Las reglas de conducta se conocen y son transmitidas por tradición. En nuestro concepto del cuerpo de normas, que es crucial para nuestro análisis de las instituciones, nos referimos a códigos de normas constitucionales, a las concepciones mitológicas y a los valores que estimulan e integran la conducta de un grupo organizado.
Todo esto permanece en cierto modo en el aire mientras no podamos definir, desde el punto de vista de nuestro análisis de la cultura, fenómenos tales como el lenguaje, la tradición oral o escrita, la naturaleza de ciertos conceptos dogmáticos dominantes y el modo por el cual sutiles reglas morales se incorporan a la conducta. Cualquiera sabe que todo esto está basado principalmente en la enseñanza verbal o en textos lingüísticos, vale decir, en pleno dominio del simbolismo. Éste es un integrante esencial de toda conducta organizada, que debe nacer con la más temprana aparición de la actividad cultural; y que puede ser sometido a la observación y al análisis teórico como un hecho objetivo, en la misma medida en que podemos observar objetos materiales, reacciones colectivas de los grupos o definir la forma de una costumbre. La tesis central aquí sostenido es que el simbolismo, en su naturaleza esencial, es la modificación del organismo que permite la transformación de un impulso fisiológico en un valor cultural.