sábado, 27 de marzo de 2021

El ideal educativo según los pitagóricos

La primera sistematización filosófica del ideal educativo helénico fue intentada por Pitágoras alrededor del año 500 a.C., o mejor aún por los pitagóricos. A decir verdad, la filosofía de los pitagóricos, como la de muchos presocráticos, es a un tiempo especulación y disciplina, iniciación y purificación, doctrina de la salvación y de la sabiduría práctica para conquistar la perfección y la beatitud. Su actividad especulativa se ejercía a lo largo de las directrices de los grandes temas místicos del orfismo anterior, y la iniciación se efectuaba todavía por medio de ritos ascéticos que permitían la entrada en las escuelas, las cuales eran también sectas religiosas y se parecían a las residencias de los antiguos magos. Esto los ponía al alcance de la mentalidad de los primitivos. Pero los pitagóricos, hombres y mujeres, en cuyos cenáculos se les forzaba a liberar el alma del ciclo fatal de los nacimientos y de las muertes (metempsicosis), no se limitaban a prescribir la vida en común, el alimento frugal (vegetariano), los estudios, las lecciones y las discusiones sabiamente alternadas con los silencios de solitarios y pensativos paseos; resolvían ya el problema de la educación según el criterio propio del genio específico de los griegos.

En efecto, los pitagóricos consideraban el universo como compuesto armónicamente de números y de sus relaciones. El hombre no escapaba a las leyes que regulaban la armonía del Cosmos. Ahora bien, la armonía es definida así por Filolao, filósofo y matemático pitagórico: "La unificación de lo compuesto y la concordancia de lo discorde", y se realiza cuando todas las partes de un ser ocupan el lugar que les corresponde proporcionalmente en el todo. Por esto, cuando varios seres actúan según exige su naturaleza (φὐσισ), están de acuerdo con lo divino (δεἷον) y siguen los postulados de la justicia (δίκη). El alma está concebida como armonía del cuerpo, y la virtud como armonía del alma, tal como la salud es la armonía de cada uno de los elementos componentes de la vida corpórea. Por tanto, la educación debe realizar la armonía con un oportuno desarrollo de todas las actividades corpóreas y espirituales, de modo que evite esos desequilibrios y esas desarmonías que son los vicios y las mismas enfermedades. De este modo, los pitagóricos podían hablar de la asimilación del hombre a Dios como de la finalidad de la educación, puesto que su enseñanza tenía como fin acostumbrar al alma a sentir la propia excelencia introduciéndola en la unidad armónica y ordenada que constituye el universo.

También los medios prácticos para que actuara en el hombre la viviente armonía eran para los pitagóricos los destinados a convertirse en característicos entre los griegos posteriores: la música y la gimnasia, adoptada la primera para civilizar las costumbres, y la segunda para otorgar al cuerpo la fuerza, la templanza y el poder de moderar las pasiones. Sobre todo la música está considerada como fundamental en la educación pitagórica, sea porque es particularmente representativa de la armonía de la realidad, sea porque, por esto, tiene un específico oficio catártico. La música es también el medio y el fin de la educación artística, científica y moral, desde el momento en que la euritmia se encuentra en la ciencia, que es ciencia del número, en la salud del cuerpo y del alma, que presiden la medicina y la moral, y en la armonía de las esferas descubierta por la astronomía y la religión. Por esto la educación musical era colocada por Pitágoras, en primer lugar, por su poder curativo con respecto al cuerpo y serenador con respecto al alma. Es la armonía del alma que triunfa de la confusión irracional producida por la corpulencia material, y representa el resurgimiento de la nueva civilización que en lo sucesivo exaltará, en lugar de la fuerza bruta de Hércules, la lira con la cual Anfíone arrastra las piedras y Orfeo aplaca a las fieras y las obliga a someterse a su voluntad. De Orfeo a Pitágoras, y de Pitágoras a Platón, la virtud de obrar el mágico encantamiento pasará de la música al arte de razonar, pero será siempre el arte de "encantar" al pávido muchacho que vive en cada hombre, y la filosofía educadora deberá aún hacer resonar de nuevo el timbre de la música, y Platón mismo la considerará la "música más alta".

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