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domingo, 16 de mayo de 2021

El concepto de los orígenes

Las reglas de conducta se conocen y son transmitidas por tradición. En nuestro concepto del cuerpo de normas, que es crucial para nuestro análisis de las instituciones, nos referimos a códigos de normas constitucionales, a las concepciones mitológicas y a los valores que estimulan e integran la conducta de un grupo organizado.

Todo esto permanece en cierto modo en el aire mientras no podamos definir, desde el punto de vista de nuestro análisis de la cultura, fenómenos tales como el lenguaje, la tradición oral o escrita, la naturaleza de ciertos conceptos dogmáticos dominantes y el modo por el cual sutiles reglas morales se incorporan a la conducta. Cualquiera sabe que todo esto está basado principalmente en la enseñanza verbal o en textos lingüísticos, vale decir, en pleno dominio del simbolismo. Éste es un integrante esencial de toda conducta organizada, que debe nacer con la más temprana aparición de la actividad cultural; y que puede ser sometido a la observación y al análisis teórico como un hecho objetivo, en la misma medida en que podemos observar objetos materiales, reacciones colectivas de los grupos o definir la forma de una costumbre. La tesis central aquí sostenido es que el simbolismo, en su naturaleza esencial, es la modificación del organismo que permite la transformación de un impulso fisiológico en un valor cultural.

domingo, 23 de septiembre de 2018

El multiculturalismo

1. ¿Qué es el multiculturalismo?
En las sociedades pluralistas no sólo conviven personas con distintas concepciones de felicidad, sino también personas de diferentes culturas. Como normalmente la cultura preponderante en cada sociedad es una sola, quienes pertenecen a las restantes culturas, no sólo no se sienten identificados con ella, sino que frecuentemente se sienten marginados y relegados por ella.
Multiculturalismo, en sentido amplio, ha venido a significar la convivencia de diversos grupos sociales en una misma comunidad política, algunos de los cuales no comparten la cultura que impregna la corriente central de la sociedad. Una de las tareas morales de esa sociedad consiste entonces en intentar crear una identidad que no prescinda de las diferencias culturales, sino que las integre. Lo cual exige, en principio, reconocer que esas culturas tienen derecho a existir, pero también tener en cuenta sus peculiaridades a la hora de configurar la identidad cultural común a todos.
Para lograrlo existen diversos caminos, pero el más prometedor es el interculturalismo, que propone no sólo la convivencia, sino el diálogo entre las diferentes culturas, para que puedan descrubrirse los valores comunes a todas ellas y aprendan a respetar lo que no son idénticos. El interculturalismo pide una relación convivencial plena entre los distintos grupos.

El valor de las diversas culturas
Es razonable suponer que las culturas que han aportado un horizonte de significado para gran cantidad de seres humanos de diversos caracteres y temperamentos durante un largo periodo -en otras palabras, que han articulado un sentido del bien, de lo sagrado, de lo admirable- casi ciertamente deben tener algo que merece nuestra admiración y nuestro respeto, aun si éste se acompaña de lo mucho que debemos aborrecer y rechazar. Tal vez podamos decirlo de otra manera: se necesita una arrogancia suprema para descartar a priori esta posibilidad.
Charles Taylor, El multiculturalismo y la "Política del reconocimiento"

Monumento Block der Frauen en la plaza Rosenstrasse de Berlín

2. Dificultades más frecuentes
El multiculturalismo plantea problemas, que suelen tener causas como las siguientes:
  • La desconfianza entre los distintos grupos culturales.
  • El desconocimiento, que lleva a fiarse de estereotipos injustificados ("los árabes son vagos", "los judíos son avaros", "los gitanos son mala gente").
  • La falta de información sobre las distintas culturas.
  • La escasa participación de los grupos minoritarios en la vida pública, lo cual comporta marginación.
  • La tendencia a considerar que la propia cultura es la buena y que las demás no aportan nada positivo.

3. Discriminación positiva y sistema de cuotas
Aunque parezca que algunos grupos sociales están impregnados de culturas distintas a la prevalente, como es el caso de las mujeres, los discapacitados, los homosexuales y algunos grupos de jóvenes, no se trata de culturas específicas. Estos grupos más bien poseen algunas características diferenciales y exigen que se respeten esas diferencias.
Como se trata de grupos tradicionalmente desfavorecidos, piden en ocasiones que se practique en su favor una discriminación positiva o que se instaure algún sistema de cuotas para logar situarse al mismo nivel de consideración social que los demás grupos.
Hablamos de discriminación positiva cuando, en igualdad de condiciones entre dos personas, se prefiere a aquella que pertenece a un grupo tradicionalmente marginado. Por ejemplo, a una mujer en vez de un varón.
Hablamos de un sistema de cuotas cuando se obliga a asignar un número determinado de puestos a personas pertenecientes a un grupo tradicionalmente marginado. Por ejemplo, a contratar a un número determinado de personas de color para rodar una película.
En ambos casos se pretende acostumbrar a la sociedad a contar con las personas de ese grupo en pie de igualdad. Por eso son provisionales: cuando se ha logrado que reciban igual consideración, estos procedimientos dejan de tener sentido.

4. Definición de cultura
Cultura es el conjunto de creencias, valores, costumbres y conductas que orientan la vida de los miembros de un grupo, así como el conjunto de instrumentos de que hacen uso en las acciones entre ellos y con el medio, todo lo cual se transmite de generación en generación mediante aprendizaje y lleva a los miembros del grupo a cobrar su identidad.

5. Acciones básicas hacia otras culturas
En general, el contacto entre culturas se establece desde una de las siguientes posiciones:

 1  Etnocentrismo: Una cultura se considera superior y, por tanto, medida de todas las demás. La consecuencia es la incomprensión y, en la mayor parte de los casos, la falta de respeto.
 2  Relativismo cultural: Cada cultura ha de valorarse desde sus propios valores. Lleva a la falta de interés de unas culturas por otras. Ninguna se esfuerza por dialogar con las restantes para dilucidar qué tienen ya en común y cuál es el sentido de sus discrepancias.
 3  Interculturalismo: Cada cultura tiene su especificidad, pero es preciso propiciar el diálogo entre ellas para que descubran los valores universales que les son comunes y para que aprendan a respetar los que no comparten. El interculturalismo es la posición más adecuada a la realidad.

Dos formas de multiculturalismo   
Existen fundamentalmente dos formas de estados multiculturales:
1. Estados multinacionales, en los que coexiste más de una nación. Son estados que suelen requerir soluciones políticas, porque las minorías nacionales exigen derechos de autogobierno y transferencias de poder.2. Estados poliétnicos, en los que coexisten diversas etnias. Son estados que precisan el reconocimiento de derechos multiculturales para emigrantes y para grupos religiosos, que piden apoyo público para la educación bilingüe y exenciones para las diferencias religiosas.
Desde esta perspectiva conviene unir el concepto de "cultura" al de "nación" o "pueblo", es decir, al de una comunidad intergeneracional, que ocupa un territorio y comparte una lengua y una historia distintas.
Will Kymlicka, Multicultural Citizenship

domingo, 1 de abril de 2018

Necesidades culturales

La naturaleza humana impone sobre todas las formas de la conducta, hasta la más compleja y organizada, un cierto determinismo. Éste consiste en un número de series vitales, indispensables para la marcha saludable del organismo y de la comunidad en conjunto, las cuales deben ser incorporadas a todo sistema tradicional de existencia organizada. Estas series vitales constituyen puntos cristalizados con respecto a los procesos y productos culturales, y a los complejos ordenamientos que se van formando en torno de cada serie.
Los impulsos, las actividades y las satisfacciones ocurren de hecho dentro de un determinado marco cultural. En cuanto al impulso, es claro que en toda sociedad humana cada uno es remodelado por la tradición. En su forma dinámica el impulso aparece como una motivación, que aquélla también modifica, forma y determina. El determinante cultural es un hecho familiar en cuanto se refiere al hombre o apetito, es decir, a la disposición para comer. Limitaciones sobre qué es considerado sabroso, admisible, ético; los tabúes mágicos, religiosos, higiénicos y sociales respecto de la calidad, ordenación material y preparación de la comida; la rutina habitual que establece el momento y el tipo de apetito, todos estos aspectos pueden ser ejemplificados considerando nuestra propia civilización. El apetito sexual, satisfecho siempre e invariablemente dentro de ciertos límites, está rodeado por las más estrictas prohibiciones, como las del incesto. La fatiga, la somnolencia, la sed y la vigilia son determinadas también por factores culturales tales como el cumplimiento del deber, la urgencia de la tarea y el ritmo establecido de las actividades.

En definitiva, sería ocioso desatender el hecho de que el impulso que conduce al acto fisiológico más simple está, por una parte, plasmado y determinado por la tradición, y, por otra, es inevitable en la vida, porque está además determinado por las necesidades fisiológicas. Vemos también por qué, considerados bajo dadas condiciones de cultura, no pueden existir impulsos pura y simplemente fisiológicos. Comer en común implica condiciones en cuanto a cantidad, hábitos y maneras, y así se derivan una serie de reglas de comensalía. En tales casos, la comida se convierte más bien en la realización cultural de un hecho fisiológico que en la satisfacción, biológicamente determinada, de un mero impulso.
El acto de descansar y de dormir exigen un marco específico, un conjunto de objetos materiales y especiales condiciones arregladas y permitidas por la comunidad. Tanto en la más simple como en la más compleja cultura, la micción y la defecación se cumplen bajo condiciones muy especiales y están rodeadas por un rígido sistema de reglas. Muchos pueblos primitivos, por razones mágicas o temor a la brujería, así como por sus ideas acerca de los peligros que emanan de los excrementos humanos, imponen estrictas normas de secreto y aislamiento que encontramos hasta en la civilizada Europa. En todos estos casos vemos cómo actos vitales quedan regulados, definidos y modificados por la cultura.
Lo mismo ocurre con la satisfacción de las necesidades. Tanto si un judío ortodoxo come, por desventura, puerco, o si un bracmán es obligado a ingerir carne de vaca, manifestarían síntomas de naturaleza fisiológica, como el vómito, desarreglos digestivos y manifestaciones de enfermedades. El goce logrado con un acto sexual con el que se ha quebrantado un tabú de incesto o se ha cometido adulterio o infringido los votos sagrados de castidad, produce también un efecto determinado por los valores culturales.
Esto prueba que en los aspectos culturales de la conducta no debemos olvidar la biología, pero que no debemos considerarnos satisfechos con sólo el determinismo biológico. El hombre satisface sus urgencias corporales bajo condiciones de cultura.
Entendemos entonces por necesidad cultural el sistema de condiciones que se manifiestan en el organismo humano, en el marco cultural y en la relación de ambos con el ambiente físico, y que es suficiente y necesario para la supervivencia del grupo y del organismo.

domingo, 7 de enero de 2018

Fundamentos biológicos de la cultura

Debemos basar nuestra teoría de la cultura en el hecho de que todos los seres humanos pertenecen a una especie animal. El hombre como organismo debe existir bajo condiciones tales, que no sólo aseguren su supervivencia, sino que le permitan un metabolismo normal y saludable. Ninguna cultura puede subsistir si no son reemplazados, regular y continuadamente, los miembros desaparecidos del grupo. De lo contrario, como es obvio, la cultura perecería por la extinción progresiva de aquél. Ciertas condiciones mínimas se imponen así a todos los grupos de seres humanos y a los organismos individuales que los constituyen. Podemos definir la expresión naturaleza humana como el hecho de que todos los hombres deben comer, respirar, dormir, procrear y eliminar sustancias superfluas de su organismo, dondequiera que vivan y cualquiera sea el tipo de civilización a que pertenezcan.
Por naturaleza humana entendemos, en consecuencia, el determinismo biológico que se impone sobre toda civilización y todos los individuos que las constituyen, debido al necesario cumplimiento de funciones corporales como la respiración, el sueño, el reposo, la nutrición, la excreción y la reproducción. Podemos también definir el concepto de necesidades básicas como las condiciones ambientales y biológicas que deben cumplirse para la supervivencia del individuo y del grupo. En realidad, la supervivencia de ambos requiere el mantenimiento de un mínimo de salud y energía vital para la realización de tareas culturales, así como el número indispensable de miembros que evite la despoblación gradual.
El concepto de necesidad es meramente la primera aproximación al conocimiento de la conducta humana organizada. Más de una vez se ha sugerido que ni la necesidad más simple, ni la función fisiológica más independiente de las influencias del medio, pueden ser consideradas como totalmente inalterables ante la acción de la cultura. Por el contrario, hay ciertas actividades biológicamente determinadas por los elementos físicos del ambiente y por la anatomía humana, que están incorporadas, de modo invariable, a todo tipo de civilización.

El determinismo biológico impone en la conducta del hombre ciertos ciclos invariables que deben ser incorporados a toda cultura, refinada o primitiva, simple o compleja. Por razones teóricas y prácticas, la antropología, como teoría de la cultura, debe establecer una cooperación más estrecha con aquellas ciencias naturales que pueden proporcionarnos la respuesta específica a nuestros problemas. Así, por ejemplo, en el estudio de los diversos sistemas económicos relacionados con la producción, la distribución y el consumo de los alimentos, el asunto que concierne al dietista y al fisiólogo de la nutrición está fundamentalmente ligado con el trabajo antropológico. El especialista en nutrición puede establecer, en términos de proteínas, carbohidratos, sales minerales y vitaminas, la dieta óptima para el mantenimiento del organismo humano en estado de buena salud. Esta alimentación ideal, sin embargo, debe ser establecida con respecto a una cultura dada. La fórmula ideal recetada por un dietista no tiene importancia teórica ni práctica, a menos que se relacione con los recursos del medio y con el sistema de producción y posibilidades de distribución.
Según estudios realizados por el Instituto internacional de lenguas y culturas africanas, cuando se reclutaban obreros africanos para empresas de tipo europeo, como minas, plantaciones o factorías, se comprobaba habitualmente que los trabajadores estaban desnutridos con respecto a los esfuerzos que debían hacer para el cumplimiento de sus tareas. Se confirmó también, en investigaciones realizadas en varias tribus de África, que bajo el régimen de los nuevos esfuerzos exigidos por el cambio de cultura en general, se hace inadecuada su ración alimenticia, que era en el pasado suficiente. Así, es importante establecer los límites dentro de los cuales los organismos humanos mantienen disposición satisfactoria para el trabajo, teniendo en cuenta el consumo de alimentos, la proporción de oxígeno, el grado de temperatura y de humedad atmosférica o de la que actúa directamente sobre la piel; en una palabra, las condiciones mínimas del ambiente físico compatible con el crecimiento, el metabolismo, la protección contra los microorganismos y la reproducción suficiente.
El sistema marxista parte de la base de que la serie "hambre-alimento-saciedad" es la base última de toda motivación humana. La interpretación materialista de la historia presta énfasis en parte a la cultura material, esto es, a la riqueza, especialmente en su fase productiva. Sigmund Freud y sus discípulos convierten el impulso que nosotros hemos registrado modestamente como apetito sexual en algo así como un concepto metafísico de la líbido, y en función de su satisfacción y equilibrio, intentan explicar muchos aspectos de la organización social, la ideología y hasta los intereses económicos.

sábado, 28 de octubre de 2017

Análisis funcional de la cultura

Es claro que para lograr una conformidad con nuestra definición de la ciencia será necesario responder a un cierto número de cuestiones, planteadas, más que resueltas, en el análisis que precede. Tanto en el concepto de institución, como en el aserto de que cada cultura debe ser analizada de acuerdo con tales instituciones y también de que todas las culturas tienen como principal factor común una serie de tipos institucionales, va ya implícito un cierto número de generalizaciones o leyes científicas de los procesos y sus resultados.
Lo que necesitamos aclarar antes es la relación entre forma y función. Toda teoría científica debe partir de y conducir a la observación. Debe ser inductiva y verificable por la experiencia. En otras palabras, es menester que se refiera a experiencias humanas susceptibles de ser definidas, y que se manifiesten públicamente, es decir, que sean accesibles a cualquier observador; que sean periódicas, y en consecuencia impregnadas de generalizaciones inductivas en virtud de las cuales puedan ser predichas. Todo esto significa que, en último análisis, toda proposición de antropología científica debe referirse a fenómenos susceptibles de ser definidos por la forma, en el más objetivo sentido del término.
Cultura, como obra del hombre y como medio a través de los cuales logra sus fines (un medio que le permite vivir, establecer un nivel de seguridad, confort y prosperidad; que le proporciona poder y lo pone en condiciones de crear bienes y valores más allá de su realidad animal y orgánica), debe ser entendida como un medio para un fin, es decir, instrumental o funcionalmente.
Por lo tanto, si ambas aserciones son correctas, podremos dar una definición más clara de los conceptos de forma, de función y de las relaciones entre ambos.
El hombre modifica el medio natural en que vive. Ningún sistema organizado de actividades es posible sin una base física y sin un equipo de instrumentos. Sería posible demostrar que ninguna fase distintiva de cualquier actividad humana se produce sin el uso de objetos, herramientas, mercancías; en resumen, sin la intervención de elementos de la cultura material. Al mismo tiempo, no hay actividad humana, individual o colectiva, que podamos considerar como puramente fisiológica, es decir, "natural", o no regulada. Hasta la respiración, las secreciones internas, la digestión y la circulación se producen dentro del ambiente artificial en condiciones culturalmente determinadas. Los procesos fisiológicos del cuerpo humano son afectados por la ventilación, por la rutina y la calidad de los fenómenos nutritivos, por las condiciones de seguridad o peligro, de satisfacción o ansiedad, de temor o esperanza. A su turno, funciones tales como la respiración, la excreción, la digestión y las secreciones glandulares afectan a la cultura más o menos directamente y provocan el nacimiento de sistemas culturales referentes al alma humana, a la brujería o a concepciones metafísicas. Hay una constante interacción entre el organismo y el medio secundario dentro del cual vive, es decir, la cultura. En una palabra, los seres humanos viven de acuerdo con normas, costumbres, tradiciones y reglas que son el resultado de una interacción entre los procesos orgánicos, la actividad del hombre y el reacondicionamiento de su ambiente. Tenemos aquí, por consiguiente, otro integrante importantísimo de la realidad cultural: si lo llamamos norma o costumbre, hábito o mos, poco importa. Por simple razón de simplicidad, usamos el término costumbre para abarcar todas las formas tradicionalmente reguladas y estandarizadas de la conducta. ¿Cómo podemos definir este concepto a fin de destacar claramente su forma, facilitar en consecuencia su enfoque científico y relacionar luego esta forma con su función?
La cultura, sin embargo, incluye también algunos elementos que permanecen aparentemente intangibles, fuera del alcance de la observación directa, y cuya forma ni cuya función resultan muy evidentes. Nos referimos, por lo común, a ideas y valores, a intereses y creencias; analizamos motivos en los cuentos populares y concepciones dogmáticas en las investigaciones sobre la magia o la religión. ¿En qué sentido podemos hablar de forma cuando encaramos la creencia en un dios o la tendencia hacia el animismo o el totemismo?
Algunos sociólogos parten de la base del acuerdo colectivo, de una sociedad hipostática, considerada como "el ser moral objetivo, que impone su voluntad sobre sus miembros". Es claro, sin embargo, que no puede ser objetivo lo que no es accesible a la observación. Muchos investigadores que se ocupan del análisis de la magia o la religión, del conocimiento primitivo o la mitología, se satisfacen con la descripción en términos de psicología individual introspectiva. En esto no es posible obtener una decisión final entre una teoría y otra, entre un supuesto o conclusión y el contrario, apelando a la observación, desde que obviamente sobre aquellos asuntos no podemos observar los procesos mentales ni del salvaje ni de persona alguna. Tenemos, por lo tanto, una vez más, la tarea de definir la concepción objetiva de lo que, provisionalmente, podríamos considerar como la porción espiritual de la cultura, indicando, al mismo tiempo, la función de la idea, la creencia, el valor y el principio moral.
Resulta probablemente claro ahora, que el problema que estamos encarando aquí y tratando de resolver con cierta corrección, es el problema fundamental de toda ciencia: el de establecer la identidad de sus fenómenos.
Quien esté familiarizado con las controversias históricas, sociológicas o antropológicas, no puede negar que este problema aún espera solución y que la ciencia de la cultura carece todavía de verdaderos criterios significativos (esto es, criterios respecto a qué y cómo observar, qué comparar y cómo demostrarlo, y qué huellas rastrear en la evolución y la difusión). Mientras muchos antropólogos están de acuerdo en que la familia, por lo menos, es una verdadera unidad cultural que puede ser identificada y rastreada universalmente, en toda la extensión del género humano, hay no pocos que discuten la existencia de esta institución.
Así, la tarea de establecer los criterios identificativos, por una parte en la teoría y en el trabajo de campo por otra, es quizás la contribución más importante en el sentido de hacer científico el estudio del hombre. Cuando el investigador de campo que establece por primera vez su residencia en el pueblo cuya cultura desea conocer, registrar y presentar al mundo, encara desde luego el problema de qué significa identificar un hecho cultural, desde que, evidentemente, identificar es lo mismo que comprender. Nosotros comprendemos la conducta de otra persona cuando podemos dar razón de sus motivaciones, sus impulsos, sus costumbres, es decir, su total reacción ante las condiciones en que se encuentra.
Las acciones, los ordenamientos materiales y los medios de comunicación que son más directamente significantes y comprensibles, son aquellos vinculados con las necesidades orgánicas del hombre, con la emociones y con los medios prácticos de satisfacer esas necesidades. Cuando los individuos comen o descansan, cuando sienten atracción recíproca o se comprometen en el noviazgo, cuando se calientan junto al fuego, duermen en una tarima, acarrean alimentos y agua para preparar una comida, no nos hallamos perplejos, no tenemos dificultad en proporcionar una relación clara o poner al cabo de lo que realmente ocurre a miembros de culturas diferentes. El resultado infeliz de este hecho básico es que los antropólogos han seguido a sus inexpertos predecesores y han descuidado un poco estas fases elementales de la existencia humana, por cierto no sensacionales, pero tampoco carentes de problemas. Y aun es evidente que una selección de las particularidades exóticas, llamativas y extrañas, divergentes de la tendencia universal de la conducta humana, no es en sí misma una selección científica, porque las más ordinarias satisfacciones de las necesidades elementales son muy importantes para toda conducta organizada.
Cualquier teoría de la cultura debe partir de las necesidades orgánicas del hombre, y si logra relacionar las más complejas e indirectas, pero quizá más imperativas necesidades, del tipo de las que llamamos espirituales o económicas, nos habrá proporcionado una serie de leyes generales que tanto necesitamos para una cabal teoría científica.
Cuando la conducta humana comienza a parecer extraña, alejada de las necesidades y de las costumbres (el corte del cuero cabelludo o la adoración de un tótem), decimos que pertenecen al campo de la magia o de la religión, y que son debidas, o al menos así nos lo parecen, a deficiencias en la razón o el entendimiento primitivo. Cuanto menos estén relacionadas esas conductas con las necesidades fisiológicas, más entraremos en la especulación antropológica. Pero esto es verdad sólo en parte. Un buen número de exóticas y extrañas conductas hacen referencia a la comida, al sexo y al crecimiento o decadencia del cuerpo humano. El canibalismo y los alimentos "tabú", el matrimonio y las costumbres de parentescos, los diferentes tipos de enterramientos, forman comportamientos culturalmente determinados, que pueden resultarnos extraños, pero, sin duda, se producen inevitablemente por reacciones emocionales.
Si queremos encarar los inconvenientes y complejidades de los modos de comportamiento culturales, debemos relacionarlos con los procesos orgánicos del cuerpo humano y con aquellas fases concomitantes de la conducta que llamamos deseo o impulso, emoción o disturbio fisiológico, y que, por una razón u otra, deben ser regulados y coordinados por el conjunto de elementos de la cultura.

sábado, 22 de julio de 2017

Tipos universales de instituciones

Si bien instituciones tales como la familia, el estado, el grupo de edad o la congregación religiosa varían de una a otra cultura, y, en algunos casos, dentro de la misma, es posible formular una lista de tipos o clases representativos de todas las culturas. En otras palabras, el tipo de actividades basadas en un permanente contrato matrimonial en el cual la reproducción, la educación y la cooperación doméstica son los intereses dominantes, puede ser considerado como un rasgo de cultura universal. Intentemos formular esa lista. Puede ser concebida como una guía útil para cualquier investigador de campo que parte para un área civilizada o salvaje no estudiada previamente e intenta rastrear, observar y registrar todos los tipos importantes de conducta organizada. Una lista tal sería asimismo útil medida en la investigación comparativa, ya se oriente en el sentido evolucionista, ya en el difusionista o histórico. Constituiría también la prueba de que, en cierto sentido, cada cultura debe basar el fundamento de toda concreta y organizada combinación intencional de seres humanos, en los grupos de actividades establecidos.
Con el propósito de redactar esa lista, sería lo mejor considerar los principios generales que ligan a los seres humanos entre sí y los amalgaman en grupos permanentes. Ante todo, tenemos, desde luego, el hecho de la reproducción. En todas las sociedades humanas, la reproducción, es decir, la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos, conduce a la formación de grupos pequeños, pero en extremo importantes. Podemos en consecuencia hablar del principio integrativo de la reproducción o del parentesco, ya se trate de relaciones consanguíneas o matrimoniales. Bajo este encabezamiento, deberíamos anotar instituciones tales como la familia, incluyendo el contrato de matrimonio, las reglas de filiación y las leyes que rigen la vida doméstica. Los lazos de paternidad, la vinculación recíproca entre padres e hijos, tienden siempre a extenderse y conducen a la formación de más extensos grupos de parientes.
Están éstos constituidos por aglomeraciones de familias simples bajo la autoridad de un patriarca y llegan hasta formar los llamados grupos de parentesco, designados habitualmente por términos como clan, sib, gens o fatría. Como es bien sabido, hay buen número de distingos entre descendientes matrilineales y patrilineales, matrimonios matri o patrilocales, el sistema dual y el de clanes poligámicos, etc. A despecho de las varias controversias acerca de los "orígenes" del matrimonio y de la familia, de la real significación del clan y de los sistemas clasificatorios de parentesco, en sus manifestaciones lingüísticas o de cualquier clase, el hecho indudable es que ningún competente investigador de campo puede estudiar una tribu sin haberse familiarizado muy bien con la teoría general de la vida familiar primitiva, la ley de descendencia y la formación de más extensos grupos de parientes. Podríamos, por lo tanto, anotar en una especie de condensado resumen, que bajo el principio de la reproducción como integrador social debe ser estudiada la ley del matrimonio, de la filiación y del parentesco, así como todas las consecuencias con respecto a la estructura social.
Otro principio general de agrupamiento es el de la proximidad y contigüidad. La esencia de la vida social es la cooperación. Los individuos pueden intercambiar servicios, trabajar juntos y confiar en complementarse recíprocamente según las tareas y las aptitudes, cuando están uno al alcance del otro. Y a la inversa, quienes son vecinos próximos deben llegar a cierto acuerdo respecto de buen número de puntos, como de marcar sus derechos de residencia y el uso de los objetos de interés y utilidad generales. Algunas veces deben ellos actuar conjuntamente, cuando algún peligro, calamidad o negocio urgente los induce a la acción. Como es obvio, el más pequeño grupo de vecindad es el hogareño, de modo que esta serie se inicia con la misma institución familiar. Además, encontramos invariablemente algunas formas de organización que comprenden cierto número de familias y otras unidades de parentesco.
El grupo local puede ser una horda nómada, una aldea sedentaria, un pueblo pequeño o simplemente el conjunto de villorrios o habitaciones dispersas. Desde que, como antes hemos señalado, hay evidentes ventajas en esta organización, en tanto que la falta de ella es inconcebible, pues dejaría una serie de candentes cuestiones sin resolver, es siempre posible determinar la institución que podríamos denominar municipio o grupo local en el más amplio sentido del término. El principio de la propincuidad, como el del parentesco, puede ser extendido varios grados. En este caso con mucha mayor latitud, y de acuerdo con la situación, podríamos hablar de áreas, distritos, provincias, en conjunto o aisladamente, siempre que tuviéramos en cuenta que los consideramos como instituciones en tanto que estén organizados. La más amplia de estas unidades territoriales de cooperación potencial, intercambio de servicios y comunidad de intereses, sería la tribu en el sentido cultural de la palabra.
Otro principio natural de distinción y de integración está relacionado con la anatomía y la fisiología humanas. Los seres humanos difieren entre sí en cuanto al sexo, la edad, y, mucho menos significativamente, desde el punto de vista de ciertos estigmas innatos, deficiencias o condiciones patológicas. Dondequiera que se establezca una organización que agrupe a los varones con exclusión de las mujeres, podemos decir que existen grupos institucionalizados que se basan en el sexo. Esto ocurre habitualmente como resultado de otras actividades. Aun en las tribus primitivas hay una división colectiva de funciones entre hombre y mujeres. Sólo muy raramente, como, por ejemplo, en algunas tribus australianas, encontramos una neta división entre clanes totémicos masculinos y femeninos. Más frecuentemente, la organización basada en el sexo está vinculada con otro sistema que mencionaremos a continuación: el de los grupos de edad. Este fenómeno está ampliamente definido y, en cierto sentido, es universal.
Se manifiesta desde la cultura más primitiva hasta nuestra moderna civilización occidental, en el sentido de que determinan ciertas etapas de la vida humana a las cuales corresponden períodos como la infancia y, en cierto grado, la mocedad, de completa dependencia del medio social, el de aprendizaje y ejercitación; el de la adolescencia, entre la madurez sexual y el matrimonio; el de la plena participación en la vida del grupo y finalmente el lapso de la senectud. Este último se asocia ya con una gran influencia en los asuntos de la tribu o del estado, lo cual se designa con el término de gerontocracia, de sentido etnográfico; o ya significa simplemente que a los ancianos y ancianas se les permite vegetar, al margen virtualmente de la activa corriente de la vida colectiva. En algunas culturas, anormalidades físicas y mentales constituyen la base de una nueva organización de grupos.
El principio de asociación, esto es, el agrupamiento voluntario por iniciativa individual, debe ser distinguido de los otros ya enumerados. La participación en sociedades secretas, en clubs, en equipos recreativos o en fraternidades artísticas, se basa en este principio. Aquí también tenemos un tipo de fenómeno institucional que puede hallarse, al menos en sus formas rudimentarias, aun entre los pueblos más primitivos, pero que se manifiesta a lo largo de todas las etapas evolutivas, siendo tan evidente en nuestra propia cultura como entre los polinesios o los negros del África occidental. En este caso, como en el sistema de grupos de edad arriba mencionado, encontramos con frecuencia un sistema de ritos de iniciación, a veces una función económica accesoria, ya estrictamente secreta y misteriosa, ya manifiesta y pública.
El quinto principio integrativo, de gran importancia, que se desarrolla en la evolución del género humano, es el de la habilidad profesional, el aprendizaje y la prelación. Éste es, evidentemente, un principio mucho menos específico, porque las distinciones en lo que respecta al trabajo, al adiestramiento, a la diferenciación de actividades típicas, varían más de una cultura a otra, que los distingos basados en las necesidades reproductivas o territoriales. No obstante, hallamos invariablemente en todas las culturas instituciones relacionadas con la producción, distribución y consumo de alimentos y otros bienes. Encontramos, así, conjuntos cooperativos entre los más simples recolectores de alimentos, entre los cazadores, pescadores y agricultores. Hallamos congregaciones mágicas y religiosas como el clan totémico, el grupo de parentesco aglutinado por el culto del antepasado común, y la tribu en conjunto o las subdivisiones que adoran a una divinidad natural. Con frecuencia los magos y brujos se organizan en grupos profesionales, ya en la realidad, ya en la creencia tradicional de la tribu.
Resulta claro que, a medida que la cultura progresa, las varias y específicas tareas funcionales se diferencian gradualmente y se incorporan a una institución determinada. La educación debe existir aun entre los más primitivos; en rigor, debió haber estado presente desde los orígenes mismos de la humanidad, como toda transmisión tradicional de técnicas, ideas y valores. Pero la educación está incorporada a la familia, al grupo local, a la asociación de jugadores, a los grupos de edad y a los gremios de artesanos donde el novicio recibe su enseñanza. Instituciones especiales para adoctrinamiento de la juventud, como escuelas, colegios y universidades, son unas de las más nuevas conquistas del hombre. De la misma manera, el verdadero conocimiento y hasta la cienca están presentes en las más tempranas etapas de la cultura, pero la investigación organizada se institucionaliza sólo en los altos niveles de su desenvolvimiento. Y lo mismo ocurre con las leyes y la producción industrial, las instituciones caritativas y las profesiones como la medicina, el profesorado, el comercio y la ingeniería.
En los grados culturales muy bajos, los rudimentarios grupos económicos, mágico-religiosos, artísticos y recreativos dependen de las primitivas formas de especialización.
El distingo basado en el "status" y el rango, la formación de clases y castas, no se presentan en los grados culturales muy primitivos; pero aparecen con el desevolvimiento de la riqueza, del poder militar, de la conquista y, por lo tanto, con la estratificación étnica. En este último sentido podríamos haber introducido el principio racial como uno de los que pueden llegar a institucionalizarse; tal el caso de las castas de la India, las dos o tres sociedades estratificadas del Sudán y del África oriental y, en cierto grado, las varias discriminaciones raciales y demás medidas en nuestra propia sociedad.
Si quisiéramos ahora averiguar cómo y en virtud de qué principios estas varias instituciones se integran en conjuntos definidos y autónomos, deberíamos hacer una importante distinción. El panorama etnográfico del mundo demuestra que en todos los continentes hay límites bien definidos que separan, unas de otras, las entidades culturales que los antropólogos llaman tribus. En este sentido, la unidad de estos grupos, geográficamente definidos, consiste en la homogeneidad de la cultura. Dentro de los límites de la tribu, el imperio de una misma cultura se extiende de un extremo al otro. Sus miembros hablan todos el mismo idioma, aceptan la misma tradición en la mitología y en el derecho, en los valores económicos y en los principios morales. Con esto, corre paralela una semejanza de técnicas y herramientas, de gustos y bienes destinados a los consumidores. Ellos luchan, cazan, pescan y cultivan el suelo con el mismo tipo de utensilios y armas; se casan de acuerdo con idéntica ley de matrimonio y filiación. De este modo, los miembros de tal grupo pueden comunicarse por medio de la palabra, intercambiar servicios y movilizarse todos para una empresa común.
Estos grupos culturalmente unificados son el prototipo o antecedente de la nación en el sentido moderno. Describimos nación como un todo integrado por instituciones, en parte autónomas, pero también interdependientes. En este sentido, nacionalidad significa unidad en la cultura.
Hay, sin embargo, otro principio de integración hasta ahora omitido, es el de autoridad en el amplio sentido del término.
Autoridad significa el privilegio y el deber de tomar decisiones, de resolver en casos de disputa o desacuerdo y también de poder hacer respetar por la fuerza tales decisiones. La autoridad es la verdadera esencia de la organización social. Por lo tanto, no puede estar ausente de ninguna organización institucional aislada. No obstante, hay instituciones cuya cohesión se logra principalmente por el uso de la fuerza efectiva. Podemos definirlas como instituciones políticas, y hablar de un coeficiente o porción política determinada, en la familia, la municipalidad, la provincia o hasta los grupos económicos o religiosos. La importancia real de este principio comienza, sin embargo, con el desarrollo de las organizaciones militares y con su intervención en el ataque y la defensa. La tribu como unidad cultural existió probablemente mucho antes de que la tribu política llegara a organizarse sobre el principio de la fuerza. Entre los aborígenes australianos o entre pueblos tales como los vedas, los fueguinos, los pigmeos y los andamaneses, no podemos hablar de organización política de la tribu; sin embargo, en algunas comunidades algo más desarrolladas, en Melanesia y entre los habitantes de Oceanía que hablan el polinesio, el grupo político o estado originario se halla habitualmente asociado con la subdivisión de la tribu. En una etapa más avanzada, ambas unidades coinciden y entonces podemos hablar del prototipo del estado-nación.

Esta lista es una exposición basada completamente en el sentido común, e indica que en toda cultura se han de hallar ciertos tipos de organización. Desde el punto de vista de la observación etnográfica, esta lista tiene un valor preliminar, en el sentido de que induce al investigador a contestar positiva o negativamente una serie de cuestiones que deben plantearse con claridad si se desea llegar a la caracterización de una cultura no estudiada todavía.
Sería bueno insistir en la importancia teórica de esta lista. Establece, ante todo, en la columna de la izquieda, que la reproducción, la distribución territorial, las distinciones fisiológicas y profesionales producen definidos tipos de agrupamiento. Afirma también que esas instituciones tienen existencia universal, y que el modo de integración del grupo cooperativo más amplio, basado en la homogeneidad cultural y el poder político, es esencial para nuestro conocimiento de una comunidad.
Esas instituciones resuelven a su vez otra serie de problemas universales. Y precisamente la solución a estos problemas, es la función de los distintos tipos de instituciones, lo que conduce a un primario determinismo. Mientras que la reproducción representa un determinante fundamental en cada sociedad, el principio basado en el territorio es formal e indica sólo que, dados ciertos intereses vitales que deben ser satisfechos en común, es indispensable un asiento espacial, puesto que las personas deben estar unas al alcance de otras para cooperar entre sí.

domingo, 26 de marzo de 2017

Actividades y reglas de las instituciones

Los seres humanos forman parte de grupos tradicionales desde su nacimiento o por incorporación posterior. En ciertos casos, ellos organizan o instituyen dichos grupos. Se define el cuerpo de normas constitutivas de una institución como el sistema de valores para cuyo logro los seres humanos se organizan o se incorporan a organizaciones existentes. Por otro lado, se define el elemento humano de la institución como el grupo regulado por precisos principios de autoridad, división de funciones y distribución de privilegios y deberes. Constituyen las reglas o normas de una institución, las destrezas técnicas adquiridas, los hábitos, los preceptos legales o mandamientos éticos que son aceptados por los miembros o a ellos impuestos. Resulta claro, tal vez, que tanto la organización de las personas como la naturaleza de las reglas seguidas están definidamente relacionadas con aquellas normas constitutivas. Ambos términos, el conjunto humano y las reglas, derivan y dependen de su constitución normativa.
Toda organización está invariablemente basada sobre la íntima correspondencia con el ambiente material que la circunda. Ninguna institución está suspendida en el aire o flota de manera vaga e indefinida a través del espacio.
Todas descansan sobre un substrato material, esto es, en un reservado sector de elementos ambientes, constituido por riqueza, instrumentos y también una porción de beneficios que se acrecientan como resultado de las actividades concertadas. Organizado sobre la base de un cuerpo de normas, actuando de acuerdo con la cooperación social, siguiendo las reglas de su ocupación específica, usando y disponiendo de un equipo material, el grupo se empeña en el cumplimiento de sus actividades.
La distinción entre actividades y reglas es clara y precisa. Las primeras dependen de la destreza, del poder, de la honestidad, de la buena intención de los miembros. Ellas invariablemente se desvían de las reglas, que representan el cumplimiento ideal, no necesariamente su realidad. Por otra parte, las actividades están incorporadas a la conducta concreta en tanto que las reglas con frecuencia se manifiestan sólo en preceptos, textos y regulaciones. Por fin, introducimos el concepto de función, esto es, el resultado integral de actividades organizadas, distinguible por consiguiente del cuerpo de normas, vale decir, del objetivo, del fin nuevo o tradicional que se tiende a lograr. La distinción es esencial.

Todo tipo de actividad efectiva debe organizarse de una sola y determinada manera, en virtud de la cual llegue a estabilizarse culturalmente, esto es, a incorporarse a la herencia cultural de un grupo.
El diagrama anterior parte de las siguientes proposiciones: cada institución, o sea, un tipo organizado de actividad, tiene una estructura definida. Con el propósito de observar, comprender, describir y hablar teóricamente acerca de una institución, es necesario analizarla de la manera aquí indicada. Esto es aplicable al trabajo de campo y a cualquier estudio comparativo entre distintas culturas, a los problemas de antropología aplicada y sociología, y en verdad a cualquier enfoque científico, en materias en las cuales la cultura es el asunto principal. Ningún elemento, rasgo, costumbre o idea puede ser definida, a menos que se la ubique dentro de su manifiesto y verdadero marco institucional. La institución es la verdadera unidad del análisis cultural. Afirmamos pues que resultará incorrecto cualquier otro tipo de discusión o demostración que sólo considere rasgos aislados o complejos que no sean los que integran la estructura institucional.

sábado, 27 de agosto de 2016

Teoría de la conducta organizada

El rasgo esencial de la cultura tal como la vivimos y experimentamos, como la podemos observar científicamente, es la organización de los seres humanos en grupos permanentes. Tales hechos están relacionados por cierto acuerdo, por leyes o costumbres tradicionales, por algo que corresponde al contrato social de Rousseau. Los vemos siempre cooperando dentro de un determinado ámbito material: un sector de ambiente geográfico reservado para su uso, un equipo de herramientas y artefactos, una porción de riqueza que les pertenece por derecho. En esa cooperación ellos siguen tanto las reglas técnicas de su status o profesión, las normas sociales de etiqueta y consideraciones consuetudinarias, como las costumbres religiosas, jurídicas y morales que conforman su conducta. Es siempre posible también definir y determinar sociológicamente qué efecto producen las actividades de un grupo humano así organizado, qué necesidades satisfacen, qué servicios presta cada uno a sí mismo y a la comunidad en su conjunto.
Será bueno hacer aceptable esta general aserción por medio de una breve referencia empírica. Consideremos primero bajo qué condiciones la iniciativa privada llega a ser un hecho cultural. La invención de un nuevo recurso tecnológico, el descubrimiento de un principio nuevo, la formulación de una idea novedosa, una revelación religiosa o un movimiento estético o moral, permanecen culturalmente intrascendentes a menos que se traduzcan en una serie organizada de actividades cooperativas. El inventor debe sacar patente y formar una compañía para la producción de su invento. Debe, ante todo, convencer a alguien que éste rendirá al ser industrializado, y luego persuadir a otros de que el artículo es digno de adquirirse.
Hay que constituir y reglamentar una compañía, procurar el capitar, desarrollar las técnicas y por fin lanzar la campaña industrial. Ésta consiste en actividades productivas, comerciales y de propaganda que pueden tener éxito o fracasar; en otras palabras, puede cumplir una definida función económica satisfaciendo una nuevas necesidad después de haberla hecho nacer o bien satisfacer más cumplidamente una necesidad existente.
De la misma manera, un descubrimiento científico debe también ser corporizado y controlado a través del equipo material de un laboratorio, de la observación experimental, de los datos estadísticos y hasta de su publicación. Debe convencer a cierto número de personas y ser susceptible de aplicarse prácticamente o por lo menos vincularse con otras ramas de conocimiento, y sólo entonces puede decirse que ha cumplido la precisa función científica de hacer acrecentado nuestro saber.
Si debiéramos examinar desde este punto de vista cualquier movimiento, como por ejemplo el nudismo o la natalidad controlada, veríamos que en todos y en cada uno sería posible comprobar un cierto acuerdo sobre la expresión de un propósito común entre los participantes del movimiento.
Deberíamos también estudiar la organización de tal movimiento con respecto a su gobierno, derechos de propiedad, división de funciones y actividades, deberes y beneficios derivados. Sería necesario también registrar las reglas técnicas, éticas, científicas y legales o cuasi legales que regulan la conducta del grupo; sería bueno, además, confrontar estas reglas con la conducta actual de los individuos. Finalmente, tendríamos que aclarar la posición del grupo en cuanto se relaciona con la comunidad como un todo; esto es, definir su función.


De acuerdo con nuestros principios, hemos partido de nuestra propia civilización, convencidos de que la antropología puede también comenzar por casa. Empezamos también analizando si cualquier idea, invento, revelación religiosa o norma ética tienen importancia social o cultural sin haber sido organizados. Nuestra respuesta fue claramente negativa. Un punto de vista, un movimiento ético, el más grande descubrimiento industrial, son culturalmente nulos y vanos, en tanto estén confinados en el cerebro de una persona. Si hubiera Hitler desarrollado todas sus doctrinas raciales, todas sus visiones de una Alemania nazificada, y de un mundo esclavizado a sus legítimos amos, los nazis alemanes; si hubiera ultimado a todos los judíos, polacos, holandeses y al pueblo inglés, y llevado adelante la conquista del mundo; si hubiera hecho todo esto sólo en su mente, el mundo habría sido más feliz y a su vez la ciencia de la cultura librada de uno de sus más monstruosos si bien más esclarecidos ejemplos, de cómo la iniciativa privada, cayendo en suelo fértil, puede conducir al desastre y a la matanza universales, al hambre y a la corrupción. Podríamos hacer exposiciones similares en diferente tono acerca de los descubrimiento de Isaac Newton, de las obras de Shakespeare, de las ideas de Mahoma o San Francisco y aun sobre el mismo fundador de la Cristiandad. 
Ni a la historia, ni a la sociología, ni a la antropología conciernen aquello que ocurre en la mente de un individuo, pero permanece en ella cualquiera sea el caudal de genio, visión, inspiración y malignidad que pudiera encerrar. De allí el principio general desarrollado, según el cual la ciencia de la conducta humana comienza cuando ésta se organiza.
Hay, sin embargo, tipos de actividades concertadas, que no son debidos al desenvolvimiento de una iniciativa individual dentro del movimiento histórico donde aquéllas se cumplen. Todo ser humano nace en el seno de una familia, una religión, un sistema de conocimiento, y con frecuencia en un estrato social o bajo una constitución política que, habiendo probablemente existido desde antiguo, no son modificados ni alterados durante su existencia. Séanos permitido, por lo tanto, complementar nuestro análisis precedente y mirar a nuestro alrededor, observar nuestras propias actividades en un día de trabajo o en la historia de una vida. Comprobaremos una vez más que dondequiera y en todo acto concreto el individuo puede satisfacer sus intereses o necesidades y llevar a cabo cualquier acción sólo dentro de los grupos organizados y por medio de la organización de las actividades. Considerad vuestra propia existencia o la de cualquiera de vuestros amigos o relaciones. El individuo duerme y se despierta en su casa, en un hotel, en un compamento o en alguna institución, sea un monasterio o el internado de un colegio. Cada uno de éstos representa un sistema de actividades organizadas y coordinadas en el cual se prestan y reciben servicios; en el que se provee de un abrigo material con mínimo o máximo "confort"; donde se vive a costa de alguien o se paga por ello; que reúne un grupo organizado de personas que lo administran, y que está sometido a una serie de reglas, más o menos codificadas, que los ocupantes deben seguir.
La organización de todas y cada una de estas instituciones, ya sea de mera residencia, doméstica o correcionales, está basada en una ley constitucional, en un conjunto de valores y convenios. Cada una de ellas satisface una serie de necesidades de los integrantes y de la sociedad en general y cumple de este modo una función. A menos que se trate de un monasterio, el individuo, después de despertarse, realiza las indispensables actividades higiénicas, toma su desayuno y sale. Se dirige luego al lugar de sus negocios, compra algo o pregona sus mercancías o sus ideas en alguna de las formas de venta. En todos los casos sus actividades están determinadas por su relación con algún asunto comercial o industrial, con una escuela o institución religiosa, con una asociación política u organización recreativa en las cuales es autoridad o subordinado. Si examináramos la conducta diaria de cualquier individuo, varón o mujer, joven o viejo, rico o pobre, hallaríamos que todas las fases de su existencia deben relacionarse con uno u otro de los sistemas de actividades organizadas en los que puede ser subdividida nuestra cultura, a la cual aquéllos, en su conjunto, constituyen. Hogar y negocio, residencia y hospital, club y escuela, comité político e iglesia, en todas partes hallamos un lugar, un grupo, un conjunto de normas, reglas de técnica, un estatuto y una función.
Un análisis más profundo mostraría, además, que en cada caso tenemos un fundamento muy claro y definido en el estudio del ambiente material, con los objetos específicos que le pertenecen, como los edificios, el equipo y el capital incorporado a una institución. Hallaríamos también que para formarnos una idea clara de un club atlético o de un laboratorio científico, de una iglesia o un museo, deberíamos estar familiarizados con las reglas legales, técnicas y administrativas que coordinan las actividades de los miembros.
El personal que corre con el funcionamiento de cualquiera de las instituciones recién mencionadas, debe ser sometido al análisis como un grupo organizado. Esto significa que debemos establecer la jerarquía, la división de funciones y el "status" legal de cada miembro, así como su relación con los otros. Las reglas o normas, sin embargo, son expresadas invariablemente como una definición de la conducta ideal. El examen de este ideal con referencia a la realidad presente es una de las tareas más importantes del antropólogo o del sociólogo dedicado al trabajo científico de campo. Por eso hemos distinguido siempre en nuestro análisis, clara y explícitamente, las reglas o normas, de las actividades.
La organización de cada uno de los sistemas de estas últimas, implica también aceptar ciertos valores y leyes fundamentales. Se trata siempre del ordenamiento de ciertas personas para un propósito determinado, que ellas mismas aceptan y que la comunidad reconoce. Aun suponiendo que consideráramos una banda de criminales, veríamos que ellos tienen también su propia ley, la cual define sus objetivos y propósitos, en tanto que la sociedad, especialmente por medio de sus órganos legales, califica tal organización como criminal, esto es, peligrosa, y como algo que debe ser descubierto, desarraigado y sometido a castigo. Así, una vez más, se ve claro que el cuerpo de normas constitutivas, esto es, el objetivo u orientación del grupo, y la función, o sea, el resultado integral de las actividades, deben ser claramente distinguidos. Las normas constitutivas representan la idea de la institución, tal como es concebida por sus miembros y definida por la comunidad. La función, en cambio, es el papel que la misma institución juega dentro del esquema total de la cultura, según resulta de la investigación sociológica en un grupo evolucionado o primitivo.
En resumen, si quisiéramos describir la existencia individual en nuestra propia civilización o en cualquier otra, deberíamos ligar estas actividades con el esquema social de la vida organizada, es decir, con el sistema de instituciones que en tal cultura prevaleciera.
Una vez más: la mejor descripción de cualquier cultura en términos de concreta realidad, consistirá en precisar y analizar todas las instituciones en virtud de las cuales se considera organizada.
Este tipo de enfoque sociológico ha sido practicado por historiadores y especialistas en economía, en política y en varias otras ramas de la ciencia social, en sus valoraciones de culturas y sociedades. El historiador trata frecuentemente acerca de las instituciones políticas. Al economista conciernen, desde luego, las instituciones organizadas para la producción, el tráfico y el consumo de los bienes. Aquellos que se interesan por la historia de la ciencia o de la religión y nos ofrecen análisis comparativos de sistemas de conocimiento o de creencia, tratan también en primer término, con más o menos éxito, acerca de los fenómenos del conocimiento y de la fe del hombre, considerados como entidades organizadas. No obstante, con referencia a lo que se llama habitualmente aspectos espirituales de la civilización, y desde el punto de vista de la organización social, este sensato y sustancial enfoque no ha sido siempre reconocido. Las historias del pensamiento filosófico, de la ideología política, de los descubrimientos o de la creación artística han descuidado con frecuencia el hecho de que cualquier forma de inspiración individual puede llegar a constituir plenamente una realidad en la cultura, sólo en el caso de que sea capaz de captar la opinión pública de un grupo, dotar a la inspiración de medios materiales para expresarse e integrar de este modo una institución.
El economista, por otra parte, se inclina con frecuencia a menospreciar la circunstancia de que, si bien es cierto que los sistemas de producción y de la propiedad determinan incuestionablemente el nivel de las manifestaciones de la vida humana, son a su turno determinados por formas de conocimiento y de ética. En otras palabras, la extrema posición marxista, que consideraría la organización económica como el determinante supremo de la cultura, parece subestimar dos puntos cardinales del análisis aquí ofrecido: en primer término, el concepto de normas constitutivas en virtud de las cuales encontramos que todo sistema de producción depende del conocimiento, del nivel de vida (definido a su vez por una serie de factores culturales) y del orden legal y político; en segundo lugar, el concepto de función, por el cual comprobamos que la distribución y consumo de los bienes dependen tanto del carácter total de una cultura como de la producción misma.
Suponiendo que pasáramos de nuestra propia cultura a otra más exótica, hallaríamos exactamente las mismas condiciones. La civilización china difiere de la nuestra en la organización de la vida familiar y con respecto al culto de los antepasados; en la disposición de las ciudades y su estructura municipal; en la vigencia del sistema de clan y, por lo tanto, también en el ordenamiento económico y político del país. Estudiando una tribu australiana, conoceríamos los pequeños grupos familiares, las hordas en las cuales las familias se agrupan, el matrimonio según las clases, los grupos de edad y los clanes totémicos. La descripción de cada uno de estos complejos adquirirá significación y resultará comprensible sólo si relacionamos la organización de la sociedad con su ambiente material; si podemos registrar el código de reglas de cada grupo y, sobre todo, mostrar cómo los nativos lo derivan de algunos principios generales que tienen siempre el antecedente legendario, histórico y mitológico de una antigua revelación originaria. Vinculando los tipos generales de actividad y sus efectos en la vida total, podríamos apreciar la función de cada sistema de actividades organizadas, y así mostrar cómo concurren para proveer a los nativos de alimento y vivienda, de adiestramiento y de orden de sistemas orientadores dentro de su ambiente, y por fin de creencias, gracias a las cuales estos pueblos logran por sí mismos armonía con el destino general de su vida.
Así, tanto en las comunidades primitivas como en las civilizadas, vemos primero y ante todo que cualquier acción humana efectiva encamina a la conducta organizada. Comenzamos a percibir que ésta puede ser sometida a un definido esquema analítico. El tipo de tales instituciones o aspectos aislados de la conducta organizada presenta ciertas similitudes fundamentales a través del amplio ámbito de las variaciones culturales. Podemos ahora, por otra parte, definir explícitamente el concepto de institución como la legítima unidad aislable en el análisis cultural.