1. A vivir se aprende
Moral, política, derecho y religión pueden ser considerados, en sentido amplio, saberes prácticos, en tanto que nos ayudan a orientar y construir nuestra vida. La moral nos edifica en la dimensión personal y de relación con los demás; la política y el derecho lo hacen en el ámbito social y público; la religión, en fin, contribuye a que nos sintamos "uno", con las demás personas y con el mundo, en relación con el absolutamente "otro".
Estamos utilizando la palabra "orientar", que significa dirigir o encaminar algo o alguien hacia un fin. Los saberes prácticos de los que acabamos de hablar son orientadores para nosotros en cuanto nos escaminan a un fin, y de ahí precisamente, del fin hacia el que nos conducen, reciben su especificidad.
2. La moral y su meta
La moral, que, como hemos dicho, nos ayuda a construirnos por dentro y en la relación con los demás, lo hace con vistas a que alcancemos nuestra autorrealización; para conseguirlo, nos propone ideales de vida buena, consejos y experiencias vividas. A partir de todos ellos, nosotros mismos vamos elaborando pautas para conducir nuestra vida; tales pautas van más allá de las leyes que rigen en nuestra nación y pueden o no coincidir con ellas.
¿Qué quiere decir esto? Pues, sencillamente:
- Que las leyes afectan a los miembros de un estado determinado, mientras que las pautas morales orientan a todas las personas.
- Que, de acuerdo con nuestras pautas, a veces consideramos un deber algo que no aparece mandado en ninguna ley.
- Que, otras veces, consideramos contrario al deber lo que ordena una ley.
Las normas jurídicas y las decisiones políticas se orientan a conseguir el bien común de una determinada comunidad política y, como ésta está formada por personas, tiene una vertiente individuao y una social, pues el bien común contiene el bien de los individuos, aunque lo trasciende; por eso, ha de subordinarse éste a aquél.
La elaboración de las leyes y el hacer de los políticos deben estar presididos, si quieren alcanzar su fin, por un concepto que es común a ellos y a la moral: la justicia.
Congreso de los Diputados, Madrid |
La moral, la política y el derecho nos ayudan, mediante pautas y leyes, a construir y conducir nuestra vida hacia la autorrealización y el bien común.
¿Satisfacen, pues, todas nuestras expectativas y anhelos?
La historia de la humanidad y nuestra propia existencia vital nos exigen responder negativamente. El deseo de inmortalidad y la búsqueda de un sentido último que supere todo dolor y toda limitación son dos constantes en la historia humana, tanto individual como colectiva. A ellos ha dado respuesta, también como una constante, la experiencia religiosa.
¿Cómo lo ha hecho? Desde luego no con normas, ni con leyes; la auténtica respuesta religiosa consiste en la invitación a la felicidad y al consuelo; nuestras torpezas y mezquindades, la enfermedad, el sufrimiento, las necesidades materiales, los desastres naturales y las consecuencias de la injusticia nos impiden ser felices y demandan la acogida amorosa, la ayuda y la compasión.
En las religiones hay algunos contenidos normativos, pero no son ellos los que las caracterizan, ni mucho menos los que las definen: las "normas" o "leyes" religiosas constituyen, en el mejor de los casos, el nivel inicial de la religiosidad; ellas no son, desde luego, las que nos procuran la buscada respuesta de sentido ni la plenificante experiencia de la compasión y del amor.
Cuando "la legalidad" de las religiones ha sido superada, el ser humano concibe y acepta a los demás y al mundo como una totalidad única, dotada de sentido y abierta a la liberación, a la superación de todas las confusiones y limitaciones; entonces es un ser esperanzado.