miércoles, 13 de enero de 2021

El ideal griego de la armonía

El ideal griego de la armonía se expresaba como aspiración a la kalókagathia (καλοκἁγαδία) en la que se veía la bondad indisoluble ligada a la belleza, como bondad resultante de un firme y equilibrado dominio de sí, la cual representa exteriormente el sereno orden interior del ánimo. Uno de los griegos más representativos, Aristóteles, fue quien señaló precisamente que el fin del hombre era "vivir feliz y bellamente". Por ello, la educación griega es la búsqueda de una perfecta euritmia. Pero ésta se alcanza únicamente a través de una lucha, en el interior del individuo y en la sociedad, contra la indisciplina y la descompuesta armonía de las fuerzas instintivas, y, por tanto, a través de la formación de un iluminado y coherente concepto de la vida. Del mismo modo que, en el Universo, el Caos se hace Cosmos por medio del ritmo, y tal como el hombre de gobierno debe tener en cuenta todos los elementos que componen el Estado, graduando armónicamente el valor para comenzar esta armonía que es la "justicia social", así también quien educa debe explotar y hacer germinar todas las energías del individuo, promoviéndolas de manera que se integren recíprocamente y se compongan según una unidad que obedezca al centro vital del yo que es la conciencia.

Por esto, cuando se habla de educación caracterizada por la armonía, no debe entenderse que los griegos se inspiraran y fundamentasen únicamente en el arte. Sabemos, por lo demás, que el arte no excluye a veces ciertos aspectos disarmónicos. La escuela helénica tenía en el arte su principio y su centro vivificador, pero no en el sentido de que se enseñaran preferentemente las disciplinas artísticas, sino en el de que todos los aspectos de la actividad educativa se disponían con objeto de promover (los escultores dirían modelar) el desarrollo armónico de la vida espiritual, puesto que toda la escuela se inspiraba en una visión estética de la realidad y, por lo tanto, ella misma era obra de arte. Y, sea como fuere, el arte no se cultivaba como una solicitud profesional, sino como medio e instrumento de formación interior, como método con el cual poder realizar la armonía consigo mismo.

Para alcanzar este propósito, el griego no tenía más que descubrir y seguir las leyes de la armonía a las que debía prestar obediencia. Se revelaron a los más antiguos como las leyes de Cronos, que regulan todas cosas, y del Hado ineluctable o ananké (necesidad); después se expresaron en el número de los pitagóricos, que establecía las más perfectas consonancias y correspondencias en las relaciones entre las cosas, y, por último, se identificaron con la actividad racional pura, en cuanto logos universal. De ahí el culto griego por la investigación dirigida a profundizar el porqué de todas las cosas, es decir, por la filosofía, considerada la culminación del proceso educativo, no enseñada, sin embargo, con el propósito de dar a los jóvenes un saber enciclopédico y abstracto, sino con el deseo de hacerles partícipes de la suprema racionalidad y armonía del todo, incluyéndoles en una concepción de la vida en sí concreta y perfecta.

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