El concepto de educador es más amplio que el de "educador-maestro". Educador es toda persona que ejerce influencia en la formación espiritual de un ser humano. El término maestro es más limitado: designa al educador especialmente preparado que de manera voluntaria ejerce una acción directa y sistematizada sobre el educando.
El educador actúa en todos los sectores de la actividad humana; el educador-maestro, en cambio, sólo actúa en un periodo determinado y limitado de la vida del hombre. Además, en términos generales, el educador-maestro se encuentra en toda institución escolar.
Diferenciamos al educador-maestro, esto es, al educador práctico del educador teórico. Éste es el investigador, el teórico de la educación, el hombre que se dedica al estudio y profundización del problema de la educación y trata de encontrarle soluciones. El educador práctico o activo, que es el verdadero educador, es aquel que realiza de manera directa la acción educadora. Puede una misma persona reunir ambas cualidades.
Considera Kerschensteiner que los educadores prácticos pueden a su vez separarse en dos subtipos: los educadores individualistas, que tienden a la formación y elevación de individuos concretos, particulares; y los educadores sociales, en los que predomina la voluntad de salvar de sus imperfecciones al conjunto de la sociedad de la que forman parte y a la humanidad entera.
2. Misión del educador
La esencia de la educación se realiza en la intimidad del ser que educa. El educador-maestro está representando al mundo formado, al mundo de la cultura, a los valores de la familia y de la comunidad. El maestro es, en realidad, un mandatario de los grandes agentes educadores: familia, sociedad, instituciones, Estado. Su acción abarca los aspectos de la tarea educadora que los grandes agentes no pueden llevar a cabo directamente. En los tiempos actuales, su misión se extiende y complica cada vez más, pues además de la función de incorporar al espíritu del educando aquellos contenidos que la ciencia lleva a la enseñanza sistematizada y de desarrollar sus capacidades intelectuales, debe cumplir otras funciones educativas, contribuyendo así, en gran parte, a la formación de la personalidad. En sus manos está depositado en gran medida el porvenir de las nuevas generaciones y el progreso del país. Por eso, no es la suya una profesión, sino una misión.
Para cumplir esa misión, el maestro debe sentirse profundamente atraído por la labor educadora, debe poseer vocación. No puede ser un funcionario que cumple sus obligaciones como un simple medio para subsistir. La obra del maestro es obra desinteresada, de amor y de abnegación. Dice Gentile que "lo que vende el maestro es su tiempo, su presencia, el aliento de sus pulmones, su fatiga".
3. El maestro como mandatario de los agentes educadores
El maestro no realiza su función docente en forma del todo autónoma. Como mandatario de la familia, de la comunidad, de las instituciones y del Estado, debe cumplir su misión para alcanzar los objetivos que ellos le fijan.
Pero ello no significa reducir o limitar su actuación propia en lo que se refiere al tono personal de su enseñanza y a los recursos y formas de acción que utilice para llevar a cabo su tarea.
4. Condiciones del educador
Los pedagogos han tratado de caracterizar el tipo de educador ideal, y han expresado las condiciones que debe reunir.
Quintiliano, en su célebre Instituciones Oratorias, se refirió a las condiciones que debe tener el maestro y realizó un minucioso estudio de la personalidad del mismo.
Más adelante San Agustín, al considerar a Cristo como el único y verdadero Maestro, destaca la función educativa del maestro humano, del que no puede prescindirse, dado que éste se convierte en el más eficaz colaborador del discípulo en la búsqueda de la verdad interior.
De su escrito De Magistro, Santo Tomás se ocupó también de las virtudes que han de caracterizar al educador cristiano. Éste debe poseer, además de cualidades morales e intelectuales, un conocimiento profundo del alma humana.
Por su lado, Vives insiste en los valores morales y en la prudencia. El educador no sólo debe poseer conocimientos, sino también habilidad para transmitirlos. Debe ser de costumbres puras y amante de las letras. Sentirá afecto paternal hacia sus alumnos, y alejar toda intención de lucro en la enseñanza.
Dentro de la pedagogía contemporánea, fue Dilthey el primero que realizó una completa caracterización del mismo. Considera necesario el conocimiento del alma infantil. Es preciso descender de nuestra esfera emotiva hasta ese mundo ingenuo, inocente, todavía oscuro, sin formar. En el pedagogo predomina, por lo tanto, el sentimiento y la intuición. Otra característica sería la ingenuidad, que permanece fresca en el educador y le permite acercarse al alma infantil.
Por su parte,
Georg Kerschensteiner Pedagogo alemán (1854 - 1932) |
La primera cualidad consiste en la profunda inclinación hacia el ser inmaduro y sus posibilidades de desarrollo. Consiste en lo que se ha llamado eros pedagógico. Pero puede sentirse esta inclinación y no ser un buen educador. De ahí la segunda característica, que supone capacidad de penetración psicológica y tacto pedagógico. La tercera característica se exterioriza por la capacidad especial para vislumbrar la personalidad futura, para lo cual se requiere no sólo sensibilidad psíquica, sino también objetividad para actuar frente a los individuos más distintos. La cuarta característica supone una personalidad definida. Sólo una voluntad enérgica, una personalidad fuerte, puede ejercer una influencia constante y duradera.
A su vez, Eduard Spranger, filósofo, pedagogo y psicólogo alemán (1882-1963), es autor, entre otros títulos, de Formas de vida (1914), obra en la describió seis tipos humanos ideales en conexión con los valores a los que aspira: estético, teorético, social, económico, político y religioso. Considera que el educador constituye una variedad del tipo social, que rige su vida por el amor a los semejantes. Pero ese amor se dirige no sólo al ser inmaduro, sino también a los valores y los contenidos que trata de desarrollar y despertar en él.
También señala que, aunque existen personas con una predisposición, es decir, lo que llamamos "educadores natos", el verdadero educador siempre está en un largo proceso autoformativo. Siempre habrá en él un anhelo de perfeccionamiento.
5. La vocación pedagógica
Esta vocación pedagógica, que necesita ser perfeccionada y desarrollada, puede descomponerse en los siguientes elementos:
1º) Eros pedagógico: El amor generoso hacia el prójimo, la necesidad de ayudar a los seres humanos, es cualidad previa para ser un buen educador. La inclinación y amor hacia los niños supone la satisfacción de encontrarse entre ellos, de ser partícipe de su espontaneidad, de compartir sus alegrías, y el deseo de lograr el desarrollo de sus posibilidades formativas. Esta inclinación puede ser desarrollada si está latente, pero no se adquiere en forma puramente voluntaria; el hombre insensible jamás logrará ser buen educador.
Pero este amor por la infancia no implica debilidad ni indulgencia extrema. Dejar hacer, dejar que el niño haga lo que quiera y someterse a todos sus caprichos, no significa amar a los niños. El buen educador busca el bien discípulo, actual y futuro. El suyo es un amor previsor que hace que, cuando las necesidades lo exigen, actúe con severidad.
Por último, el amor hacia el educando es amor por todos los niños, al mismo tiempo que por cada uno de ellos individualmente. No se inclina exclusivamente a un ser determinado sino a todo el grupo escolar. Cada alumno ha de experimentar la sensación de sentirse protegido y amado por su maestro, pero con el sentimiento de que los demás escolares también son objeto de esa ternura.
2º) Aptitud de penetración psicológica: Para poseer esta condición de penetración psicológica en el alma del educando, esta aptitud para comprenderlo, para captar su manera de ser y de comportarse, necesita poseer permanentemente el educador un claro conocimiento de sí mismo y un sentido particular de autocrítica.
Sólo aquel que tiene una amplia capacidad de introspección puede comprender las reacciones espirituales de sus educandos. No se requiere para ello que el maestro sea un psicólogo. Basta con que posee esa aptitud especial para descender de nuestro círculo adulto a ese mundo inmaduro del niño para ponerse a su alcance, entender su lenguaje y captar su manera peculiar de sentir y de representarse las cosas del mundo objetivo.
3º) Tendencia hacia los valores que trata de realizar: El educador debe poseer una visión clara de la cultura y del momento histórico en que vive. La finalidad de la educación consiste en hacer ingresar a las jóvenes generaciones en el mundo objetivo de la cultura, en rodear al ser joven con un cúmulo de valores que constituyan el ideal de vida de la sociedad de la cual es miembro. Pero es preciso que la adhesión del maestro a tales normas y valores sea firme y absoluta. El educador ha de creer en el valor de la verdad, en la moralidad, en la justicia, en la bondad.
4º) Sentido de la misión: El buen educador debe ser consciente de la extraordinaria responsabilidad que recae sobre él tanto con respecto al niño que se le entrega, como con la familia y la sociedad que se lo confían, y con el Estado, cuyo progreso depende de las nuevas generaciones.
El educador debe sentir y ver con claridad estos imperativos, pero no puede exigirse de él una total perfección. Si así fuera, serían muy pocos aquellos a quienes se les podría encomendar esa misión. Basta que sea auténtico consigo mismo, que reconociendo sus errores y contradicciones, trate de subsanarlos.
6. Condiciones pedagógicas particulares
La vocación pedagógica no es suficiente para caracterizar a un buen educador. Se requieren algunas aptitudes y caracteres especiales de orden físico, moral e intelectual.
Desde el punto de vista físico, la salud, la resistencia, el vigor, el equilibrio del sistema nervioso y la integridad de los órganos sensoriales son requisitos fundamentales.
Desde el punto de vista intelectual, el buen maestro necesita poseer ciertas cualidades especiales: buen sentido, penetración psicológica, agilidad y flexibilidad mentales, orden, capacidad crítica, claridad de ideas, vivacidad de espíritu, objetividad, independencia intelectual, capacidad para la exposición didáctica. Estas aptitudes pueden adquirirse o perfeccionarse con la formación cultural y la preparación técnica.
Con respecto a las cualidades morales, la honestidad docente supone la decisión firme de mejorar continuamente su acción educativa, lo cual le llevará a perfeccionar su cultura general, a analizar constantemente sus soluciones prácticas y a estimular en sí mismo un creciente afán de mejoramiento de los recursos didácticos que pone en juego. La honestidad docente exige además un permanente autodominio. El educador debe tener la convicción de que es para el educando un ejemplo, un modelo de conducta.
7. Preparación profesional del educador
Es preciso que el educador esté en posesión de una cultura general que le permita comprender los problemas de la vida y del mundo, y adaptar su acción docente frente a ellos, alentando a sus discípulos a cooperar en la solución de los mismos.
La preparación pedagógica es la destinada a proporcionar aquellos conocimientos teóricos y normas prácticas necesarios para el ejercicio de la función docente.
8. Los tipos de educadores en la realidad
En la realidad educativa nos encontramos con determinadas estructuras especiales de maestros, las que no siempre están de acuerdo con las exigencias pedagógicas. Kerschensteiner señala cuatro tipos de maestros:
1 - Los maestros ansiosos imponen todos los pensamientos y formas de actuar, y no permiten ninguna iniciativa.
2 - Los maestros indolentes dejan al alumno en completa libertad, librado a su propio desarrollo. No aplican sanciones, ni se rigen por normas. Su influencia es negativa, porque estimula la pereza en sus alumnos. No obstante, cuando estos educadores poseen una estructura espiritual vigorosa, pueden influir favorablemente en aquellos niños, también fuertes y equilibrados, que necesitan precisamente de un método de estimulación que les deje amplia libertad para desarrollar y afirmar sus características personales.
3 - Los maestros moderados o ponderados ocupan un lugar intermedio entre los dos anteriores. Son los que saben armonizar la libertad y la autoridad, la autonomía y la heteronomía. No se apartan demasiado de las reglas pedagógicas consideradas como eficaces en su medio y, conscientes de su responsabilidad, tratan de rodear al niño con aquellos valores superiores del mundo de la cultura. A este tipo pertenecen los buenos maestros, sin dotes extraordinarias, pero conscientes, honestos y sinceros.
4 - Los maestros natos, o sea, aquellos que sintetizan en su personalidad, en forma armónica, las condiciones ideales que se han fijado para el educador. Tales maestros poseen tacto pedagógico, sensibilidad psíquica especial sobre el alma infantil, fuerza de voluntad y, sobre todo, amor hacia el niño en general y amor hacia los valores que desean ver realizados en su conciencia.
Estos diferentes tipos de educadores dan lugar, en la práctica educativa, a diferentes tipos de relaciones pedagógicas.