La caída de Atenas en el año 404 a.C., después de una guerra
sostenida por los estados griegos de casi treinta años, supuso el fin de un
siglo de gran florecimiento de la cultura griega. El perfecto equilibrio
conseguido entre el espíritu y el poder en ese estado armonioso, que parecía
sólido, no pudo ser mantenido. Pareció como si el progreso hubiese dado un
salto atrás de un siglo hasta la época de las primitivas polis aisladas de la
antigua Grecia.
Las consecuencias de la catástrofe no pudieron ser meramente
políticas, ya que desde el primer momento de la vida de Atenas, la cultura fue
inseparable de la política. Tuvo necesariamente que repercutir sobre la moral y
la religión de la existencia humana. La población ateniense se concienció de
que sólo sus bases espirituales podían salvar su ciudad. Esta conciencia se
abrió paso tanto en la filosofía como en la vida práctica. De este modo, el
siglo IV se convirtió en un período de reconstrucción interior y exterior.
Es asombrosa la rapidez con que el estado ateniense se
repuso de su derrota y supo encontrar nuevas fuentes de energía material y
espiritual. Quedó así claro que la verdadera fuerza de Atenas era, incluyendo
la del estado, su cultura espiritual. Todos los esfuerzos se concentraron en la
misión que a la nueva generación le planteaba la historia: reconstruir el
estado y la vida de la polis.
El problema hace que el impulso pedagógico se fortalezca en
enormes proporciones, se haga apremiante y adquiera un profundo afán por
despertar un nuevo ideal de educación y de cultura.
El siglo V había discurrido bajo la realización plena de la
democracia. La victoria espartana hizo sucumbir el ideal democrático del siglo
anterior. La primera reacción ante la derrota fue la de reformar las
instituciones libres del estado ateniense y capitular sobre la cultura
espartana, pero esta idea no tardó en ser contrarrestada un año después. Se
restauró la constitución democrática y la amnistía general.
Pero el problema no se solucionó. Tan sólo se desplazó de la
actuación política práctica a la pugna espiritual. Se abrió paso al
enfrentamiento entre la disciplina rigurosa de Esparta y la libre democracia de
Atenas.
Los nuevos sistemas de educación creados en el siglo IV
partían de un libre pensamiento, pero no similar al de la democracia del siglo
V. Sus nuevas ideas políticas y pedagógicas, religiosas y éticas, se
desarrollaron libremente en busca de un ideal nuevo y más alto de estado y de
sociedad, y culminó con la búsqueda de un nuevo Dios. El pensamiento del siglo
IV trascendió el mundo terrenal, estableciéndose en un plano celestial.
Este desplazamiento del punto de enfoque de la cultura
distingue el nuevo siglo del anterior. Las nuevas ideas acabaron siendo las
bases de la ciencia y la filosofía occidentales y los principios de la religión
universal del cristianismo.