jueves, 1 de abril de 2021

La decadencia moral y racional de los sofistas

El momento de la sofística (siglo V a.C.) es aquel en el que se dan claros síntomas de la crisis que debía, más tarde, llevar a la ruina, junto con la civilización y la independencia de las ciudades griegas, el ideal educativo de la armonía. Nada tienen que ver con la mentalidad primitiva. Enseñaron la necesaria despreocupación para adquirir, frente a la tradición, una completa libertad de pensamiento y de acción; pusieron en discusión todos los problemas sociales, políticos, morales y religiosos; dieron importancia al elemento humano como fundamental en toda clase de actividad; difundieron por este motivo entre los griegos una cultura libre, vasta, enciclopédica, y les enseñaron la elocuencia y las particulares habilidades técnicas que concurren a crear un ascendiente sobre los otros hombres.

Ciertamente sería muy fácil querer acusar a los sofistas en bloque de haber llevado a Grecia a su decadencia moral y política: la catástrofe del helenismo y su transformación en otros tipos de civilizaciones tienen causas muy complejas. Sin embargo, aquellos "maestros de virtud" que enseñaban solo a los jóvenes los medios con los cuales abrirse camino para una buena carrera política, es decir, el arte de la palabra (retórica) y el del raciocinio (dialéctica), esos "maestros de virtud" que profesaban un relativismo ascético (Protágoras había dicho que "el hombre es la medida de todas las cosas") y por esto no daban ningún valor a la verdad de las tesis sobre las que razonaban, no podían en definitiva dejar de influir negativamente en el campo moral y pedagógico. Por lo menos, considerados como educadores, tuvieron en general el error de no haber contribuido a aclarar las ideas en un mundo que se iba transformando profundamente en la economía, en la estructura social y política y en el ardiente impulso dirigido hacia una nueva cultura. Antes de intentar poner un dique, con un nuevo orden y una nueva armonía racionalmente aceptable al juego descompuesto de las pasiones individuales desencadenadas, que florecían en un clima en el que ya no podían servir las simples tradiciones, aceptaron la dura realidad de hecho, sin llevar a cabo la tentativa de mejorarla. Así, antes de corregir a sus discípulos y proporcionarles un sólido saber, prefirieron seguir sus inclinaciones, dándoles solo "habilidad" y una erudición intelectual. Era natural, por tanto, que su escepticismo tuviese que contribuir a menudo en la formación de jóvenes superficiales y desvergonzados. No en todos los discípulos su cultura se convertía en un estímulo para un serio y profundo saber. La ambición de aparecer sapientes, más que serlo, les hacia con frecuencia fatuos y ligeros; la violenta rebeldía con respecto al pasado y a las creencias comunes se convertiría en un puro gusto por la paradoja y la polémica, ante un éxito inmediato o un provecho. El individualismo y el egoísmo más mezquino estaban destinados a triunfar, la avidez de riquezas y la necesidad del placer acompañáronse así de una forma cada vez más destacada de esa doblez y ese ergotismo que los mejores griegos combatían como un defecto de la raza y que, acentuándose en los tiempos posteriores, ocasionó a los griegos, en general, el desprecio de los pueblos moralmente más sanos.

De este modo los sofistas, que habían negado la ciencia, se encontraron prácticamente con que habían negado también la moral. La única norma de conducta debía ser la útil individual. La sociedad era considerada el resultado de una suma de átomos humanos, cada uno de los cuales vivía en su propio mundo que, según el parecer de Gorgias, no podía comunicarse con los demás. Por esto su educación no tiene solamente el defecto, común a la educación griega en general, de no haber dado suficiente importancia a los valores eternos, morales y religiosos de la vida humana, sino también el de haber contribuido precisamente a destruir la viva armonía de la educación clásica en Grecia. En efecto, con ello la razón, más que el orden y la proporción universal, quería decir anarquía racional individual, sin posibilidad de cualquier unificación. El excesivo individualismo debilitaba los vínculos del ciudadano con los demás habitantes de la ciudad. Las costumbres tradicionales y las leyes positivas de la polis eran consideradas simples convenciones, frecuentemente en contraste con la naturaleza. El culto de la palabra y del saber intelectual hacía coincidir la educación con lo que constituye su aspecto puramente exterior y formal. Por esto sucedió que la juventud prefirió a continuación dedicarse al cultivo de la mente y a la oratoria más que a los ejercicios físicos y al servicio militar. La educación literaria, unilateral, se impuso: también la música, como la gimnasia, perdió importancia en la edad helenística, y algunos programas del siglo II hablan solo de audiciones musicales, dejando la ejecución a los especialistas. De este modo, el ideal de la educación griega, que aspiraba a la formación de personas que sirvieran conscientemente a la ciudad, poniendo en práctica en sí mismo un desarrollo armonioso del espíritu y del cuerpo, se vino abajo.

La tentativa más eficaz de reconquistar con una nueva y racional orientación educativa la armonía que se estaba perdiendo con los sofistas, fue llevada a cabo por Sócrates, Platón y Aristóteles.



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