miércoles, 28 de enero de 2015

Condiciones para que una enseñanza sea activa

  1. Las situaciones problemáticas suelen poner en tensión la actividad mental, mientras que las dogmáticas incitan a la pasividad.
  2. Se estimula más la participación del alumnado ante dificultades asequibles. Cuando el profesor lo hace y resuelve todo, cuando está todo claro, no hay lugar para el esfuerzo personal. Mas cuando la dificultad es irresoluble y sobrepasa los medios de que dispone el alumno para enfrentarse con ella, la desilusión y la pasividad hacen su presa.
  3. El aprendizaje activo es un aprender haciendo. Se trata de un hacer que en unas ocasiones se traducirá en una obra externa y en otras se limita a desplegar las facultades del sujeto, pero en todo caso actualizando sus capacidades. Siempre que sea factible, el alumno debe realizar algo exteriorizando y aun materializando en un producto su aprendizaje. La actividad es superior, más formativa, que cuando sólo se limita a comprender el material que se le ofrece ya elaborado. Conviene estimular incesantemente su disposición configuradora, constructora. Estimular a que deje una huella personal. Que quede una obra como fruto de su esfuerzo, algo suyo. No se trata de incluir en el curriculum unas actividades, sino que todas las materias tengan una dimensión activa. En ocasiones, la actividad será puramente espiritual, pero bueno es que la programemos en términos de conducta observable y aun de rendimiento de algún modo cuantificable.
  4. En la programación del trabajo, el profesor deberá tener en cuenta, más que lo que él mismo va a hacer, lo que los alumnos deben hacer. El profesor debe estar pendiente, más que de mantener una disciplina externa o de estar explicándolo todo, de indicar las tareas que cada uno ha de llevar a cabo. La actividad interesante es el mejor medio de mantener la disciplina. Al indicar a cada cual lo que debe hacer hay que tener muy en cuenta su capacidad y su nivel de aspiraciones. Para estimular la actividad, lo mejor es trazar un plan de trabajo, cuyos momentos esenciales deben ser: el establecimiento de un fin valioso para el sujeto, asequible; la determinación de las actividades precisas para conseguirlo; la realización del trabajo mismo, individual o colectivo, en presencia o ausencia del profesor; por último, la crítica de la tarea o del producto ya logrado, con objeto de incitar perfectivamente a nuevas actividades.
  5. Las tareas más activadoras son las que tienen mayor significación actual para el sujeto.
  6. Hay que mantener la actitud de superación. No se trata de comparar al alumno con los demás, sino mantenerle en competición consigo mismo, para lo cual debe consignar sus logros con la mayor precisión posible y constatar sus avances o retrocesos. No hay nada que invite más a la pasividad del alumno que el sentirse anónimo, irresponsable, perdido como un número entre la masa. Para mantener vivo el espíritu de superación tenemos que conocerle y tiene que conocerse en sus posibilidades, en sus dificultades y en sus reales adquisiciones.
  7. Hay que evitar el esfuerzo memorístico de repetición con el fin exclusivo de responder a un examen. Lo importante es poner en juego un esfuerzo personal de reflexión que permita madurar la capacidad crítica del sujeto.
  8. Insistir en la aplicación de los conocimientos o técnicas aprendidos.
  9. Debemos cultivar el trabajo autónomo. Todas las oportunidades que lleven al alumno al autoaprendizaje son de suyo más activas que aquellas en las que se requiere la colaboración del profesor. Sentirse fuente y origen de la actividad estimula a un despliegue de fuerzas que de otro modo permanecen dormidas. Lo importantes es situarse desde una atalaya de actividad permanente que permita entender más a fondo, y realizar más adecuadamente, las tareas que eleven la personalidad del sujeto.