Durante los siglos XVII y XVIII se pusieron las bases de una nueva sociedad. Nació la ciencia en su sentido estricto y se afianzó una nueva comprensión de la sociedad, de la persona, de la política y de la economía que alumbrarían el mundo contemporáneo. Por primera vez en la historia de la humanidad, el hombre fue consciente de su saber y buscó aplicarlo a todas las realidades de la vida. Ciencia y técnica, al principio separadas, pronto se fundirían de la mano de la economía de mercado en un solo gran proyecto.
Los siglos XIX y XX son los siglos de la gran ciencia y de la tecnología, de las revoluciones en todos los órdenes: social, político, económico, demográfico, industrial, alimentario, agrícola, tecnológico, etc.
1. Antecedentes de la revolución industrial
Pero la ciencia y la disertación no son sólo animadas desde arriba. Hay también innumerables pequeños detalles de la vida cotidiana que alimentan la esperanza humana y proponen infinitos problemas a los artesanos, obligados así a transformarse en inventores. La construcción de casas, la organización de las ciudades, el mobiliario, la cocina, el vestido, todo pide progreso, es decir, una mejor adaptación a las necesidades del hombre, búsqueda que pronto recibirá el nombre inglés de confort. He aquí, pues, las primeras casas, dispuestas más desde el punto de vista de la utilidad que del brillo, calles iluminadas y, si es posible, limpias, aceras para los peatones y, a fines de siglo, algunas canalizaciones de agua corriente. He aquí, por fin, muebles que pierden su rígida solemnidad para convertirse en cosas "cómodas" -y la palabra tiene gran éxito en ebanistería-, asientos que siguen la forma del cuerpo sentado (y todo ello dispuesto en habitaciones mejor iluminadas, mejor abrigadas y mejor orientadas).
A la materia bruta del oro y del mármol se prefieren bibelots delicadamente trabajados en los que se acumulan prodigios de ingenio. A fines de siglo aparecen los autómatas. A las telas de seda bordadas con hilos de oro se añaden los algodones estampados. En todos los suburbios de Europa, los artesanos idean, experimentan, adaptan su instrumental, buscan nuevas materias que se adapten mejor a las nuevas exigencias de la moda. La curiosidad de los cocineros los hace convertirse en botánicos y echar a veces una mirada a la farmacia. Pero no sucede esto para hacer volver el comercio a los usos médicos que hacían del comerciante de especias, del tendero, el dispensador de costosos exotismo, así como de elixires de larga vida; al contrario, sirve para introducir en el arte de vivir un cambio que prepara el momento de una revolución en el arte de atender.
C. Morazé, "El siglo de la curiosidad", en Historia general de las ciencias
La gran revolución en el ámbito de la ciencia y de la tecnología se ha producido a lo largo de los siglos XIX y XX y ha sido denominada la "revolución industrial" por su estrecha relación con el mundo de la producción industrial que ha cambiado la sociedad de una forma radical, hasta el punto de hablarse de dos tipos de sociedades: la tradicional o preindustrial y la moderna.
Lo que conocemos como revolución industrial fue un proceso complejo en el que se dieron importantes cambios demográficos, económicos, políticos, científicos, tecnológicos, sociales, etc. Por eso, para comprenderlo hay que remontarse a sus orígenes en el Renacimiento: la nueva ciencia, las nuevas estructuras políticas y económicas que confluyeron en lo que se ha llamado revolución industrial, o también, desde otras perspectivas, el proceso de modernización o construcción del mundo moderno.
2. Una nueva mentalidad
En la Baja Edad Media, con la aparición de la nueva clase social burguesa, vinculada a las ciudades y al comercio, se inició un cambio importante. La burguesía fue la gran protagonista de los cambios que se sucedieron en los siglos siguientes, desde el Renacimiento hasta su consagración como fuerza económica y política en las revoluciones inglesa y francesa. Lo que interesa subrayar aquí es la nueva visión del mundo que se inauguraba.
A finales de la Edad Media, la vieja escolástica entró en crisis de la mano de filósofos como Guillermo de Ockham (1290-1349). Lo más importante de sus ideas es la puesta en cuestión de la metafísica medieval que apostaba por la vieja idea de origen platónico de que los conceptos son lo verdaderamente real, mientras que las cosas individuales, la multiplicidad cambiante de las cosas no es sino algo inconsistente. Con Ockham se abrió paso una mentalidad más empírica e individualista: la verdadera realidad está en las cosas individuales y, por tanto, es a ellas a las que hay que prestar atención.
La crisis de la metafísica medieval también llevó consigo una puesta en crisis del saber tradicional y de la necesidad de buscar nuevos fundamentos al saber. En el pensamiento medieval, las fuentes de verdad eran la revelación y la autoridad, es decir, los grandes clásicos. Por el contrario, con la nueva mentalidad empirista y racionalista acabaron imponiéndose dos nuevas fuentes de verdad: la experiencia y la razón, aplicadas de forma metódica y ordenada. A partir de ahí sólo se aceptaba como verdadero aquello que siguiendo un método ordenado y pautado podía ser contrastado en la experiencia, así como lo que era demostrable o argumentable racionalmente. Se sentaron así los fundamentos de la ciencia moderna que se desplegaría en los siglos XVII y XVIII con Newton, Leibniz, Lavoisier...
Del mismo modo, el optimismo burgués se contraponía al pesimismo y la visión teocéntrica del mundo, propia de la Edad Media. Frente a una visión del mundo como algo pasajero, como valle de lágrimas por el que se transita, la burguesía proponía un mundo como "casa del hombre", espacio de posibilidades para la realización humana, campo de explotación para hacer una vida cómoda y feliz para la humanidad. Sobre este suelo se levantó el humanismo y su apuesta por la vida y por el hombre, su antropocentrismo.