Las relaciones entre educación y política representan uno de los
aspectos más importantes de la paideia
platónica. Para aclarar dichas relaciones, La República caracteriza las distintas formas
de gobierno.
La
República comienza tratando de esclarecer la naturaleza de la justicia.
Pero muy pronto la aguda dialéctica de Sócrates
conduce al terreno político la discusión. Desde este instante, el tema único de
la justicia se discutirá en dos planos, el individual y el político. El recurso
de Sócrates consiste en
abordar antes el tema en su contexto político y ayudarse luego de las
claridades aquí obtenidas para iluminar el plano personal.
Hemos comenzado
a examinar las costumbres del Estado antes de pasar a las de los individuos
porque hemos creído que este método era más claro; mas ahora, ¿qué será más
conveniente, que continuemos de la misma forma y que después de haber
considerado el gobierno, pasemos en seguida al hombre que se le parece? La República,
Libro VIII
Pero este plano individual acabará prevaleciendo sobre el
político, y de esta forma, aunque La República parezca una obra política, es
ante todo pedagógica. El individuo se construye un Estado a su imagen y
semejanza, y el Estado, a su vez, proporciona al individuo la paideia que conviene a su estilo, la
única que puede darle. Acentúa Platón
pues la importancia del hombre y reivindica la responsabilidad individual.
El Estado es el medio de transmisión de la moral a los ciudadanos;
Platón admite que los ciudadanos pueden
influir sobre el Estado, pero otorga siempre mucha mayor importancia a éste que
a los individuos. Su estructura y funcionamiento son vitales para todos los
asuntos humanos; por otra parte, el Estado debe tomar en consideración las
diferencias de aptitudes y de intereses de los hombres. El Estado ideal es
aquel en que los hombres deben actuar conjunta y armoniosamente, de acuerdo con
sus respectivas dotes naturales. Cada individuo debiera formarse y tener una
ocupación que estuviera en consonancia con sus capacidades y con su función
social.
Cada individuo
sólo debe de aplicarse a una cosa, aquella para la que ha nacido, a fin de que
cada particular, ajustándose a la profesión que le conviene, sea uno. La República,
Libro IV
Para la conservación del Estado es necesario que exista siempre en
él un guía que posea la mejor educación y el arte de gobernar.
Una ciencia […]
sobre el Estado todo y sobre su gobierno […] es lo que tiene por objeto la
conservación del Estado, y reside en aquellos magistrados que están encargados
de su guarda. La República, Libro IV
Platón no se
interesa por el Estado como un problema técnico o psicológico, sino que lo
aborda simplemente como marco y como fondo de un sistema perfecto de educación.
Los fines a que el Estado ideal aspira no son el poder, la prosperidad
económica ni la acumulación ilimitada de riquezas; su ambición de riqueza y de
poder termina allí donde estos bienes materiales dejan de servir al postulado
de la unidad social interior. Para Platón,
el verdadero problema es el de la paideia.
Ésta es, a su modo de ver, la solución de todos los problemas insolubles. Una
buena educación es la condición en la que se basa el Estado ideal de Platón.
En un Estado
todo depende de los principios. Si ha comenzado bien, va siempre agrandando
como el círculo. Una buena educación forma un buen carácter. La República,
Libro IV
Su regente es el producto supremo de la educación, y la misión que
se le asigna es la de ser el educador supremo de toda la ciudad.
Los que hayan de
estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que la
educación se mantenga pura. La República, Libro IV
Sólo por medio de la educación, de la formación del hombre, es
posible alcanzar la finalidad perseguida por el legislador, y cuando aquélla es
verdaderamente eficaz, huelgan las leyes. Para Platón,
toda la estructura del Estado descansa sobre la verdadera educación o, mejor
dicho, se identifica con ella. De ser cierta esta conclusión, resultaría que al
alcanzar la meta de la verdadera educación habremos realizado también la
verdadera justicia.
La justicia consiste en la conformación interior del alma con
arreglo a la cual cada una de sus partes hace lo que le corresponde y el hombre
es capaz de dominarse y enlazar en una unidad la variedad contradictoria de sus
fuerzas interiores. La justicia es la salud del alma, siempre y cuando
concibamos ésta como el valor moral de la personalidad. Así como la salud es el
bien supremo del cuerpo, la justicia es el bien supremo del alma. La vida sin
justicia no es digna de ser vivida, lo mismo que no merece la pena de vivirse
una vida sin salud física.
La virtud […]
es, si puedo decirlo así, la salud, la belleza, la buena disposición del alma;
el vicio, por el contrario, es la enfermedad, la deformidad y la flaqueza. La República,
Libro IV
Sin embargo, cualquier estado real es una degeneración. El estado
ideal es el único en que tiene realidad la justicia absoluta. Los demás no
pueden constituir más que otras tantas desviaciones de la norma, apartados de
ella de muchísimas formas. Platón
reduce esta casi infinita variedad a cuatro tipos fundamentales, que vienen a
ser otras tantas enfermedades del Estado.
El desorden inicial es, según Platón,
el de los hombres que perdieron la armonía o salud del alma. Pero al desorden
personal le sucede el desorden político. De entre los estados enfermos, Platón critica el estado espartano con
gran objetividad, y lo designa con la palabra “timocracia” (o timarquía). La paideia de Esparta inculca fuertes
deberes y austeridades, educa para la guerra y para el servicio a la comunidad,
pero no forma auténticos músicos, porque descuida la cultura del ánimo. Sus
hombres carecen de convicciones arraigadas o las tienen muy débiles; por eso,
cuando les falta la vigilancia de sus conciudadanos sucumben a las pasiones.
Del hombre entregado, sin íntima cultura espiritual, al servicio de la
comunidad, como el espartano, nacerá un hijo menos justo, dominado por la
ambición.
En la timarquía,
los ciudadanos, de ambiciosos e intrigantes que eran, concluyen por hacerse
avaros y codiciosos. Reservan todos sus elogios y toda su admiración para los
ricos; los empleos son para ellos solos, y basta ser pobre para verse
despreciado. La República, Libro VIII
El segundo tipo de gobierno es el oligárquico.
- ¿Qué entiendes tú por oligarquía?
- Entiendo una forma de gobierno donde
el censo decide de la condición de cada ciudadano; donde los ricos, por
consiguiente, ejercen el mando sin que los pobres participen de él. La República,
Libro VIII
Los ciudadanos se precipitaban cada vez más por el camino de las
riquezas, por lo que mientras aumenta el aprecio de éstas, disminuye el de las
virtudes. El hombre oligárquico se dibuja en La República como
industrioso, ahorrador, sin atenciones a las necesidades más elevadas de su
ser, con aspiraciones de zángano y actitudes de mendigo o malhechor; con
apariencias honradas, pero siempre cuidadoso de las formas externas y de su
buena reputación.
Se le parece por
el espíritu de ahorro y por la industria; no concede a la naturaleza más que la
satisfacción de los deseos necesarios; se priva de todo otro gasto, y domina
todos los demás deseos considerándolos como insensatos. La República, Libro VIII
Platón desnuda a
este hombre eficaz y correcto y denuncia su falso equilibrio, descubriendo su
falta de afán a educarse:
Sin duda que
este hombre apenas si ha pensado en instruirse. La República, Libro VIII
La democracia nace cuando los pobres oprimidos toman conciencia de
su fuerza y de lo fácil que les sería acabar con un orden establecido sobre la
injusticia. El nuevo régimen, instaurado generalmente por la fuerza de la
revolución, erige la libertad en norma suprema. La justicia se ve desterrada
por la tolerancia, y la libertad viene a ser el consentimiento de muchas cosas
que debieran estar prohibidas.
Todo el mundo es
libre en este Estado; en él se respira la libertad y se ve libre de toda traba;
cada uno es dueño de hacer lo que más le agrada. La República, Libro VIII
La vida del ciudadano demócrata se desliza imprevisiblemente,
libre y feliz, tan variada de ocupaciones e intereses diversos.
Mas de la extrema libertad sólo puede seguirse la extrema
esclavitud. Es el caso del tipo de hombre tiránico. El hombre se hace tiránico
cuando, ya sea por imposición de su constitución natural, ya por defecto de una
depravada educación, o bien por las dos cosas, cae indefenso bajo la tiranía
del desorden o se somete al imperio del deseo.
Tras estas conclusiones, Platón
plantea las características de un Estado ideal, fruto de una paideia regida por la justicia. Pero
este Estado está apartado de la órbita puramente terrenal; la ruta hacia ese
Estado perfecto, hacia esa ciudad armónica, se rige por la norma divina.
Quizá hay en el
cielo un modelo para los que quieren consultarle y arreglar por él la conducta
de su alma. Por lo demás, poco importa que tal estado exista o haya de existir
algún día; lo cierto es que el sabio no consentirá jamás gobernar otro que no
sea éste. La
República, Libro IX