nacer, en el interior de la mente, la conciencia de normas ideales que controlan todas las reglas. Las relaciones de autoridad y respeto unilateral dan lugar a las relaciones de presión y caracterizan la mayoría de los estados de hecho de la sociedad dada y, en particular, las relaciones entre el niño y el ambiente adulto que le rodea. Por el contrario, las relaciones de cooperación definidas por la igualdad y el respeto mutuo constituyen un sistema de equilibrio más avanzado.
Jean Piaget, El criterio moral en el niño

3. Autonomía y universalidad
"Autonomía" equivale entonces a "autolesgislación", a darse a sí mismo leyes propias. Pero, en cuanto hablamos de leyes, estamos indicando que valen para un grupo o bien universalmente, porque una ley no puede valer para una sola persona. En el caso de la moral, las leyes han de valer universalmente porque son aquellas que cualquier persona debería cumplir, para ser verdaderamente humana y no inhumana.
Por eso, con la expresión "autonomía moral" nos referimos a la capacidad que tenemos las personas de guiarnos por aquellas leyes que nos daríamos a nosotras mismas porque nos parecen propias de seres humanos. No tiene, pues, nada que ver con "hacer lo que me dé la gana", ni tampoco con la independencia frente a toda norma.

4. El desarrollo de la conciencia
Comportarse de forma autónoma es una posibilidad que cada ser humano puede realizar o no. Si repasamos la historia, podremos observar que las conductas heterónomas están siempre relacionadas con situaciones de servidumbre, en sus distintas formas, mientras que los seres autónomos se comportan como seres dueños de sus propios actos, porque en definitiva el término "autonomía" es sinónimo de libertad: es libre quien se da a sí mismo sus propias leyes y las sigue, siempre que entendamos por "sus propias leyes" aquellas que extendería a todos los seres humanos.
De ahí que podamos valorar el tránsito de la heteronomía a la autonomía como un progreso, como un ganar en madurez, que puede lograrse individual y socialmente.
Los individuos tenemos una conciencia capaz de progresar, pero también las sociedades tienen una conciencia que puede ir madurando desde la heteronomía a la autonomía: desde regirse por tradiciones, autoridades y costumbres no asumidas reflexivamente desde principios humanizadores, hasta guiarse por ese tipo de principios. En el caso de las sociedades, Habermas ha elaborado lo que él llama una teoría de la evolución social, en la que muestra que las sociedades han ido aprendiendo moralmente.