lunes, 14 de octubre de 2013

Los procesos de cambio y la antropología en la práctica

El resultado de la dominación por parte de las sociedades industriales de los pueblos sobre los que ha ido organizando y acrecentando su crecimiento y predominio ha revestido innumerables facetas y muy diversas son las consecuencias de lo que, usando la terminología específica de la Antropología, hemos denominado choque cultural. La desaparición de las culturas y hasta el aniquilamiento físico de algunas sociedades se puede considerar como “favorable” si la comparamos con algunas de las situaciones en las que han quedado los restos de algunas de estas sociedades dominadas, en las que se dan hasta manifestaciones de lo que podríamos definir como un “paulatino suicidio inconsciente colectivo.” La desesperación les ha llevado a una desgana de vivir, que se ha manifestado en un abandono total de sus labores; o sea, a prescindir de esa lucha del hombre contra la naturaleza cuya consecuencia es, como sabemos, la desaparición de la sociedad y de la cultura. No faltan tampoco ejemplos en los que, como entre algunos indios de Norteamérica o tribus del Pacífico, la extinción ha venido dada por una sensible disminución de la natalidad.
El choque con la civilización es tan fuerte entre esas sociedades, que ni el mundo de sus categorías mentales ni su repertorio cultural pueden interpretar coherentemente la llegada de los blancos con todo su bagaje material. Lo tienen que poner en la misma dimensión que muchos otros fenómenos de la naturaleza, que para ellos sólo tienen explicación si lo trasladan e interpretan como fuerzas sobrenaturales que son entroncados con su correspondiente tradición cultural. Viene a ser lo mismo que cuando los indígenas asignan a un volcán la categoría de un Dios, o a un terremoto el castigo divino o a un modo de expresar algún designio sobrenatural.

La incidencia del impacto colonial sobre un sinfín de culturas ha constituido uno de los principales campos de estudio para los antropólogos, como también para aquellos que ven este mismo fenómeno desde la perspectiva de la Sociología Política y de la Sociología del Subdesarrollo. Sin embargo, hay que reconocer que el antropólogo no sólo ha visto las consecuencias del colonialismo, sino que también ha participado mucho en los avatares sufridos por esta peculiar e importante modalidad de las relaciones intersociales.
Por su parte, las potencias colonialistas vieron la favorable importancia que podía tener el conocer la cultura y la estructura de las poblaciones por ellos administradas y la facilidad de llegar a ese conocimiento mediante las técnicas y los resortes propios de los especialistas en el estudio de las sociedades.
En cualquier caso, no hay que tomar de un modo excesivamente crítico la actitud de los antropólogos al servicio de las administraciones de colonias, ni tampoco reseñar los aspectos negativos que ellos pudieran tener. También les cabe el mérito de haber definido en numerosas ocasiones la política correcta a seguir con las sociedades aborígenes, el haber salvado culturas y sobre todo, el haber creado una cierta conciencia, hasta en el interior de las propias administraciones coloniales, de que la “supremacía del hombre blanco” dejaba bastante que desear y podían encontrarse en las culturas autóctonas rasgos complejos cuya validez, en su contexto, era muy superior a las ventajas aportadas por la “civilización”.
Hoy se llega a hablar de la existencia de una nueva rama de la Antropología: la Antropología Industrial.
Esteva Fabregat resalta también algunas de las consecuencias que se manifiestan en los individuos por el hecho de verse afectados por este nuevo tipo de relaciones sociales.
“La personalidad social que se genera es de carácter neurótico donde se contradicen los niveles de apetencia y las capacidades relativas de satisfacerlos. En su cualidad más notable, el sistema de cultura industrial consiste en haber creado módulos aparentemente abiertos, a través del concepto de oportunidad, a la movilidad social. La dinámica del sistema consiste en que permite desarrollar ideas constantes, una de las cuales se inserta en el individuo bajo la forma de una lucha por el status, lucha o deseo idealmente necesario al objetivo de una continuidad expansiva: la del mercado. Así se estimula un tipo de personalidad materialmente productiva, pero neurotizada por su misma dinámica de ambiciones personales, ambiciones amenazadas en su logro por apetencias semejantes puestas en acción por otros individuos dentro del sistema”.
Por otro lado, hoy ya se puede decir que incluso se abren nuevos cauces para la Antropología, como una perspectiva de un conjunto de disciplinas que ya no piensan que su objeto sea sólo el de interpretar la sociedad, sino también de transformarla. Las ideas ya no son pues, simples copias de las cosas, sino fuerzas que se realizan en el mundo. La intervención humana en la realidad social es acción y ciencia a la vez, ya que permite al mismo tiempo modificar el mundo y, al transformarlo, conocerlo.