domingo, 14 de mayo de 2017

El ejército romano

Los romanos entendían la guerra como una disciplina, como una ciencia y un arte que se aprenden. La práctica del ejercicio fue la razón del éxito del ejército romano. Un buen general debía saber mantener el orden de marcha de su ejército y organizar un asedio con eficacia.
Gracias a la sabiduría con que estuvo organizado el ejército romano, Roma conquistó todo el mundo. Para ello utilizó el sentido práctico. La organización del ejército romano estaba basada en la unión y concentración de fuerzar para rechazar al enemigo. Para luchar, eran necesarios hombres fuertes y ejercitados para la defensa. De ahí procede el nombre de "ejército". Estos hombres no podían ser cualesquiera, sino los escogidos. De ahí viene el nombre de "legión", del latín "legere", "escoger".
La unidad militar fue la legión. Cada legión se dividía en 42 centurias, es decir, 4.200 hombres. Estos hombres se dividían en seis filas, de la siguiente manera:
  • 500 hoplitas (soldados con armadura completa)
  • 2.000 hoplitas
  • 500 hoplitas
  • 1.000 vélites (soldados con armadura ligera)
  • 200 vélites
Delante de la fila de los soldados vélites se colocaban 300 caballeros, que ayudaban a abrir el combate. Para ser caballero, eran necesarias ciertas cualidades: ser mayor de 17 años, ser fuerte y vigoroso, tener buena conducta a lo largo de toda su vida, y poseer fortuna. La primera preocupación del elegido caballero era comprar un caballo. De ahí viene su nombre en latín, "eques", derivado de "equus", "caballo".
Además hay que contar dos centurias de ingenieros y dos de músicos. Las centurias de ingenieros estaban formadas por obreros encargados de construir los parapetos, los puentes, y también de reparar las armas que se estropeaban. En cuanto a las centurias de los músicos, eran muy útiles para transmitir las órdenes necesarias y para estimular a los soldados en la batalla.
Un legionario cargado con todo su equipo llevaba muchas más cosas que la loriga, las armas y el escudo. Cada hombre transportaba sobre la espalda una mochila que contenía herramientas, un cuenco y un cazo. Ese fardo pesaba unos 40 kilos, y con frecuencia había que acarrearlo durante más de 30 kilómetros diarios.
Los centuriones llevaban penachos de crin en sus cascos con el fin de que sus hombres pudieran verlos y seguirlos en las batallas.