sábado, 3 de marzo de 2018

Educación y meritocracia

En la sociedad antigua, los principales recursos para prosperar socialmente eran el linaje y la riqueza; en la sociedad nueva, en cambio, son el talento y la educación. En la marginación social provocada por la selectividad educativa, junto al montón de desheredados por su modesto origen familiar, hay que añadir los que lo son por su menor instrucción y capacitación. Esto es consecuencia del incremento tecnológico de nuestra sociedad, en la que disminuye el número de trabajos rutinarios en favor de un incremento de aquellos que requieren una preparación científica. Las necesidades de mano de obra cualificada engendran la exigencia de que la mayoría alcance un nivel educativo que antes era logrado sólo por una minoría.

Según T. Husén,

la meritocracia no es algo que podamos tomar o dejar libremente, ignorando la sociedad en que funciona. Es una parte integrante del sistema social en que la educación y el aprovechamiento de la inteligencia son los verdaderos determinantes del desarrollo económico. De ahí que la meritocracia no es sino un factor añadido al precio que hemos de pagar por un estándar superior de vida. Forma parte del anhelo de una sociedad "mejor" en sentido material. La meritocracia se entrelaza con todo el sistema de valores que mantiene la ideología del desarrollo económico. Se convierte, entonces, en un sacrificio en aras del bienestar y la riqueza.

El resultado es una cierta movilidad social, pero también la aparición de un sistema que no a todos satisface: el elitismo. El elitismo se admite porque es operativo, pero no siempre es justo; pues si no se parte de una absoluta igualdad de oportunidades inicial, se convierte en fuente de desnivel social. Precisamente cabe distinguir entre élites funcionales y élites sociales; y mientras las segundas se muestran ilegítimas, porque se nutren de la desigualdad y la refuerzan, las primeras se muestran útiles para la buena marcha de la sociedad, de acuerdo con el principio económico. Lo interesante sería que las élites se seleccionaran sólo en función de puras capacidades; pero como éstas vienen condicionadas por la pertenencia social de los individuos, las élites resultan seleccionadas por su origen social, con lo que el pretendido elitismo funcional degenera en elitismo social. Así, por ejemplo, en España,

para la clase dominante mantenedora de los mecanismos de la estructura económica, la universidad se justifica por ser suministradora de dirigentes y en cuanto tal necesita ser, sobre todo, pequeña. Y además de pequeña, eficiente.
Alberto Moncada, Sociología de la Educación (1976)

Por otro lado, la teoría marxista critica la educación burguesa, reprochándole que forma las élites del capitalismo para la explotación de la clase proletaria.
Según A. Delorenzo Neto, el progreso social se caracteriza por la igualación de los hombres gracias a una elevación de las clases inferiores:

En eso cobra relieve el papel de la educación que, extendiéndose al mayor número de individuos, tiende a seleccionar los elementos capaces. Ella favorece ese movimiento ascendente y estimula la circulación y la renovación de los cuadros de las clases más elevadas y, en consecuencia, de las élites culturales y dirigentes.

Lo único que hace falta es la eliminación de barreras a fin de que todos los individuos tengan posibilidad de acceder a cualquier carrera para la que tengan aptitudes. Esa igualdad de oportunidades contribuirá a impedir una estratificación de clases demasiado rígida, facilitando la constante circulación de los elementos valiosos de las capas inferiores hacia las superiores.

Klaus Mollenhauer constata que en Alemania no se dan, como por ejemplo en Inglaterra, instituciones docente destinadas a la formación de los hijos de las clases altas; pero añade que, de todos modos, es de sospechar que también en el país germano van apareciendo, de un modo informal, típicas vías de formación para esos herederos de la burguesía. Porque, en opinión de V. Pareto, es siempre una minoría la que gobierna, las élites que aparecen en todas partes. Así, por ejemplo, en la antigua URSS, los funcionarios pasaban a formar una clase dirigente, como explicaba M. Djilas. Opina C. W. Mills que en toda sociedad de masas (en la que los individuos resultan dependientes de los medios de información), se engendra una élite de poder. Lo mismo ocurre en los países del tercer mundo, en los cuales C. Kerr y I. T. Dunlop distinguen cinco grupos sociales que tienen función de élites, debiéndose dos de ellos precisamente a la educación, a saber: las intelligentsias revolucionarias y los funcionarios de la administración.
Hay quien no aprueba esta situación, creyendo que una sociedad productiva en expansión acelerada, especialmente por la aportación del progreso tecnológico, y con una creciente organización formal (burocrática), exige que la escuela no perpetúe una limitada élite, con acentuada formación individualista, sino que tiene urgente necesidad de jóvenes que entren en las organizaciones productivas en proporciones que rebasen con mucho las de la actual producción de competencia de la escuela tradicional.