sábado, 11 de mayo de 2013

Los núcleos cristianos del norte

Toda la zona montañosa del norte de la Península, desde Asturias hasta los Pirineos orientales, mantuvo su independencia ante Al-Andalus. Allí vivían unos pueblos que en general conservaban unas estructuras sociales arcaicas, y que apenas habían recibido influencias ni de romanos ni de visigodos. No obstante, en esa zona, particularmente en Asturias, buscaron refugio algunos nobles godos que huían del avance musulmán.

1. Del reino astur a la Marca Hispánica
En el norte de la Península se fueron constituyendo diversos núcleos políticos: el reino astur, más tarde llamado astur-leonés, que extendía su influencia desde Galicia hasta el alto Ebro; Pamplona; Aragón; la zona de influencia carolingia, conocida con el nombre de Marca Hispánica. La historia de estos núcleos, entre los siglos VIII y X, fue en principio de mera supervivencia, después de consolidación e incluso, cuando esto fue posible, de expansión hacia el sur.


Reparto del territorio peninsular entre la Cristiandad y el Islam hacia los comienzos del siglo X.
En las montañas de Asturias, donde la penetración musulmana tropezó con una resistencia encarnizada (Covadonga, 722), se formó un núcleo político que se decía sucesor de la desaparecida monarquía visigoda. Era el reino astur. Aunque los musulmanes realizaban razzias frecuentes (ataques sorpresa) contra sus fronteras, el hecho de que los islamitas no estuvieran asentados al norte del Sistema Central favorecía a los cristianos del reino astur.


Estatua de Alfonso II en Santiago de Compostela
Durante su reinado se descubrieron en Galicia
los presuntos restos del Apóstol Santiago.
Alfonso II el Casto (791-842), que mantuvo relaciones con Carlomagno, dio gran consistencia al núcleo astur. Alfonso III (866-911) llegó hasta la línea del Duero. Poco después la capital del reino se trasladaba a León. En el siglo X el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos favoreció unas veces a los primeros (Valdejunquera), otras a los segundos (Simancas), pero se mantuvo el Duero como frontera meridional del reino astur-leonés. Paralelamente, la zona oriental del mismo, especialmente expuesta a las incursiones musulmanas, vivía de manera casi autónoma. El territorio, al que se dio el nombre de Castilla, adquirió prácticamente su independencia en el siglo X con el conde Fernán González.

En los Pirineos occidentales y centrales las posibilidades de expansión de los cristianos estaban muy limitadas, pues los musulmanes se habían instalado sólidamente en el valle del Ebro. El núcleo navarro estuvo sometido a una doble influencia, los carolingios por el norte, los Banu Qasi, poderosa familia de origen muladí, por el sur. En el siglo X la dinastía Jimena, apoyada por los reyes astures, se hizo fuerte en el reino de Pamplona. En los Pirineos centrales surgió a principios del siglo IX, con la figura de Aznar Galindo, el condado de Aragón. Un siglo más tarde Aragón quedó vinculado al dominio de los reyes de Pamplona.

En el noreste de la Península los carolingios intervinieron militarmente, ocupando el norte de la actual Cataluña y llegando hasta Barcelona (801). Al conjunto del territorio se le denomina la Marca Hispánica, por ser zona fronteriza del imperio de Carlomagno. En realidad lo que se estableció fue un mosaico de condados (Barcelona, Gerona, Ampurias, Urgel, Cerdaña...), que dependían de la autoridad de los reyes francos. No obstante, a lo largo del siglo IX se fueron debilitando los lazos de dependencia hacia los monarcas carolingios. Al mismo tiempo, los diversos condados se fueron aglutinando en torno al conde de Barcelona, proceso que era ya muy visible a fines del siglo IX con el conde Vifredo. En los últimos años del siglo X, coincidiendo con el ascenso de los Capetos en Francia, el conde de Barcelona Borrell se declaró independiente. Simultáneamente los condes catalanes avanzaron hacia el sur, llegando hasta una línea dibujada por los ríos Llogregat, Cardoner y Segre medio.

2. Los orígenes de la repoblación
Durante los siglos IX y X, los reyes astures incorporaron a sus dominios la extensa cuenca del Duero. Por su parte los condes de Barcelona se anexionaron la comarca de Vic. Ambos territorios se hallaban prácticamente desiertos, de ahí que la primera tarea a realizar fuera repoblarlos y ponerlos en explotación. Este proceso, que tuvo una importancia excepcional en la España medieval, se conoce con el nombre de repoblación.
Para poner en marcha esta ingente obra se necesitaba la existencia de pobladores, pero éstos escaseaban. La repoblación de los siglos IX y X se llevó a cabo con dos tipos de gentes, habitantes de las zonas montañosas que descendían a las llanuras y mozárabes que emigraban desde Al-Andalus. El sistema de repoblación puesto en práctica en estos siglos se denomina presura (aprisio entre los catalanes). Los repobladores que llegaban a un lugar tomaban posesión del mismo, organizaban los núcleos de población, delimitaban los términos y procedían a roturar los campos. La repoblación podía ser hecha por los propios monarcas, por nobles, eclesiásticos o grupos de campesinos. En general, este sistema de repoblación dio lugar a la aparición, particularmente en Castilla, de numerosos pequeños propietarios, agrupados en comunidades aldeanas. En otras regiones, Galicia especialmente, se constituyeron por el contrario grandes propiedades.