1. La bipolaridad del proceso educativo
El proceso educativo supone una relación entre dos polos: educando y educador. Es evidente que de la relación que se produce en este proceso bipolar surgen todas las antinomias -autonomía/heteronomía, libertad/presión sociocultural, individualidad/autoridad- que la pedagogía se preocupa por desmenuzar y demostrar la necesidad de su conciliación.
Las antinomias pedagógicas han de ser entendidas como factores opuestos que pueden y deben ser armonizados. Por ejemplo, la antinomia individuo/sociedad puede ser superada mediante la concepción de la formación de la libre personalidad autónoma, impregnada de los valores de la comunidad cultural.
En otros términos, la relación educando-educador no puede estar centrada ni en la autonomía ni en la total heteronomía. La educación es un proceso autónomo en aquello que significa la libre actividad creadora del educando. Pero es también un proceso heterónomo, porque el ser que se educa recibe la presión de los valores del mundo de la cultura, que modificarán, inevitablemente, el desarrollo puramente libre de la individualidad.
2. La relación pedagógica según la posición idealista
La posición idealista absoluta niega la antinomia educando-educador. Para Gentile, filósofo y pedagogo italiano representante del idealismo contemporáneo, en el acto educativo desaparece la bipolaridad de que hemos hablado para dar paso a la existencia de un solo espíritu, a una unidad espiritual. La dualidad educando-educador sólo existe antes del proceso educativo. Pero se resuelve en el mismo instante en que el maestro pronuncie la primera palabra que llegue al alma del discípulo.
3. La relación pedagógica como acción de conjunción
Para muchos teorizadores de la pedagogía espiritualista humanista, en la relación educativa existe la dualidad educando-educador, pero se produce una acción de coordinación que los aproxima. El espíritu del educando converge con el del educador en el proceso educativo, en la visión de un fin y en el esfuerzo común para lograrlo.
La antinomia autonomía-heteronomía adquiere diferentes matices y grados según la edad y madurez del educando. Así, en los primeros años, prevalece la función heterónoma. A medida que el educando se va acercando, en las diversas etapas de la educación, a la visión del fin de la educación, y colabora con el educador para alcanzarlo, se acrecienta el proceso de autonomía. En realidad, la verdadera educación se inicia cuando comienza ese proceso de autonomía. La acción del educador está consagrada a estimulaciones que el educando acepta o elige libremente.
4. La posición del educador en la relación pedagógica
Ante un primer análisis superficial, desde el momento en que el educador está representando el mundo objetivo supraindividual frente al discípulo, aparece en una posición de superioridad. Sin embargo, este primer análisis general debe ser considerado con mayor detenimiento.
Para Cohn, la posición interior del genuino educador frente al educando ha de alcanzar tres aspectos. Ha de sentirse al mismo tiempo superior, igual e inferior con respecto a él. La superioridad radica en el hecho de conocer y dominar aquello que el alumno ignora y debe adquirir. Dicha superioridad no es absoluta, ya que él mismo está sometido a las exigencias objetivas que requieren una continua perfección. La igualdad se limita a los derechos y deberes que cada uno, dentro de su esfera y situaciones, ha de tener. La inferioridad puede entenderse de dos maneras: en primer lugar, puede vislumbrar ocasionalmente, en algún discípulo, elementos objetivamente valiosos que él no posee o que no posee en la misma medida; en segundo lugar, porque la juventud representa el futuro de la humanidad, que según su esperanza, ha de continuar su marcha ascendente de perfección.
5. La relación pedagógica según las etapas del desarrollo humano
Debesse distingue cinco formas en la relación educando-educador, según la evolución psíquica del primero:
1º) En la edad de la nursery, o edad del bebé, la relación está basada en la protección y el afecto.
2º) En la edad del cervatillo (3 a 6 ó 7 años), esta relación se circunscribe más al plano de la acción y de la afectividad que al de la inteligencia, pues las distancias que separan al adulto del niño en esta edad son muy grandes.
3º) En la edad del escolar (6 a 13 ó 14 años), que es la edad de adquisición del saber, el educando dirige la mano de su alumno en sus primeros aprendizajes, alienta sus esfuerzos, corrige paciente y metódicamente las torpezas de esa mano que ha pasado de la manipulación al ejercicio hábil.
4º) La relación cambia en la pubertad. La mano rebelde o impaciente del adolescente se escapa. El maestro ideal es aquel que obtiene la confianza del educando y retiene su mano en la suya para confortarlo, como lo haría un buen amigo, en los momentos difíciles.
5º) La edad del entusiasmo juvenil (16 a 20 años) constituye la etapa del acercamiento a la madurez. Es en este periodo que el verdadero educador debe saber soltar para siempre la mamo del discípulo.
6. Tipos de "parejas" educativas según la caracterología de Marchand
Para Marchand, el acto educativo es un acto concreto, individual, único, siempre original. Habrá, por tanto, tantas formas de educación como relaciones concretas se produzcan entre las distintas parejas educativas. Considera Marchand que la vida de la relación educativa está siempre sometida a la influencia predominante del maestro. Para él, el educador es el animador de la pareja.
En base a los estudios que realiza sobre casos concretos, Marchand clasifica a las parejas educativas en tres grandes grupos:
a) Los casos amorfos: Estos tipos existenciales están caracterizados por el egoísmo del educador y la indiferencia hacia el alumno. ¿Cuáles son los educadores que integran estas parejas educativas? Los que gustan de una vida confortable en clase, sin molestias personales; los que ansían prestigio personal y, en consecuencia, sólo les interesa el resultado obtenido en el trabajo intelectual de sus alumnos; y por último, los que buscan un trabajo pedagógico fácil, sin tener conciencia de su verdadera misión. En estos casos amorfos, la relación pedagógica es casi inexistente.
b) Los casos de tensión: La relación educativa se caracteriza por el imperialismo del educador. Considera Marchand que el comportamiento del educador no es uniforme: pasa de la tiranía a la ternura con facilidad. Esto genera en los alumnos distintos comportamientos: sumisión, obediencia u oposición.
c) Los casos de armonía: La relación educativa se caracteriza por el intercambio y el renunciamiento del maestro. Se presenta en estos casos una situación de intercambio en el que cada uno da y recibe en un mutuo enriquecimiento. Van aquí incluidos los casos de camaradería, aunque Marchand aclara que la verdadera camaradería no puede existir si no va acompañada en el alumno de un cierto respeto. En estos casos, el educador debe velar para que su comportamiento responda a las siguientes condiciones: dar prueba de amor, manifestar un afecto a la vez personal e impersonal, ser la imagen misma del renunciamiento y adaptarse a la edad, a la psicología y a la evolución de cada alumno.