Podríamos decir que se han dado dos formas científicas de abordar el estudio del porvenir: la proferencia y la prospectiva.
La técnica proferente (también conocida bajo el nombre de prognosis descriptiva), pretende ser una extrapolación del pasado y presente hacia el futuro. Es decir, empieza observando las variaciones que se han dado desde el pasado hasta el presente y, posteriormente, extrapola esas tendencias en el futuro. Se trata, pues, de una descripción del futuro basada en la categoría de causalidad. Se limita, pues, a señalar tendencias latentes en el presente que se realizarán en el porvenir sólo en el caso de que no intervengan importantes variables imprevistas sobre el sistema. Sobre la base de ese futuro, la técnica proferente elabora posteriormente ciertas variaciones canónicas posibles, modificando algún parámetro del sistema elaborado.
El gran peligro que presenta esta técnica de estudio sobre el porvenir, estriba en las limitaciones propias de todo enfoque basado sustancialmente en la visión de un "continuum progresivo" de la evolución: el futuro cambiará respecto al presente en la misma medida que el presente ha cambiado respecto al pasado. De esta forma, toda la historia pasa a ser contemplada desde una óptica estrictamente lineal: lo que ha cambiado, seguirá cambiando proporcionalmente y, a su vez, lo que no ha cambiado no cambiará tampoco en el porvenir.
Consiguientemente, el futuro -variable dependiente- es función del pasado -variable independiente o causa- en interacción concurrente con el presente -variable interviniente que canaliza factores no controlables-. Esta última interacción explica que el futuro-base sea sometido a cambios relativos o variaciones canónicas.
Pero la proferencia presenta un fallo de base susceptible de inducir a muchos errores y falsas previsiones. Parte del supuesto de que nos hallamos ante una realidad histórica relativamente estable, y entonces se puede conjeturar desde el interior del sistema como si se tratase de una esencia dotada de una naturaleza preconfigurada. Se parte, pues, del supuesto de la invariabilidad de las leyes naturales, y dicho postulado -de correcta aplicación en el campo de las ciencias de la naturaleza- no es de aplicación extensible al dominio de las ciencias humanas. La historia, a diferencia de la naturaleza, carece de configuraciones estables.
Por esta razón, los futurólogos que han apoyado sus conjeturas en la técnica de la proferencia han cometido graves errores. Las previsiones elaboradas según este sistema funcionan sólo en el caso de que las tendencias pasadas se prolonguen; pero en el caso de que intervenga un nuevo y poderoso factor imprevisto, entonces se produce una ruptura y las predicciones no se cumplen en absoluto.
Así, muchos investigadores, basándose en la falacia del pensar proferente, y dada la tendencia al aumento del nivel de vida que se había producido a lo largo de las décadas de los años cincuenta y sesenta, habían pronosticado el advenimiento de la civilización de la abundancia para los años ochenta... No había sido previsto el advenimiento de un nuevo factor: la crisis energética mundial de 1973.
La prospectiva se opone a la proferencia
La prospectiva es una técnica de estudio del futuro en cierto modo opuesta a la forma proferente. En efecto, así como la proferencia avanza del presente hacia el futuro, la prospectiva procede de tal modo que viene, en su movimiento esencial, del futuro hacia el presente. Y, así como la proferencia se apoya en la relación de causalidad, la prospectiva opera de acuerdo con la de finalidad.
En efecto, el prospectólogo actúa en una secuencia de acción que consta de tres momentos. En primer lugar, estudia y analiza todos los posibles futuros -o futuribles-, y elige uno de entre ellos: el que considera paradigmático o mejor. Se trata del futurable.
A continuación, el prospectólogo confronta el futurable con la situación actual, estableciendo una comparación bipolar entre ambos. De esta forma el presente se valora en función del futuro. Por último, se elaboran estrategias concretas para alcanzar el futurable a partir de la situación presente.
La proferencia, al suponer que nos dirigimos inexorablemente hacia un determinado porvenir, adopta una actitud descriptiva del mismo. Por el contrario, la prospectiva, al suponer que exite una amplia gama de futuribles posibles, adopta una postura normativa respecto al futurable que elige entre los múltiples futuribles plausibles.
Así entendida, la prospectiva no tiene por objetivo responde a la pregunta de qué va a suceder, sino que -en todo caso- plantea la cuestión a la inversa y formula la siguiente cuestión: ¿qué decisiones es necesario tomar para ir cambiando el curso de las cosas y evitar desenlaces desagradables en el futuro?
El objetivo de la prospectiva consiste, pues, en el estudio del futuro; pero en ningún caso pretende predecirlo o preverlo. No existe semejanza alguna entre la adivinación o profecía y el pensamiento prospectivo. La actividad adivinatoria -propia de astrólogos, arúspices, cartománticos, pitonisas o nigromantes- considera a la realidad como cristalizada en el tiempo, y piensa que el futuro está ya escrito en alguna parte. Su actividad se limita, por consiguiente, a desentrañarlo.
La prospectiva presupone, por el contrario, que el futuro está abierto y, por tanto, no pretende en ningún caso adivinar el porvenir y establecer pronósticos. Su actividad se limita, como hemos dicho, a concebir futuribles, elegir un futurable y elaborar estrategias concretas en el presente con vistas a la realización del mismo.
Desde esta perspectiva resulta fácil percatarse de que la prospectiva no es una técnica de adivinación del futuro, sino que, en todo caso, es un método de transformación del mismo. No pretende descubrirlo, sino construirlo, fraguarlo, engendrarlo por todos los medios disponibles a su alcance.
Consiguientemente, el futuro -variable dependiente- es función del pasado -variable independiente o causa- en interacción concurrente con el presente -variable interviniente que canaliza factores no controlables-. Esta última interacción explica que el futuro-base sea sometido a cambios relativos o variaciones canónicas.
Pero la proferencia presenta un fallo de base susceptible de inducir a muchos errores y falsas previsiones. Parte del supuesto de que nos hallamos ante una realidad histórica relativamente estable, y entonces se puede conjeturar desde el interior del sistema como si se tratase de una esencia dotada de una naturaleza preconfigurada. Se parte, pues, del supuesto de la invariabilidad de las leyes naturales, y dicho postulado -de correcta aplicación en el campo de las ciencias de la naturaleza- no es de aplicación extensible al dominio de las ciencias humanas. La historia, a diferencia de la naturaleza, carece de configuraciones estables.
Por esta razón, los futurólogos que han apoyado sus conjeturas en la técnica de la proferencia han cometido graves errores. Las previsiones elaboradas según este sistema funcionan sólo en el caso de que las tendencias pasadas se prolonguen; pero en el caso de que intervenga un nuevo y poderoso factor imprevisto, entonces se produce una ruptura y las predicciones no se cumplen en absoluto.
Así, muchos investigadores, basándose en la falacia del pensar proferente, y dada la tendencia al aumento del nivel de vida que se había producido a lo largo de las décadas de los años cincuenta y sesenta, habían pronosticado el advenimiento de la civilización de la abundancia para los años ochenta... No había sido previsto el advenimiento de un nuevo factor: la crisis energética mundial de 1973.
La prospectiva se opone a la proferencia
La prospectiva es una técnica de estudio del futuro en cierto modo opuesta a la forma proferente. En efecto, así como la proferencia avanza del presente hacia el futuro, la prospectiva procede de tal modo que viene, en su movimiento esencial, del futuro hacia el presente. Y, así como la proferencia se apoya en la relación de causalidad, la prospectiva opera de acuerdo con la de finalidad.
En efecto, el prospectólogo actúa en una secuencia de acción que consta de tres momentos. En primer lugar, estudia y analiza todos los posibles futuros -o futuribles-, y elige uno de entre ellos: el que considera paradigmático o mejor. Se trata del futurable.
A continuación, el prospectólogo confronta el futurable con la situación actual, estableciendo una comparación bipolar entre ambos. De esta forma el presente se valora en función del futuro. Por último, se elaboran estrategias concretas para alcanzar el futurable a partir de la situación presente.
La proferencia, al suponer que nos dirigimos inexorablemente hacia un determinado porvenir, adopta una actitud descriptiva del mismo. Por el contrario, la prospectiva, al suponer que exite una amplia gama de futuribles posibles, adopta una postura normativa respecto al futurable que elige entre los múltiples futuribles plausibles.
Así entendida, la prospectiva no tiene por objetivo responde a la pregunta de qué va a suceder, sino que -en todo caso- plantea la cuestión a la inversa y formula la siguiente cuestión: ¿qué decisiones es necesario tomar para ir cambiando el curso de las cosas y evitar desenlaces desagradables en el futuro?
El objetivo de la prospectiva consiste, pues, en el estudio del futuro; pero en ningún caso pretende predecirlo o preverlo. No existe semejanza alguna entre la adivinación o profecía y el pensamiento prospectivo. La actividad adivinatoria -propia de astrólogos, arúspices, cartománticos, pitonisas o nigromantes- considera a la realidad como cristalizada en el tiempo, y piensa que el futuro está ya escrito en alguna parte. Su actividad se limita, por consiguiente, a desentrañarlo.
La prospectiva presupone, por el contrario, que el futuro está abierto y, por tanto, no pretende en ningún caso adivinar el porvenir y establecer pronósticos. Su actividad se limita, como hemos dicho, a concebir futuribles, elegir un futurable y elaborar estrategias concretas en el presente con vistas a la realización del mismo.
Desde esta perspectiva resulta fácil percatarse de que la prospectiva no es una técnica de adivinación del futuro, sino que, en todo caso, es un método de transformación del mismo. No pretende descubrirlo, sino construirlo, fraguarlo, engendrarlo por todos los medios disponibles a su alcance.