domingo, 21 de abril de 2013

Sócrates

Sócrates (470-399 a.C.) nació y murió en Atenas, ciudad de la que, según parece, tan sólo salió en tres ocasiones, y su vida y su obra constituyen problemas difíciles de analizar con precisión.
Sócrates no escribió nada, de tal modo que las noticias acerca de sus actividades y de sus doctrinas nos han llegado a través de los escritos de sus discípulos y de otros escritores contemporáneos suyos. Ahora bien, los primeros, además de diferir en muchos puntos importantes, nos han transmitido su pensamiento mezclado con sus propias opiniones, de tal modo que resulta casi imposible distinguir las ideas del maestro de la de sus discípulos; los segundos, por su parte, nos han ofreciendo frecuentemente versiones contradictorias.
No obstante, podemos asegurar que Sócrates hizo de la enseñanza la misión de su vida; él repetía que a esta tarea le había empujado su daimon (¿la conciencia?, ¿una iluminación divina?); debatía en cualquier lugar y con cualquier persona sobre "lo que cada cosa realmente es", sobre la esencia de cada cosa. Utilizaba como método el diálogo y centraba sus actividades en las cuestiones humanas: la actividad cognoscitiva, la virtud, la felicidad, etc.
Finalmente, fue acusado de impiedad, de introducir nuevos dioses y de corromper a la juventud. En el juicio seguido contra él apenas se defendió de dichas acusaciones, fue declarado culpable y condenado a muerte.
Aunque pudo evitar el cumplimiento de la condena y huir, prefirió acatar la sentencia a desobedecer las leyes de su ciudad. Su discípulo Platón nos narró los últimos momentos del filósofo en el diálogo titulado Fedón.


La muerte de Sócrates (1787), de Jacques-Louis David
Actualmente, se encuentra en el Metropolitan Museum of Art, de Nueva York
La actitud y el pensamiento de Sócrates ejercieron una enorme influencia en su tiempo, convirtiéndose casi desde el mismo momento de su muerte en un símbolo, dejando detrás de sí un amplio número de discípulos, escuelas y seguidores y, posteriormente, en el transcurso de la Historia, se ha vuelto a resaltar con frecuencia su figura.

¿Un sofista más?
Platón, Jenofante y Aristóteles propendieron a oponer de modo radical las actitudes y las doctrinas de Sócrates a las de los sofistas; mientras que otros contemporáneos, como el comediógrafo Aristófanes, le consideraron un sofista más. En este sentido, resulta indudable que existen ciertas coincidencias entre dicho filósofo y los sofistas, pues tanto éstos como aquél, por una parte, centraron sus preocupaciones en los temas humanos: la política, la virtud, la justicia, etc., y, por otra, se dedicaron a la actividad pedagógica: educar al démos, a cualquiera de sus ciudadanos, sin distinción de clases ni capas sociales.
Pero aun con estas coincidencias, existían diferencias profundamente significativas, a saber:
  • En sus métodos: Los sofistas: a) cobraban por enseñar; b) se dirigían a sus discípulos mediante monólogos, utilizando largos discursos; c) buscaban la reacción afectiva, sus discursos se orientaban a persuadir, a seducir por la ingeniosidad, la belleza de estilo o la grandilocuencia de sus expresiones. Sócrates, por el contrario: a) no percibía ningún tipo de emolumento por sus actividades; b) llevaba a cabo sus enseñanzas mediante el diálogo, hablando con sus interlocutores, discutiendo con ellos sirviéndose de preguntas y respuestas; c) perseguía el rigor racional, esto es, convencer por medio de razones.
  • En sus teorías: Los sofistas mantenían posiciones escépticas y relativistas y predicaban el éxito y la utilidad, el triunfo en la vida; Sócrates, sin embargo, enseñaba que existía la verdad universal, una y la misma para todos los seres humanos, que se expresa en el concepto universal.

La ironía socrática

SÓCRATES.- ¿Te das cuenta otra vez, Menón, de por donde va ya éste en el camino de la reminiscencia? Porque, al principio no sabía, desde luego cuál es la línea de la figura de ocho pies, como tampoco ahora lo sabe todavía; pero en cambio, antes creía saberlo..., mientras que ahora piensa que está ya en la dificultad y, del mismo modo que no lo sabe, tampoco cree saberlo.
MENÓN.- Es verdad.
SÓCRATES.- ¿No es, pues, mejor, ahora su situación respecto del asunto que no sabía?
MENÓN.- Eso me parece.
SÓCRATES.- Entonces, al hacerle tropezar con la dificultad, ¿le hemos causado algún prejuicio?
MENÓN.- Me parece que no.
SÓCRATES.- Sin duda, le hemos hecho un beneficio en orden a descubrir la realidad. Porque ahora investigará con gusto no sabiendo, mientras que entonces creía que estaba en lo cierto...
Platón, Menón