sábado, 2 de junio de 2018

Ciencia y tecnología

Afirmar que una característica peculiar del mundo contemporáneo es la invasión tecnológica, no constituye más novedad que la verbalización de una evidencia. La máquina -expresión acabada de la tecnología- se ha erigido en compañera inseparable del hombre moderno, y en el futuro aún seguirá siéndolo en mayor medida. Esta constatación, sin embargo, no supone ninguna valoración positiva incondicional. Aunque son innegables las ventajas que la tecnología ha representado para la comunicación, el transporte, la higiene, la comodidad, etc., se puede albergar algunas dudas sobre sus consecuencias respecto a las dimensiones más nobles del ser humano.
La educación, como cualquier otro campo de actividad humana, no escapa al impacto de la tecnología; pero hasta hoy ha ofrecido mayores resistencias que los restantes. Desde un estricto planteamiento pedagógico, dos argumentos justifican la introducción de la tecnología en la educación: 1) la incorporación de los beneficios que supone el convertir el proceso educativo en una tarea racional, sistemática y eficaz, y 2) la necesidad de preparar -mediante la correspondiente utilización y estudio crítico- a los educandos para una vida donde la tecnología existe de manera inequívoca. Por todo ello, la tecnología educativa aparece hoy como una disciplina académica que es preciso incorporar a los planes de formación del profesorado, al tiempo que constituye, a nivel más profundo de investigación, un área de especialización para los profesionales de la pedagogía.




Para encontrar el verdadero significado del término "tecnología", nada mejor que remontarnos a su origen etimológico. Los griegos denominaron tékne a un "saber hacer" con conocimiento de causa. El saber del técnico se diferenciaba del saber del artesano en que podía explicar mediante razones extrasubjetivas su actuar, mientras que este último sólo sabía recurrir a su experiencia subjetiva para argumentar. Técnica y artesanía tienen, sin embargo, en común la realización de productos, la resolución de problemas prácticos.
Si al término tékne añadimos logos (tratado, estudio), surge el término "tecnología", cuya significación etimológica sería el de "tratado o estudio del saber técnico". Actualmente, al decir de Bunge (1980):

un cuerpo de conocimientos es una tecnología si, y absolutamente si, a) es compatible con la ciencia coetánea y controlable por el método científico, y b) si se lo emplea para controlar, transformar o crear cosas o procesos, naturales o sociales.

Una primera diferencia, pues, entre ciencia y tecnología estriba en la dependencia que la segunda tiene respecto de la primera, en lo tocante a las leyes y principios que aplica. Son tales leyes precisamente las justificaciones objetivas a las que recurre el técnico para explicar su actuación. La ciencia podría definirse, a su vez, como "un conjunto de conocimientos y de investigaciones que tienen un cierto grado de unidad, de generalidad y de objetividad, basados en relaciones descubiertas gradualmente y confirmadas por métodos de verificación definidos" (A. Lalande, 1966). Estos métodos de verificación constituyen el punto más crítico del saber científico, puesto que son específicos de cada época histórica y resultan del consenso mayoritario dentro del acerbo científico; son los denominados "paradigmas científicos" (Kuhn, 1971), que en modo alguno pueden considerarse nunca definitivos, si bien es indudable su evolución hacia un mayor nivel de exactitud y objetividad.
Otra diferencia entre ciencia y técnica es que la primera elabora sus conocimientos al margen de su posible utilidad práctica, no sólo porque "encontrar una utilidad no es encontrar una razón", como señala Bachelard (1974), sino porque la búsqueda exclusiva de la utilidad condicionaría la evolución misma del saber científico. Al decir de Pérez Gómez (1978):

la utilidad no es más que un accidente, una contingencia en el proceso de producción de conocimientos científicos, por más que tengamos que reconocer que en la actualidad la investigación científica se encuentra hipotecada gravemente a este principio pragmático.

Recurriendo de nuevo a Bunge, se puede afirmar que:

para el científico, un objeto de estudio es una cosa en sí, existente por sí misma; el tecnólogo se interesa por la cosa para nosotros, la que nosotros podemos crear, controlar o destruir. Y mientras que para el científico el conocimiento es una meta última que no requiere justificación, para el tecnólogo es una finalidad intermedia, algo a obtener, con la sola finalidad de ser usado como medio para alcanzar una meta práctica.

Adviértase, sin embargo, que la teoría científica se verifica también con la aplicación tecnológica, aplicación que, a su vez, constituye una fuente de nuevos problemas para la investigación científica. Ciencia y tecnología forman así un continuum de mutua influencia, hasta tal punto que muchas veces resulta difícil deslindar los límites de una y otra, especialmente cuando se constata que ciertas técnicas de verificación de hipótesis/resultados les son comunes. 
Volviendo a la caracterización del saber tecnológico, añádase que se trata de un saber de tipo globalizador, que abarca múltiples dimensiones del problema objeto de aplicación. Puede afirmarse que en muchas ocasiones, en la resolución de los problemas contemporáneos, ha sido precisamente la pérdida de esta visión globalizadora la causa de muchas actuaciones negativas de la tecnología, al haberse acometido sólo soluciones parciales y, por tanto, inadecuadas. La aplicación correcta de la tecnología puede colaborar al progreso; pero adviértase que no es en sí misma progreso. Y no lo es porque no se refiere a productos, sino a procesos. Esto la convierte en simple medio para resolver problemas, al carecer de finalidad en sí misma (a no ser que hablemos de una finalidad de consumo). Así se explica también que las sociedades que dependen de los meros instrumentos tecnológicos, que importan recursos y los aplican sin realizar análisis sistémicos de sus propios problemas, no sólo los resuelven inadecuadamente, sino que se someten a una dependencia perpetua de las que realmente crean tecnología. La transferencia de tecnología queda subordinada a la capacidad de resolver los propios problemas de los propios recursos.