Las descripciones de Bougainville y de algunos de los jesuitas franceses influyeron en la teoría del "hombre natural" (noble savage) e inspiraron a Rousseau y a Montesquieu, en cuyos escritos hallamos ya dos fuentes de carácter antropológico: el considerar la vida primitiva como un modelo para el hombre civilizado, y la crítica de la civilización al trazar su paralelismo con el estado salvaje. Encontramos también allí la aspiración científica a comprender la cultura como una unidad, a través de la comparación de sus variedades. Montesquieu y Oliver Goldsmith fueron quizá los primeros que intentaron una comprensión crítica más profunda de la cultura circundante relacionándola con civilizaciones exóticas.
La antropología moderna se inicia con la concepción evolucionista. En este sentido fue en gran medida inspirada por el éxito de las interpretaciones darwinianas del desarrollo biológico, por el deseo de establecer fecundas relaciones entre hallazgos prehistóricos y datos etnográficos. El evolucionismo está hoy ya fuera de moda. No obstante, sus principales conclusiones son todavía, no sólo válidas, sino indispensables, tanto para el investigador de campo como para el teórico. El concepto de los orígenes pudo haber sido interpretado de manera menos imaginativa y más científica, pero nuestro interés en seguir el rastro de cualquier manifestación de la vida humana hasta sus formas más simples, sigue tan legítimo e indispensable para la plena comprensión de la cultura como lo era en los tiempos de Boucher de Perthes y J.C. Prichard. Finalmente aceptaremos la interpretación de que los "orígenes" no son sino la naturaleza esencial de una institución como el matrimonio o la familia, la nación o el estado, la congregación religiosa o la organización de la brujería.
El concepto de "etapa" permanece tan válido como el de los "orígenes". Deberíamos, sin embargo, hacer un esquema evolucionista de los sucesivos estratos del desenvolvimiento, ya sea de modo muy general, ya válido solamente en ciertas regiones y bajo condiciones determinadas. A pesar de todo, el principio general del análisis evolucionista sigue en pie. En definitiva, ciertas formas preceden a otras; organizaciones tecnológicas como las implícitas en las expresiones "edad de piedra", "de bronce" o "de hierro"; los distintos niveles del clan o de la gens; los grupos numéricamente pequeños y poco dispersos en contraposición con las instalaciones urbanas o semiurbanas, deben ser encarados desde el punto de vista evolucionista en toda correcta descripción de una especial cultura, así como en cualquier tentativa teórica de comparación.
El evolucionismo ha sufrido un eclipse debido al ataque de los difusionistas extremos o las llamadas escuelas "historicistas".
La otra tendencia dominante en la antigua antropología pone énfasis en la difusión, es decir, en el proceso en virtud del cual una cultura adopta, o toma en préstamo de otra, diversos recursos, utensilios, instituciones o creencias. La difusión como proceso cultural es tan verdadera e inatacable como la evolución. Parece cierto que no puede hacerse distinción alguna entre ambas. Los partidarios de una escuela, sin embargo, a despecho de su actitud algo intransigente y hostil hacia la otra, han enfocado el problema del desarrollo cultural desde diferentes ángulos y han contribuido a su esclarecimiento independientemente. El verdadero mérito de la escuela difusionista consiste en su mayor concreción, en su sentido histórico más profundo y sobre todo en su consideración de las influencias ambientales y geográficas. Si tomamos las obras de Ritter o de Ratzel, quienes probablemente podrían ser considerados como precursores de este movimiento, encontramos que la enmienda al más antiguo evolucionismo consiste en considerar los procesos históricos del contexto mundial. El punto de vista antropogeográfico implica, por una parte, la consideración de cada cultura dentro de su ambiente natural. Pero, como método, exige también el planteamiento de los problemas culturales como referencia a un mapa de distribución de las culturas, teniendo en cuenta sus partes componentes.
La división entre evolucionismo y difusionismo (y cada uno de ellos, desde luego, contiene un cierto número de escuelas parciales y opiniones divergentes), se presenta todavía como la línea divisoria principal en cuanto al método y al aparato conceptual.
El método comparativo se interesa principalmente en documentar numerosos intercambios culturales, como vemos en La rama dorada, de Frazer, o en La cultura primitiva, de Taylor. En estas obras los autores se interesan fundamentalmente en dejar al descubierto la naturaleza esencial de la creencia animística o del rito mágico, o de una fase en la cultura humana o en un tipo de organización. Evidentemente este amplio enfoque presupone una definición realmente científica de las realidades comparadas. A menos que registremos en nuestros inventarios exhaustivos fenómenos concretamente comparables, y no seamos nunca engañados por similitudes superficiales o analogías ficticias, una gran parte de la tarea puede conducir a conclusiones incorrectas. Pero aún así, el método comparativo debe seguir siendo la base de cualquier generalización.
Otra concepción epistemológica, usada a veces en forma exclusiva, a veces totalmente desechada, es la interpretación psicológica de la costumbre, la creencia o la idea. Así, la "definición mínima" de la religión de Tylor y su concepto del animismo como esencia de la fe y la filosofía primitivas, son principalmente psicológicos. Una multitud de escritores, como Wundt y Crawley, Westermarck y Lang, Frazer y Freud, han encarado los problemas fundamentales, como el de los orígenes de la magia y la religión, de las costumbres morales y del totemismo, del tabú y del maná, preconizando exclusivamente soluciones psicológicas. A veces el autor pensador no hace sino repensar, en términos de una individual y cómoda filosofía, qué pudo o debió haber pensado o sentido el hombre primitivo bajo ciertas condiciones, y cómo ha cristalizado una costumbre, creencia o práctica derivándose de aquella idea o sentimiento.
Émile Durkheim 1858 - 1917 |
Una o dos corrientes o direcciones determinadas deben aún mencionarse. Los vocablos "historia" e "histórico" nos sirven para describir cualquier proceso o desarrollo general que pueda ser reconstruido de manera más o menos satisfactoria o que deba ser presupuesto como hipótesis de trabajo.
Sin embargo, con el objeto de trazar un proceso histórico realmente significativo en cuanto a la explicación y al análisis, es necesario sobre todo probar que, a lo largo del tiempo, estamos coordinando y vinculando fenómenos que son estrictamente comparables. Si fuera posible rastrear los cambios en la historia de las instituciones domésticas dentro de la misma cultura europea, en el período de unos quinientos años; si fuera posible, por otra parte, mostrar en cada etapa cómo estos cambios han ocurrido y cómo fueron determinados, podríamos indudablemente decir que nos hemos colocado en la posición de una historia científicamente explicativa. Aun dentro del campo de la historia escrita, son muy escasos los datos que nos permiten revivir el pasado en forma verdaderamente científica, y cuando mucho permiten reconstrucciones parciales tan inteligentes y esclarecedoras como las que encontramos en las obras de Taine, Lamprecht o Max Weber. Aquí también, como en nuestra crítica a los métodos comparativistas o difusionistas, el valor de los resultados depende de la definición realmente científica de la institución que persigamos en nuestra búsqueda. En lenguaje antropológico, los términos "historia" e "histórico" no han sido nunca satisfactoriamente definidos.
Otra importante contribución a la antropología teórica ha nacido en el polvo de museos etnográficos. Los objetos materiales juegan un papel muy específico en la cultura. Pero considerar la forma física de un utensilio como modelo de un elemento cultural es extremadamente peligroso.
Algo análogo a la sugestión derivada de los objetos muertos coleccionados en un museo, fue el impulso que nació de la arqueología y la prehistoria. Esto gira alrededor de los principios sobre los que puede el arqueólogo reconstruir las totalidades culturales partiendo de restos o indicios fragmentarios. Tanto el etnógrafo como el arqueólogo están interesados en aquellas leyes de los procesos y productos culturales que nos permiten relacionar un utensilio con una técnica y una técnica con un propósito económico tendente a la satisfacción de una necesidad vital del hombre o del grupo humano.
La escuela psicoanalítica aportó al estudio del hombre un punto de vista específico, quizás unilateral, pero importante. El antropólogo es aun más cauteloso respecto de los conceptos de "lo inconsciente", "la líbido", "el complejo de la castración" o el motivo del "retorno a la matriz". La contribución efectiva del psicoanálisis es su insistencia sobre la formación de actitudes mentales y sociológicas, durante la primera infancia en el seno de la institución doméstica, resultantes de influencias culturales como la educación, el ejercicio de la autoridad paterna y ciertas tendencias primarias relacionadas con el sexo, la nutrición y la defecación. En verdad, Sigmund Freud obtuvo cierto éxito al destruir algunos de nuestros tabúes occidentales respecto de diversas "indecencias".
La rama psicoanalítica americana puso el énfasis en las influencias culturales, llegando a una fructífera colaboración entre la antropología y el estudio de lo inconsciente. Los psicoanalistas consideran los impulsos orgánicos como determinantes de la cultura, esto es, establecen una relación orgánica de los elementos culturales incorporados en los grupos sociales. Esta rama de la psicología se vincula con factores tales como el de autoridad o de uso de la fuerza, la transformación de los deseos orgánicos en valores y el estudio de las normas como agentes represivos.
La aprobación del psicoanálisis no disminuye en modo alguno la gran importancia que el conductismo adquiere posteriormente como psicología básica para el estudio de los procesos sociales y culturales. El valor del conductismo se debe básicamente al hecho de que sus métodos son idénticos, en cuanto a sus limitaciones y ventajas, a los de la investigación antropológica de campo. El principio fundamental del investigador de campo, tanto como el del conductista, es que las ideas y emociones no llevan perennemente una existencia escondida en las inexplorables honduras, conscientes o inconscientes, del espíritu. Toda psicología "seria", esto es, experimental, sólo puede trabajar con observaciones de una conducta exteriorizada, aunque pueda ser útil relacionarlas con las interpretaciones introspectivas.
El problema de si admitimos o no que existen la "conciencia", las "realidades espirituales", los "pensamientos", "ideas", "creencias" y "valores" como realidades subjetivas en el espíritu de los demás, es esencialmente metafísico. Pero todas estas expresiones se refieren directamente a la propia existencia humana, teniendo en cuenta que en cada caso son perfectamente definidas a través de la conducta exteriorizada, susceptible de observación, físicamente comprobable. En realidad, la teoría del simbolismo consiste en considerar la definición de un símbolo o idea como algo que puede ser materialmente registrado, descrito o definido. Ideas, pensamientos y emociones deben ser tratados como todos los otros aspectos de la cultura, tanto funcional como formalmente. El punto de vista funcional nos permite determinar el contenido práctico de un símbolo y probar que en la realidad cultural una palabra o cualquier otro acto simbólico cobra existencia sólo a través del efecto que produce. El enfoque formal es la base de nuestra convicción y prueba que en la investigación sociológica y etnográfica de campo es posible definir las ideas, las creencias y las emociones de una cultura totalmente distinta, con un alto grado de precisión y objetividad.
En esta general y rápida ojeada a las varias maneras de encarar la interpretación antropológica, a la posibilidad de comprender y documentar, nos hemos ocupado de diversas categorías de exposición y crítica. Es necesario distinguir entre el programa, la aspiración y el interés principal de un evolucionista en contraposición con los de un difusionista, psicoanalista o topo de museo. Las conquistas de cada escuela pueden y deben ser principalmente apreciadas por lo que ellas son capaces de hacer. Además, y en gran medida, un investigador interesado en la historia del pensamiento antropológico será capaz de poner orden en esas conquistas y delimitar las legítimas demandas del difusionismo en contra de la interpretación evolucionista; de la unilateralidad sociológica de Durkheim como opuesta a los análisis introspectivos de Wundt. Por el momento podemos adoptar un punto de vista universal y admitir que las escuelas y tendencias de la antropología, en parte siguiendo sus propios programas, más o menos ambiciosos, en parte elaborando métodos, teorías y principios con el propósito de llevar a la práctica esos programas, han desarrollado una estructura imponente, aunque no del todo armónica.
Los principales defectos de las diferentes escuelas clásicas de la antropología giran alrededor de la cuestión de si el investigador ha dedicado suficiente tiempo al completo y claro análisis de la realidad cultural que trata. Por ejemplo, el acto ritual no puede ser totalmente entendido si no se lo relaciona con la actividad utilitaria y pragmática en la cual está incrustado y con la que intrínsecamente se vincula. Es necesario establecer clara y distintamente dónde los determinantes materiales, las acciones humanas, las creencias e ideas, es decir, los actos simbólicos, intervienen en aquellas unidades o realidad de la cultura, cómo ellos se influyen entre sí y cómo obtienen ese carácter de relación permanente y necesaria.
Es obvio que esta primaria deficiencia en el análisis teórico tiene también un nefasto influjo en el trabajo de campo. El observador recoge datos aislados en lugar de establecer conexiones naturales, intrínsecas y permanentes. Desde el punto de vista de la verdadera ciencia, el asunto consiste en la relación, dando por sentado que es realmente determinada, universal y científicamente definible.