sábado, 22 de abril de 2017

Teoría y praxis educativa

La epistemología, como reflexión filosófica acerca del conocimiento, se plantea cuál es la naturaleza del conocer humano y cuáles son sus condiciones, posibilidades, límites, etc., todo ello con la pretensión de alcanzar el fundamento y la naturaleza de la verdad y del conocimiento. Ese estudio crítico de los problemas filosóficos planteados por la ciencia, nos lleva a cuestionarnos, como dice Max Scheler, las clases de saber o clases de conocimiento a los que tiene acceso el hombre.
Sin entrar en excesivas matizaciones, parece lícito convenir que nuestra actividad cognoscitiva es capaz de adoptar una doble y clara postura. Por un lado tenemos el conocimiento teórico, cuyo objetivo principal radica en obtener una aprehensión de la realidad que no sobrepase los límites del mismo conocimiento; y por otro está el conocimiento práctico, que hace referencia a la acción, al conocimiento que busca alcanzar algún efecto o utilidad de la realidad conocida.
El conocimiento teórico y el conocimiento práctico, la teoría y la praxis son, en suma, dos perspectivas o niveles de una misma función: la actividad cognoscitiva del hombre. En este sentido, cuando el objeto del conocimiento es el fenómeno educativo podemos entenderlo también en una doble dimensión: como una idea y como una realidad. La educación no es sólo susceptible de esa doble perspectiva de conocimiento teórico-práctico, sino que el educador necesita mantener con ambas una conexión dialéctica, dado que la educación obra como intermediaria entre una realidad y una "idealidad".
Aunque no siempre resulta fácil diferenciar los dos planos de realidad e idealidad -como no lo es, en ocasiones, distinguir conocimiento teórico y conocimiento práctico-, pues en el hecho educativo idea y realidad son dos planos de fácil intersección, e incluso de frecuente superposición, lo cierto es que la educación ha dado lugar a las dos formas de conocimiento antes citadas, y ambas son patrimonio y responsabilidad del educador. Aun admitiendo que la teoría sea sólo "el aspecto racional de la práctica", y que allí donde aparezca la praxis, la teoría está implícita, parece obvio que el acceso al conocimiento teórico y práctico de la educación supone dos actividades muy diferenciadas. La uno nos lleva al plano de la idealidad o de lo que debe ser, la otra, al nivel de la realidad o lo que es. La primera nos pone en relación con el conocimiento filosófico-especulativo (teoría), la segunda, con el científico-positivo (praxis).

 El conocimiento teórico de la educación 
El término "théoria" significa conocimiento de, acción de observar o de ver algo, y hace referencia al conocimiento especulativo ideal, considerado independientemente de toda aplicación. En este último sentido se opone a "práctica", dado que implica una representación racional o ideal, sin otro objetivo ulterior. 
Ahora bien, el conocimiento teórico puede versar sobre objetos que tengan una realidad física independiente del propio sujeto -es el caso, por ejemplo, de la física, la biología, la astronomía, etc.-, o dedicarse al estudio de "objetos" cuya realidad es fruto del propio hombre, "objetos" que no tienen una existencia real más allá del sujeto pensante que los genera o crea -por ejemplo, la filosofía-. El conocimiento teórico de la educación tiene especiales características por la naturaleza misma del hecho educativo, ya que el hombre es el que conoce y el propio hombre es el objeto de ese conocer. Además, la educación puede ser concebida como un hecho real, como algo que se da con independencia de la reflexión científica del hombre; pero, al mismo tiempo, el hombre es capaz de pensar sobre lo educativo y "crear" con este acto pensante el objeto de su conocer teórico.

Esa doble naturaleza de lo educativo confiere al conocimiento teórico de la educación notas muy particulares: reflexiona sobre el hecho educativo, lo explica, lo describe, lo analiza críticamente, pero a su vez debe confrontar, evaluar, idear, hacer patente su teoría y ver si su práctica es afortunada, buscando los principios que puedan asegurar y confirmar el valor del conocimiento teórico, todo ello con el objetivo de sugerir la optimización de la misma teoría.
De lo dicho con anterioridad se desprende que el teórico de la educación se ve fuertemente comprometido con su propio conocimiento, ya que, como dice Claude Bernard, las teorías son relativas y no debe repugnar a la mente concebir que las cosas puedan ocurrir o ser de manera diferente a como nos la presenta nuestro conocimiento. Será gracias a la adopción de esta actitud que la teoría podrá ser corregida mediante datos aportados por el conocimiento práctico, y éste ser mejorado con el conocimiento teórico. El conocimiento teórico de la educación tendrá mucho de crítica, de sugerencia, de iniciativa, de reflexión, de creatividad... actitudes y posturas todas ellas que superarán el mero ámbito de lo literario o especulativo en cuanto se confronten con la "praxis" educativa.
Con todo, ese compromiso del teórico de la educación son su propia postura o conocimiento no debe llevarnos a creer que toda teoría científica debe ser necesariamente verificada, o que se debe buscar un experimentum crucis de cuya realización dependa la validez de la teoría discutida. Como afirma Geymonat, es ilusorio buscar en la experiencia un dato o grupo de datos que verifiquen definitivamente una teoría científica. La praxis ininterrumpida, el experimento elaborado, reelaborado y debidamente verificado, podrán ayudarnos en la confección de un conocimiento teórico educativo más científico; sin embargo, la moderna metodología no parece admitir que pueda idearse un experimentum crucis capaz de validar o invalidar, de probar o refutar con carácter absoluto una teoría educativa, que tendrá siempre, por lo menos, un carácter histórico y estará ligada a un determinado nivel de civilización y cultura.
En este sentido, cabe añadir que cuando un conocimiento práctico supone una contradicción con el conocimiento teórico, ello no implica forzosamente una negación estática de los principios hasta entonces vigentes, sino que incluso los cambios científicos más radicales se han dado gracias a que los datos cuestionados han sido completados o perfeccionados, sin cuyo proceso nunca se hubiera operado revolución científica alguna.