martes, 11 de septiembre de 2012

Sociedad y política en la España visigoda

La España visigoda ha sido definida como "prefeudal". Ello quiere decir que, tanto desde el punto de vista económico y social como desde el político, se acentuaron aquellos rasgos que habían hecho su aparición en el Bajo Imperio y que algún tiempo después fueron característicos de la Europa feudal. El ruralismo creciente, el papel del colonato en el trabajo del campo, la tendencia al autoconsumo, el desarrollo de los lazos de dependencia personal y el dominio del poder político por las clases altas de la sociedad, son algunos de los elementos específicos de la España visigoda que justifican el que se considere a dicha época, como un período de transición hacia el feudalismo.

1. Aspectos demográficos
La aportación demográfica de los pueblos germanos a Hispania fue muy escasa. Los suevos, al parecer, se fundieron tempranamente con los romanos. En cuanto a los visigodos, los cálculos más acertados hablan de unos 80 a 100.000 establecidos en la Península, número muy reducido si lo comparamos con la población hispanorromana, de cuatro millones de habitantes por lo menos.
Gracias a la toponimia y a los descubrimientos arqueológicos se ha podido reconstruir el hábitat de los visigodos en Hispania. La zona básica de su asentamiento fue la meseta central, y muy especialmente el centro de la cuenca del Duero. Ello se explica porque buscaban regiones de escasa densidad de población y de débil urbanización.

2. Economía y sociedad
Las características apuntadas en la economía del Bajo Imperio se acentuaron en época visigoda: predominio de las actividades agrícola-ganaderas, concentración de la propiedad de la tierra en manos de la aristocracia y de la Iglesia, sustitución del trabajo de los esclavos por el de los colonos, papel irrelevante de las ciudades y del comercio.
Los germanos aportaron algunos cultivos nuevos, como la alcachofa y la espinaca, pero en general se adaptaron a la tradición agraria romana. En la España visigoda fue característica la "villa" o gran explotación, dividida en reserva y mansos y trabajada fundamentalmente por colonos. La explotación de las minas entró en declive. La circulación monetaria era muy escasa y el comercio muy reducido destacando sólo el de productos de lujo para las clases dominantes, traídos de la cuenca del Mediterráneo por mercaderes de carácter internacional.
En principio existía una división muy acusada entre los hispanorromanos y los visigodos, acentuada por la diversidad de normas jurídicas de cada grupo de población. Pero paulatinamente esas diferencias se fueron borrando, llegándose a una fusión que obedecía ante todo a razones estrictamente sociales. Por un lado se hallaban los potentados, miembros de la nobleza hispanorromana y de la aristocracia goda, grandes propietarios de tierras. Por otra parte estaban los humildes, sector integrado básicamente por los pequeños propietarios libres, grupo en decadencia, y la amplia masa de colonos. Las duras condiciones de vida en el medio rural propiciaron la aparición de revueltas campesinas, a veces confundidas con movimientos heréticos, como el priscilisnismo, que pervivió hasta el siglo VIII.
La debilidad del poder público contribuyó a que se desarrollaran los lazos de dependencia personal. Los colonos estaban adscritos a los grandes propietarios, que acaparaban en sus manos atribuciones de tipo público. Los nobles tenían también sus propios encomendados, los bucelarios, a los que concedían tierras a cambio de un servicio de armas. Los reyes, por su parte, contaban igualmente con su clientela personal, los gardingos.

3. Instituciones políticas
Al frente del estado visigodo se hallaba el monarca, jefe supremo de la comunidad. No obstante, aunque las atribuciones del rey eran muy amplias, su monarquía no tenía el carácter absoluto y patrimonial de otras monarquías germánicas. Por otra parte, la monarquía visigoda nunca perdió su carácter electivo recayendo la designación de los reyes en los magnates y los prelados.
Miniatura del Códice Albeldense, que representa al rey Ramiro, 
con el obispo Lucrecio y dos clérigos.

Para el ejercicio de sus funciones el rey contaba con la ayuda del Aula Regia, organismo integrado por miembros de la alta nobleza que daba consejos al monarca. Un papel fundamental en la vida política del reino visigodo lo desempeñaron los Concilios eclesiásticos, reunidos en la capital, Toledo. En realidad eran asambleas de carácter eclesiástico, pero su campo de actuación fue mucho más amplio. Los concilios los convocaba el monarca, el cual enviaba un mensaje. En los Concilios de Toledo se trató, entre otros asuntos, el de las normas para la elección de los monarcas, de la aprobación de los destronamientos, de la condena de los rebeldes y de la persecución de los judíos.
Los visigodos aceptaron la antigua división provincial romana, colocando a su frente a "duces", aunque también crearon circunscripciones nuevas, encomendadas a "comites". En cambio, entraron en decadencia, hasta casi su total extinción, las instituciones municipales.