1. La pintura rupestre
La manifestación artística más importante de todo el Paleolítico es sin lugar a dudas la pintura rupestre, realizada por los hombres de aquella época en cuevas y abrigos naturales. Sigue siendo un misterio la interpretación de estas pinturas, aunque se supone que tenían un sentido mágico, ante todo en relación con la caza, fuente esencial de obtención de alimentos para el hombre del Paleolítico. En tierras hispanas se habla de dos regiones, Cantábrica y Levantina, bien diferenciadas no sólo geográficamente, sino también en los caracteres de la pintura rupestre de cada una de ellas.
En la zona cantábrica se han conservado pinturas, fechadas en el Paleolítico superior, en numerosas cuevas: S. Román de Candamo, El Castillo, La Pasiega, Pindal, etc. No obstante, las más destacadas son las de Altamira, en las proximidades de Santillana del Mar. En general se representan animales aislados (caballos, bisontes, ciervos...), aunque a veces aparecen figuras superpuestas. Las pinturas son policromas (especialmente rojo, negro y ocre), y de un pleno carácter naturalista. Para obtener los colores se disolvían materias colorantes en grasa de animal. Las irregularidades de las rocas eran hábilmente utilizadas para crear sensación de volumen.
Pinturas de la cueva de Cogul, Lleida |
2. Los monumentos megalíticos
A partir de la revolución neolítica se produjeron grandes transformaciones de tipo material y espiritual, entre las cuales cabe destacar la aparición de la arquitectura, una de cuyas manifestaciones más antiguas fueron los monumentos megalíticos. Estas edificaciones, erigidas a base de grandes bloques de piedra, estaban en estrecha relación con el desarrollo de las creencias religiosas y solían tener un sentido funerario. El megalito más común es el dolmen, formado por piedras verticales que sustentan a otras horizontales. Sobre la base de este sencillo esquema arquitectónico se crearon las llamadas cuevas de corredor (por ejemplo, las de Menga y Romeral, en Antequera).
Cueva de la Menga, Antequera |
Naveta de Es Tudons, en Menorca |
3. El arte ibérico
Se aplica este nombre a la producción artística de los pueblos que, en el primer milenio a.C., habitaban el sur y el este de la península Ibérica y mantuvieron un contacto muy directo con los pueblos colonizadores del Mediterráneo oriental. Fenicios y griegos dejaron en tierras hispanas algunas muestras peculiares de su arte. De los primeros son dignos de recuerdo el famoso sarcófago en forma humana hallado en Cádiz (entrada del pasado 5 de abril de 2012) y el conjunto de joyas que integran el tesoro de Aliseda (Cáceres). De los griegos se conservan interesantes esculturas y abundantes muestras de cerámica, especialmente gracias a las excavaciones llevadas a cabo en Ampurias. Para referirse a las manifestaciones artísticas de los pueblos del centro y oeste de la Península, mucho más modestas y de clara influencia europea, se habla de arte celta.
Exvoto ibérico que representa a un jinete |
Dama Oferente Museo Arqueológico Nacional de Madrid |
Son notables los animales fantásticos, como la denominada Bicha de Balazote, toro tumbado con cabeza humana, de rasgos orientales.
Bicha de Balazote |
No obstante, la escultura más conocida del arte ibérico es la Dama de Elche. Fechada en el siglo V a.C. y de indudable influencia artística helénica, representa al parecer a la diosa fenicia Astarté.
Dama de Elche Museo Arqueológico Nacional de Madrid |
Dama de Baza Museo Arqueológico Nacional de Madrid |
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