miércoles, 3 de abril de 2019

La educación no formal

Desde su gran expansión en el siglo XX, la institución escolar ha polarizado la atención referida a lo educativo. Esto, por descontado, no es un hecho gratuito: hasta el momento, la escuela constituye el producto pedagógico institucional más relevante -tanto a nivel cualitativo como cuantitativo- que la sociedad ha sido capaz de generar. No es extraño, pues, que tal institución haya casi monopolizado el discurso pedagógico. Incluso la literatura más crítica sobre la escuela, que proliferó durante los años setenta del siglo XX, ha magnificado -en sentido peyorativo- el papel social de la misma: la escuela como aparato ideológico del Estado dominante en las formaciones capitalistas desarrolladas (Althusser); la escuela como factor para la reproducción de las relaciones sociales de producción (Bourdieu y Passeron, Baudelot y Stablet); la escuela como origen de la mayor parte de los males individuales y sociales (Illich, Reimer). Es decir, tanto las versiones más desconfiadas y culpabilizadoras de la escuela como las ingenuamente más apologéticas (la escuela, templo de la cultura; la escuela como remedio a la desigualdad y plataforma de movilidad social, etc.) coinciden en el punto de reconocerla como la instancia educativa privilegiada.
Sin necesidad de poner en discusión la importancia de la escuela, hay que reconocer, sin embargo, que la pedagogía, de tanto centrarse en aquélla, dio la impresión de que olvidara que la educación es algo mucho más ubicuo y amplio que lo que ocurre en el seno de tal institución. La escuela constituye una forma histórica -esto es, que no siempre ha existido ni tiene por qué durar indefinidamente- de institucionalizar parte de los educativo. Pero ni toda educación se vehicula mediante instituciones específicas, ni la escuela es la única de ellas. Ya Montesquieu citaba tres formas de educación:

Recibimos tres educaciones distintas, si no contrarias: la de nuestros padres, la de nuestros maestros y la del mundo. Lo que nos dicen en la última da al traste con todas las ideas adquiridas anteriormente.

Y más próximo en el tiempo, afirmaba H. M. McLuhan (1968):

Hoy, en nuestras ciudades, la mayor parte de la enseñanza tiene lugar fuera de la escuela. La cantidad de información comunicada por la prensa, las revistas, las películas, la televisión y la radio, exceden en gran medida a la cantidad de información comunicada por la instrucción y los textos en la escuela. Este desafío ha destruido el monopolio del libro como ayuda a la enseñanza y ha derribado los propios muros de las aulas.

 Lo formal, lo no formal y lo informal   
Hacia finales de los años sesenta empezó a ser frecuente en la literatura pedagógica el uso de las expresiones "educación informal" y "educación no formal". En principio, ambas e indistintamente, de forma muy amplia y también imprecisa, eran utilizadas para designar la educación generada fuera de la escuela; esto es, el sector del universo educativo restante del estrictamente escolar. Sin embargo, la gran extensión y la heterogeneidad interna de tal sector fuerzan en seguida a establecer distinciones también en él. Una de ellas es la que ha de permitir discriminar entre aquellos procesos educativos que no siendo escolares se hallan, no obstante, metódica y sistemáticamente configurados para producir determinados efectos de acuerdo con objetivo pedagógicos explícitos, y los procesos también generadores de educación que se producen sin que hayan sido conformados a partir de intervenciones pedagógicas intencionales o específicas. Se trata de etiquetar distintamente, por ejemplo, a una campaña no escolar de alfabetización de adultos, y a los posibles y ocasiones efectos de formación y aprendizaje suscitados por una tertulia de café. Así, con el propósito de atender a la indiscutible conveniencia de distinguir mediante expresiones distintas los dos tipos de educación no escolar, ciertos autores asumieron la discutible y confusa opción de bautizar como educación no formal a la una y educación informal a la otra.
Con ello quedaban esbozados tres tipos de educación o tres sectores del universo educativo: el formal (con la escuela como institución más paradigmática), el no formal (un programa para la enseñanza de idiomas por un sistema multimedia, por ejemplo), y el informal (el juego espontáneo). No obstante, los límites entre un tipo de educación y otro, según las definiciones que se han ensayado, resultan bastante borrosos. Tanto es así, que hay quien entiende que los tres tipos de educación no deben ser considerados como entidades separadas o compartimientos estancos, sino, en palabras de T. J. La Belle (1980) "modos predominantes o modos de énfasis". Es decir, una situación educativa puede tener como modo predominante a uno de los tres tipos de educación, acogiendo secundariamente procedimientos y procesos propios de los dos restantes.

   
La Belle distingue entre "modos educativos" y "características educativas", pudiendo ser ambos formales, no formales e informales. Así, la escuela quedaría situada en el modo formal de educación, aun cuando en ella pueden darse simultáneamente características no formales (actividades extracurriculares) y también informales (las relaciones entre iguales). Por su lado, programas educativos sistemáticos pero extraescolares -situados, por tanto, en el modo no formal- pueden contener elementos propios de la educación formal (impartición de títulos o certificados), y procesos informales (los que son producto de la misma participación en ellos). Y, por último, en la educación propia de las sociedades primitivas, cuyo modo predominante sería el informal, se dan elementos que sugieren ya cierta formalidad (ritos de iniciación) y situaciones encuadrables en la no formal (instrucción deliberada impartida a los jóvenes por algún miembro del clan).
La educación no formal se distinguiría de la informal en que la primera es intencional; es sistemática y metódica; cuenta con objetos pedagógicos previos y explícitos; está generalmente institucionalizada, y se realiza mediante procesos específicos y diferenciados. Por otro lado, lo que distinguiría a los procesos educativos no formales de los formales sería, más que su carácter escolar o no escolar, si se ubican o no en el sistema educativo graduado y jerarquizado. Esto es, si están o no dirigidos a la impartición de los grados académicos oficializados, desde el preescolar a los estudios superiores, con sus diferentes ramales y especialidades. En ocasiones, sin embargo, se consideran también como no formales ciertos medios no convencionales o específicamente escolares orientados hacia los niveles propios del sistema educativo graduado (la formación a distancia, por ejemplo).