sábado, 14 de junio de 2014

La incidencia de las condiciones naturales en las estructuras agrarias

Las condiciones naturales, complejas y variadas, han constituido la infraestructura sobre la que se han desarrollado, a lo largo de la historia, las actividades económicas. El marco físico ha aportado determinadas posibilidades; nunca tan severas como para introducir un determinismo. Pero han sido realidades con las que ha habido que contar y que no siempre han podido ser superadas. Las condiciones ecológicas han sido factores que han influido en mayor o menor medida en las estructuras agrarias españolas.


Valle del Guadalquivir
Al fondo, las lomas del olivar perfectamente alineados. Es un cultivo bien adaptado a las condiciones mediterráneas de veranos áridos. Resistente a la sequía obtiene la humedad a través de sus raíces.
En primer término, las tierras de secano fértiles se destinan a cultivos de cereales, remolacha, algodón.
1. La influencia de la estructura morfológica
En la Península Ibérica, esta influencia se refleja en la escasa superficie cultivada. La existencia de numerosos arcos montañosos y los desniveles entre las distintas unidades lo explica. En la región cantábrica, los campos de cultivo se localizan en los fondos de valle; en el Levante y otros sectores mediterráneos se han abancalado las ladera. En conjunto predominan las tierras en pendiente sobre las llanas, y de esto se deriva que aproximadamente la tercera parte del país (improductivo, barbecho, eriales a pasto) permanezcan todos los años sin ofrecer rendimientos o muy escasos.


Bancales en la provincia de Alicante
2. La influencia de las condiciones climáticas
Se refleja en:

 a)  La variedad de cultivos está en estrecha relación con las condiciones climáticas que permiten desde plantas típicas de las regiones mesófilas europeas (pradera, remolacha azucarera) hasta cultivos de raigambre tropical (caña de azúcar, chirimoyas), pasando por la trilogía mediterránea y regadíos diversos. Esta variedad presente una clara distribución espacial alcanzando más complejidad en el Sur y en el Levante que en Castilla-León y Cantabria. El carácter termófilo de gran parte de la Península, sobre todo en invierno, permite, a diferencia del resto de países europeos, producir cultivos tempranos y de altos precios, orientados a la exportación (agrios, aceite de oliva, hortalizas tempranas).

 b)  La necesidad de guardar barbecho en los sistemas de cultivo tradicionales (año y vezal tercio) se explica en gran parte por las condiciones climáticas. Los suelos para recomponer su fertilidad necesitan abonos orgánicos, que se convierten en asimilables mediante una trasformación química para la que se precisa humedad y elevadas temperaturas. Por ello el descanso anual. Y estas condiciones son en buena parte responsables de la irregularidad de las cosechas y los bajos rendimientos.


Cultivos de regadío en la huerta de Murcia
El uso del agua está reglamentado.
 c)  La aridez estival de la España mediterránea, el carácter torrencial y espasmódico de gran parte de los ríos, la deforestación acentuada a lo largo de los siglos, han obligado a la realización de obras hidráulicas desde antiguo con el fin de practicar el regadío, abastecer de agua a centros de población, y para regular las impetuosas avenidas de determinados cursos de agua. Desde las primeras presas romanas, construidas para suministrar agua a Mérida, a los regadíos de la depresión del Ebro y Cataluña, se han realizado numerosas obras, sobre todo en el Ebro, Andalucía y Levante. No obstante, y a pesar del origen remoto, al finalizar el siglo XIX las distintas presas construidas daban una capacidad de embalse de 91 millones metros cúbicos, y los regadíos alcanzaban un millón de hectáreas. Es a lo largo del siglo XX, y con la creación del Plan Nacional de Obras Públicas (1902) cuando van a realizarse las mayores obras. En la actualidad la capacidad de embalse es de más de 30.000 millones de metros cúbicos y el regadío alcanza 2,5 millones de hectáreas.

 d)   Igualmente, las condiciones climáticas han favorecido la deforestación de la Península. En la antigüedad,una buena parte de la superficie peninsular (82 %) estaba cubierta por el bosque de copulíferas esclerófilo, en un estadio desbiótico, y tan sólo el 5 % por formaciones atlánticas de caducifolios. La destrucción de roturación, talas y aprovechamiento abusivo de los bosques, emprendida con el auge de la ganadería en los siglos XII y XIII y continuada más tarde, a pesar de las numerosas prohibiciones y disposiciones proteccionistas, alcanzó sus más altas cotas con las roturaciones efectuadas en montes comunales o de propios en el siglo XIX como consecuencia de la desamortización. Buena parte de esos montes se han convertido en eriales cubiertos de matorral. El antiguo bosque en condiciones desbióticas no se ha reconstruido. La deforestación ha alcanzado también al bosque atlántico aunque en menores proporciones, ya que es capaz de regenerarse. En la actualidad, tan sólo un 14 % de la superficie está cubierta por masas forestales atlánticas y de copulíferas esclerófilas.


Mapa de desertificación
3. La influencia mixta clima-relieve
De las condiciones de aridez, irregularidad de las precipitaciones, ausencia de un manto vegetal protector y amplio desarrollo de las vertientes, se deriva la fuerte erosión epidérmica y el empobrecimiento del suelo. La erosión de los suelos es mucho más activa en la España mediterránea, sobre todo en Levante y Andalucía, que en la España atlántica.