miércoles, 16 de agosto de 2017

Misión de la antropología pedagógica en el campo de la praxis educativa

Todo fin educativo y todos los medios educativos, en cualquier género de institución educativa, deben considerarse en función del hombre o persona, cualquiera que sea su edad. Considerada la persona "centro" y fin de toda la ayuda educativa, subordina la familia, la escuela y la sociedad, a la persona. En frase de Clemens Menze, "deben ponerse en consonancia las exigencias de la sociedad con lo exigido por la génesis humana del hombre". Cabe extender también este criterio -aunque con matizaciones según los casos- a las condiciones y exigencias de la misma familia y, en grado menor, también de la escuela.
Corresponde a la antropología pedagógica dar la orientación genérica y fundamental apropiada, lo que puede llamarse un "estilo" humano y social de formación. No le atañe señalar los "contenidos" temáticos que ha de seguir la educación familiar, escolar o social. Tales contenidos vienen dados por exigencias particulares del mundo histórico, geográfico, cultural y técnico en que se mueve cada grupo humano, que, por estar inmerso e inserto en estas coordenadas espaciales-temporales, ha de responder a tales necesidades. Pero sí, en cambio, es misión de una antropología pedagógica asegurar el "puesto" de la persona ante estos condicionamientos. Y, en particular, a ella toca señalar, disponer, facilitar y capacitar a las personas -educadores y educandos- para que tomen una actitud activa, personal, crítica, en el terreno práctico de la labor educativa.
La praxis educativa que se deriva de este modelo de antropología pedagógica, toma muy en consideración estas palabras de Kubie: "El autoconocimiento es el hombre olvidado por todo nuestro sistema educacional y, en realidad, por la cultura humana en general". Con el bien entendido, dice el mismo autor, de que el autoconocimiento es un ideal relativo, no absoluto, al que uno se puede aproximar pero no llegar a alcanzar plenamente. Lo cual no ha de ser razón para desestimarlo ni para dejar de intentarlo.
Una praxis educativa debe favorecer las experiencias personales del ser humano, para apoyar el crecimiento de actitudes creativas en el mismo alumno, tanto en el campo de la ciencia como del arte. Mencionamos el arte porque una formación estética y artística es complemento indispensable para formar al hombre completo, tal como pretende este enfoque. Y la adquisición de conocimientos culturales y científicos por parte del discente se orienta a potenciar una "reflexión personal" que llegue, vía autoconocimiento, a un mejor dominio de sí y a unas acciones responsables.
Para Derbolav, que aboga por una pedagogía humanística de la personalidad, la praxis educativa no debe separarse de la formación de la conciencia, la cual "constituye el punto de intersección del dominio del mundo y de la realización de sí". Concibe la educación como "el proceso de autorrealización del individuo en la compenetración de sí mismo y del mundo". Para Klafki, la educación incluye la "apertura" a la realidad exterior de la persona -aspecto objetivo-, y, a la vez, la "apertura" de esta persona a su realidad interior -aspecto subjetivo-. Con lo cual se establece una especie de fusión entre el objeto estudiado y el sujeto estudiante.
En la praxis educativa, la persona no se concibe como un producto previsible y ciego, después de haber pasado por las diversas etapas de su desarrollo biosocial, sino que se va constituyendo originalmente a través de cada etapa de su desarrollo y a través de las crisis y dificultades que le son inherentes.
La praxis educativa confirma que las leyes humanas no se asemejan a las leyes científicas derivadas del mundo físico-matemático. Es propio de una ley humana su intermitencia, no su progresión lineal y continua. La variabilidad, relatividad, avanzar y retroceder a la vez, fracasar y tener éxito alternativamente, es propio de su idiosincrasia, constituyéndose así la biografía personal de cada uno, que sigue un ritmo imprevisto y único en cada caso. En el fondo, rige la ley humana de la autoconfiguración del hombre gracias a su libertad de decisión, bien o mal usada. No negamos que esta libertad tenga múltiples limitaciones, pero constatamos en la praxis su participación activa y decisiva en el desarrollo y formación de la personalidad humana.

 
Por otro lado, coincidimos con Herman Nohl en que "la antropología pedagógica sólo puede brotar verdaderamente en un campo: el de la relación con las personas". En consecuencia, la praxis educativa a la que esta antropología pedagógica conduce, recibe su máxima eficacia en la forma participativa y diagonal del mensaje educativo. No defiende una explicación magistral del maestro, ni una asimilación en solitario del alumno. La mutua interacción maestro-alumno es pieza esencial en el proceso formativo.
Estamos también de acuerdo con Ricardo Nassif en que el maestro que quiera ser antropedagogo, "no puede dejar fuera la reflexión sobre su propia subjetividad, si es que quiere conocer al hombre entero". Y debería aplicar a su estudio y a su praxis educativa, de modo simultáneo, tanto la intuición como el razonamiento, siguiendo la línea de Martin Buber, que aboga por una aproximación "presencial" y de "trato directo" con el ser humano. Creemos fundamental que el antropedagogo sepa adoptar la actitud humana preconizada por el propio Buber de "tirarse a fondo en el acto de autorreflexión para cerciorarse por dentro de la totalidad humana".
Respecto a la relación maestro-alumno, corresponde al maestro, en palabras de Copei, "preparar el momento fecundo, despertar una viva disposición" en el alumno que "en lucha con el objeto, aspira a asimilarse el contenido de sentido". Disponer, facilitar, preparar, acompañar, ayudar, es cuanto puede y debe hacer el maestro. No simplemente transmitir contenidos doctrinales, o forzar, imponer y luego controlar los resultados. Siendo el alumno fundamentalmente el propio actor y autor de su aprendizaje, y siendo la labor educativa su propia creación, al propio alumno corresponde, en último término, estimarla, valorarla, autoevaluarla.
Terminaremos este esbozo de praxis educativa con una referencia al lenguaje y al trabajo. La formación práctica en el lenguaje ha estado desde siempre ligada a la formación humana del individuo. En efecto, el lenguaje es el mediador entre el hombre y el mundo. Siguiendo los puntos de visto de Humboldt, el lenguaje convierte lo subjetivo del hombre en objetivo, y, a la vez, transmite y ofrece lo objetivo a lo subjetivo. El mundo es un mundo asimilable y asimilado por el lenguaje, gracias al cual el pensamiento se transparenta y expresa.
Por el lenguaje, a través de la formación lingüística, el sujeto hombre se hace cada vez más "objetivo", se autoconoce mejor y amplía el horizonte de su yo, librándose del aprisionamiento dentro de su subjetividad. Por este camino, el hombre se va estructurando y configurando interiormente y a la vez va configurando y estructurando el mundo en el que vive. Al tiempo que da forma al mundo, se va autoformando.
La formación en y para el trabajo, desde un punto de vista psicopedagógico, se apoya en el principio de que se aprende haciendo, se perfecciona realizando. La actividad, la acción, es constitutiva del hombre. Desde otros puntos de vista, se acentúa igualmente la importancia actualísima del trabajo como formación humana.
En efecto, el trabajo ofrece al hombre una nueva reinserción en el mundo existente, y por el trabajo el hombre puede hacer suyo el mundo, transformarlo y aprovecharlo para su beneficio. La nueva visión del trabajo, como lugar de encuentro y encarnación del hombre en su mundo, puede, además, dignificar el mundo material y humanizarlo, llenándolo de sentido trascendente.