lunes, 7 de octubre de 2013

La democracia

Uno de los más grandes logros políticos alcanzados en la Grecia clásica fue la democracia, un sistema original de gobierno que funcionaría en Atenas, en su época de mayor esplendor, y que elevaría la justicia y la igualdad ante la ley a la categoría de virtudes máximas.

La más famosa declaración de los ideales atenienses
Nuestro sistema político no compite con instituciones que tienen vigencia en otros lugares. Nosotros no copiamos a nuestros vecinos, sino que tratamos de ser un ejemplo. Nuestra administración favorece a la mayoría, y no a la minoría: es por ello que la llamamos democracia. Nuestras leyes ofrecen una justicia equitativa a todos los hombres por igual, en sus querellas privadas, pero esto no significa que sean pasados por alto los derechos del mérito. Cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se le prefiere para las tareas públicas, no a manera de privilegio, sino de reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza. La libertad de que gozamos abarca también la vida corriente; no recelamos los unos de los otros, y no nos entrometemos en los actos de nuestro vecino, dejándole que siga su propia senda. Pero esta libertad no significa que quedemos al margen de la leyes. A todos se nos ha enseñado a respetar a los magistrados y a las leyes y a no olvidar nunca que debemos proteger a los débiles. Y también se nos enseña a observar aquellas leyes no escritas cuya sanción sólo reside en el sentimiento universal de lo que es justo.
Tucídides, historiador y militar griego
460-¿396? a.C.
Nuestra ciudad tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero. Somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro. Amamos la belleza sin dejarnos llevar por las fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad. Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que sí consideramos vergonzoso es no hacer ningún esfuerzo por evitarla. El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos para atender sus asuntos privados. No consideramos inofensivos, sino inútiles, a aquellos que no se interesan por el Estado; y si bien sólo unos pocos puedan dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla. No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente. Creemos que la felicidad es el fruto de la libertad, y la libertad, el del valor, y no nos amedrentamos ante el peligro de la guerra. Resumiendo: sostengo que Atenas es la Escuela de la Hélade y que todo individuo ateniense alcanza en su madurez una feliz versatilidad, una excelente disposición para las emergencias y una gran confianza en sí mismo.
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso (adaptado)

El alegato de los demócratas
Tal vez se afirme que una democracia no es sabia ni justa, que los que tienen dinero son los más adecuados para gobernar. Pero yo digo, en primer lugar, que el demos incluye a todo el estado; oligarquía, en cambio, sólo a una parte; que los ricos son los mejores guardianes del dinero; los sabios, los mejores consejeros; pero la multitud, una vez informada, juzga mejor; y que todas esas virtudes participan en igual medida en una democracia. Una oligarquía, en cambio, da a la multitud su parte de riesgo y toma para sí no la parte mayor, sino todos los beneficios. Esto es lo que buscan los poderosos y los jóvenes entre vosotros, pero en una gran ciudad nunca podrán obtenerlo.
TucídidesHistoria de la guerra del Peloponeso (adaptado)

Pericles y la democracia
Busto en mármol de Pericles.
Copia romana (430 d.C.)
Pericles consolidó el dominio del pueblo soberano de Atenas creando por primera vez en la historia de Occidente una democracia. Por supuesto, la democracia de Pericles no ha de equipararse a la democracia moderna, porque las diferencias, tanto internas como externas son demasiado grandes. La democracia moderna es una democracia indirecta; sin duda, el poder proviene en ella del pueblo, que manifiesta su voluntad por medio del voto, pero el gobierno lo ejerce el Consejo de Ministros bajo el control del Parlamento elegido por el pueblo. En Atenas, en cambio, lo mismo que en otros estados griegos, la soberanía se encarna en la ekklesía, la Asamblea popular. Tenían derecho a formar parte de la Asamblea todos los varones, siempre que estuvieran en posesión de los derechos ciudadanos y fueran mayores de edad. Los ciudadanos presentes eran invitados por medio de un heraldo a tomar la palabra sobre los puntos que figuraban en el orden del día. Por lo regular, sin embargo, los oradores eran los individuos que habían hecho de la política la actitud de su vida, esto es, los demagogos, como se les solía llamar con cierto sentido despectivo: para estos la asamblea constituía la arena en donde desplegaban su oratoria.
H. Bengtson, El mundo mediterráneo en la Edad Antigua (adaptado)

Pericles y la guerra del Peloponeso
Se adelantaron primero a hablar otros muchos, cuyas opiniones estaban divididas, diciendo ya que la guerra era necesaria, ya que el decreto no fuera obstáculo para la paz, sino que lo derogasen; hasta que, adelantándose Pericles les aconsejó lo que sigue: "Continúo ateniéndome siempre a la misma opinión de no ceder ante los peloponesios, ¡oh, atenienses! Hay que convencerse de que la guerra es necesaria y de que los mayores peligros resultan para las ciudades y los individuos, los mayores honores. Nuestros padres, por ejemplo, hicieron frente a los persas y llevaron nuestra prosperidad al estado presente; y no debemos quedar detrás de ellos, sino defendernos por todos los medios de nuestros enemigos y procurar entregar esta prosperidad a nuestros descendientes no disminuida."
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso (adaptado)