miércoles, 7 de enero de 2015

Nuestros referentes

1. ¿Hacia dónde nos orientamos?
¿Por qué podemos desear modificar nuestras actitudes o adquirir alguna virtud? Porque queremos hacer buenas elecciones, elecciones inteligentes. Pero para hacerlas necesitamos referentes por los que orientarnos: los valores e ideales de vida, que en muchas ocasiones se concretarán en normas.

2. Los valores
Las personas orientamos nuestra vida por valores. Los valores no son ningún tipo de seres, sino cualidades de las cosas, por las que nos resultan atractivas (la belleza, la elegancia), o bien cualidades que podemos incorporar personal y socialmente (una persona solidaria, una institución justa). Los valores positivos nos atraen, mientras que los negativos nos repelen; y aquellos que nos parecen superiores a otros nos llevan a preferir las realidades en que se manifiestan frente a otras.
Para conocer nuestra identidad personal y la de las demás personas o la de una sociedad, es fundamental saber qué valores son los preferidos, porque ellos configuran nuestro modo de ser. Pero para averiguarlo no hay que recurrir a una encuesta, en la que la persona contesta lo que le parece que se debe contestar según los usos sociales, sino a las acciones concretas: en nuestras elecciones diarias es donde se descubre qué es lo que verdaderamente preferimos, porque los valores tienen un componente emotivo (mueven el sentimiento), intelectual (son razonables) y experiencial (más se les comprende cuanto más se incorporan en la propia vida).
Ahora bien, no todos los valores son directamente morales, sino que hay también valores estéticos (belleza, elegancia, armonía), económicos (calidad, eficacia, eficiencia), vitales (salud, vitalidad, energía) y religiosos (sagrado, divino).

 Los valores morales 
No resulta fácil en ocasiones distinguir unos valores de otros, y parece que una vida feliz es la que conjuga los más posibles. Sin embargo, resulta importante indicar los rasgos de los valores específicamente morales:
  • Son valores que podemos incorporar, con mayor o menor esfuerzo, en la vida personal o social, a diferencia de otros valores que no están en nuestras manos. No todas las personas pueden ser bellas, sanas o eficientes, por mucho que se lo propongan, y eso no significa que no puedan ser personas en el más pleno sentido de la palabra, es decir, moralmente buenas. Los valores morales, como la libertad, la solidaridad, la honradez, la lealtad o la tolerancia activa, sí que están en nuestras manos.
  • Los valores morales sólo pueden ser cualidades de las personas, de sus acciones o de sus formas de relación, no de los animales ni de las plantas. Esto significa que sólo seres capaces de elegir (libres), y responsables, por tanto, de sus acciones, pueden ser honrados, leales o buenos.
  • Son valores que creemos que debería apreciar cualquier persona que desee realmente serlo.
3. Ideales de vida buena
Los valores de todo tipo componen ideales de vida buena. Todas las sociedades han soñado estos ideales, de la misma manera que han imaginado cánones de belleza. Aristóteles consideraba que quien se dedica a la investigación es quien lleva una vida feliz, mientras que otras escuelas griegas entendieron que el hombre verdaderamente sabio y feliz es el que sabe distinguir los placeres y dolores a lo largo de su vida de tal modo que obtiene el máximo de placer posible (hedonistas), o el que se mantiene imperturbable ante el placer y el dolor (estoicos), o el que vive según la naturaleza despreciando las convenciones sociales (cínicos).

DIÓGENES EL CÍNICO
Diógenes (400 a.C.) fue el más famoso de los cínicos. De él se cuenta que vivía en una tinaja, cerca del ágora, y que paseaba por Atenas de día buscando un hombre con un candil, porque decía que había mucha gente, pero ninguna persona.
Un día, el rey Alejandro le ofreció lo que quisiera y Diógenes contestó:
"Quiero que te apartes y no me tapes el sol".

Con el tiempo, los ideales se fueron multiplicando: el guerrero y el monje medievales, el noble culto y versado en el manejo de la espada, el burgués pendiente de su fábrica, el trabajador revolucionario. Como vemos, son modelos muy ligados a una época concreta y a un determinado contexto social, que pierden vigencia con los cambios sociales. Aunque es verdad que estos ideales son importantes en la vida moral, ¿no podemos hablar de un modelo para cualquier persona? ¿Cuándo podemos hablar de "talla humana"? Para responder a estas preguntas hay que distinguir dos niveles: el de los valores que debería incorporar cualquier persona, y el modo de articularlos que es propio de cada una.