miércoles, 30 de agosto de 2017

La Paz Augusta

Octavio Augusto, primer emperador romano
1. Octavio Augusto
Cuando Octavio recibe el título de Augusto y Príncipe inaugura no sólo una nueva forma de gobierno en la historia de Roma, sino también uno de los períodos de mayor tranquilidad y prosperidad. A esta etapa de enorme seguridad y carente de conflictos importantes o guerras se le ha dado el nombre de Pax Augusta, en honor del primer emperador de Roma.
Alcanzar semejante éxito político y social y convertirse a la vez en un modelo a imitar por sus sucesores fue una tarea compleja a la que Augusto se entregó por completo y en la que utilizó toda su astucia y saber.
Una vez hubo vencido a su adversario político, Marco Antonio, en la batalla de Accio, devolvió al pueblo romano el poder legislativo y la autoridad sobre el ejército y las provincias, renunciando expresamente a los poderes extraordinarios que el senado le había concedido.

Cuando el senado y el pueblo romano consintieron unánimemente en que yo fuera elegio supervisor de las leyes y costumbres, sin colega y con plenos poderes, me negué a aceptar ningún poder que se me ofreciera que fuera contrario a las tradiciones de nuestros antepasados.
Suetonio, Vida de los Doce Césares

No obstante, todo ello era una estrategia muy bien estudiada por Octavio, cuyo objetivo último era alcanzar el poder absoluto. Pronto empezó a obtener resultados. En agradecimiento por haber salvado a Roma de la ruina, el senado le suplicó que no abandonase la ciudad y le concedió el título de Augusto y de Príncipe en el año 27 a.C.

2. Quieta non movere
Durante las dos primeras décadas de gobierno, Augusto se rigió por el principio de quieta non movere, "cambiar lo menos posible". Dio trabajo a miles de personas con su política de grandes construcciones. Embelleció Roma con su propio dinero y cuidó del aprovisionamiento de agua. Augusto sabía que la opinión pública es una fuerza determinante para cualquier político y que, para influir sobre ella, sólo había que contar con el apoyo de determinados portavoces. Así que encargó a un caballero llamado Mecenas agrupar a su alrededor a los mejores poetas y ganarlos para la causa del nuevo régimen. Los poetas Virgilio, Horacio y Propercio son algunos de los que ensalzaron con sus versos la obra de Augusto.
Su política pretendía regresar a las antiguas costumbres romanas. Y así quedó plasmado en su legislación en materia de matrimonio, herencia y lujo, destinada a frenar la creciente tendencia de los ricos al celibato, a no tener hijos y a la vida caprichosa. Para no desgastar su imagen pública, procuraba mantenerse en un segundo plano.

Augusto dividió el recinto de la ciudad en distritos y barrios y puso al frente de los primeros a magistrados nombrados cada uno por sorteo y de los segundos a intendentes del estamento de la plebe, elegidos entre los vecinos. Instituyó contra los incendios rondas nocturnas y vigilantes. Para facilitar el acceso a Roma desde todas las direcciones tomó personalmente a su cargo la conservación de la vía Flaminia y mandó pavimentar las restantes con el dinero procedente del botín.
Suetonio, Vida de los Doce Césares

Entre los años 27 y 25 d.C., Augusto estuvo en Hispania, donde sus generales sometieron el noroeste de la Península Ibérica (Asturias y Galicia), habitado entonces por salvajes pueblos montañeses. Una de las peculiaridades de Augusto era que no le obsesionaba conquistar territorios inexplorados. Solamente conquistaba para aumentar la seguridad y los ingresos de Roma. Puede decirse, pues, que la preocupación de Augusto fue consolidar el Imperio más que acrecentarlo, y su objetivo, dejar las fronteras bien defendidas ante cualquier ataque.

3. Acta est fabula
Augusto logró satisfacer al senado, a los patricios y a la plebe, alcanzando un equilibrio adecuado para todas las clases sociales. Todos veían en él a un gobernante entregado a la causa pública y al Estado, que había logrado alcanzar una convivencia pacífica para todos los pueblos de la cuenca mediterránea.
Este emperador se convirtió en un modelo para todos sus sucesores, tanto en el terreno público como en el privado. De hecho, él mismo, en su lecho de muerte, comparó su vida con una obra de teatro, al pronuncia las palabras acta est fabula, "el espectáculo ha terminado".
Pero la historia de roma no tuvo muchos emperadores como Augusto. Unos fueron torpes; otros, débiles, y muchos, crueles. Algunos, también locos.
Todo ello, junto con las crecientes tensiones en el seno del ejército, acabó conduciendo al Imperio hacia una crisis sin remedio.