viernes, 5 de junio de 2015

Juego y trabajo

El trabajo se suele caracterizar como una actividad que no se realiza por su intrínseco atractivo, sino para alcanzar algo distinto de sí, de tal manera que, suprimida esta motivación, desaparece. En cambio, el juego lo realizamos por sí mismo, sin referencia a algo ulterior. Mientras que el trabajo tiene un carácter de imposición, de obligatoriedad, el juego lo realizamos libremente. El rasgo fundamental que contrapone juego y trabajo reside en que éste tiene que ceñirse a las exigencias de la realidad.
Hay quienes subrayan el desinterés como rasgo típico que separa juego y trabajo. Éste tiene una subordinación esencial al valor económico, en tanto que las actividades lúdicas no pueden obtener, en cuanto tales, rendimientos.
Otra nota que separa juego y trabajo es la inmediatez del objetivo. El juego es autotélico, por ello la actuación y el fin se confunden. El placer del paseo está en el paseo mismo, en la suma de sus instantes gratos. En el trabajo se van sumando los esfuerzos en busca de un objetivo diferido, heterotélico.
Se dice que el trabajo exige una tensión y un esfuerzo considerable; mas hay quienes durante la jornada laboral estuvieron sentados en la oficina, y los fines de semana practican duros deportes. La autonomía y la libertad son rasgos propios del juego, pero muchas veces los juegos y deportes nos vienen impuestos por motivos sociales.
Aunque es cierto que la rentabilidad económica es un rasgo definitivo del trabajo, también éste se puede realizar sin tal objetivo, por motivos sociales, de forma voluntaria.

El trabajo del escolar no produce, en principio, ninguna ganancia, ni bienes cotizables en el mercado de un modo inmediato.
Existen verdaderamente rasgos que diferencian juego y trabajo, pero la frontera entre uno y otro no es tan clara. Más que de una contraposición, se trata de una gradación cuyos momentos nos permiten entender mejor las situaciones extremas y clasificar más acertadamente los diversos tipos de actividades:
1º) El trabajo forzado, cuya situación extrema sería la del que lo hace por pura imposición, sin interés alguno por la actividad misma ni por el resultado final. Tales, las faenas de los prisioneros de guerra en un campo de concentración, llevadas a un ritmo agotador. Es la imagen pura del trabajo como un esfuerzo penoso y desprovisto de todo valor.
2º) La actividad que se hace por la pura ganancia económica, y que realizamos con desagrado (por ejemplo, imaginemos un buen escritor que acepte un trabajo mecánico, sin sentido).
3º) La tarea que nos apasiona. Se da sobre todo en profesiones liberales superiores. No es fácil distinguir cuándo se trata de juego o cuándo de trabajo.
4º) Hay actividades que se emprenden libremente y que resultan gozosas, pero que tienen la seriedad del trabajo y en las que la finalidad remota es fundamental (por ejemplo, actividades para llenar el ocio como aprender un idioma o tocar la guitarra). Por su autonomía, libertad, valor en sí mismas y entrega gozosa en los tiempos libres y no rentabilidad económica, parecen juego, pero todavía conservan rasgos del trabajo, como su dilatado efecto posterior y la disciplina que reclaman.
5º) Por último, la actividad que se emprende porque nos complace, sin ulterior referencia. Aquí se identifica actividad y goce (practicar un deporte, leer una novela, escuchar una conferencia). En ellas se da en su máxima intensidad todos los caracteres del juego.

  Valor terapéutico del juego   
El juego ha sido utilizado para corregir los desórdenes de la conducta del niño, sobre todo por la escuela psicoanalítica (Sigmund Freud, Anna Freud, Melanie Klein). Parece que mediante el juego el niño se libera de experiencias incómodas. Con él se descarga de su nociva afectividad. El niño suele resolver, gracias al juego, simbólicamente, sus problemas. Sentimientos tales como la agresividad o la culpabilidad encuentran en el juego un cauce para su simbólica realización. Además se libera de cargas emocionales inútiles y despliega su personalidad.

  Valor diagnóstico y formativo del juego 
El juego es el lenguaje natural del niño, de ahí su enorme valor para estudiar la maduración del niño (son numeroso los tests de juegos infantiles: psicodrama, test dramático, actividades plásticas de pintura y modelado). O para programar las actividades lúdicas más apropiadas en cualquier estadio.

  El juguete y criterios de selección  
1º) El juguete debe ser activo, es decir, debe invitar al niño a manipularlo y a que con él libere sus energías. Los juguetes que a veces compran los padres para que el niño los contemple sólo crean situaciones conflictivas en la familia. El niño es un ser dinámico, no contemplativo, y el juguete tiene como primera función la de que lo maneje a su placer.
2º) Los juguetes deben ser sencillos y en lo posible económicos. Los muy complicados y costosos o resultan de difícil manejo, o se les impide o limita el uso espontáneo, libre, condiciones que frenan o menguan su eficacia educativa.
3º) La abundancia de juguetes sólo sirve para desconcertar el interés del niño. Debe haber los suficientes para que el niño juegue, pero no tantos como para que los desdeñe y rompa, ya sin ilusión por ellos.
4º) Hay que elegir con cuidado aquellos que respondan exactamente al estadio evolutivo.

  El trabajo como juego  
El juego favorece la madurez mental y emocional de los niños. Bien es sabido que el espacio para jugar durante los recreos es una parte esencial de todo centro docente. Se trate de ejercicios físicos, juegos dirigidos o deportes, canto o danza, representaciones dramáticas, actividades plásticas y manuales, es indudable que ejercen las finalidades de ejercicio preparatorio, expansión de energías físicas y mentales, iniciación y adaptación a la vida social. Su poder y valor educativo han de ser integrados en todo planteamiento docente. Hay que llegar a que en lo posible, el trabajo, por su intrínseca motivación, adquiera un valor de juego. Para ello, una de las técnicas fundamentales es la de la comprobación inmediata del resultado.